Normalmente que se ven mal, si es que no acaban perdiendo el sentido. ¿Obvio? Menos de lo que parece. Estamos tan acostumbrados a ver las cosas parcialmente, desde nuestro punto de vista, desde nuestra lógica, que ya nos parece normal. La miopía, el interés, la envidia, la prisa y la tozudez nos han conseguido desorientar de tal manera que ya no sabemos a dónde estamos mirando ni lo qué. Simplemente estamos mareados.
En mi anterior artículo en este blog hablaba de una campaña de educación vial en una pequeña ciudad norteamericana de poco más de 200.000 habitantes bien planteada y bien ejecutada. Una campaña que ponía el acento en los conductores de coches, que iba dirigida a ellos, que les alertaba de los peligros de ciertas actitudes negligentes y que les advertía de la presencia de otros usuarios de la calle.
Ahora toca mirar a nuestro alrededor a ver qué pasa. Y he dado con este tesoro de campaña de educación vial para peatones y ciclistas que andan por aceras bici que propone el ayuntamiento de la ciudad en la que vivo: el Ayuntamiento de Pamplona (200.000 habitantes).
Aquí vemos una campaña de carácter infantil, donde se caricaturiza y se ridiculiza precisamente a peatones y ciclistas, donde se les alecciona, donde se les advierte, donde, en definitiva, se les culpabiliza de los posibles accidentes en los que puedan verse envueltos (de hecho los coches ni siquiera muestran a sus ocupantes). Lamentable.
¡Lógica!
Pero no es más que una consecuencia de una lógica que se repite por nuestra geografía mucho más de lo que estamos dispuestos a reconocer.
La lógica de que los que caminan y los que andan en bicicleta son estúpidas víctimas de su atrevimiento.
La lógica que nos ha llevado a proponer la ridícula condición de evitar la interacción de las bicicletas con el tráfico y apartarlas hacia circuitos pseudo-peatonales en competencia con los viandantes.
La lógica que ha conseguido plantear un enfrentamiento indeseado entre peatones y ciclistas, que es culpa de ellos y que ellos tendrán que resolver. Absolutamente demencial.
Esa lógica, la de los coches sólos y todos los demás aparte, es la que nos ha llevado hasta aquí.
¿Cuál será el siguiente paso?
Yo apuesto por que toda esta lógica se va a normativizar, se hará de obligatorio cumplimiento y se sancionará a los infractores ejemplarmente, a menos que la Dirección General de Tráfico tome cartas en el asunto y las haga valer.
Hay una ciudad en Estados Unidos, cerca de Washington, que se llama Tacoma, también conocida como "la ciudad del destino" por ser una estación ferroviaria terminal del Northern Pacific Railroad desde 1873. Hasta hace unos días no había sabido nada de ella y probablemente nunca me hubiera interesado por esta ciudad. Pero esta semana me ha llamado la atención (a mi y a otros tantos) por haber lanzado esta campaña en la que, de una manera ciertamente original, trata de concienciar a los conductores de la existencia de vida más allá de su salpicadero.
Y la verdad es que los mensajes no te dejan indiferente. Concebidos en términos puramente automovilísticos, aportan un poco de sorna a la triste realidad supermotorizada estadounidense.
El primero, por ser el más inquietante, es el que dice "Don't Disappoint Your Driver's Ed Teacher" que viene a decir que "No defraudes a tu profesor de autoescuela", atropellando a un ciclista. Ahí queda eso.
Si con este los ciclistas se sienten conejillos o erizos o cualquier otro animal que, inusitadamente, se puede cruzar en el camino de un conductor y fastidiarle su clase de conducir, en el segundo el mensaje es "Keep A Long Distance Relationship" algo así como "Mantén una relación a distancia".
El tercero va dedicado a los peatones y reza "Pedestrians Are Not Hood Ornaments". Este es mi preferido. Su traducción:"Los peatones no son elementos decorativos del capó". Realmente bestial.
Al principio no he podido evitar sonreir. Al rato (uno es un poco lento) he empezado a reirme solo y eso me ha durado unos minutos.
Pero el caso es que hoy he revisado varias veces las imágenes porque no acababa de creérmelo.
Las cosas se pueden hacer mejor, peor o rematadamente mal en esto de la educación vial cuando se envían mensajes a los conductores, pero, lo que no puede ocurrir nunca con una campaña, es que pase desapercibida. Esta no lo ha hecho y ese es su gran triunfo.
Además ha acertado a tratar a los conductores como desaprensivos, cosa que no es políticamente correcta y, además, lo ha hecho con una ironía rotunda. Sin comillas, sin caricaturas, sin insultar. Con dibujos simples, en forma de señales de las de toda la vida, sacando las cosas de quicio, que, probablemente, sea el único enfoque posible en una sociedad tan orientada.
Pero ¿qué tipo de ciudad es Tacoma para proponer este tipo de campaña tan agresiva? ¿Es alguna especie de infierno para ciclistas y peatones?
Pues no precisamente. De hecho en una breve excursión por el Street View de Google Maps me he encontrado con esto.
¡Fascinante! La compañía de autobuses urbanos promueve la intermodalidad. Pero yendo más allá me he interesado por la empresa Pierce Transit y por su hermana Sound Transit que gestionan el transporte del Condado de Pierce y me he encontrado con esto: una sección dedicada exclusivamente a la intermodalidad bicicleta-bus-tren.
Y eso no es todo... aún hay más. ¡Consignas para bicicletas en las estaciones! Demasiado. Ahí va una copia de la guía para la intermodalidad ciclista que podrás descargarte aquí.
Tacoma... la "Ciudad del Destino"... creo que voy a descansar un poco, porque me parece que me está subiendo la fiebre.
