lunes, 18 de diciembre de 2017

Desempoderar a las bicicletas en las aceras y a los coches en las calzadas

Parece ilegítimo, para aquellas personas que demuestran haber asumido que desempoderar al coche en la calzada es una batalla perdida o un camino demasiado largo, proponer el descabalgamiento de los ciclistas refugiados en las aceras. Así lo demuestra la sorpresa mezclada con indignación que exhiben esos presuntos defensores de la bicicleta cuando se les recuerda de manera amable o por vía legal que las bicicletas no pueden ni deben circular por las aceras, que les hace inferir el abandono de esa opción de movilidad en favor de otras menos deseables bajo la amenaza: "si no puedo andar por las aceras, entonces dejo la bici". Como si lo que llevan unos años haciendo, por pura inoperancia de los gobernantes de turno y por el mero hecho de haber sido consentido, fuera natural e incluso nos hicieran un favor haciéndolo.

Nunca se ha podido circular por las aceras en bicicleta. Nunca de una manera indiscriminada e incondicional, como se está haciendo hoy en día en muchas ciudades. Siempre ha sido de manera excepcional y en condiciones de excepcionalidad (paseos, parques, menores, etc.) Pero el interés y/o la cobardía de muchos políticos gobernantes y de todo el lobby empresarial y social que mantiene la industria del coche han permitido o, en muchos casos, ha fomentado esta deriva, con el objetivo de mantener la predominancia y la prioridad de elección del coche como medio de transporte, incluso asumiendo unos costes y unos daños colaterales descabellados. Esto ha generado un agravio terrible entre la mayoría peatonal, convirtiendo espacios anárquicos y tranquilos en vías de circulación, donde se ha reproducido la relación prepotente que sufrían los ciclistas por parte de los automovilistas, convirtiendo a aquellas víctimas en los actuales verdugos.


Ahora que algunos gobernantes han tratado de retomar el asunto y reconducirlo hacia donde, por lógica, nunca debería haber dejado de estar, resulta que se encuentran con resistencias por todos lados. Y se encuentran, en esto de las bicis (pero si habláramos del transporte público la tesitura no cambiaría mucho), con resistencias no ya sólo del conservadurismo "autocrático" (de auto) clásico representado por todo ese lobby que defiende el uso del coche a capa y espada, sino ahora también con toda esa gente que se ha incorporado al uso de la bicicleta de manera anómala e irregular y que no sabe ni quiere saber nada de otra cosa que no sea circular por carriles bici y por aceras y parques, sea en las condiciones que sea.

Esa es la situación, ese es el reto y esta es la encomienda: hay que recordar a la población en general que el uso abusivo que se está haciendo del coche en la ciudad es insostenible y que las calles no deberían servir principalmente para circular y aparcar coches, motos o bicis, sino para aprovecharlas para realizar la vida pública en condiciones agradables, seguras, limpias e igualitarias. Y, puestos en ello, deberíamos recordar que, aunque las bicicletas sean más bienvenidas que los automóviles, que las motos y que los buses, deben respetar esta encomienda y cooperar en la amabilización de las calles, en el calmado del tráfico, en el respeto escrupuloso e incondicional de las aceras, de las plazas y de los parques como espacios sin circulación. Y luego estarán las excepciones.

Así pues, queridísimos y queridísimas ciclistas con vocación de peatones, no vamos a contar con vosotras ni con vosotros en esta misión, porque, aunque os sintáis víctimas de un engaño histórico que os hizo creer que andar en bici de cualquier manera era bueno así porque sí, queremos que sepáis que vuestra práctica no es bienvenida en la ciudad del futuro, que es esa donde el coche no va a ser aceptado y donde las bicicletas y el transporte público van a rendir pleitesía incondicional a las personas de a pie. Vuestra insumisión la tomaremos como una resistencia al cambio, normal pero no deseable, y por tanto trabajaremos para desautorizaros por medios asertivos o coercitivos, si los primeros no funcionan, que, visto lo visto, parece que va a ser que no.


Pero no va a bastar sólo con trabajar contra esta práctica generalizada. Hay que empezar desempoderando a los automovilistas, sean conductores de coches, de motos, de furgos o de buses, en la calzada, donde nunca debieron haber sido tan poderosos. Recordando, vigilando y castigando si es caso las malas prácticas. Controlando velocidades, conductas, faltas de respeto, pretensiones y cualquier indicio de violencia vial.

Otro día hablamos de patinetes, scooters, bicis, sillas, coches y camiones eléctricos, si os parece. Mis mejores deseos para el fin de año.

lunes, 6 de marzo de 2017

Sí Amazon puede, tú seguro que puedes

Estamos anonadados con las prácticas de los monstruos de la venta on-line mundiales por su diligencia y sus precios inigualables. Ahora clicas en la pantalla y adquieres no sólo productos y servicios deseables, sino también inmediatez. El placer se multiplica. Ya no es suficiente con la compulsión, esa satisfacción que dura una docena de latidos en los que la sangre rebota en las sienes haciendo sentirte todopoderoso, ahora puedes decidir cuándo quieres disfrutar de la posesión de tu compra.

Ahora mismo. Oraintxe, que diríamos por aquí. Ara mateix, agora mesmo, right now, tout de suite, ahoritita... da igual el idioma, es ¡ya!

Da igual cómo se monta la tela de araña, pero nos tiene atrapados, encantados, cautivos en una mezcla de ubicuidad, borrachera de abundancia, oportunidad, necesidad... todo ello sucedáneo seguro de una felicidad que no se nos asoma, de una soledad que nos acompaña, de una insatisfacción casi permanente, de una ansiedad que no sabemos saciar. El caso es que triunfa y, para hacerlo, se vale de cualquier medio.

Los grandes monstruos del e-commerce lo saben y siguen apostando a fórmulas que, al final, juegan con abaratar la producción, eliminar la cadena comercial y ser intensivas en un transporte que el mundo sigue manteniendo barato a costa del propio planeta. "Compra y lo puedes disfrutar mañana en tu casa". "Compra y lo tienes en dos horas en tu domicilio". Por arte de magia, porque somos todopoderosos, omnipresentes. Y nosotros compramos. ¡Vaya que si compramos! Y nos lo traen. O lo intentan. Y fracasan, sobre todo, en la entrega terminal. Aunque en realidad no fuera tan urgente. Pero fracasan.

Y fracasan porque no es tan fácil encontrar a la gente en su casa. Y eso provoca una ineficiencia y unos costes en el transporte realmente formidables (eso y las devoluciones, que se producen en casi un 30% de los envíos), lo que ha obligado a dichas empresas y sus socios logísticos y de distribución necesarios a replantear y reinventar la entrega/recogida terminal. Y se han inventado los puntos de entrega concertados, en establecimientos o en taquillas automáticas, donde el destinatario se acerca para recoger su compra o hacer su devolución. Pero no les acaba de funcionar.

Otra fórmula, sobre todo para entregas en zonas de tráfico restringido, es contar con empresas especializadas en dicho trabajo, con formulaciones como microplataformas de distribución de última milla o por simple contratación de servicios. Se ha revelado la más eficiente, la más ecológica y la más amable. Porque trabaja desde la proximidad, que le permite ofrecer un punto de recogida cercano, hacer profusión de viajes en un área relativamente reducida, concertar las entregas, y todo ello con medios amables, vehículos a pedales o con asistencia eléctrica, ligeros y divertidos.


Lo mejor de esta opción, además de que normalmente está promovida por empresas locales con un compromiso y un conocimiento de su entorno y de sus personas incomparables, es que está al alcance de cualquiera, no sólo de los grandes operadores mundiales.

Esta es la clave.

Si Amazon, por nombrar al más conocido de estos operadores, busca soluciones de proximidad y está montando almacenes en el centro de las ciudades y subcontratando servicios al mejor postor porque su demanda de transporte es inabarcable por el sistema de transporte tradicional, ¿por qué los comercios locales, que ya tienen sus establecimientos montados y sus almacenes al lado de sus clientes no pueden proponérselo?

La respuesta es fácil: porque no venden lo suficiente. Pero no es la única.

Igual es que no creen que pueden competir con el fantasma de internet que les tiene acogotados.

