martes, 30 de septiembre de 2014

Ni contigo ni sin ti

Parece que para muchos de los que nos hallamos inmersos en esto de darle la vuelta a la tortilla en nuestras ciudades y empezar a hacerlas un poco más habitables y un poco menos automovilísticas el principal escollo al que nos enfrentamos lo representan nuestros políticos gobernantes.

Cierto. Nuestra clase política sigue acomodada en una suerte de apoltronamiento que la hace funcionar siempre a remolque de los acontecimientos y muy por detrás de las demandas sociales o de las tendencias emergentes. Debe ser que se han creído que es connatural con su cargo. Ningún político en el gobierno arriesga, ninguno cambia, ninguno apuesta por las minorías, ninguno se anticipa a los acontecimientos, ninguno prevé las consecuencias... Todos se dejan llevar por las inercias. Creen que ahí están los votos y sólo trabajan por los votos.

Así, cuando participan y creen que lideran (ellos siempre creen que lideran) alguna iniciativa que proponga un cambio, lo hacen sólo de cara a la galería, para aparecer modernos en la foto, como una pose, siempre magníficos y magnánimos, condescendientes. Los políticos son, por defecto, así: arribistas, oportunistas y vanidosos. Y creen, como muchos, que la movilidad sostenible es impopular.

Javier Maroto dirigiéndose a un acto político en bicicleta (Foto: El Mundo)

Esto es así siempre que no se encuentren con una contestación social suficientemente organizada, seria, permanente y que se dedique más a hacer propuestas que a reivindicar y quejarse de manera gratuita. Cuando es así, los políticos gobernantes no tienen otro remedio que responder y muchas veces acaban dándose cuenta de que las fórmulas propuestas funcionan y mejoran su gobierno y la realidad objeto de dichas reacciones. Aunque en las ocasiones en las que se visualicen logros tratarán de acaparar toda la atención mediática, atribuyéndose el protagonismo de todo el proceso.

Hay otro elemento que suele jugar un papel decisivo a la hora de cambiar las tornas a los políticos y es un cuerpo técnico, en las propias instituciones donde esos políticos mandan, dispuesto a hacer la labor de cambio desde dentro de la propia administración.

Lo hemos visto en principales procesos que se han ido fraguando a nuestro alrededor. El cambio y la apuesta por la movilidad sostenible y por la bicicleta en San Sebastián no fue una iniciativa de Odón Elorza, como el de Vitoria no lo ha sido de Javier Maroto, aunque ambos se hayan llevado la foto. No. Ellos han sabido encaramarse a lo alto del cambio y han creído capitalizar el éxito del mismo, pero siempre ha habido detrás una demanda social sólida y consistente (Kalapie o Bizikleteroak) y un cuerpo técnico atento y valiente en estas ciudades que ha sabido domar, aconsejar y, por qué no, engañar un poco a sus políticos al mando. Sin estos agentes ninguno de estos procesos hubiera sido posible, o al menos no hubiera sido tan exitoso y se habría quedado en agua de borrajas, como ha pasado en Murcia, en Pamplona o en Valencia, por ejemplo.



Lo que pasa es que al final los verdaderos cambios en la fisionomía y en la forma de definir y ordenar nuestras ciudades están en manos de los políticos que las gobiernan y es por eso por lo que hay que tratar de seducirlos y conquistarlos. Seducir y conquistar a los políticos más que discutir y pelear contra ellos, porque hace falta que la clase política en general y sobre todo la gobernante se dé cuenta de que esto es bueno para las ciudades, bueno para sus ciudadanos y, por tanto, bueno también para ellos.

Es un trabajo duro e ingrato, pero un trabajo imprescindible en el que hay que saber, además, que ellos se van a llevar la gloria y el reconocimiento en caso de que la cosa salga bien. O al menos lo van a hacer ver así. Ahora bien, si ese es el precio, que sea.

lunes, 29 de septiembre de 2014

De OCA a OCA (esto no es un juego)

Hora punta. Un coche medio subido a la acera con los cuatro intermitentes dados, una bici en el suelo y dos personas apoyadas en la valla de protección. No parece que sea un encuentro entre dos viejos conocidos que se hayan puesto a conversar, dejando a un lado sus prisas en medio de la vorágine. Más bien parece que una de ellas se está interesando por la otra que no se encuentra del todo bien. Más gente se acerca.