Que aprendamos a arrinconar el miedo ese miedo que nos atenaza y nos impide ver las cosas como son y las hace demasiado grandes y demasiado peligrosas y nos hace inseguros y dependientes y nos hace protegernos innecesariamente
Que acaben las ayudas estatales que están generando un agujero negro y una falsa expectativa de recuperación basada en hacer cualquier cosa a cualquier precio, rápido y mal
Que las Elecciones y el nuevo código de la DGT sirvan para algo que no se vuelvan a quedar en una colección de buenos propósitos, en una sucesión de desilusiones o en la autojustificación de muchos
Que los peatones se reivindiquen y recuperen los espacios arrebatados por una política totalmente desenfocada de fomento de la bicicleta y que conquisten nuevos espacios y nuevos derechos
Que las bicicletas vuelvan a las calles y dejen las aceras como única vía posible de ganar espacio y reivindicar su circulación como vehículos, no como juguetes
Que la bicicleta se enseñe en la escuela como modo de locomoción aconsejado y aconsejable, más que como medio para aprender a circular en coche, reforzando las habilidades de nuestros menores y consolidando sus valores Que proliferen las Casas de la Bicicleta (tanto como las Oficinas) como espacios donde compartir, aprender, enseñar, debatir, socializar, comunicar y proyectar una sociedad más amable
Que se instalen aparcamientos cubiertos y vigilados para bicis en todos los puntos neurálgicos de nuestras ciudades, en todos los centros de actividad y en todos los vecindarios que lo requieran, sólo así estaremos dando credibilidad a la bici como vehículo
Que las asociaciones ciclistas den servicio a sus usuarios y se dejen de jugar a los políticos, a los concejales y a los ingenieros, y sean capaces de superar la edad del panfleto, del eslogan, de la bicifestación y del voluntarismo
Que aprendamos a valorar la proximidad la cercanía, la inmediatez, la implicación como modo de vida y como objetivo y dejemos la movilidad para los que promueven la dispersión, el suburbanismo y la deslocalización como garantes de su estabilidad
Resulta complicado echar la vista atrás sin perder el equilibrio. El año 2010 ha sido un año intenso, convulso, emocionante. Han pasado muchas cosas. Muchas. Yo he elegido mis diez. Ahí van.
La gran crisis se consolida Y se queda a hacernos compañía unos cuantos años más. Es la oportunidad, la gran oportunidad. Cualquier crisis lo es, pero esta ha venido en el momento adecuado. En el momento de replantearse todo un sistema económico, de desarrollo, de urbanismo, de vida. Esa es la verdadera oportunidad.
El Plan E O el gran despropósito, tratando de salvar a las constructoras a cualquier precio. Dinero fácil para ayuntamientos en bancarrota ávidos de cualquier cosa en el año anterior a las elecciones municipales. Para hacer cualquier proyecto, de cualquier manera y en plazo record. También conocido como "la oportunidad la pintan calva". Ningún munícipe sin obra. Muchos de ellos haciendo carriles bici a destajo.
La peatonalización de las bicicletas Con tanto carril bici hecho con miedo, por políticos conservadores, respetando el tráfico motorizado, el resultado no ha podido ser peor. Con la excusa de defender a los ciclistas del peligro al que se exponen en el tráfico y con el ánimo de multiplicar los usuarios de la bicicleta a cualquier precio, se ha dejado a los coches indemnes y se ha denigrado a los peatones. Todos contentos.
Las bicis públicas llegan a su cénit De la mano del IDAE, con sus suculentas ayudas, como decía alguien hace unos años, los ayuntamientos se dividen entre "los que tienen bicicletas públicas" y "los que quieren tenerlas a cualquier costa". Así de triste. Como si fuera la gallina de los huevos de oro. Alimentando las expectativas de todos, vendiendo la moto como un sistema de transporte público innovador, una maquinaria de multiplicar ciclistas, una operación de márketing social sin precedentes que muy pocos políticos han sido capaces de relativizar. Contando altas por miles y usos por millones y con el argumento del gratis total y la imagen de la bicicleta, nadie ha podido escapar a la tentación. El tiempo pondrá a cada uno en su sitio.
Las zonas 30 Pero no todo son malas noticias. También en 2010 ha habido un impulso decidido a otro tipo de políticas de racionalización del tráfico. Si el estacionamiento ya se había regulado desde hace algunos años, este ha sido el de la generalización de limitación de la velocidad de tránsito en las zonas céntricas. Pamplona, Zaragoza, Valencia, Sevilla... y cómo no Oviedo, entre otras, han propuesto zonas más o menos ambiciosas de tráfico calmado.
El Congreso de la Bicicleta de Lleida En Junio tuvo lugar el 3er Congreso de la Bicicleta organizado por la Fundación ECA Bureau Veritas, cuya ambición le hizo eliminar la calidad de "catalán" y que, como en el resto de sus propuestas (Red de Ciudades por la Bicicleta o Plataforma Empresarial de la Bicicleta) apunta al mercado estatal. Un congreso realmente intenso y enriquecedor. Mucho más que el Congreso Internacional de Cicloturismo que tuvo lugar en Octubre.
La intermodalidad sin trenes... pero con plegables En un país que ha invertido su mejor presupuesto en hacer autopistas desiertas o trenes de alta velocidad planetarios, y que ha tenido el desliz histórico de olvidarse del transporte público de cercanías (sobre todo de los trenes) plantear intermodalidad con bicicletas es una pura entelequia. Pese a ello, las bicicletas plegables posibilitan una especie de multimodalidad que hoy por hoy resulta interesante: con buses, con metro, con trenes, con coches... las bicis plegables caben prácticamente en cualquier sitio y permiten resolver el problema del aparcamiento.