Igual es porque siguen anclados en formulaciones obsoletas de venta que se reducen a tener unos metros cuadrados, personal para atenderlos y levantar la verja cada mañana.

Igual es que no son capaces de creer en su diferencia esencial respecto al mundo virtual, que es que ellos son tangibles, que allí puedes tocar, oler, probar el producto y pedir consejo a una persona que puede atenderte y puede entenderte, aunque muchas veces no quiera hacerlo.

Igual es que "Tu tienda de siempre" tiene que reinventarse y eso pasa, entre otras cosas, por estar atenta y ser excelente en el trato personal. Por ser original, única y exclusiva. Por querer a su clientela como a su familia. Por tener personas que atienden y tratan de entender a personas, y les aconsejan si les piden consejo y les ayudan y les acompañan en su decisión de compra.

Igual es que el comercio tradicional tiene que tener una tienda on-line para dar credibilidad a sus productos y servicios.

Igual es que el comercio tradicional tiene que asociarse para algo más que para hacer campañas anodinas y legalar carnets de fidelidad, flores, boletos de tómbola o pagarse la iluminación navideña.

Igual es que el comercio tradicional tiene que actualizarse y competir en servicio, proximidad y tangibilidad con esos monstruos que sólo pueden ofrecer precio, globalidad y virtualidad.

Igual, sólo igual, es que no han sido capaces de preguntárselo a esas personas que entran en su establecimiento. O que no han sabido ofrecerlo a su comunidad en alianzas locales, con otras empresas locales... y siguen esperando a que sus tiendas se llenen porque sí, porque la gente pasea por su calle o simplemente porque las tienen abiertas.

Desde luego, lamentarlo no arregla la situación y pelear contra elefantes con tirachinas es una pérdida de tiempo y energía peor que lamentarlo.


Txita, de la mano del Departamiento de Movilidad del Ayuntamiento de Donostia y San Sebastián Shops y dentro del proyecto Cyclelogistics, ya lo está proponiendo.

lunes, 27 de febrero de 2017

Más acera bici, menos ciclabilidad

Otra parcela recién urbanizada, con todos los elementos de decoración urbanística, se va a poner en juego mañana en alguna zona de algún punto de nuestra geografía, de cuyo nombre y localización no quiero acordarme, porque no viene a cuento.


El cuento es que esta parcela recién urbanizada va a tener de todo. Pero de todo, de todo. Sus bancos, sus aceras anchas, sus columpios, su fuente, sus farolas, sus carreteritas, sus aparcamientos y, como no podía ser de otra manera, sus aceras bici y sus microzonas de convivencia con pavimento de otro color... todo un ejercicio de diseño urbanita, actual, tendencial y poco práctico. De catálogo.

No importa quién es el responsable de turno. Lo que importa es que alguien, quizá bastante gente, será capaz de aplaudir esta actuación porque reúne los requisitos imprescindibles para que se convierta, por mera enumeración, en un espacio social sostenible lo que no era más que un solar industrial abandonado. 


El problema es que, las mismas personas que aplaudirán la inauguración de esta parcela o de la siguiente, o de la que se inauguró hace menos de un año y que casi linda con ésta, pero que no se integra con ella de ninguna manera, luego se lamentarán de que esas infraestructuras no les llevan a ninguna parte, más allá de a una estadística que sigue engordando sin sentido.

Hablando de movilidad, en esta parcela se ha ideado una acera bici,de 300 metros, invasiva, bidireccional, de apenas 1,50 metros de ancho (aunque en proyecto figurara de 2 metros) y que, como condición indispensable, además de contar con una chicane fenomenal para cambiarse de acera, lleva de ningún sitio a ninguna parte. Ah, un detalle tonto: la calzada contigua, que no se espera que tenga tráfico importante, tiene un carril por dirección (en esos 300 metros), perfecta para integrar cualquier tráfico ciclista, tanto residual como relevante


Otro triunfo del urbanismo moderno ombliguista y autojustificado. Otra calamidad para el compendio de despropósitos en una ciudad que sigue venerando al coche y que sigue ignorando a cualquier modo alternativo de transporte. Otra demostración de que en esta ciudad, como en la mayoría, no se planifica la movilidad. Otra chapuza aislada y desconectada. Otro dispendio. Otra constatación de que la bicicleta no tiene credibilidad ni crédito.

Mientras sigamos consintiendo este tipo de actuaciones con indolencia y hasta con felicidad irresponsable, seguiremos proponiendo un modelo de ciudad y de movilidad que no sólo no incluye la bici, sino que la excluye, y que no mejora su visibilidad y sus posibilidades, sino que las empeora.

Mientras no tengamos ningún criterio respecto a cuándo, cómo, por qué y para qué segregar el tráfico ciclista y cuáles son las normas básicas para hacerlo, todo lo que se haga será una improvisación y un ejercicio de posibilismo inconsciente. 

lunes, 20 de febrero de 2017

Las reglas de la discordia y el despropósito ciclista

Ocurre cada vez que se redacta una nueva norma. Cualquier normativa trata de recoger realidades y delimitar supuestos, para pasar a ordenar las prácticas y determinar cuáles se permiten y con ello se favorecen y cuáles se limitan o directamente se prohíben. Difícil asunto, máxime cuando la realidad es cambiante y cuando las prácticas que se quieren desincentivar han llegado a hacerse habituales, muchas veces por dejadez o negligencia, otras por conveniencia ventajista, otras por miedo, otras, las más, por un interés implícito en que se produjeran.

Es lo que está pasando en Pamplona, y en algunas otras ciudades, en este preciso momento. Después de unos cuantos años, demasiados, de permisividad o de simple pasividad por parte de quienes sólo creían que debía actuarse para favorecer el tránsito motorizado en las ciudades y cuya obsesión era que éste no se congestionara y que, por supuesto, no se colapsara, las nuevas incorporaciones ciclistas se han producido de una manera anómala, muchas veces incentivada por infraestructuras deficientes y desarrolladas en plataformas peatonales.

En este contexto, tratar de revertir un proceso que lleva una inercia de más de 10 años, después de una inacción de otros 10, pasa por sentar las reglas del juego otra vez. Y es aquí donde surgen los problemas, que son problemas de fondo. Analicemos los cambios que propone la nueva ordenanza que va a tratar de regular el tráfico, la circulación y, en último término, la movilidad, en lo que afecta a los ciclistas (porque son el colectivo que ahora mismo está fuera de juego).

Página interior de Diario de Navarra dedicada al asunto (la imagen que la acompaña no tiene desperdicio)

Las bicis deberán circular en calzada por el centro del carril

La principal novedad que aporta la nueva norma es que recomienda circular por la calzada ocupando un carril y circulando por el centro del mismo. Algo que debería ser universal pero que, estando supeditada a la norma de mayor rango (el Reglamento General de Circulación) que la DGT sigue manteniendo en estado de presunta revisión desde hace ya van para 6 años, continúa siendo ilegal. Bienvenida esta medida, que da cobertura a actuaciones totalmente simbólicas como son las ciclocalles (esas en las que se pinta una especie de embocadura de carril bici por el centro del carril junto con una señal de limitación de la velocidad a 30 km/h) y que normaliza una práctica que aporta mucha más seguridad y visibilidad al tráfico ciclista en la práctica totalidad de las calles que cualquier infraestructura que se diseñe.

¿Por dónde puede circular una bici?

Estúpido ya sólo formular la pregunta. Pero, cuando la cosa se ha ido tanto de las manos, hay gente que pretende ignorarlo y, a fuerza de repetírselo, ha conseguido autojustificarse hasta tal punto que ha cuestionado lo normal para argumentar lo extraordinario. Vamos, que no se puede circular por las aceras. Punto. Tratar de hacer de la excepción regla, enumerando las excepcionalidades es el pecado que encierra este punto: aceras bici "pintadas en el suelo", parques y paseos...

Está prohibido circular en bici por las aceras

Curiosamente la que no aporta ninguna novedad, es la que más indignación provoca entre la masa crítica que en esta ciudad se ha constituido de manera ilegal en las aceras. Las bicicletas son vehículos y su espacio natural y por defecto es la calzada. No debería ser discutible. Y, sin embargo, es el que más resistencia va a generar y el que más va a calentar el discurso totalmente aberrante de quienes se han adjudicado un derecho donde no había sino una infracción, por más colectiva que esta fuera. Ese discurso que sólo concibe la circulación ciclista fuera del tráfico y lejos de la calzada, fundamentado en ese miedo tan incuestionable como interesado. Pretender cuestionar este punto de la norma es una muestra de la alienación de la práctica ciclista en muchas ciudades de arraigada cultura automovilística.

