He recibido una invitación para escribir en un blog dedicado exclusivamente al ciclismo deportivo, de competición para más señas, para mantener una sección sobre esto que nos viene ocupando en Bicicletas, ciudades, viajes... desde que iniciamos esta aventura hace ya cuatro años.
¿Qué hace un pirado del ciclismo urbano y del cicloturismo de viajes participando en un sitio dirigido a los "ruteros"? ¿Pero es que a esa gente les interesa algo más que el rendimiento, los resultados, seguir a sus ídolos, el peso y los componentes de su bicicleta, el porcentaje de grasa corporal, el desnivel acumulado de su próximo reto o el horario de retransmisión de la próxima prueba UCI Pro Tour? Os sorprenderíais.
Los ciclistas, todos los ciclistas tienen algo en común: se desplazan en bicicleta. Esto que parece una obviedad no lo es tanto. Para empezar a todos los que andamos en bici, andemos como andemos, cuando andemos y con el objetivo que lo hagamos, nos meten en el mismo saco. Los ciclistas somos ciclistas por el mero hecho de circular en una bicicleta y eso nos hace pertenecer a una casta, que no es comparable con ningún otro tipo de personas en desplazamiento. Ni siquiera los motoristas están tan categorizados.
Es tristemente así. Los ciclistas somos ciclistas y eso nos convierte en una especie concreta y determinada, un colectivo, para el resto de los mortales. Al menos en esta parte del mundo. Formamos parte de ese grupo de ciudadanos que pedalea y que engrosa una estadística que, hasta el momento, sólo preocupa a los demás en el incremento de su accidentalidad, lo cual muchos se han encargado en traducir en peligrosidad y aprovechar para sembrar miedo alrededor de la bicicleta. Los ciclistas sufren una siniestralidad que ha aumentado en los últimos años y que tiene preocupado, primero a los propios "practicantes", pero después al resto de la sociedad y, sobre todo, a los responsables de gestionar el tráfico encabezados por la DGT, a los que quiere imponer una legalidad constrictiva y culpabilizadora. Este es un punto de encuentro entre los ciclistas con independencia de su origen, condición u objetivos.
Pero hay otro aspecto que nos une a la mayoría de los ciclistas, es que circulamos en algún momento de nuestros itinerarios por espacios urbanos. Si las carreteras están pensadas y diseñadas para que circulen los coches, la cosa en las ciudades es mucho más acusada, hasta puntos donde los ciclistas no sólo no son bienvenidos sino que se juegan el tipo. Los trayectos urbanos y sobre todo los accesos a los mismos son los puntos más comprometidos para los que andamos en bici. Las entradas y salidas de las ciudades, las grandes rondas, circunvalaciones, conectores, autovías y autopistas urbanas con sus dimensiones extraordinarias, con su ordenación orientada al automóvil, representan las mayores dificultades para la práctica del ciclismo.
Por último, hay una realidad que es incuestionable y es que las personas con hábito de andar en bicicleta son más proclives a utilizarla como medio de locomoción urbano. Da igual que hayan entrenado para competir, que hayan orientado sus objetivos en el rendimiento, que sean unos locos del mountain bike, del BMX o del cicloturismo, unos pistards o unos hachas del ciclocross. Todos dominan un vehículo que les puede servir de transporte en la ciudad y en un número muy alto acaban haciéndolo.
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domingo, 16 de marzo de 2014
sábado, 30 de marzo de 2013
Un ciclista menos
Hay noticias de las que es mejor no haber sido informados, porque, una vez recibidas, son imposibles de ignorar. Sobre todo cuando de lo que informan es de una desgracia, de un hecho irreversible, de un suceso fatal. Anteayer tuvimos la noticia de que el tráfico se había vuelto a cobrar otra víctima entre los que andamos a pedales. Un chaval de 14 años perdió la vida en Cartagena mientras andaba en bici cuando fue arrollado por un coche.