El Xacobeo... sin camino para cicloturistas Un año jacobeo que nadie se va a atrever a dudar que ha sido un éxito sin precedentes. Aunque no haya sido un mérito nuestro sino de una inercia mundial que empuja cada vez a más gente a aventurarse a peregrinar por un itinerario que, para los que se lo proponen en bicicleta, más que una peregrinación es una penitencia. El Camino es para caminantes. Para ciclistas no hay nada. Y nadie asume la responsabilidad, quizá porque sea interautonómica o porque el cicloturismo se menosprecia con el atrevimiento propio de la ignorancia. El caso es que tenemos de regalo uno de los itinerarios que más viajeros atrae en el mundo y no sabemos gestionarlo.
La electrificación nos invade Como si Edison hubiera nacido ayer. Ahora que la Crisis del Petróleo se vislumbra, todo el mundo se apresura a buscar la fuente alternativa de energía barata (o menos barata) para alimentar el consumo desaforado de watios en el que nos vemos inmersos. Con el cambio climático amenazante y en un discurso de ahorro energético que todavía no acaba de calar en todos los ámbitos y que se escenifica de manera simbólica en bombillas de bajo consumo, la electricidad vuelve con fuerza insólita. ¡Como si no estuviéramos ya suficientemente electrificados! ¡Como si la electricidad fuera limpia o gratis! El caso es que nos amenaza una explosión de vehículos eléctricos y de electrolineras y, como no podía ser de otra manera, de bicicletas eléctricas. Argumentos no faltan, sospechas tampoco.
MundOraintxe crece En medio de todos estos acontecimientos y bajo el lema con el que nos bautizó uno de nuestros mayores mentores ("El mundo es de los valientes"), Oraintxe una decana empresa dedicada a impulsar proyectos relacionados con la bicicleta decide diversificarse. Y en 2008 crea Mundoraintxe. En plena crisis. Sin dejar de prestar sus servicios de mensajería, amplía su visión y su mercado abriendo una tienda especializada en ciclismo urbano y cicloturismo, presta servicios de consultoría y actividades para la promoción de la bicicleta y también da cobertura a todo aquel que quiera viajar en bicicleta. Un reto. Una ilusión. Este año 2010 ha sido, sin lugar a dudas, el año de su consolidación en medio de todas las incertidumbres y las inquietudes propias de nuestra adolescencia (en Septiembre cumplimos 16 años).
Estamos demasiado apegados a la propiedad. Nos han hecho así. Poseer lo es todo. Nos da seguridad, nos hace más reales, más tangibles. En nuestra miseria, vivimos ahogados por créditos que han echo estallar hasta a la banca. Un mercado ficticio de especulaciones aritméticas, geométricas, exponenciales que ha hecho "bluf" y que nos ha dejado mirando el espectáculo. Estupefactos. Aferrados a nuestras llaves. Las mismas que nos abrieron a un espacio en un mundo voraz, insaciable, ahora nos cierran las puertas de otro mundo posible. Tenemos que pagar el pato: la deuda.
Y lo peor no es ésto (siempre hay algo peor). Lo peor es que nadie quiere cambiar su parcela de propiedad y lanzarse al alquiler. Y no hablo de casas, que vergüenza nos tendría que dar tener una de las tasas más bajas de Europa de vivienda en régimen de alquiler cuando los paises más desarrollados en términos de bienestar social se enorgullecen de todo lo contrario.
Hablo de coches. Fórmulas como la del "car sharing" o coche de propiedad compartida es realmente complicado que cuajen en una sociedad que ha divinizado su posesión de manera enfermiza. Si ya es difícil plantear tan sólo la fórmula rebajada del coche compartido (o "car pooling") entre algo que no sean colegas de facultad o amigos del trabajo, pretender desposeer a la gente de su coche es algo así como pretender retirar las televisiones de los cuartos de estar de nuestras casas. Una locura. Estamos dispuestos a cualquier sacrificio con tal de conservar nuestra propiedad privada. Créditos, gastos de mantenimiento, seguros, cosques, subidas del combustible, atascos, tarifas de aparcamiento crecientes, peajes urbanos... lo que sea, pero con mi coche, y mi aparcamiento, y en mi casa.
Hay visos de que esto pueda cambiar, hay iniciativas interesantes como la del Eusko CarSharing o la propuesta del Ayuntamiento de Burgos de proponer plazas de aparcamiento compartidas, pero esto va para largo, para muy largo. Y va a ser difícil, muy difícil. Todavía preferimos vivir hipotecados hasta las cejas, aunque esto nos impida ver la luz.
Curiosamente lo que sí que ha tenido aceptación ha sido la bicicleta compartida, aquí más conocida como bicicleta pública porque, ya se sabe, como lo público no es mío, entonces es gratis. Pero me temo que ha sido más una corriente impulsada por su gratuidad y por la moda que ha creado en ciudades que pretenden ser modernas o que presumen de serlo, que algo más serio. Mientras sea un juguete divertido y gratuito, durará, aunque sea a costa de hipotecar muchos otros proyectos de mayor calado en relación con la promoción de la bicicleta en la sociedad. ¡Que no sea por hipotecar!
Lo último que nos queda por compartir es el espacio, pero la tendencia nos está enseñando que ni eso es deseable. Es preferible compartimentarlo, aunque sea en perjuicio de todos los usuarios de la calle, que entenderse. A tal extremo llega el absurdo en el que nos hemos metido. La cultura mediterránea, por definición abierta, comprensiva, sociable, también ha sucumbido a la ilusión de la privatización de todo.