Fuera de estas, los demás puntos no dejan de ser anecdóticos, cuando no ridículos. Ejemplos:
  • No hay que pararse en los pasos ciclistas... pero hay que bajarse de la bici en los pasos de cebra..- Demencial medida que reconoce una prioridad que es la causante de la mayoría de los accidentes ciclistas graves, producidos por las deficiencias de las vías ciclistas alejadas del tráfico, que invisibilizan la circulación ciclista y exponen a sus usuarios a peligros formidables en las intersecciones. Ahora con prioridad incluída. Lo de cruzar un paso de peatones sin desmontar de la bici es el colmo de la enajenación colectiva y de la normalización institucionalizada de la circulación ciclista empoderada en las aceras.
  • Adelantar a 1,5 metros de distancia lateral.- Otra aberración propia de la prepotencia que ha cobrado la práctica ciclista en plataformas peatonales. ¿Quién, cómo y cuándo va a medir esta distancia en adelantamientos a peatones e incluso en adelantamientos entre vehículos? Recomendación: viandantes, dotaros de bastones de 1 metro y blandirlos a discreción cuando os dé la gana. 
Otras prohibiciones casi cómicas, que no merece la pena ni tratar:
  • No se puede pasear al perro en bici (aunque haya accesorios homologados para hacerlo)
  • No se puede pedalear y llevar auriculares (pero sí se puede conducir automóviles aislados sonoramente con la música a tope).
  • No se puede circular en bici sin timbre (otra derivada del ciclismo peatonal ¿alguien puede decirme para qué sirve un timbre en una bici de carretera que sólo circule por la calzada o en una de monte para su uso deportivo?)
Y algunos permisos que no están del todo mal, pero que encierran sus vicios:
  • Nuevos semáforos que sólo regulan tráfico ciclista (que pueden generar desconcierto)
  • Se puede circular en bici en paralelo (poco recomendable en ciudad)
  • Se puede circular en bici en dirección contraria si está señalizado (con lo cual, ya no es contraria)
Y las relativas al aparcamiento y al robo (que siempre van de la mano):
  • Nuevo registro de bicis voluntario para controlar el robo (otro cuento que todavía hay gente que se lo cree)
  • No se puede aparcar la bici en cualquier sitio (aunque sí que te la puedan robar de cualquier sitio)
  • La grúa podrá retirar bicis de la vía pública

En definitiva, un compendio de parches que tratan de contener el desvarío en el que se ha convertido la práctica ciclista, que no acaban de atajar el problema de fondo, que es la sistemática y progresiva deshabilitación de la circulación ciclista por la calzada y la consecuente invasión de las plataformas peatonales, con la intimidación y el coartado de la libertad de viandantes, paseantes o de los simples "disfrutantes" de dichos espacios, que ello conlleva.

domingo, 19 de febrero de 2017

No hay cambios reales en movilidad sin consenso social y compromiso ciudadano

Estamos viviendo una época de cambios, aunque algunos sean puramente estéticos, en la forma de gobernar nuestras ciudades. Los nuevos equipos de gobierno, sobre todo aquellos que han sido fruto de coaliciones, están obligados a buscar puntos de encuentro y consensos sobre cuestiones fundamentales. Si a eso añadimos la necesidad de cumplir con las exigencias de participación que marca la ley, mejorada con un cambio de actitud respecto a este aspecto que en muchos casos ha devenido en una suerte de exaltación de los procesos de participación (lo que hay gente que ha denominado como participacionismo) nos encontramos con un escenario en el que cada vez hay más espacios donde ejercitar el derecho a opinar, proponer y discutir algunos asuntos públicos, de los cuales la movilidad es quizás el que más interés suscita y el que más visibilidad pública tiene.


Es este estado de cosas, resulta clave la actitud de los responsables públicos a la hora de mantener el equilibrio entre la imperiosidad, la conveniencia y la vocación a la hora de buscar los consensos necesarios para que la movilidad sea una cuestión que ataña al bien común o para que se convierta en un caramelo que, dada la repercusión mediática y social que conlleva, se instrumentalice como una opción partidista y se utilice a modo de ariete para buscar rentabilidad política, en vez de rentabilidad social.

Es clave para poder asumir nuevos retos, perentorios dada la situación insostenible en la que nos hallamos, que entendamos todos y principalmente los responsables políticos, que los cambios que necesitamos en movilidad no dependen tanto de la determinación y energía de una opción política que trate de demostrar a corto plazo que las cosas están cambiando, como de la necesidad de contar con un consenso político y social que posibilite que este proceso tenga la legitimidad suficiente como para contrarrestar las tentaciones de la alternancia política o los celos partidistas y para que se materialice a lo largo de varias legislaturas.

Tenemos que tener presente que nos encontramos ante un reto que requiere varios lustros de labor continuada tanto en la toma de medidas y la ejecución de actuaciones encaminadas a dificultar el uso del coche como en la misión pedagógica a todos los niveles que requiere un cambio de hábitos como el que se pretende, para empezar a devolver frutos a una ciudad.


La movilidad debe afrontarse como una cuestión de bien común, siendo el bien común un concepto que en general puede ser entendido como aquello de lo que se benefician todos los ciudadanos o como los sistemas sociales, instituciones y medios socio económicos de los cuales todos dependemos que funcionen de manera que beneficien a toda la gente. Y necesitamos que toda la gente o una buena parte de ella entienda que el reto de la movilidad merece la pena.

Y más que la movilidad, la calidad de vida de nuestras ciudades, la sostenibilidad económica y social de las mismas, la habitabilidad del espacio público, la necesidad de que los entornos urbanos sean vivibles, seguros, justos, agradables, interesantes, atractivos, deseables.

Cambios de esta magnitud, de esta profundidad y de semejante dimensión tanto cualitativa como cuantitativa deben ser afrontados y asumidos con un consenso social suficiente que incite y concite la corresponsabilización tanto de todos los agentes sociales y políticos, como de la ciudadanía en general.

Sin consenso a todos los niveles y en todas las direcciones (vertical, horizontal y transversal) un problema como el que tratamos de resolver que depende tanto de mantener líneas de actuación más allá de lo que muchos políticos están dispuestos a mirar y que requieren de la coordinación de distintas áreas municipales, pero que, sobre todo, depende de decisiones personales que suponen cambio de hábitos y rutinas, esto no hay quien lo afronte.

Un consenso que habrá que revisar y refrendar con relativa frecuencia, para no perder el pulso de la ciudad y su ciudadanía, en procesos inclusivos e incluyentes.

lunes, 13 de febrero de 2017

El coche mata

Partamos de la premisa de que nadie quiere matar a nadie, al menos cuando conduce. Premisa a veces difícil de asumir cuando se presencian determinadas actitudes aberrantes de determinadas personas al volante. Pero contemos con que matar resulta, cuando menos, incómodo y desagradable, sobre todo cuando es fortuito, y al volante, aunque frecuente, se nos sigue presentando como algo casual. Si no, no se les llamarían "accidentes" a lo que no son sino "homicidios imprudentes". Pero seguimos usando paños calientes con el tratamiento del asunto.

Ayer tuvimos la terrible noticia de otro atropello fatal en la ciudad desde la que escribo. Una señora de 76 años, cruzando por un paso de peatones, es arrollada por un automóvil y horas más tarde fallece. Un paso de peatones sin semaforizar, que parece que fuera una especie de atenuante cuando, en realidad, debería ser un agravante, más cuando está perfectamente señalizado e iluminado. Terrorífico, por más habitual que se nos quiera mostrar por reiteración.


Vivimos en medios hostiles para todas aquellas personas que no hayan elegido un medio motorizado para desplazarse (y, a veces, hasta para las que lo han elegido). Lo peor del asunto es que lo tenemos tan interiorizado que contamos con ello. Daños colaterales. Males necesarios. Penas consentidas.