Otro más. Otro menos. Al final, con este goteo trágico vamos a acabar dando la razón a los que defienden que esto de la bici es peligroso sólo porque no quieren reconocer que esto del coche es casi criminal, según cómo se ejerza, y que entre las filas ciclistas hay mucho inconsciente temerario cuyo atrevimiento engrosa también el número de accidentados.
Otra vez más la conjunción de factores ha dado al traste con una vida. Ciclista sin luces al anochecer, conductora desprevenida y golpe mortal. Un segundo y todo vuelta al aire.
Mientras esto ocurre, y ya son demasiados casos, los unos y los otros debatiendo si el casco previene o disuade, si el ciclista por el centro o por el lado del carril, si a contramano o no o si los espacios peatonales tienen que gozar de dicha condición o deben reformularse como ciclopeatonales.
Hasta que no se inculque la responsabilidad y el respeto escrupuloso de todas las medidas de prevención, tanto entre los automovilistas como entre los ciclistas, nos vamos a seguir encontrando con este tipo de sucesos una y otra vez. Hasta que no se conciencie a unos y a otros de que lo que está en juego son vidas y que se mata y se muere bastante más fácil de lo que nos parece, esto no va a parar. Y no van a ser las leyes que se han escrito ni las que se escriban en el futuro las que van a cambiar las cosas sino las personas.
Dicen que no hay más loco que el que no quiere reconocer su locura y más ciego que el que no quiere ver. En esto de la bici hay un tipo de locura ciega demasiado arraigada que es la de los que no quieren ser vistos y mueren en el empeño. Y para estos hay ley desde siempre, como hay infracción sistemática desde siempre. Las luces salvan vidas.
Una pena, un horror, una tragedia, pero mientras los propios encausados, víctimas potenciales, no quieran verlo, seguirán cayendo ciegos y locos.
Otro más. Otro menos. Al final, con este goteo trágico vamos a acabar dando la razón a los que defienden que esto de la bici es peligroso sólo porque no quieren reconocer que esto del coche es casi criminal, según cómo se ejerza, y que entre las filas ciclistas hay mucho inconsciente temerario cuyo atrevimiento engrosa también el número de accidentados.
Otra vez más la conjunción de factores ha dado al traste con una vida. Ciclista sin luces al anochecer, conductora desprevenida y golpe mortal. Un segundo y todo vuelta al aire.
Mientras esto ocurre, y ya son demasiados casos, los unos y los otros debatiendo si el casco previene o disuade, si el ciclista por el centro o por el lado del carril, si a contramano o no o si los espacios peatonales tienen que gozar de dicha condición o deben reformularse como ciclopeatonales.
Hasta que no se inculque la responsabilidad y el respeto escrupuloso de todas las medidas de prevención, tanto entre los automovilistas como entre los ciclistas, nos vamos a seguir encontrando con este tipo de sucesos una y otra vez. Hasta que no se conciencie a unos y a otros de que lo que está en juego son vidas y que se mata y se muere bastante más fácil de lo que nos parece, esto no va a parar. Y no van a ser las leyes que se han escrito ni las que se escriban en el futuro las que van a cambiar las cosas sino las personas.
Dicen que no hay más loco que el que no quiere reconocer su locura y más ciego que el que no quiere ver. En esto de la bici hay un tipo de locura ciega demasiado arraigada que es la de los que no quieren ser vistos y mueren en el empeño. Y para estos hay ley desde siempre, como hay infracción sistemática desde siempre. Las luces salvan vidas.
Una pena, un horror, una tragedia, pero mientras los propios encausados, víctimas potenciales, no quieran verlo, seguirán cayendo ciegos y locos.
lunes, 17 de diciembre de 2012
¿Un atropello es un accidente?