En fin, yo me voy a comprar una burbuja de aire, que ando un poco ahogado estos días. Y creo que la voy a financiar a 50 años. No espero vivir más.
... entre la salud y la enfermedad. Nadie es perfecto. Yo desde luego no. Aunque la cosa no era especialmente grave, mis antecedentes y mis adyacentes me dejaron en Urgencias el día después de Navidad. Aquello estaba a rebosar.
Pero no os quiero cansar con mis penurias. Las 4 horas y media que estuve en las distintas salas de espera y consultas me sirvieron, además de para dar un repaso a la prensa, para pensar un poco. Pensé en la fragilidad humana, en la inquietante levedad del ser, pero, por encima de eso, pensé en la dependencia y en la accesibilidad. En el mundo de las ambulancias, de las camillas, de las sillas de ruedas, de las rampas, puertas y ascensores adaptados, de los goteros, de los respiradores, de los médicos, de las enfermeras y de los celadores, de los familiares y de los acompañantes, es difícil escaparse a eso.
Y pensé que mi bicicleta no me trajo hasta aquí, que me trajeron en un vehículo a motor, en el mío en este caso, y que me llevaron de la misma manera. Y que todas mis diatribas y defensas desaforadas de la bicicleta como medio de locomoción no me sirvieron de nada esta vez. Y sin embargo, no me vine abajo. Nada más lejos.
Una cosa es defender un medio de transporte y otra es haber perdido el juicio. Hay viajes que no se pueden hacer en bicicleta. Muchos. Y para ellos es imprescindible contar con medios motorizados públicos y privados. Los relacionados con la accesibilidad universal y con la dependencia personal son claves.
Ahora me toca estar en casa parado al menos dos semanas. Me viene muy bien. Aprovecharé para ordenarme.
En estas fechas tan significadas no he podido evitar regalaros unas imágenes entrañables de mi ciudad. Esta ciudad enrocada en sentido figurado y real. Autodefensiva. Rocosa. Pero singular.
- Está lloviendo ¿no se te ocurrirá venir en bici?
Pues sí. Parece que la lluvia fuera la frontera para muchas personas a la hora de valorar la potencialidad de la bicicleta como medio de locomoción urbano. "Yo utilizo la bici, pero si llueve..."
La cosa es que llueve. Y en algunos lugares mucho. Y en algunos lugares más. Y en esos lugares la gente continúa andando en bicicleta pese a ello. Porque realmente se han dado cuenta de que la bicicleta sigue siendo su mejor opción, también en estas condiciones. ¿Cómo lo hacen?
Equipándose para la lluvia
Y eso no quiere necesariamente decir que aparezcan como buzos. Es mucho más simple.
Con eso basta. Con eso y unas luces y un poco más de precaución en la conducción.
Precaución en la conducción
Porque hay superficies que mojadas son mucho más resbaladizas. El asfalto no. Las zonas pintadas, como pasos de peatones, las zonas embaldosadas o adoquinadas, las aceras... se convierten en auténticas trampas. Hay que saber gestionarlas. Hay que saber anticipar las maniobras, y señalizarlas. Hay que saber frenar antes y utilizar sólo el freno trasero cuando ya estés metido en "el berenjenal". Hay que saber que, si en condiciones normales los conductores de vehículos motorizados no nos tienen demasiado en cuenta, con lluvia la cosa se complica mucho más. Menos visibilidad, agua, limpiaparabrisas, empañamientos, reflejos... hacen que la conducción de un automóvil sea mucho más difícil. Hay que tenerlo en cuenta, nada más.
Así pues, si amanece y la calle está mojada... la bicicleta seguirá siendo tu mejor aliada.
¿Quién se acuerda que para circular en condiciones de baja visibilidad los que lo hagan en bicicleta tienen que equiparse obligatoriamente de una luz de posición delantera blanca, una luz de posición trasera roja y un catadióptrico trasero rojo? Muy poca gente.
Se puede comprobar con la simple observación de los que andan en bici por nuestras calles. De nada ha servido la campaña informativa que la Dirección General de Tráfico lanzó hace ya más de un mes informando de que se iba a dar un mes de gracia para aplicarla. Un mes de gracia más, porque esta reforma de la Ley de Tráfico, aprobada hace más de un año, entró en vigor el pasado 25 de Mayo de 2010. Así que ya llevábamos 5 meses de gracia y aún se decidió ampliar uno más.
¿Por qué? Porque no había cuajado entre muchos ciclistas urbanos. La mayoría.
¿Por qué? Porque no se considera una prioridad entre muchos ciclistas. Porque era verano. Porque poca gente anda en bici de noche, al amanecer o al anochecer. Porque mucha gente anda por aceras. Porque no hay buenas luces en el mercado. Porque las policías municipales no se han puesto a ello. Porque nadie conoce esa norma. Porque...
Demasiados porqués. El caso es que sigue resultando impresionante ver a "ciclistas fantasmas" circulando en malas condiciones de visibilidad, imprudentes, peligrosos. Y lo peor no es precisamente que incumplan la ley y puedan ser sancionados por ello. Lo peor es que van asumiendo riesgos innecesarios.
Ahora bien, aclaremos también para los que se equipan con intermitentes miserables que eso tampoco son luces de posición y que muchas veces, sobre todo cuando andan mal de pilas, emiten una luz insuficiente.
Además, es necesario decir que las luces delantera y trasera y el catadióptrico trasero no son visibles de lado, por lo que no previenen de los golpes laterales, desgraciadamente los más graves para los ciclistas.