En esta ciudad, hoy vive una persona menos gracias a un sistema que consiente el homicidio negligente, da igual si con pena o sin ella. Esto es lo terrible. Y seguimos jugando con ello como algo no sólo soportable, sino deseable. Porque no nos engañemos, conducir automóviles todavía está considerado un derecho y una demostración de bienestar para las personas que lo hacen, y un indicador de salud económica para las sociedades que lo promueven.

Porque nos importa más garantizar presuntos derechos innegociables, como el acceso al coche mediante subvenciones a la compra o a la producción, la accesibilidad en automóvil a todos los rincones o la preponderancia (tiranía más bien) de los modos motorizados en la lógica vial, que sacar la cuenta de los perjuicios que ello nos provoca. Y las muertes son lo peor, pero, por desgracia, no es lo que más nos cuesta, porque no nos damos cuenta de que lo estamos pagando con creces por la puerta de atrás en la cuenta ambiental, la cuenta de la salud pública (enfermedades respiratorias, cardiovasculares, psicológicas, etc), la cuenta de la sustracción de espacio público, la cuenta de la violencia vial, la cuenta en definitiva de un modelo de vida que es tan agresivo y tan dañino para las personas que lo practican, como para las que lo sufren.

Sigamos jugando con estas armas y lamentémonos de sus daños colaterales con la boca pequeña mientras seguimos pregonando sus beneficios. A ver cuánto duramos.

martes, 7 de febrero de 2017

El resultado de una política pro-bici fallida: estancamiento ciclista, automovilismo reforzado

Me lo comentaban algunas de las personas que más crédito tienen para mi en el análisis de la evolución de la movilidad urbana y su relación con el desarrollo de la movilidad ciclista. Lo que en su día se vendió en algunas ciudades como apuestas revolucionarias en favor de la bicicleta y que supusieron una referencia no sólo a nivel estatal, sino también en un contexto europeo, han quedado en poco más que una anécdota, porque no se ha acabado de cuestionar el automovilismo dominante. Aunque se hagan declaraciones de intenciones fenomenales y actuaciones tan pretendidamente efectivas como la implantación de carísimos sistemas de bicicletas públicas o la habilitación de aún más carísimos kilómetros de carril bici, de ciclocarriles o de calles con calmado de tráfico.


No es que crea que la relación "impulso de la bicicleta - reducción del uso del coche" sea correlativa, como creen algunos, ni mucho menos. Pero este espacio, además de tratar de pretender hacer una humilde contribución para tratar de construir un nuevo modelo de ciudad orientado a las personas donde la movilidad sea considerada, más que un derecho incuestionable, un indicador de dependencia, busca tratar de comprender la situación de la bicicleta en este escenario y considerar cuáles pueden ser las claves para impulsar su uso.

Enseñar a depender y a prescindir del coche a la misma generación

En esas llevamos unos cuantos años y siempre tropezamos en el mismo escollo, ese que nos da miedo presentar porque supone cuestionar el mismo modelo frente a la generación a la que le pedimos que lo asumiera, y al que ahora pretendemos que tenga que renunciar, por convicción, a regañadientes o forzados por la necesidad de que nuestros entornos urbanos sean simplemente vivibles. El famoso modelo de cole, casa, trabajo y ocio deslocalizados gracias a la ubicuidad que nos proporcionaba el coche. Ese que ahora vemos el precio inasumible que tiene y que queremos desmontar.

En esta difícil tarea de ir devolviendo a las ciudades una mejor calidad de vida, mucha gente ha errado en el diagnóstico y mucha más lo ha hecho en las medidas y actuaciones más acertadas para reducir la presencia y la incidencia del transporte privado motorizado (coches y motos) en el espacio urbano.

El coche es el problema, la bici no es la solución

Y de estos muchos, la mayoría se han equivocado en el papel que podía representar la bicicleta en este proceso. Y han creído que bastaba con dar presencia a la bicicleta y hacerla concursar en el viario para conseguir el objetivo. Y así se lanzaron y se siguen lanzando a poner bicicletas en juego, bien sea gracias a exiguos carriles bici que siempre acaban en alguna ratonera, bien a través de habilitar ciclocalles mediante un poco convincente y poco vigilado modelo de convivencia e integración de la bicicleta en el tráfico que sólo no disuade a los más valientes, bien a través de ampulosos y desproporcionados sistemas de bicicletas públicas, ahora también con asistencia eléctrica, para regocijo de sus usuarios.

Pero se han olvidado que una bici más no representa un coche menos en la mayoría de los casos, por más que ocupe el espacio y la prioridad que desproporcionadamente se le ha concedido a éste para circular y para aparcar. Y este mal es endémico. Porque la felicidad pro-bici no deja ver a mucha gente que ahora está al mando de la cosa pública que la verdadera tarea, la misión, no es convencer a la gente de que utilice la bici tanto como disuadir e imposibilitar que la gente utilice el automóvil a discreción y con todo tipo de facilidades.

Eso le ha pasado por ejemplo a Barcelona, ciudad emblemática por protagonizar una eclosión ciclista hace una década, pero que no ha conseguido frenar en absoluto el modelo automovilista y que es una de las ciudades que mejor ha sabido vender lo que no ha hecho nunca, vestida eso sí de gala con un sistema de bicicletas públicas y una tímida por no decir ridícula batería de medidas facilitadoras del uso de la bici. Barcelona no ha conseguido atajar, ni siquiera reducir la presencia y la predominancia del automóvil en su sistema urbano, lo que ha devenido en el efecto contrario, es decir, en su consolidación e impulso. Pero tampoco lo han hecho Sevilla, Zaragoza o Valencia, con el mismo bombo y platillo.

Esperar más es condenarse a más largo plazo

Resulta lamentable diferir más la intervención sobre el que ahora mismo es el problema de salud más acuciante de nuestro modelo urbanístico presuntuoso e insostenible. Las ciudades no son vivibles, no son respirables, no son amables, no son inclusivas, no son espacios sociables, no tienen futuro tal como las hemos concebido. Hay que deconstruirlas.

Y eso pasa, en términos de movilidad, por deslegitimar el uso intensivo e improcedente del coche. Y para eso no basta con introducir bicicletas y parafernalia bici en el viario, ni basta con habilitar nuevas zonas peatonales a las que garantizamos la accesibilidad también en vehículo privado a motor. Hay que eliminar viajes motorizados. Y, por desgracia, el trasvase de usuarios en esta generación acomodaticia y posibilista, no se va a producir del automóvil a la bicicleta más que en una proporción mínima. El verdadero trasvase de usuarios va a optar en primera instancia por el transporte público y, quizás, y sólo quizás, una vez descubra sus deficiencias e incomodidades, darán el paso a la bicicleta.

Menos coches, más ciudad

Pero para eso hay que desarticular la Ciudad de los Coches y no precisamente para montar la Ciudad de las Bicicletas, sino para dar paso a la Ciudad de las Personas. Y eso hay que empezar a hacerlo ya. Calmando el tráfico, estrangulándolo progresivamente, eliminando y encareciendo de manera imperceptible pero constante las oportunidades de aparcamiento, desmontando autopistas y atajos para coches, habilitando espacios públicos libres de circulación en el centro y en los barrios, potenciando el comercio y la vida de proximidad, relocalizando las actividades en el núcleo urbano, educando y haciendo conscientes a las generaciones que van a tomar la alternativa de las condiciones en las que les hemos dejado el ruedo y las herramientas y decisiones que tienen que tomar para poder lidiar en esa plaza sin ser embestidos por esas bestias que alimentaron sus antecesores, entre muchas otras cosas.

Y paralelamente ir armando un sistema de transporte público atractivo y eficiente y permeabilizando la ciudad a los tránsitos ciclistas, sobre todo en los puntos donde más difícil sea la convivencia por intensidad de tráfico, velocidad relativa, por existir barreras, grandes nudos viarios o pendientes pronunciadas. En actuaciones que cumplan unos criterios de ejecución que garanticen la seguridad, la comprensibilidad y la replicabilidad de las mismas, huyendo de la cirugía posibilista y de la ingeniería de facultad, sea lo que sea lo que se proponga (calles de convivencia, ciclocalles, carriles bici, aparcabicis, aparcamientos bici o plataformas que permitan la inclusión de bicis), 

Siempre sin perder la perspectiva de seguir desarmando progresivamente la lógica automovilística y protegiendo a nuestra verdadera masa crítica: la peatonal.