Ayer tuvimos la desgraciada noticia de otro atropello mortal, el de uno de los mejores ciclistas de montaña que ha habido en este país en los últimos años, Iñaki Lejarreta, de una de las mejores familias que ha dado el ciclismo en esta tierra, los Lejarreta, hijo del mayor impulsor del mountain bike por estos lares, el gran Ismael Lejarreta. Una desgracia que nos ha dejado helados, impotentes, sobrecogidos.
El siniestro ocurrió en una de las carreteras más frecuentadas por ciclistas de toda Bizkaia, en una recta con un fabuloso arcén y en un golpe por alcance, en un tramo con limitación de velocidad a 50 kms/hora, a las 9:30 de la mañana un domingo. El conductor, un chaval de veintipocos años, conocía perfectamente el lugar y salía de hacer su jornada de voluntariado en la Cruz Roja. Iñaki circulaba con casco, como es obligatorio en carretera. Y sin embargo ha ocurrido.
No es cuestión de investigar el caso, que quedará en manos de las autoridades competentes, pero sí quizá es momento de reflexionar, una vez más, aunque no sirva para nada, sobre cómo, incluso con todo a favor, un despiste, una maniobra fortuíta al volante, pueden ser fatales si involucran a un ciclista.
Es fácil hablar de la indefensión del ciclista, de su fragilidad, del peligro, de la prevención, pero si este tipo de sucesos quedan impunes y sólo trascienden en forma de noticias, no estaremos haciendo nada por mejorar las cosas.
Muchos serán capaces de aducir que la relación entre bicicletas y automóviles es inviable porque las fuerzas y las velocidades no están equilibradas y porque siempre pagan los débiles. Otros se atreverán incluso a esgrimir argumentos como los de la imprudencia temeraria de muchos ciclistas que circulan invadiendo la calzada impunemente y además con soberbia. Nadie en su sano juicio debería en estos momentos pensar en otra cosa que en la letalidad del automóvil y la responsabilidad que asumen los conductores cuando se ponen al volante y cómo reforzar los mensajes sobre este colectivo que es en el que reside todo el peligro.
Justo cuando la DGT, esa DGT que sigue mirando a otra parte mientras se siguen produciendo más y más atropellos, acaba de lanzar una serie de campañas recordándolo: "A tu lado vamos todos".
¿Sirve para algo todo este esfuerzo publicitario? ¿A alguno de los potenciales destinatarios le está llegando el mensaje? ¿Y un mensaje mediático puede cambiar una actitud, un hábito? ¿O todos seguimos pensando que esto no es para nosotros, que nosotros controlamos?
El asunto es terrible y se sigue afrontando como un daño colateral, como un riesgo asumido por los ciclistas, como algo casi inalterable. Es un juego siniestro, obsceno, demencial, inaceptable, insoportable.
No podemos mirar impasibles como siguen atropellando ciclistas como si fuera normal. Es necesario reclamar responsabilidades, exigir cambios, demandar medidas determinantes, esas que las autoridades siguen evitando implantar pese a que mucha gente, y muy relevante, se lo ha ido recordando todos estos años.
P.D.: Mi más sentido pésame a la familia y amigos de Iñaki Lejarreta y en especial a sus padres a los que tanto admiro y de los que guardo un recuerdo cercano, cálido, cariñoso y tremendamente implicado con la bicicleta.
El siniestro ocurrió en una de las carreteras más frecuentadas por ciclistas de toda Bizkaia, en una recta con un fabuloso arcén y en un golpe por alcance, en un tramo con limitación de velocidad a 50 kms/hora, a las 9:30 de la mañana un domingo. El conductor, un chaval de veintipocos años, conocía perfectamente el lugar y salía de hacer su jornada de voluntariado en la Cruz Roja. Iñaki circulaba con casco, como es obligatorio en carretera. Y sin embargo ha ocurrido.
¿Es un accidente?
No es cuestión de investigar el caso, que quedará en manos de las autoridades competentes, pero sí quizá es momento de reflexionar, una vez más, aunque no sirva para nada, sobre cómo, incluso con todo a favor, un despiste, una maniobra fortuíta al volante, pueden ser fatales si involucran a un ciclista.