Por lo tanto, hay que recordar que:
Son obligatorias
Luz delantera blanca de posición
Luz trasera roja de posición
Catadióptrico trasero rojo no triangulares
Prendas con elementos reflectantes (en vías interurbanas)
Son recomendables
Elementos reflectantes adicionales
Especialmente los detectables lateralmente
A modo de ejemplo: bandas reflectantes en las cubiertas, reflectantes para los radios
Así pues. Lleva luces. Por ti. Por los demás. Porque lo dice la ley.
No es broma. Resolver la congestión en el tráfico rodado hoy en día es el principal trabajo de los responsables de la movilidad en nuestras ciudades. De hecho es su único encargo real. Su misión. Que el tráfico fluya. Cuanto más mejor. Para conseguirlo, ponen a su servicio todo tipo de tecnologías disponibles: ingeniería civil, telecomunicaciones, informática... para lograr entre todos el algoritmo que resuelva el tránsito masivo de vehículos por los centros de las ciudades.
La propuesta puede sonar subversiva, porque lo es.
Una de las soluciones. La principal. Pretender que la gente deje de usar el coche en nuestras ciudades de manera injustificada es una labor que no se hace sino demostrando lo inútil que es. Si este es el fin, los medios no pueden ser otros que aquellos que consigan un nivel deseable de congestión en las principales vías urbanas. Siempre.
Un poquito de colesterol en el aparato circulatorio que obstruya un poco las venas de nuestras ciudades y un poco más las arterias. Sin llegar a infartarlo, pero ahogándolo lo suficiente para que no pueda desarrollarse. ¿Cómo?
La dieta es clara: estrechando las principales vías, reduciendo carriles de circulación, restando espacios de aparcamiento, ralentizando la velocidad de tránsito, haciendo recorridos sinuosos, poniendo dificultades. Acabando con las autopistas urbanas, las semaforizaciones a 50 kms/hora y los megaparkings en los principales centros de atracción de viajes. Y cobrando por circular y por aparcar. Y haciendo todo lo contrario para, en este orden, peatones, bicicletas y transporte público. Para ellos la prioridad, las líneas rectas, las velocidades constantes, los aparcamientos, en definitiva, las facilidades de circulación.
Así y sólo así podremos disuadir a muchos del uso intensivo del automóvil. Y cuando consigamos que algunos se apeen de sus vehículos motorizados individuales, entonces volveremos a apretar el torniquete.
Olvidémonos de aquel argumento de la movilidad sostenible que decía que ésta reducía la congestión. La congestión es buena, es necesaria, es imprescindible, es la enfermedad congénita de la movilidad y es la única que la puede combatir y acabar con ella. La movilidad es el problema, la congestión es la solución.
Porque eres un ciclista y vienes por una acera montado en bicicleta. Aunque pares. Da igual si circulas por la acera de manera ilegal, si vienes de una acera bici o de una senda bici. Da igual si hay una ley que te ampara, o una ordenanza. No te van a ceder. No lo entienden.
Llevas años, décadas, incomodando su marcha en la calzada y, ahora que se venían acostumbrando y empezaban a respetarte, ¿quieres también que te cedan si vienes de una acera? Has perdido el juicio. ¿Y qué será lo siguiente? ¿Que te cedan sin verte, que te intuyan, que te anticipen? ¡Quieres demasiado!
¿Es que son unos desaprensivos? ¿Es que llevan más prisa que tú? ¿Es que no conocen la normativa? ¿Es que se creen más que los demás? Quizás. Pero no descartes que lo hagan para castigarte. Por listo. Y no descartes tampoco que muchos, todos, también son peatones, y algunos, cada vez más, andan también en bicicleta y muchos, cada vez más, lo hacen por la ciudad. Y esos tampoco te van a ceder. Porque no saben qué pretendes haciendo lo que haces. Porque también les has molestado en la acera y también les perjudican tus intenciones cuando quieren hacer valer sus derechos circulando por la calzada en bicicleta.
Piensa. Los conductores son personas normales y corrientes. Como tú. Muchos no tienen otro remedio que conducir un coche en ese momento. No quieren agredirte, no quieren atropellarte, no son asesinos. Y todos hacen algo más que conducir un coche en su vida.
Sé razonable: circula por la calzada. Y si excepcionalmente no lo haces, no pretendas que nadie lo vaya a entender. Y no dudes en desmontar si lo que reclamas son derechos de peatón. No cuesta nada, no vas a perder tiempo. Y vas a ganar en seguridad y vas a sintonizar mejor con todos.
Es el reto. Integrar la bicicleta en todos los aspectos: integrarla en la circulación, integrarla en la educación, integrarla en la vida doméstica, integrarla en el trabajo, integrarla en la sociedad, integrarla en la cultura, integrarla en la política, integrarla. Para ello hay que tener en cuenta varios aspectos que debe recoger una política de fomento del uso de la bicicleta.
Integral
Así debe ser la visión. No parcial como viene siendo hasta el momento. Con una visión segmentada de la bicicleta como elemento de promoción no vamos a conseguir incorporarla de una manera sostenible en nuestro entorno. Bicicleta no es carril bici. Bicicleta no es bici pública. Bicicleta no es Día de la Bicicleta. Bicicleta no es Masa Crítica. Esos son instrumentos que pueden estar al servicio de una política de fomento del uso de la bicicleta. O que se pueden quedar en mero escaparate, en pura escenificación. La visión debe ser holística, multidisciplinar, transversal, dinámica y constructiva.
Integradora
Como orientación, en lugar de propuestas más segregacionistas que hacen ver la bicicleta como una forma de desplazamiento intrínsecamente arriesgada y peligrosa, hace falta recordar que andar en bici en sencillo, natural, entretenido, divertido, saludable. Que las vías específicas, que apartan a la bicicleta de las calles y les proponen circuitos protegidos, deben ser excepciones y deben representar soluciones a puntos excepcionalmente difíciles. Una verdadera política de fomento del uso de la bicicleta debe presentarla como un vehículo idóneo para el espacio urbano, sin artilugios, sin demasiadas infraestructuras, sin más. Fácil. Y hay que normalizar esa perspectiva.