Esta situación es una vieja conocida entre los que nos desplazamos en las ciudades donde los ciclistas han decidido, solos, invitados por sus ayuntamientos o gracias a la inacción de éstos, circular por las aceras de una manera generalizada, haciendo caso omiso de las normativas, pero haciendo menos caso aún de las prevenciones que hay que tener para hacerlo y no jugarse la vida.


De OCA (Otro Ciclista Accidentado)

El caso es que cada vez nos parece más normal que esos ciclistas pretendidamente prudentes, que buscan su refugio fuera de la calzada, acaben siendo atropellados precisamente cuando cruzan las calles. De estos accidentes hay un montón cada día que no constan en ninguna estadística, simplemente porque no se levanta un atestado o porque no se da parte al seguro y los implicados tratan de entenderse porque ambos tienen algo que perder si no lo hacen.

Para muchos, el ciclista que es arrollado cuando cruza sorpresivamente una calle está pagando un pato que ha ido buscando de forma repetida y procaz, hasta que se lo ha encontrado. Es un juego de probabilidades. Un poco como los peatones que cruzan fuera de los pasos de cebra.

Para otros, el ciclista es una víctima de un orden circulatorio que se ha concebido sólo para beneficiar el tránsito de los automóviles y que no se preocupa por el resto de usuarios de las calles. Los que defienden este postulado normalmente justifican y hasta promueven la ocupación indiscriminada de las aceras como refugio ciclista a falta de infraestructura exclusiva para las bicicletas.

Pero hay unos pocos que sostienen que todo esto no es más que una triste consecuencia de que unos, los que quieren mantener las cosas como están, y los otros, los que quieren andar en bici seguros, no se dan cuenta de que la única manera de resolver esto es tratando de comprender que los ciclistas tienen tanto derecho de ocupar las calles como el resto de vehículos y que hacerlo en el sentido de la circulación y siguiendo sus normas es la forma más segura de que el resto de agentes del tráfico comprendan y respeten sus maniobras.

Foto de ¿Sabes dónde ciclas?

A OCA (Otra Calle Amable)

Esto pasa, por supuesto, por reconsiderar la ordenación del tráfico y, sobre todo, la priorización del tráfico motorizado en la mayoría de nuestras calles y de dar un tratamiento especial a los ciclistas en las calles de tráfico más denso o donde las velocidades relativas sean muy diferenciadas, pero pasa, sobre todo, por redefinir las relaciones vehiculares primando la seguridad de los más vulnerables, apelando al respeto y a la convivencia como mejores herramientas para conseguirlo.

Hay que volver a replantear de manera pública cuál es la misión de las calles y cuáles son los nuevos escenarios ante los que queremos actuar e interactuar. Es decir, hemos aceptado que las calles se conviertan en espacios de tránsito y aparcamiento para automóviles, renunciando a esos espacios públicos y nos hemos conformado con las aceras para hacer el resto de nuestra vida en la calle, dándole al tráfico una importancia y un predominio tal que, al cabo de apenas 5 décadas, se ha hecho incuestionable. 

Somos capaces de justificar cosas tan graves como el derecho de los automovilistas de acceder a su vivienda, a su trabajo y al resto de sus obligaciones y deseos a bordo de sus automóviles, somos capaces de justificar que los niños no puedan jugar libremente en las calles o desplazarse a edades más que razonables por el miedo a un atropello, somos capaces de justificar que esas aceras exiguas sean invadidas por veladores, merchandising y mobiliario urbano dificultando incluso el tránsito peatonal, somos capaces, en definitiva, de justificar cualquier cosa con tal de no cambiar nada y, sobre todo, de no desfavorecer el uso y el abuso del coche.



Y tiro porque me toca

Ya es hora de empezar a cuestionar este orden en serio. Y hacerlo no es defender la peatonalización de calles o zonas, que también. Cuestionar la "autocracia" de nuestras calles pasa por no estar dispuestos a reconocer el precio que debemos pagar todos porque unos cuantos quieran desplazarse en coche

Y es un precio que no sólo es dinero (para construcción y mantenimiento de carreteras y aparcamientos, para sufragar las consecuencias de los accidentes y en general todos los gastos de salud derivados de un estilo de vida sedentario y agresivo), es también espacio y tiempo.