Es fácil hablar de la indefensión del ciclista, de su fragilidad, del peligro, de la prevención, pero si este tipo de sucesos quedan impunes y sólo trascienden en forma de noticias, no estaremos haciendo nada por mejorar las cosas.
Muchos serán capaces de aducir que la relación entre bicicletas y automóviles es inviable porque las fuerzas y las velocidades no están equilibradas y porque siempre pagan los débiles. Otros se atreverán incluso a esgrimir argumentos como los de la imprudencia temeraria de muchos ciclistas que circulan invadiendo la calzada impunemente y además con soberbia. Nadie en su sano juicio debería en estos momentos pensar en otra cosa que en la letalidad del automóvil y la responsabilidad que asumen los conductores cuando se ponen al volante y cómo reforzar los mensajes sobre este colectivo que es en el que reside todo el peligro.
Justo cuando la DGT, esa DGT que sigue mirando a otra parte mientras se siguen produciendo más y más atropellos, acaba de lanzar una serie de campañas recordándolo: "A tu lado vamos todos".
¿De qué sirve?
¿Sirve para algo todo este esfuerzo publicitario? ¿A alguno de los potenciales destinatarios le está llegando el mensaje? ¿Y un mensaje mediático puede cambiar una actitud, un hábito? ¿O todos seguimos pensando que esto no es para nosotros, que nosotros controlamos?
El asunto es terrible y se sigue afrontando como un daño colateral, como un riesgo asumido por los ciclistas, como algo casi inalterable. Es un juego siniestro, obsceno, demencial, inaceptable, insoportable.
Esto no puede quedar así
No podemos mirar impasibles como siguen atropellando ciclistas como si fuera normal. Es necesario reclamar responsabilidades, exigir cambios, demandar medidas determinantes, esas que las autoridades siguen evitando implantar pese a que mucha gente, y muy relevante, se lo ha ido recordando todos estos años.
P.D.: Mi más sentido pésame a la familia y amigos de Iñaki Lejarreta y en especial a sus padres a los que tanto admiro y de los que guardo un recuerdo cercano, cálido, cariñoso y tremendamente implicado con la bicicleta.
lunes, 20 de agosto de 2012
Amigos peatones, veo biciones
Es lo que tiene el verano, el calor, las endorfinas, el bienestar que produce el pedaleo mañanero en estas tierras privilegiadas (¿cuáles no lo son?), que te hacen ver las cosas diferentes. El otro día me volvió a pasar. Iba tan tranquilo intentando mantener la media a duras penas cuando tuve esta "bición" (perspectiva ciertamente distorsionada que se tiene de algo visto desde una bici).
No es lo que parece, no es que se me represente el fantasma del carril bici también en carretera abierta y en lugares recónditos, como resultado de mis sueños impenitentes de segregación ineficaz. Es lo que es: un carril bici en toda regla y un carril peatón a su lado y convenientemente separados y defendidos uno del otro.
Por supuesto y para despejar la sombra de la duda, el carril bici no es más que un arcén en buenas condiciones, de ancho suficiente, limpio y separado del resto de carriles por una línea contínua, vamos, lo que vienen demandando los ciclistas desde los años 70. Lo realmente sorprendente es la ejecución de ese itinerario peatonal entre dos localidades adyacentes con semejantes medios.
Un poco más adelante, en esa misma carretera, hay esta otra modalidad, ya más simplista y posibilista, aunque mucho más barata, de ocupación compartida de la carretera por y para los peatones.
Pues bien, en la obligada excursión al litoral cantábrico que procuramos hacer todos los años, este año me he encontrado con esto.
Otra formulación, mucho más agradable, del mismo concepto. Los senderos peatonales aparejados a las carreteras son, sorprendentemente, mucho más transitados por los lugareños que las intrincados y estupendos que muchos marcan para los senderistas, y son utilizados durante todo el año, prácticamente todos los días.