Reintegradora
Cuando una persona, un ciudadano, decide utilizar la bicicleta como medio de locomoción habitual está haciendo un favor a sus vecinos. Está apostando por una ciudad amable, limpia, habitable. Y eso hay que reconocerlo, y retribuirlo. De la misma manera que hay que hacer pagar a aquellos que quieran utilizar los automóviles de una manera irracional, compulsiva, injustificada ya que, además de provocar muchos inconvenientes al resto de ciudadanos, disponen de un espacio que no es de su propiedad, que es escaso, que es valioso. Y eso hay que pagarlo. Caro. Y con ese dinero hay que sufragar los reintegros para aquellos que apuesten por formas de desplazarse más limpias, más seguras y que exijan menos espacio.
No integrista
Hay que saber mantener el equilibrio. Es esencial cuando se habla de la bicicleta. Hay que evitar maximalismos y maniqueismos. Ni la bicicleta es la salvación de la humanidad urbanita, ni hay que exterminar el coche por concepto, ni el carril bici es la solución, ni la concurrencia de la bicicleta en el tráfico puede llevarse hasta sus últimas consecuencias. Hay que saber analizar cada propuesta, cada solución, cada medida, cada actuación, para cada caso, cada lugar, cada problema, cada carencia. Sin imponer esquemas, formatos o paradigmas. Hay que saber escuchar, implicar, reconocer y convencer. Participar, en definitiva.
El peatón ha recuperado algunos espacios aislados y algunos corredores en la jungla motorizada.
La bicicleta y el autobús han quedado discriminados y queremos que recuperen oportunidades.
Ilustración de Maru Sandoval recogida de Rueda Libre
La hipótesis:
Hay que restar espacio al coche para dárselo a los demás
La antítesis:
El espacio es el que es, hay que compartirlo
La síntesis:
Hay que restar oportunidades al coche y dárselas a los demás y esto se hace quitándole espacio, prioridad, derecho de paso, penalizando su uso y mejorando las condiciones de circulación de los demás e incentivando de manera explícita a éstos.
El ensayo ciclológico:
No sabemos cómo hacerlo y simplificamos. Reduccionismo. Hacemos caminos para bicicleta sin restar espacios y oportunidades al coche. Pero no tenemos empacho en condicionar y quitar espacios a los peatones. Y ponemos servicios de préstamo de bicicleta para animar a la gente a probar si todo esto funciona de una manera masiva, sin cuestionar su utilidad real, su precio, sus contraprestaciones, sus compromisos y sus problemas.
El error ciclológico:
Hemos elegido el camino equivocado. Esto no resta coches. Y además perjudica a los peatones, incrementa los accidentes y es carísimo. Y para más inri genera un precedente.
La causa:
Tenemos miedo. Miedo no precisamente del tráfico, que también. Miedo de que el coche pierda preeminencia. Creemos que la industria del automóvil y el uso intensivo y prioritario del mismo son el soporte de la economía, el bienestar y la estabilidad social en la que nos hayamos inmersos. Y por tanto son incuestionables e incondicionables. Pero no nos engañemos es insostenible y, más que eso, resulta invivible.
El efecto:
Replantear la estrategia y enfrentarse al problema con decisión. Es decir, seguir conquistando derechos y oportunidades para los que optan por no utilizar el coche y quieren ciudades más habitables. Y quitarle opciones al coche: opciones de circulación y opciones de aparcamiento.
Efectivamente, ciencia ficción. A veces es conveniente hacer este tipo de ejercicios. Si no, la realidad resulta demasiado anodina, triste, estática.
¿Nunca has imaginado como sería tu calle, tu barrio, tu pueblo, tu ciudad ideal? O dicho de otra manera, qué cambiarías en tu entorno para conseguir que se parezca más a ese lugar soñado. ¿No lo has hecho nunca? Pues deberías hacerlo.
Es realmente interesante imaginar lugares conocidos y cambiarles el aspecto, el ambiente o la funcionalidad que desempeñan en la actualidad. Es verdad que no somos planificadores, nadie lo es. De hecho esto está así después de muchos años de planificación. La propuesta es un ejercicio mucho más infantil: jugar a las ciudades. Pero con tu propia ciudad.
Imagina que está en tu mano decidir si en una calle se pueden poner árboles, si se puede cambiar la iluminación, si se pueden colocar bancos o columpios, si se puede reducir el tráfico en otra, o quitar plazas de aparcamiento, si una plaza se puede peatonalizar, si en un edificio abandonado se puede hacer un centro cívico, si se puede hacer un parque quitando la vía del tren, qué pasaría si la avenida principal en el centro de la ciudad se redujera a la mitad de su capacidad... ¿de verdad que no has jugado nunca a esto? Pues es realmente interesante. Y es más interesante ver las consecuencias que cada una de esas decisiones tendría.
Yo lo hago a menudo. Casi cada vez que camino por mi ciudad, que es la que conozco, la que vivo, la que me importa. ¿Por qué? Porque miro, porque observo y porque no me gustan muchas cosas que veo. Veo demasiados coches ocupando demasiado espacio y corriendo demasiado por el centro de la ciudad, veo peatones haciendo itinerarios imposibles, veo demasiados niños de la mano de sus padres, veo gente mayor caminando con dificultad en medio de la prisa de los demás, veo gente andando en bicicleta de malas maneras, veo autobuses atrapados en medio del tráfico, veo demasiados semáforos y demasiadas rotondas. Y no me gusta.