Espacio público, que es de todos y que está dedicado en su mayoría para el uso disfrute de los automóviles en detrimento del resto de usos y usuarios. Espacio que, además, está terriblemente condicionado por la circulación de esos pesados rinocerontes de a tonelada por cabeza, que nos tienen atemorizados porque sus embestidas son mortales.

Imágenes de Copenhagenize
Pero también tiempo. Porque los tránsitos del resto de usuarios de las calles se ven dilatados en su interacción con el tráfico motorizado. Rotondas que difieren los itinerarios teniendo que describir tremendas circunvalaciones, pasos de peatones excesivamente secuenciados que obligan a quebrar la marcha lineal, semáforos discriminatorios que retardan abusivamente a los caminantes. El tiempo también se lo hemos cedido a los automovilistas para que ellos puedan llegar primero y mejor.

Si no somos capaces de darnos cuenta de todo esto, no podremos cambiarlo, y hay que reconocer que tenemos una gran dificultad para hacerlo precisamente porque hemos sido nosotros mismo los que hemos participado durante décadas en su construcción y en la justificación de los vicios que contraía.

jueves, 25 de septiembre de 2014

¿Un poco de publicidad anti-bici?

Uno no acaba nunca de acostumbrarse a las argucias de la decadente industria del automóvil para vender uno más de sus flamantes coches. Hasta hace unos años les bastaba con vaciar las ciudades de otros coches para hacer ver que ese nuevo modelo surcaba ágil y libre la ciudad. O combinar los mejores paraísos cercanos y lejanos para pisotearlos grácilmente con sus poderosos neumáticos.

De un tiempo a esta parte, se han ido dando cuenta que la ubicuidad, la ligereza, la libertad, la sonrisa, la actitud envidiable y las ventas (en unidades) se las estaban llevando las bicicletas y se las estaban llevando de calle y sin tanto machaque publicitarios. ¿Y qué han hecho? Pues ridiculizar esa opción y demostrar, cómo no, que el coche gana.

El último anuncio de Nissan lo explica en apenas unos segundos. ¡Estremecedor!

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Pedalea que algo queda

Alguien dijo que el movimiento se demuestra andando y no le faltaba razón. A ese y tampoco al que dijo que le juzgaran por sus actos más que por sus palabras. Después de la resaca de la Semana de las Declaraciones de Buenas Intenciones Relacionadas con la Movilidad Sostenible, hoy toca hacer. Y hacer cuesta mucho más que decir, porque las palabras se las lleva el viento con una facilidad pasmosa.

Hoy toca pedalear. Hoy toca caminar. Hoy toca compartir vehículo, público o privado. Hoy toca aguantar al prójimo como queremos que nos aguanten a nosotros. Hoy toca insistir en que otra forma de ciudad es posible, otra forma de desplazarse es recomendable. Hoy toca reivindicar una calle más amable.


La acción es la madre del cordero para cambiar la inercia de las cosas. Tú haz y no digas nada. O haz y di, pero haz. Ya verás el efecto que causas en tu entorno. Mucho más que si andas argumentando todo el rato y dando la chapa con tu verdad y el engaño en el que viven los demás.


Pedalea y déjate ver, demanda tus derechos y hazte acreedor de ellos porque estás ahí, ejerciéndolos, y cumple con tus obligaciones, esas que hacen que señalices tus maniobras, respetes las normas del tráfico y, más que eso, te comportes como un agente más del tráfico.


Es la única manera de que esto cambie: que cada vez haya más gente civilizada andando en bici. Demuestra que eres una de esas personas, disfruta del placer de serlo y contagia a los demás. Y recuerda que la envidia sigue siendo probablemente el principal motor de los cambios personales. Ya lo decía Schopenhauer:
"La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren."

lunes, 22 de septiembre de 2014

Andar en bici es para vagos

Era una sospecha más que fundada, pero queda constatado. Andar a pie es lento y penoso, al menos para desplazarse. Y requiere un esfuerzo que, comparado al de la bici, es mucho mayor. Esta es el primer resultado de la aventura que he iniciado como peatón. La otra es que es mucho más peligroso, sobre todo cuando se trata de cruzar pasos peatonales semaforizados con las orejas abiertas al tráfico en ámbar.