A los lugareños y a los visitantes les gusta andar por la carretera. Porque se ha hecho de toda la vida, porque se ve quién viene y quién va, porque es el camino natural, el obvio, el histórico, el mejor, el que se fue concediendo al coche y del que el coche les ha ido defenestrando hasta hacerlos casi intransitables a pie. Incluso en carreteras comprometidas, seguimos viendo a los vecinos de los pueblos andando por ellas. Formulaciones como estas son bienvenidas entre ellos.
La prueba:
No es lo que parece, no es que se me represente el fantasma del carril bici también en carretera abierta y en lugares recónditos, como resultado de mis sueños impenitentes de segregación ineficaz. Es lo que es: un carril bici en toda regla y un carril peatón a su lado y convenientemente separados y defendidos uno del otro.
Por supuesto y para despejar la sombra de la duda, el carril bici no es más que un arcén en buenas condiciones, de ancho suficiente, limpio y separado del resto de carriles por una línea contínua, vamos, lo que vienen demandando los ciclistas desde los años 70. Lo realmente sorprendente es la ejecución de ese itinerario peatonal entre dos localidades adyacentes con semejantes medios.
Un poco más adelante, en esa misma carretera, hay esta otra modalidad, ya más simplista y posibilista, aunque mucho más barata, de ocupación compartida de la carretera por y para los peatones.
Pues bien, en la obligada excursión al litoral cantábrico que procuramos hacer todos los años, este año me he encontrado con esto.
Otra formulación, mucho más agradable, del mismo concepto. Los senderos peatonales aparejados a las carreteras son, sorprendentemente, mucho más transitados por los lugareños que las intrincados y estupendos que muchos marcan para los senderistas, y son utilizados durante todo el año, prácticamente todos los días.
A los lugareños y a los visitantes les gusta andar por la carretera. Porque se ha hecho de toda la vida, porque se ve quién viene y quién va, porque es el camino natural, el obvio, el histórico, el mejor, el que se fue concediendo al coche y del que el coche les ha ido defenestrando hasta hacerlos casi intransitables a pie. Incluso en carreteras comprometidas, seguimos viendo a los vecinos de los pueblos andando por ellas. Formulaciones como estas son bienvenidas entre ellos.
La prueba:
lunes, 26 de marzo de 2012
Y se hizo la luz
La primavera ha llegado de una bofetada. Una bofetada de sol, de calor y de luz. Y es que este año han acertado a acercar el cambio horario al equinoccio y nos han regalado una hora más de día a cambio de robárnosla de sueño ese día. No acabo de encontrarle un razonamiento lógico a todo esto del cambio horario y el ahorro energético que sólo se debe producir por una extraña coincidencia en Centroeuropa y que a nosotros, a estas alturas, nos daría igual. Deben ser los mercados que operan también para esto del tiempo en que nos quieren vivos y el que nos quieren recluídos.
El caso es que el horario de verano ya está aquí y nos ha cogido de sopetón. En algunas latitudes las estaciones suelen reducirse a dos, la seca y la lluviosa, aquí tenemos la estación de la luz y la de las tinieblas. Y ahora nos toca disfrutar de la de la luz. Y se ha notado. Todo el mundo se ha tirado a la calle. Sobre todo hoy domingo.
Hoy la cosa ha ido de hacer el dominguero por partida doble. Por la mañana por la carretera, por la tarde con la familia. Siempre con la bici, claro. Que no se diga. Ha sido una especie de reencuentro con la raza humana, con la fe perdida en las personas, con el tumulto, con el bullicio.