Y entonces me pongo a imaginar. ¿Qué pasaría en esta calle si quitáramos un carril en cada sentido? ¿Y si con ese espacio ampliáramos las aceras? ¿Qué pasaría en esta plaza si pusiéramos columpios y unos cuantos árboles y bancos, algunos cubiertos? ¿Que pasaría si por esta avenida sólo pudieran circular autobuses? ¿Y si en esta cuesta habilitáramos un arcén para que los ciclistas subieran tranquilos? Es realmente emocionante. Y es ilusionante. Todo se puede mejorar. Todo. Ese es el truco.
Ahora imaginemos por un momento que tu vida depende de ti y que tú eres capaz de decidir cómo configurar el espacio donde te desarrollas. ¿Demasiado? Vale. Pongamos entonces que eres capaz de tomar parte en procesos, en foros que se convocaran para decidir qué se podría cambiar en tu entorno para mejorarlo. ¿También es mucho? Recuerda que estamos hablando ciencia ficción.
Y no precisamente el espacio exterior. El urbano. Parece mentira que haya que recordarlo. Es una obviedad. Pero, para nuestra desgracia, las cuestiones más obvias son las que más fácilmente se olvidan. Y eso nos complica la existencia extraordinariamente.
Cuando hablamos de espacio urbano nos referimos básicamente al espacio residual una vez edificada la superficie disponible como urbanizable. Lo que más comúnmente se denomina "calle". Espacio para el tránsito, para el esparcimiento, para el encuentro, para el disfrute de los ciudadanos. Nunca son bastantes para todos los propósitos. Es precisamente eso lo que los hace valiosos y obliga a los ciudadanos a entenderse, a relacionarse, a compartirlos.
Y sin embargo nos hemos empecinado durante unas buenas decenas de años en privarnos de estos tesoros y cederlos para el uso de los vehículos a motor. Hemos restado lugares y comodidades comunes, colectivos, sociales, relacionales para permitir que, sobre todo los coches, puedan circular y estacionar con comodidad. Y luego hemos priorizado ese uso y esos derechos. Carreteras, autopistas urbanas, aparcamientos que condenan más de dos terceras partes de la superficie disponible y condicionan al resto de posibles usuarios.
Hace unos años despertamos a esta triste realidad y quisimos cambiar esta tendencia. Para ello decidimos enterrar los coches bajo tierra para así poder liberar espacio en superficie. Las peatonalizaciones fueron reconquistas valiosas, aunque muchas veces con fórmulas excesivamente quirúrgicas y que no acababan de disuadir del uso del coche. Así muchas veces producían el efecto contrario, ya que creaban una expectativa mayor de aparcamiento en esas zonas animando a la gente a acudir allá en coche.
Paralelamente, fuera de esas islas peatonales y precisamente para compensar su creación, los coches ganaban terreno en las calles adyacentes y mejoraban sus tránsitos. Se les favorecía ordenando los semáforos, agregando carriles, haciendo circunvalaciones. El objetivo: reducir la congestión. El resultado: intensificación del tráfico y discriminación de los modos no motorizados, especialmente los peatones (los mismos a los que se trataba de promocionar teóricamente).
En medio de esta contradicción surge un nuevo reto: fomentar la bicicleta en la ciudad. ¿Imposible? No sé. ¿Inconveniente? Desde luego.
La decisión: darle a la bicicleta una parte de la tarta. Un carril. Como si fuera así de fácil. Teníamos dos altenativas:
Por un lado, la lógica nos empujaba a pensar en uno de esos carriles que se habían comido los coches. Sin más. Pero eso entrañaba un problema: más congestión.
También se podía hacer eliminando plazas de aparcamiento de esos mismos coches, pero aquí si que topábamos con toda la ciudadanía. Una cosa era disuadir del uso del coche y otra muy distinta, intolerable, era pretender el derecho de cada ciudadano de poder apropiarse de 6 a 10 metros cuadrados de espacio público para poder dejar su coche parado.
Había una tercera vía, restarle parte del territorio a los peatones.
¿Qué se decidió? Un poquito de todo eso. ¿El resultado? Unos conductos más o menos forzados, difíciles de interpretar y poco homogéneos.
La pregunta es obligada: ¿Por qué seguimos insistiendo en que el espacio urbano se puede repartir y no empezamos a poner el acento en que quizá sea mejor compartirlo?
¿Por qué no lo compartimos?
Nada de eso. Es preferible repartir aunque de esa manera todo el mundo se quede insatisfecho con una parte menor de la que se consideraba merecedor. Además, ya se sabe, que el que parte y reparte... se queda siempre con la mejor parte. Pero es que hay argumentos de peso que impiden de una manera definitiva ese reparto:
La movilidad, ese concepto moderno del tráfico inducido por un estilo de vida, de urbanismo deslocalizador y que genera dependencia del automóvil privado para todo.
El miedo, ese gran aliado de las políticas conservadoras que legitima y perenniza un modo de gobernanza que ha aprendido a alimentarlo para autoperpetuarse.
La estadística, una herramienta perversa que se ha aprendido a manejar con maestría matemática para argumentar cualquier actuación.
Con estos tres elementos, un poco de dialéctica populista y de marketing social muchos políticos y otros tantos personajes de la escena pública han sabido organizar un discurso monolítico en el que las migajas acaban pareciendo un festín y los valores intocables siguen siendo eso, intocables.
Y así Coche, Casa y Consumo alimentan al Capital, Crédito y Caución. Y todos tan contentos. Y todo funciona.
Bicicletas, Buses y otras Barbaridades se escriben con B. Y representan dar un paso atrás, volver al pasado, renunciar a la Calidad de Vida, a las Conquistas de la Humanidad.