Efectivamente, la bicicleta es rápida, cómoda y fácil, y eso lo ha descubierto cualquiera que la ha probado. Su éxito radica en eso. Y muchas de las personas que se han decidido a utilizarla de manera habitual son gente que anteriormente caminaba y que ya no quiere caminar tanto. El salto modal, el cambio de forma de desplazarse, en ciudades pequeñas y medianas donde mayoritariamente se hace a pie, se produce muchas veces en este sentido y por esta causa tan trivial.



Por eso y porque la bicicleta tiene un alcance mucho mayor, pero mucho, que hace que te puedas proponer viajes o extensiones de viajes mucho más ambiciosos sin apenas esfuerzo. Viajes que nunca te propondrías hacer a pie o en transporte público y difícilmente en coche. Ese es el gran descubrimiento y por eso la bicicleta no puede presentarse como un sustitutivo del coche, de la marcha a pie o de cualquier otra forma de locomoción. Porque es mucho más que eso.

Además la bicicleta te permite hacer itinerarios mixtos, combinando carreteras, calles, parques, zonas peatonales y carriles dedicados, siendo el único vehículo que puede hacerlo, lo que hace que su eficiencia sea mucho mayor, pero también que los viajes sean entretenidos por variados y especialmente agradables al aprovechar zonas de interés, tranquilas y de tráfico amable, permitiendo disfrutar de ellas.

Andar en bici cuesta poco, en todos los sentidos. Alejemos pues la idea de que esto es un reto reservado sólo a iniciados y deportistas. Andar a pie sí que cuesta, al menos esfuerzo y tiempo.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Si quitamos la Semana de la Movilidad Sostenible ¿qué nos queda?

Ya está. Ya hemos conseguido justificarnos ante nuestras poblaciones, con unos cuantos jueguecitos y unas cuantas escenificaciones, y convencerles de que hacemos algo por la movilidad para que sea más sostenible. Nos da un poco igual que se lo crean o no. Había que hacerlo porque es parte de la agenda y había que cumplir el expediente. Unos cochecitos eléctricos por aquí, unos talleres infantiles de pretendida seguridad vial por allá, unos automóviles a pedales, unos talleres, una marcha ciclista, un poco de prensa y a otra cosa mariposa. La Semana de la Movilidad Sostenible se ha convertido en un puro trámite que los ayuntamientos se lo han tomado como un evento más en la cargada agenda municipal y punto.

Pero el año tiene 52 semanas, y en las 51 semanas en las que la movilidad sostenible, el coche compartido, la loa al transporte público y la palmadita al peatón o al ciclista no son obligadas porque no tienen foto, es donde se nota cuál es el talante, la actitud, la actuación y la estrategia respecto a este asunto de devolver las calles a las personas y de desautorizar al automóvil a dominar las mismas. Son esas 51 semanas las que valen. La otra es pura comedia.


Hoy empieza la primera semana después de la Semana de la Movilidad Sostenible. Hoy es el primer día para ponerse en marcha para desmotorizar a la gente, para desmovilizarla, para desincentivar el abuso del coche, para ridiculizar el estilo de vida que nos hace dependientes del mismo, para promover el uso de la bici, para aplaudir a los que se desplazan a pie, a los que comparten coche y a los que utilizan el transporte público, para recordar que las calles son para jugar, para pasear, para ir de compras, para divertirse, para encontrarse, para estar y, en última instancia, para desplazarse. O deberían serlo.

Hoy es el primer día para olvidarse del espectáculo y comenzar con las rutinas, vamos, con la realidad. El primer día para empezar a darle la vuelta a esta tortilla que hemos cocinado, donde hemos convencido a la gente de que se vaya del centro de las poblaciones a sitios a los que sólo puede accederse en coche y que, una vez allí, utilicen el coche para todo, gracias a las "facilidades" que les hemos puesto para ello, con todas las dificultades que ello entraña.