Es una ardua tarea y nos va a llevar unas cuantas legislaturas y probablemente un par de generaciones, pero no se puede diferir más. La ciudad, como está concebida actualmente, más que ser insostenible, nos está ahogando, nos está matando, fundamentalmente, por el modelo de transporte y de vida que hemos elegido, consentido o simplemente asumido. Empecemos a darle la vuelta.

jueves, 12 de enero de 2017

El juego (infantil) de la movilidad deseable

Hemos dejado las ciudades en manos de técnicos y políticos, que han hecho y han deshecho a su antojo. Han partido y han repartido teniendo en cuenta criterios más que discutibles, pero que en su día fueron santo y seña de una forma de entender las ciudades y su desarrollo, y ahora nos encontramos en el entuerto de tratar de darle la vuelta poco a poco a ese modelo, para proponer otro menos agresivo, menos contaminante, menos centrado en la movilidad y más centrado en las personas y en el uso del espacio público. Y nos encontramos con que los encargados de deconstruir esta ciudad son, en gran parte, los mismos que participaron en su montaje.

Así, cuando se propone la conversión de una zona de circulación a una zona sin ella o la reversión de una autopista urbana para convertirla en una vía más amable y más orientada a las personas, nos encontramos que dependemos de los mismos cuerpos de élite que las hicieron (o sus sucesores con la misma conformación mental). Para muchos de ellos (por suerte no todos) tratar de desmantelar una vía de circulación es poco menos que un sacrilegio que hay que argumentar y apoyar con estudios de movilidad que lo justifiquen y que siempre será sospechoso de ser una forma sutil de sedición al predominio del coche como garante del progreso y a no sé qué derechos asociados a su posesión.

El caso es que para proponer un nuevo modelo de calle hay que hacer un ejercicio que, por lo que nos han dado a entender, sólo está al alcance de las élites de la política, del urbanismo y del tráfico, normalmente condicionadas por su bagaje de décadas en el ejercicio de justificar lo anterior o sus propias reivindicaciones históricas. Los legos no podemos participar porque no pertenecemos a esos gremios arrogantes, celosos y endogámicos. O eso nos han dado a entender.

Pues, haciendo un ejercicio de irresponsabilidad y rebeldía doméstica, nos hemos puesto en casa a jugar a ser arquitectos, ingenieros, políticos y gestores del tráfico. Y, para hacerlo, me he rodeado de dos criaturas inocentes de 10 y 13 años, ambas usuarias de la bici en espacios urbanos. Lo hemos llamado "Vamos a sacar las bicis de las aceras". ¿Nuestras herramientas? Un ordenador con acceso a internet, papel y lápiz y unas piezas de Lego. Y le hemos dedicado 3 sesiones al asunto.

Sesión 1: Vamos a ver cómo es la calle en la que queremos intervenir

Y cuál es el objetivo de la actuación que proponemos: hay que reducir el espacio de circulación de los coches, hay que reservar un carril para el bus, hay que permitir hacer las operaciones de carga y descarga y, lo más importante, hay que sacar las bicicletas de las aceras.

Estudiamos atentamente la calle en el ordenador, gracias, sobre todo, al Street View de Google Maps, y medimos anchuras para hacernos la plantilla que nos servirá de tablero para nuestro juego. La hemos visitado "in situ" previamente.

Sesión 2: Vamos a hacer lo que nos dé la gana

Pero teniendo en cuenta que la calle sigue viva y tiene sus servidumbres: la gente tiene que acceder a las marquesinas del bus, a los contenedores de la basura, se tiene que poder hacer el reparto de mercancías y debe estar garantizado el acceso a los garajes y bolsas de aparcamientos en superficie.


Las reglas: podemos tocar todo menos las aceras (las medianas, en principio, tampoco) y tenemos que explicar cómo funcionan las distintas opciones y cómo interactúa cada usuario tipo (automovilista, conductor de bus, usuario del bus, repartidor, ciclista y peatón con sus distintas necesidades, además de la de desplazarse) con el resto de usuarios de la calle. Para ello utilizaremos fichas tipo (1 para peatón, 2 para bici, 6 para coche, etc.) y también colocaremos elementos del mobiliario urbano como bancos, terrazas, farolas, marquesinas y contenedores de basura.

La condición: tenemos que llegar a un acuerdo.



Al final, después de muchas explicaciones y discusiones, las soluciones se reducían a 3, porque en seguida se descartaron los carriles bici aparejados a la mediana por ser poco prácticos y confinar a los ciclistas sin dejarles opción de apearse cuando quisieran de la calzada para acceder a su destino:
  1. Dejar las cosas como están y marcar la circulación ciclista en el carril de la derecha (que es el que naturalmente utilizan las bicis).
  2. Meter a las bicis con los buses en un carril dedicado (con las terribles interacciones en las paradas)
  3. Sacar a las bicis del tráfico motorizado y hacer un carril bici a la derecha del mismo, con un andén de separación para poder dar servicio a los buses, a la carga y descarga y a los contenedores de basuras.
La chavalería eligió la tercera opción (porque no se veían compartiendo el tráfico en una vía con tanta intensidad y tampoco con los buses) pero con una condición indispensable: que no se permitiera el estacionamiento de coches (salvo los de personas con discapacidad) en toda la calle ya que no sólo servía para invisibilizar la circulación ciclista, sino que además obstaculizaba el carril bus y fomentaba la segunda fila. 


Sesión 3: Vamos a comparar nuestra mejor propuesta con las que propone el Ayuntamiento

Como de lo que hablábamos era de una calle concreta de nuestra ciudad, que es en la que se va a actuar, la comparamos con las distintas opciones que propone el Ayuntamiento y, aunque se parece mucho a una de ellas, en ninguna se contemplaba lo de quitar los coches aparcados, así que lo dejamos pendiente de formularlo como una propuesta al Ayuntamiento, cuando se haga el proceso de participación correspondiente.


Mis ayudantes se han quedado encantados con el juego, y yo más. Ver las cosas como un niño me han ayudado a desprejuiciarme, a descubrir cosas que yo solo no habría sido capaz y a explicar otras que parecen obvias, pero que no lo son a los ojos inocentes de un menor. Un ejercicio más que recomendable.

Si queremos una ciudad de niños ¿por qué no les dejamos que participen en su construcción?

lunes, 9 de enero de 2017

De la parálisis al apresuramiento pro-bici

Muchas veces confundimos la inacción con la falta de interés e intención y, aunque normalmente van de la mano, hay ocasiones en que no es así. Hablamos, como siempre, de bicis, de ciudades y de cambio hacia una movilidad menos automovilística y compulsiva. Que no se hagan cosas inmediatamente, ante un cambio de gobierno en muchas ciudades, no debe tomarse como una mala noticia o cobardía política. Sobre todo cuando la valentía muchas veces se puede asociar a acometer actuaciones aprisa y corriendo sin tener los apoyos, los consensos, la participación y las críticas y aportaciones que las legitimen.

Es lo que ha pasado o está pasando en Pamplona, donde pasamos de un gobierno reaccionario con todo lo que representara reducir oportunidades para que el automóvil siguiera siendo el medio de transporte urbano dominante, a un gobierno de coalición cuyas intenciones han quedado más que claras, pero que se han lanzado a prometer acciones sin haber recapacitado suficientemente sobre las consecuencias que estas puedan suponer.

Al final, por unas cuestiones o por otras, el caso es que las actuaciones en favor de una movilidad menos motorizada siguen en una situación de parálisis que se empieza a hacer demasiado larga y que está consumiendo una legislatura que debería haber supuesto un punto de inflexión y haber marcado el inicio de un cambio de rumbo decisivo y decidido hacia otro modelo de ciudad y otro modelo de movilidad.

Nota editorial de
Diario de Navarra (7-11-2017)
El problema es que ha dado tiempo a desenfocar tanto el tema y a desvariar tanto en las consecuencias de las propuestas enunciadas y no puestas en práctica, que ya no sabemos ni dónde estábamos ni donde estamos. Todo eso acompañado de discursos maximalistas, propaganda vestida de demandas sociales constatables, presentaciones públicas con pretensiones de procesos de participación y otros momentos casi carnavalescos. Todo amplificado por los medios de comunicación interesados y partidistas, ávidos de mostrar a este gobierno municipal debilitado e incompetente.