Por un lado, he podido comprobar que la afición al bello deporte de las dos ruedas, lejos de disminuir por los tristes episodios en los que se encuentra envuelto el profesionalismo, ha crecido. Las carreteras están llenas de gente en bici, debidamente pertrechada, que circula adecuadamente pese a ser, muchos de ellos, una partida de "globeros" (no iniciados). En la carretera también hay clases y categorías y mucho juego despectivo, como en la ciudad, pero multiplicado por muchos años de trayectoria. De todas formas, siempre es grato volver a recorrer las carreteras secundarias y atravesar los pueblos de la provincia. Es una forma de transportarse en el espacio y en el tiempo. Y lo digo en sentido figurado esta vez.

Por otro lado, he compartido la tarde con un montón de gente ociosa que, aprovechando el tiempo espléndido, se ha lanzado a la calle a pasear, muchos de ellos en bici. Muchísimos. Hemos recorrido algunas pistas y algunos carriles bici abarrotados de todo: bicis, caminantes y perros. Y hemos podido comprobar también cómo los carriles bici para lo que de verdad sirven es para esto, para deambular sin rumbo, por el mero placer de pedalear, con gente sin experiencia, con niños o con perros. Y me he dado cuenta de que en este sentido y con mucha precaución la cosa cobra un sentido.
No es que vaya ahora a justificar cualquier actuación, pero algunas sí cumplen esta funcionalidad, aunque curiosamente son las que llevan de ningún sitio a ninguna parte, por parques, por paseos o directamente por el campo.
No sé pero creo que la Vitamina D me ha pegado fuerte y me hace ver las cosas de otra manera. Que siga así y, por mi, que mantengan siempre el horario de verano aunque, como dicen los puretas del rollo, nos aleje dos horas del horario solar.
El caso es que el horario de verano ya está aquí y nos ha cogido de sopetón. En algunas latitudes las estaciones suelen reducirse a dos, la seca y la lluviosa, aquí tenemos la estación de la luz y la de las tinieblas. Y ahora nos toca disfrutar de la de la luz. Y se ha notado. Todo el mundo se ha tirado a la calle. Sobre todo hoy domingo.
Dominguereando
Hoy la cosa ha ido de hacer el dominguero por partida doble. Por la mañana por la carretera, por la tarde con la familia. Siempre con la bici, claro. Que no se diga. Ha sido una especie de reencuentro con la raza humana, con la fe perdida en las personas, con el tumulto, con el bullicio.
Por un lado, he podido comprobar que la afición al bello deporte de las dos ruedas, lejos de disminuir por los tristes episodios en los que se encuentra envuelto el profesionalismo, ha crecido. Las carreteras están llenas de gente en bici, debidamente pertrechada, que circula adecuadamente pese a ser, muchos de ellos, una partida de "globeros" (no iniciados). En la carretera también hay clases y categorías y mucho juego despectivo, como en la ciudad, pero multiplicado por muchos años de trayectoria. De todas formas, siempre es grato volver a recorrer las carreteras secundarias y atravesar los pueblos de la provincia. Es una forma de transportarse en el espacio y en el tiempo. Y lo digo en sentido figurado esta vez.

Por otro lado, he compartido la tarde con un montón de gente ociosa que, aprovechando el tiempo espléndido, se ha lanzado a la calle a pasear, muchos de ellos en bici. Muchísimos. Hemos recorrido algunas pistas y algunos carriles bici abarrotados de todo: bicis, caminantes y perros. Y hemos podido comprobar también cómo los carriles bici para lo que de verdad sirven es para esto, para deambular sin rumbo, por el mero placer de pedalear, con gente sin experiencia, con niños o con perros. Y me he dado cuenta de que en este sentido y con mucha precaución la cosa cobra un sentido.
No es que vaya ahora a justificar cualquier actuación, pero algunas sí cumplen esta funcionalidad, aunque curiosamente son las que llevan de ningún sitio a ninguna parte, por parques, por paseos o directamente por el campo.
No sé pero creo que la Vitamina D me ha pegado fuerte y me hace ver las cosas de otra manera. Que siga así y, por mi, que mantengan siempre el horario de verano aunque, como dicen los puretas del rollo, nos aleje dos horas del horario solar.
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