Hoy es el primer día para recordar que nuestros viajes no son tan largos ni tan peligrosos y que muchos de ellos, si no todos, podemos hacerlos en algo que no sea un coche privado. Para demostrar que otra ciudad es posible y que eso pasa por habilitar espacios donde caminar y andar en bici sea cómodo y seguro, para ralentizar la marcha del tráfico, para penalizar aún más el aparcamiento a discreción, para disuadir a la gente de que utilice el coche porque sí, para obligar a justificar su uso.

Tenemos 51 semanas de trabajo diario, de decisiones nimias pero vitales, de acción individual y colectiva y de acción política que van a representar mucho más de lo que podemos sospechar y, desde luego, muchísimo más que lo que hemos conseguido dándonos una vuelta por los chiringuitos que nuestras autoridades nos han montado esta Semana de la Movilidad para aleccionarnos de lo que ellos no quieren hacer y quieren que hagamos nosotros contra esa pesada maquinaria que se empeñan en mantener, montada alrededor del uso del automóvil en entorno urbano.

51 semanas no es demasiado tiempo, pero no está mal para empezar.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Yo me hago peatón

Parece que sólo somos capaces de entender la realidad si la diseccionamos, la compartimentamos y la categorizamos. Y si el resultado de todo eso son grupos enfrentados, entonces nos gusta mucho más. En el terreno viscoso de la movilidad esto se entiende perfectamente. La disociación entre los distintos presuntos colectivos, cuya pertenencia se reduce a la elección del modo de desplazarse que hayan hecho en ese momento sus adeptos, se nos presenta como un conflicto irresoluble por ser pretendidamente irreconciliables las posturas de las distintas facciones.

Así se plantea como imposible y por tanto impensable una relación mínimamente satisfactoria entre automovilistas y ciclistas, entre ciclistas y peatones, entre peatones y automovilistas y, si afinamos un poco más, entre los distintos automovilistas (conductores de coches, motos, buses, furgonetas, taxis, camiones, etc.).

Nos sentimos cómodos reconociendo enemigos y comprobando cómo efectivamente la ciudad ante nuestros ojos es una jungla y la calle es un campo de batalla y los que hemos decidido que son los demás son malos y quieren amenazarnos con sus elecciones y sus afecciones. No podemos soportar un mundo fácil y poco agresivo donde la gente se entienda sin más, porque están dispuestos a avenirse y a convivir, porque no quieren buscarse problemas ni ocasionarlos.

Pero lo que más nos molesta reconocer es que cualquier persona de esos que protagonizan esas escenas de crispación soliviantadas pueden cambiar de bando en distintos momentos y que esos momentos se pueden suceder de una manera mucho más seguida de lo que podemos llegar siquiera a sospechar cuando las vemos tan enzarzadas en sus disputas.


Así el peatón más celoso de su condición y que recrimina a un ciclista que le ha pasado a lo que considera una distancia inaceptable, puede haber sido unos minutos antes un automovilista que no ha tenido esa misma consideración igual con ese mismo ciclista. O un automovilista que no puede soportar que un ciclista no respete un semáforo de regulación de paso peatonal, puede que, una vez aparcado, cruce esa misma calle por un sitio cualquiera o igual por ese mismo paso peatonal con el semáforo en rojo. Lo mismo que ese ciclista al que le molestan los peatones, pero que luego de peatón no tiene cuidado. O viceversa.

Somos contradictorios, multipolares y nos gustan los conflictos más que a los niños las piruletas. Nos gusta estar enfadados con el mundo. No todos ni todos por igual, hay gente que empatiza y que se reconoce y reconoce a los demás es esta especie de locura polifacética, pero parece que todavía son una minoría.

Por eso yo me voy a hacer peatón. Como si no lo hubiera sido toda la vida o como si toda la gente no fuéramos peatones, porque, precisamente, el peatón no es una categoría que se reconozca a sí misma, simplemente porque es una condición natural inherente a la persona. Me voy a hacer peatón y voy a ejercer de peatón porque soy ciclista vocacional y compulsivo, y aunque trato de poner todos los sentidos cuando pedaleo, pero estoy seguro de que no lo acabo de hacer bien.