Este es el momento en el que nos encontramos: con las promesas a punto de caducarse, las expectativas bañadas de escepticismo y la gente cada vez más crispada, más indignada y más incrédula. Y los coches campando a sus anchas y las bicicletas circulando de manera masiva e indolente por las aceras.

Es el momento de ponerse en marcha de una manera decidida, buscando el máximo consenso. No hacer de esto una bandera partidista o un arma arrojadiza. No hacer y deshacer en cónclaves monocordes y monocromáticos, maniqueos y maquiavélicos. Hacer es trabajar con formatos inclusivos y no excluyentes, y con métodos suficientemente ecuánimes, fidedignos y legitimadores, contando con los agentes implicados y afectados y trabajando de manera holística, integral y no parcial.

No vale con hacer actuaciones espectaculares, emblemáticas y que busquen ser impactantes, si no se enmarcan en un plan que las contemple, las enmarque y les dé sentido. En Pamplona, ahora mismo, plantear la reconfiguración de la Avenida Pío XII o la peatonalización del centro de la ciudad o pintar unas ciclocalles o habilitar un aparcamiento de bicis para residentes en Descalzos no va a servir nada más que para causar un efecto sensacionalista y poco más. Como llamar Plan de Movilidad a algo que sólo propone actuar segregando espacios a los distintos modos de transporte en las grandes avenidas. O llamar reparto modal a la redistribución del espacio de circulación. Y en ningún caso plantear medidas para disuadir del uso del coche (fundamentalmente, reducción y encarecimiento del aparcamiento en superficie y corte de atajos).


Pero, si hablamos exclusivamente de medidas para favorecer el uso de la bici, hasta que no se haga una auditoría de las actuaciones hechas hasta la fecha, se estarán validando todas las chapuzas realizadas en el pasado y se estarán asumiendo como consolidables, lo cual pondrá en tela de juicio cualquier actuación que se proponga, por más espectacular y modélica que se quiera presentar.

Así pues, tenemos un año decisivo por delante y no podemos permitirnos el lujo de desperdiciarlo. Tenemos demasiada tarea: aprobar la Ordenanza de Tráfico y darle la difusión que no se le ha dado nunca a los derechos y obligaciones de los ciclantes, habilitar más ciclocalles y algún que otro carril bici, dotar la ciudad de aparcamientos seguros para bicis, iniciar una campaña de sensibilización y educación vial ciclista en los colegios municipales, retomar el Observatorio del Peatón y de la Bicicleta, participar en el Plan de Movilidad de la Comarca de Pamplona... y lo que se nos ocurra.

Sin prisa, pero sin pausa.

domingo, 1 de enero de 2017

La verdad ciclística no existe, la hacemos entre todos

Aún en la búsqueda de la verdad absoluta, incuestionable e incorruptible que me haga abandonar esta sensación de necesitar cuestionar cualquier maximalismo en lo relativo al desarrollo de la bicicleta en un mundo que ha decidido marginarla, me asalta una duda: ¿por qué necesitamos alinearnos en facciones estancas cuando hablamos de las bicicletas y no hacemos lo mismo cuando hablamos de las condiciones que nuestras ciudades reúnen para caminar o cuando reflexionamos sobre nuestra dependencia de los electrodomésticos y de los electrogadgets personales?

¿Por qué nos reconforta tanto pertenecer a grupos preferiblemente minoritarios que defienden postulados irreconciliables con otros que deberían ser, cuando menos, correligionarios? ¿Es por una mera cuestión identitaria? ¿Es por el aburrimiento, la despersonalización y la falta de alicientes de nuestro aburguesamiento triste y solitario? No quiero saberlo. Sólo sé que damos pena.

La gente de la bicicleta deberíamos ser más amables, más empáticos, más reconciliadores, más consensuadores, más inclusivos, más antropofílicos y más divertidos de lo que somos. Empezando por nosotros mismos. Pero parece que no. Parece que las catacumbas nos han hecho crueles hasta con nuestros congéneres. Crueles, implacables y mezquinos. Aves de rapiña a pedales a la caza de lo que consideramos estúpidos irreverentes a pedales. Con la misma estupidez, arrogancia y prepotencia que les asignamos a esos pecadores.


No entiendo por qué aceptamos que esto tenga que seguir siendo así, aunque pueda llegar a entender cómo hemos llegado a este punto. Creo que mucha gente nos tenemos que desenroscar la boina y admitir realidades que, aunque nos resulten incómodas, existen, y visiones que, aunque no comulguen con las nuestras, tengan sus seguidores (a veces muchos más que las nuestras). Y, con todo eso y todos esos, tratar de llegar a consensos aceptables, que incluyan las distintas visiones y versiones de lo que entendemos que debe ser la ciclabilidad de nuestras ciudades.

Eso requiere, para empezar, de renunciar a dogmas y axiomas, y empezar a relativizar discursos y a estar dispuestos a llegar a acuerdos básicos. Pero somos muy testarudos y nos gusta discutir demasiado a este lado de los Pirineos... y así nos va.

Pues yo paso. Voy a ponerme a favor. Aunque siempre lo haya estado, pese a que mucha gente me haya visto alineado a uno u otro lado de esas líneas rojas que algunas personas tratan de marcar y defender hasta la extenuación cuando hablan de bicicletas en la ciudad.

Creo que es más importante colaborar en construir una ciudad más aceptable, más humana y más divertida, que quedarnos en una rama discutiendo sobre nimiedades ciclísticas dejando pasar el tiempo y dejando pudrirse el árbol cada vez más.

No estamos para perder años ni oportunidades, así que, manos a la obra. Colaboremos, cooperemos, participemos, consensuemos, pactemos, empaticemos, desprejuiciémonos, empujemos para que esto cambie y dejémonos de discusiones y monsergas estériles y eternas. Ahora bien, no vamos a aceptar chapuzas, porque sientan precedentes que luego son muy difíciles de recomponer.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Decidido, me hago cicloextremista

Ya estoy aburrido de pensar que no hay opción óptima sino optimista. Ya me he cansado de recordar que lo peor es enemigo de lo bueno y de que no hay una solución para todos los casos. Ya no puedo seguir cuestionando cualquier máxima, venga de donde venga. Paso de seguir haciendo de abogado del diablo ciclista o de incendiario incrédulo de la fórmula mágica de la promoción de la bici. Basta ya de medias tintas. Me agota aguantar el fuego cruzado y pasar por responsable del "fuego amigo" en ambos. Desisto.

Así que voy a seguir la recomendación de algunos de mis detractores más fervientes y me voy a hacer un extremista de la bicicleta, como ellos. Creo que voy a vivir mejor. Lo que no sé es a qué secta apuntarme. Aunque me parece que va a dar lo mismo.

Está por un lado el carrilbicismo, grupo que evangeliza en la verdad de la infraestructura segregada y exclusiva para las bicicletas, da igual cuál y de qué calidad sea. Piensan que sólo la infraestructura lo más mallada posible garantiza el incremento exponencial de usuarios ciclistas y la percepción de seguridad de los mismos en su circulación. Su eslogan "Carril bici ya". Su argumento: el miedo. Su excusa: si no, invadiremos las aceras. Demoledor. Sencillo. Dogmático.


En el lado opuesto está el calzadismo, minoría que catequiza en la utilización inexcusable de la calzada, compartiendo su circulación con el resto del tráfico rodado, sean las condiciones que sean. Les gusta grabar en video sus experiencias y confía en la educación individualizada por grupos de catequistas iniciados con manuales de distintos autores. Les encanta ejemplificar con testimonios de redención. Son más una secta que una religión, pero la simplicidad de su ideario les hace ser atractivos. "No vamos a esperar a nada para andar en bici" es su máxima.

Como buenas sectas, aunque trabajen con la misma población, se consideran enemigos acérrimos y se fortalecen enfrentándose a sus adversarios. Ambos grupos actúan en coros de correligionarios y confían en la repetición de sus credos hasta la extenuación como única vía para evangelizar y lograr adeptos. Ambos grupos son monolíticos e incorruptibles. Se conocen pocos casos de disidencias y son especialmente execrables para el grupo originario.



Me va a costar decidirme, pero, cuando lo haga, prometo deciros en qué bando me he alineado y por qué.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Libros, humor y pedales

No es una recomendación para el consumo navideño. O quizás sí. Qué más da. Un libro es siempre una buena idea. Más en estos tiempos en los que la palabra impresa ha caído tan bajo. Leer educa. Leer tranquiliza y alimenta el alma y el entendimiento. O los agita. Leer acompaña, reconcilia, hace recapacitar o despierta ilusiones e inquietudes y concita emociones. Leer libros impresos además es agradable al tacto. Mucho más que esos malditos e-books, fríos e insulsos. El papel es cálido y agradable.

Me he decantado por estos tres libros porque me parece que conjugan muy bien, para los tiempos que corren.


La Revolución Silenciosa es un compendio de visiones y referencias del estado de la cosa ciclista en las ciudades, muy bien armado por uno de los periodistas del ciclismo urbano más activos de los últimos años, Dani Cabezas, más conocido por su labor a bordo de Ciclosfera, esa edición gratuita que es una referencia obligada en la dignificación de la bicicleta como medio de locomoción, una revista que desaparece de las tiendas como las chocolatinas de la puerta de un colegio. La Revolución Silenciosa es un libro que se lee sin querer y que transmite la emoción, las preocupaciones, las esperanzas y el compromiso de su autor de una manera ágil y tranquila. Es como si te dieras un paseo en bici con él por esas calles tranquilas de Madrid o de cualquier otra ciudad, y te lo fuera contando. Y te pararas a echar un café o una cervecita y siguieras conversando.

El Manual Ilustrado de Ciclismo Urbano del Gato Peráltez es una obra de arte y debería ser un libro obligatorio en las bibliotecas de colegios e institutos y en las estanterías de las casas que se precien de hacer de la bici una opción de movilidad. Juanítez (Juan García Alberdi) es un cicloactivista comprometido de la nueva hornada de defensores de la bicicleta (éste es de En Bici por Madrid), armados de argumentos, de serenidad, de talante, de elegancia, que han cambiado la dialéctica de la reivindicación y del reduccionismo por los contenidos y la educación ciclocivilizada. El manual aborda, en clave didáctica con toques de humor, los diferentes aspectos que conciernen y afectan al uso de la bicicleta. Sin tratar de aleccionar, sino procurando invitar a su práctica, de manera consciente y respetuosa.

¿Qué es el Humor? es obra de esa pandilla de historietistas que forman Orgullo y Satisfacción y no es más que una colección de 100 ensayos en clave satírica en los que tratan de definir en una viñeta lo que es para ellos el cocido que les alimenta. Un componente esencial para abordar la realidad, sobre todo si ésta no es idílica, que no lo suele ser. Un ingrediente vital para tratar de relativizar o darle la vuelta a las cosas y procurar entenderlas de otra manera, que siempre es posible. Una herramienta mental imprescindible para tratar de abordar los problemas, los disgustos, los desencuentros y los retos que nos propone la vida y que, muchas veces, nos vienen mal dados. No te lo leas del tirón.

Entre los tres reúnen los componentes imprescindibles para hacer que la vida funcione un poco mejor,  con la bicicleta formando parte de la ensalada urbana con fundamento, enjundia y un poco de picante, que lo hace más divertido y le da un gusto especial.

Es verdad que hay poca gente que lee libros y aún menos que se los compra. A veces cuesta pensar cómo sobreviven las librerías. En eso también puedes ser diferente.

Y recuerda, que si te cansas de poseer los libros que un día compraste, los puedes regalar o vender a una tienda como ésta, Iruña Re-Read, cuyas dueñas son además ciclistas convencidas.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Ciclocarriles, ciclocalles, zonas pacificadas y ciclistas noveles

Hay una corriente en esto de favorecer la circulación de las bicicletas de una manera natural y sin mayor infraestructura que la de la calle, que parece que fuera contraria a la implementación de espacios exclusivos para las bicis: es la de señalizar un carril o la calle completa con una señal horizontal de una bicicleta, para mostrar que en esa calle la circulación ciclista debe producirse preferentemente por el centro de ese carril. Algo que contraviene al actual y obsoleto Reglamento de Circulación y a muchas Ordenanzas Municipales de Tráfico que siguen las pautas de esa norma de rango superior.


Eso, que recibe varios nombres pero que no deja de ser una información para los usuarios de la calle, es lo que se está haciendo en muchas ciudades en calles secundarias con un carril por dirección, a la vez que se limita la velocidad a 30 kms/hora y en alguna más arrojada incluso en carriles exteriores o contiguos a la izquierda del carril bus en vías de varios carriles.


La efectividad de esta medida, si no va acompañada, para empezar, de una ordenanza que la defienda y, después, de una campaña de información suficiente a la ciudadanía, no deja de ser un intento bienaventurado de invitar a la gente a que use la bicicleta por la calzada de forma digna y segura y suele tener resultados muy limitados. La experiencia y la connivencia policial y ciudadana, lo que revelan es que, salvo excepciones, la gente que no circulaba de esa manera hace caso omiso de la recomendación.

Incluso en el caso de estar acompañadas de normativa local, campañas concienciadoras y vigilancia policial, este tipo de facilidades hacen que recaiga toda la responsabilidad en la persona que conduce la bicicleta y, cuando ésta no es lo suficientemente experta para desenvolverse con seguridad en el tráfico, hace que se obvien y se sigan percibiendo como inseguras. Aunque no lo sean. Aunque sean mucho más seguras que los carriles bici, sobre todo los bidireccionales, y mucho más seguras y más respetuosas que circular por las aceras.


Realmente las ciclocalles no deberían existir y bastaría con limitar la velocidad a 30 o a 20, pero está claro que hace falta recordar a la gente cómo y por dónde deben circular las bicicletas y qué derechos y obligaciones tienen. Si ya de paso les damos el consejo de los consejos que es el de que circulen por el centro del carril y que se hagan visibles y señalicen sus maniobras, pues habremos conseguido eso que a algunos les parece tan difícil, que es que las bicicletas actúen como vehículos que son, al menos en las calles sencillas y tranquilas.


¿Por qué sólo en las calles sencillas y tranquilas? Porque hemos permitido o fomentado que la gente coja sus bicicletas de manera masiva sin antes apercibirles de las condiciones que tenía hacerlo y hemos consentido que trasgredan las normas más básicas de su circulación e invadan las aceras, sobre todo implementándoles aceras bici y otras calamidades y ahora esa gente no quiere bajarse a la calzada así como así. Y demandan carriles bici que las mantengan alejadas del tráfico. Así que habrá que ir demostrándoles que esto es seguro y fácil en calles tranquilas.


Es claro que la tarea es ardua y que los resultados van a costar en consolidar, pero parece que la única manera de hacerlo es combinando medidas integradoras y segregadoras, siempre atendiendo a unos criterios y a unas condiciones objetivas que garanticen la calidad de dichas medidas y acompañándolas de campañas suficientes.

Y eso pasa, para empezar, por auditar todas las infraestructuras realizadas hasta la fecha, para desmantelar o replantear la cantidad ingente de chapuzas que se han hecho y sólo validar las que cumplan esos criterios y condiciones objetivas.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

En Madrid no hay bicis en las calles

Es endémico en todas las capitales que sus habitantes se sientan diferentes al resto del mundo. Este sentimiento que muchas veces se interpreta como un signo de prepotencia o arrogancia, ha quedado demostrado que es inherente a la condición de la capitalidad. Pasa a todos los niveles y pasa en todas las localidades cabecera, desde el ámbito comarcal, hasta el plano nacional e internacional. Madrid no escapa a esta cualidad ni a esta condición. También es cierto que las grandes ciudades son países en sí mismos porque desarrollan un ecosistema propio y un modo de vida asociado que no puede reproducirse en otras escalas.