Me voy a hacer peatón y voy a andar... y voy a tratar de entenderlo y de entenderme. Entenderme cuando no espere en los pasos peatonales regulados por semáforos en esas esperas eternas sin coches a la vista. Entenderme cuando me cruce despistadamente ante cualquier impulso tonto y una bicicleta o un "runner" me atropelle sin querer. Entenderme cuando esté pasando el rato en una plaza y entre un energúmeno al volante infringiéndolo todo y me hierva la sangre pero no vaya a decirle nada. Entenderme cuando un repartidor utilice toda la acera ante la falta de un carga y descarga más a mano y me amenace con una mirada desafiante.

Creo que ser peatón va a ser emocionante. Ya os contaré.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Superhéroes, necesitamos superhéroes

Cuando algo se visualiza como un reto casi inalcanzable, donde existen unas barreras importantísimas, una percepción de peligrosidad extrema y una pusilanimidad generalizada, lo que hace falta para realizarlo es un superhéroe.

Los superhéroes pueden hacer lo que el común de los mortales no puede. Muchas veces porque no lo intenta. Muchas veces porque no se lo cree. Necesitamos más superhéroes, muchos superhéroes. Aunque realmente lo que necesitamos es que cualquiera se convierta en un superhéroe, simplemente porque se crea lo que está haciendo, le ponga mucha energía y un montón de ilusión. Eso hará cambiar las cosas.

Para ejemplo un botón, o, más bien, un montón de estrellas que dentro del programa del mismo nombre, STARS (Sustainable Travel Accreditation and Recognition for Schools), trata de demostrar que se puede ir al cole en bici, aunque sea en una ciudad tan pretendidamente imposible como Madrid. Y lo demuestran con hechos y con mucho gusto, por cierto.

Ole!! Ole!! Ole!! en bici voy al cole... from José Rossi on Vimeo.

Enhorabuena por la iniciativa y que la fuerza acompañe a todo aquella persona que, como ha ocurrido en este colegio madrileño, ya lo hace, se lo ha propuesto o se lo quiere proponer. Es mucho más fácil de lo que parece. Tenemos demasiados monstruos y demasiado bien alimentados, pero ni son tan feroces ni pueden tanto contra la voluntad personal individual.

Tú puedes ser tu propio superhéroe. Y el nuestro. Inténtalo.

lunes, 1 de septiembre de 2014

La Eurobici es como la Eurozona: desigual

Recién aterrizados de la feria de las bicicletas por excelencia, el Eurobike, donde no hay nada novedoso pero que es donde se hacen los negocios de compraventa de bicis y accesorios más importantes del continente, la única constatación que hemos extraído esta vez en nuestra apresurada visita es que ni siquiera en la Europa de las Bicis hay bicis, en la ciudad, salvo en contadas excepciones.

Alguna vez hemos tenido la oportunidad de analizar esta visión, aunque de una manera simplista, diferenciando Norte y Sur y sacando pecho por nuestras conquistas en desplazamientos no motorizados frente a su liderazgo en masa crítica ciclista, pero es que ni siquiera eso es del todo cierto si hacemos excepción de Holanda. Lo demás en la Europa de las Bicis, la Eurobici, son reductos más o menos extensos, más o menos promocionados y por supuesto, siempre extremadamente llanos. Los Münster, Groninga, Copenhagen, Friburgo, Basilea, Munich, Lyon, etc.

Esta vez, además de empacharnos de bicicletas en esa superferia de la industria de las dos ruedas, hemos comprobado que no es así y que no va a serlo en muchos años o quizá nunca, nos pongamos como nos pongamos y que, de hecho, hay casos sangrantes en la supuesta Eurobici donde las bicicletas molestan más que en nuestras siempre entredichas ciudades. Hay que hacer justicia, las cosas no son tan bonitas por ahí arriba. A los hechos me remito.

De "Estrasbici"...

La primera visita, después de dos jornadas en las que acabamos exhaustos de ver bicis en expositores, fue Estrasburgo. Esa preciosa ciudad capital de la Alsacia francesa y sede del Parlamento Europeo bañada por el Rhin, el río que más bicicletas recoge de Europa (muchas más que el Danubio o el Loira). Estrasburgo es la típica ciudad ciclista. Tiene de todo, pero, sobre todo, tiene ciclistas.


Una ciudad que hace recordar mucho a Utrech y de alguna manera también a Amsterdam, con sus canales, sus carriles bici y sus centros históricos plagados de turistas. Estrasburgo es plana y tiene un tamaño abarcable, con un nivel de dispersión urbanística aceptable, lo que la hace perfecta para la bicicleta. Y así lo han entendido sus ciudadanos y muchos visitantes.


Con una población de unos 300.000 habitantes repartidos en 88 km² hacen que las distancias sean óptimas para la bici, cuenta con toda la parafernalia ciclista: una densa red de carriles bici de más de 500 kilómetros, una buena colección de calles con doble sentido ciclista, un parque de bicicletas públicas asombroso (4.400) y algunos servicios punteros, como un parking vigilado de pago en la estación de 450 plazas. Bien.


En Estrasburgo, le han puesto dificultades a los coches, pero han cometido de manera repetida todos los errores más frecuentes en las ciudades donde los ciclistas campan a sus anchas. A saber: permitir o sufrir la invasión constante de aceras y de espacios reservados a los peatones con gran intensidad de tránsito peatonal, hacer infraestructuras deficientes de manera posibilista y dejar mucha chatarra en la calle en forma de bicicletas abandonadas. Ideal para los que sólo quieren bicis, lamentable para todos los demás.

Estrasburgo, la sede del Parlamento Europeo, es un paraíso ciclista.

... a "Stuttcar"

A tan sólo 100 kilómetros lineales de eso que podríamos denominar una ciudad ideal para las bicis está Stuttgart, y Stuttgart es otra cosa. Basta con salir de la estación central, la Hauptbahnhof, para comprobarlo. En la ciudad de los caballos, no hay lugar para las bicis. Sería un insulto en la sede central de Mercedes-Benz y Porsche. En Stuttgart hay coches. Cochazos, más bien.


Coches por todos los lados, coches que rugen desafiantes, coches que avanzan por grandes avenidas y que cruzan la ciudad gracias a túneles y aparcamientos subterráneos disponibles por todos los lados. Bueno, por todos menos por Königstrasse, la gran arteria peatonal que disecciona la ciudad desde la estación ofreciendo un oasis para que los automovilistas disfruten de un espacio para su ocio comercial.


En Stuttgart no hay apenas bicicletas, tan sólo unos pocos locos, como los que puede haber en Santander, por poner un ejemplo cercano y fresco. Unos cuantos ciclistas deportivos, otros tantos ciclopaseantes que aprovechan los circuitos que han habilitado en el flamante pasillo verde que rodea la estación, flanqueado, eso sí, por estupendas autopistas urbanas. Y eso que han hecho algunos de los deberes: poner unos cuantos carriles bici, unas cuantos permisos excepcionales, unos cuantos aparcabicis y unas flamantes bicis públicas pagadas por la compañía de trenes, la Deutsche Bahn.


En Stuttgart los peatones están denigrados fuera de estos exiguos límites. Cruzar una de estas grandes avenidas a pie se convierte en un ejercicio de paciencia o bien en una aventura. En Stuttgart, en esa Alemania donde la gente respeta los pasos peatonales, la gente cruza esas autopistas por donde puede, transgrediendo la ley. Practican el "jaywalking". Insólito. Y habilitan pasos dando continuidad a las calles transversales. Como jabalíes en el campo.


Stuttgart, la sede de la Daimler y de Porsche es un paraíso automovilista. Ah, y está llena de colinas.

Una realidad bipolar

Esas dos ciudades, esos dos modelos de movilidad, la que propone el golpe de pedal y la que fomenta el golpe de acelerador, son sólo dos ejemplos triviales de las distintas velocidades que en lo que a movilidad toca están presentes y representadas en esta Europa que no tiene empacho en mirar a otra parte cuando le interesa. En un sitio le ponen dificultades al coche y en otro, al lado, le dan alas.

Simplemente para que no nos creamos que ellos son los buenos y nosotros una partida de cafres incompetentes. Nada más lejos de la realidad. Aquí todavía tenemos la mejor proporción de desplazamientos peatonales de Europa y esa no es una tercera vía, ese es el camino ideal.