Que la gente que vive en Madrid se sienta especial es normal y a los que lo vemos desde fuera y venimos de una pequeña ciudad de provincias nos hace gracia y nos resulta simpático, aunque a veces tengamos que soportar algunos ninguneos estúpidos, propios más de ese sentimiento de exclusividad del que son víctimas que de un ánimo de hacer de menos. Les sale la chulería. Como a los de Bilbao, a los de Sevilla, a los de Barcelona o a los de Berlin, Amsterdam, Buenos Aires, Londres, Paris o Nueva York. Muchas veces esa chulería les hace desoír alertas y críticas del exterior y les hace creer que cualquier cosa es posible, si la piensan y la protagonizan ellos mismos. Y mismas.

Pero aquí hemos venido a hablar de bicis en la ciudad y de su promoción. Y hoy toca Madrid.


Madrid lleva años tratando sin éxito de introducir la bicicleta como opción digna en una ciudad que no es la más cómoda para hacerlo, fundamentalmente por las pendientes que tiene y por adolecer todavía una arraigada cultura automovilística. Y ha querido hacerlo de una manera distinta, siguiendo el consejo de un grupo de activistas responsables cuyas líneas de actuación y sus recomendaciones pueden seguirse en el excepcional blog En Bici por Madrid.

¿Cuáles han sido las líneas de actuación que ha seguido Madrid?

Pues, básicamente, no apostar por los carriles bici y hacerlo por los ciclocarriles y las ciclocalles e invertir en un sistema de bicis públicas eléctricas (el BiciMAD). Eso y los programas que el grupo de personas que alimentan En Bici por Madrid están desarrollando de acompañamientos, excursiones, introducción de la bicicleta en varios colegios y empresas, todos ellos realmente encomiables, pero privados, aunque sin ánimo de lucro y algunos con financiación pública, aunque sea europea.

Hablemos de la parte pública.

Sharrows, calles tranquilas, BiciMAD...

Primero los ciclocarriles compartidos en forma de "sharrows", ese palabro que viene del vocabulario probici integrista norteamericano, y que propone pintar unas flechas y unos logos en el centro del carril destinado a alojar las bicis y cuya velocidad se limita, además, a 30 kilómetros por hora. Esta modalidad se ha elegido en las vías multicarril con una más que cuestionable valentía, porque muchas de ellas cuentan con carril bus y se han implementado a la izquierda de éste, con la lógica de integrar a la bicicleta como un vehículo más dentro del tránsito rodado. Cuestionable valentía, porque resulta disuasorio para los ciclistas noveles incorporarse a un tráfico que no les comprende ni les desea en medio de buses y coches que circulan, cuando menos, al límite de la velocidad permitida, lo cual resulta intimidatorio hasta para muchos ciclistas experimentados pero tranquilos.


Por otro, estarían las calles 30 y las calles 20, que formarían lo que se ha venido a llamar el plano de calles tranquilas y que no va más allá de una señalización vertical y una encomendación a su cumplimiento a la buena voluntad de los usuarios, que, en la mayor parte de los casos se produce, sobre todo porque, no siendo una persona temeraria, las calles tampoco dan para correr más y, siendo calles unicarril con coches aparcados en su práctica totalidad, basta con circular por la bici sin ir orillado para conseguir hacerte respetar.

Lo que tiene más miga, pero que ha sido lo único que ha hecho capitalizar la mayoría de las pocas personas que se han incorporado a la bici, es el flamante y flagrante BiciMAD. Una locura sólo al alcance del atrevimiento y la irresponsabilidad de un ayuntamiento como el de Madrid de Ana Botella. Aceptar un sistema de bicicletas públicas de una empresa que no tenía experiencia ni solvencia ya era arriesgado de entrada. Hacerlo todo con bicis eléctricas, era además temerario. Y sin embargo, ha funcionado o malfuncionado desde que se implantó en Junio de 2014.

¿Por qué? Pues precisamente porque los madrileños son tan temerarios y tan chapuceros como los políticos que les gobiernan y se tiran a la piscina con un descaro y una naturalidad envidiable, incluso sin comprobar si hay agua o si está limpia. Y encima fardan de ello. Les pasó anteriormente a los sevillanos, que son de un perfil similar salvando las distancias, y también a los barcelonitas, que son de otro país y de otro planeta diferente. Cada cual con su formato y formulación, pero todos orgullosos y exultantes de poder seguir practicando un rollo ciclourbanita de última tendencia y de renombre mundial.


Asumir la bicicleta pública como motor del cambio modal hacia la bicicleta es un error que sólo se ha cometido en unas cuantas capitales mundiales aunque, eso sí, de mucho renombre y que es la fórmula que les vendieron las empresas especializadas en gestionar la publicidad exterior en dichas ciudades, como herramienta de doble filo para vender política verde amarillista a través de la bici y ahorrarse unos buenos duros en la compensación del canon publicitario a pagar por hacerse con los soportes publicitarios en las calles de dichas ciudades. Una fórmula sólo apta para capitales, como ha quedado demostrado en la experiencia.

Creer que las bicicletas públicas resuelven la movilidad ciclista o incluso que su aportación es decisiva para hacerlo es un error de un calado mucho más profundo.

Primero, porque los sistemas de bicicletas públicas, son sistemas de movilidad unipersonal, que no se autorregulan y cuya redistribución ha de hacerse, si se quiere ofrecer un verdadero servicio público serio, utilizando furgonetas y camiones para compensar los desequilibrios naturales propios de los movimientos pendulares de la población y de los horarios punta.

Segundo, porque su mantenimiento es tan difícil como caro de hacer. Mucho más si son bicicletas eléctricas de baja calidad como la que ha elegido BiciMAD y ahora, después del fracaso económico de la empresa concesionaria Bonopark, ha recaído en la empresa pública de transporte de Madrid, la EMT.

Tercero, porque no garantiza el éxito de los viajes y provoca ineficiencias tan formidables como no tener bicis disponibles cerca del inicio de nuestra ruta o no tener plazas disponibles cerca de nuestro destino. O que la bicicleta no funcione o no lo haga el anclaje. Los desplazamientos terminales y los fallos técnicos hacen que la práctica ciclista quede desnaturalizada y sus ventajas comparativas minimizadas.

Pero todas estas razones no se desvelan hasta que la utilización es masiva, cosa que en Madrid no ocurre. Además, si a esto le pones un buen motor y vives en un Madrid donde los tiempos de desplazamiento se cuentan en medias horas, pues ni tan mal. Hasta el punto de que algunos de los ciclistas habituales se suman a la alegría colectiva y se lanzan a lomos de estas bicicletas desbocadas eléctricamente a conquistar la ciudad a pedales sobrepotenciados.

Lo pude contemplar en las horas que estuve en la Gran Vía el día que empezaron con la reforma navideña que tanto está dando que hablar en los medios. Allí no había ciclistas urbanos, allí había unos pocos BiciMADs rulando a toda pastilla y subiendo las cuestas a 25 kilómetros por hora con una sonrisa, y luego continuando a la misma velocidad por las calles 30, las calles 20 y las aceras, que para eso son los elegidos del esnobismo de la movilidad sostenible madrileña.

¿Este es el modelo de movilidad ciclista del futuro? ¿Esta es la Madrid ciclista añorada por sus círculos reivindicativos históricos o más modernos? ¿O es una ilusión?

... y además un Plan de Carriles Bici

Pues no. No lo es. Porque Madrid, además, tiene un plan para las bicis y quiere mejorar esta oferta con unos cuantos carriles bici aquí y allá, como queda claro en el Plan Director de Movilidad Ciclista de Madrid, para conformar la Red Básica de Carriles Bici sin la cual ninguna ciudad que se lo proponga puede decir que está haciendo la tarea en la cuestión ciclista.


Con todos estos ingredientes y con todo este baile de cifras millonarias desorbitadas, propias de las economías de escala que mueven estas islas urbanitas que son las grandes ciudades, todo va a quedar muy disimulado y muy aparente... pero me temo que en Madrid va a seguir habiendo tan pocos ciclistas o unos pocos más de los que hay hasta ahora, si no se hace algo más para que los coches no campen a sus anchas por el centro urbano y para que los ciclistas privados (esa minoría marginal) no cuente con soluciones de aparcamiento seguro y no caigan en los cantos de sirena del BiciMAD, como parece que ya han empezado a caer.

Suerte y ojalá sea sólo una visión aldeana y provinciana la culpable de esta reflexión.