No. No se puede ir de C a B. Sólo se puede ir a D. D de Desarrollo, D de Depredación, D de Dominio, D de Denigración. Es el Destino, está escrito.
Dejarme que me ponga un poco didáctico. Son fechas indicadas para ello. O no. El caso es que yo tengo niños que creen en Los Santos Regalos y, claro, como son pequeños...
Hace unos días nos acercamos a un gran almacén de juguetes para ver qué se ofertaba y a qué precios. Y nos quedamos pegados. Gormiti, Bakugan, Scalextric, Cars, Playstation, Nintendo, Hello Kitty o Barbie... siguen apostando por guerras monstruosas, motorización competitiva, sedentarismo tecnologizado, sexismo amanerado y otras lindezas. Y siguen presidiendo escaparates y estanterías. Siempre estarán ahí también Lego y Playmobil con sus cada vez más complicados y estereotipados mundos ideales.
No quiero abundar en esto. Aburre. Al final es más de lo mismo, pero para nuestros niños... y los de los demás. Dumpers y excavadoras, coches de carreras, armas, policías y bomberos, pasivismo y ñoñería. Cultura, en definitiva. Y de la más genuina.
Y tú ¡ay de ti! queriendo ser una persona consecuente y ejemplar. O siendo un borde, que en estas fechas vendría a ser el sinónimo. O compras lo que te ordena el terrible aparato de la industria del entretenimiento infantil o eres un impresentable. Bonita disyuntiva.
A mi me salva que ya soy un borde y sigo regalando juguetes "sin electricidad" y que no tengan consumibles que reponer. Juguetes que obliguen a los niños a romperse la cabeza en sentido figurado o en el literal y en los que tengan que hacer algún esfuerzo bien sea físico o mental. Lo reconozco, no comulgo demasiado con esto, como me pasa con la mayoría de las convenciones masificadas y masificadoras, interesadas.
Así pues, este fin de año seguiré provocando desilusión entre la infancia de la que me rodeo. O no.
Estamos inmersos en una vorágine social, laboral y personal que nos empuja a lo largo del calendario irremisiblemente. La prisa. Estamos demasiado acostumbrados, o mejor, nos han acostumbrado demasiado a correr, a llegar. En el último minuto, en el último segundo. Y queremos aprovechar todo. Hasta los itinerarios. Nos han querido hacer personas multitarea, nos hemos querido hacer. Llamar mientras caminamos, oir la radio cuando conducimos, hablar sacando fotos, hacer deporte viendo la televisión, comer leyendo el periódico y otras actividades que combinadas resultan mucho más obscenas. Y hemos aceptado. Creíamos, creemos, que la modernidad nos ha dado eso, nos ha dotado comprenderlo, para digerirlo. Y no es verdad.
La verdad es que vivimos a trompicones, que no disfrutamos de lo que hacemos, que nos preocupan auténticas estupideces, que despreciamos los sentidos y la sensibilidad. Y así nos luce el pelo. Da pena vernos. Corriendo, apresurados, de un lado a otro, como gallinas descabezadas. Cacareando, desorientados, lamentándonos de las oportunidades perdidas, creyendo que lo son otras que no nos hacen mejorar, ansiosos por condicionar nuestro presente esperando que el futuro resuelva lo que no somos capaces de resolver nosotros, echando la culpa a los demás, a la sociedad, al sistema. Son los tiempos que corren.
Pero lo mejor de todo, es que nos permitimos nuestros pequeños deslices dentro de esta lógica y nuestras pequeñas contradicciones. Nos ayudan a soportarnos a nosotros mismos. Estamos demasiado acostumbrados a mirar a otra parte y para nosotros nos aplicamos el mismo cuento. Así argumentamos alegremente sobre temas planetarios sin pestañear. Empezamos con el efecto invernadero, de ahí pasamos a contabilizar emisiones y nos fue fácil deducir el cambio climático. El siguiente paso fue la sostenibilidad, calcular el balance energético y proponer escenarios futuros.
¿Y qué hacemos con todo eso? Promover nuevos hábitos de vida, de consumo. Pero nosotros seguimos igual. Carreras de un sitio a otro, ocupados en nada, ansiosos, esclavos de nuestras rutinas, insatisfechos, frustrados, agresivos.
Ahora nos ha dado por lo de la movilidad sostenible. Y no deja de tener gracia querer llegar cada vez a más partes y con más prisa y, a la vez, querer fomentar la reducción de la velocidad o la disminución del uso del coche para ello. ¿Es que no nos acabamos de dar cuenta de quiénes estamos jugando la partida? Todos esos conductores compulsivos, desaforados ¿conduciendo a 30 kilómetros por hora y respetando a los demás? Hemos perdido el juicio. ¿Por qué lo van a hacer? ¿Alguien se imagina a un conductor desaprensivo cogiendo una bicicleta para desplazarse?
Resulta difícil de imaginar. Tenemos demasiado arraigadas algunas costumbres que son más que eso. Se han convertido en actitudes, forman parte de nuestra personalidad, de nuestra idiosincrasia. Ir al gimnasio en coche o hacer terribles viajes en avión para descansar o para disfrutar de espacios vírgenes forman parte de eso. Así ¿cómo podemos esperar un cambio? ¿A palos? ¿Están las leyes para hacer lo que nosotros no somos capaces de hacer? ¿O lo haremos mediante inimaginables procesos de convicción?
No sé. Quizá la oportunidad la tengamos, precisamente, en esa esquizofrenia generacional que aquejamos, gracias a la cual somos capaces de hacer lo contrario a lo que decimos con la misma alegría con la que decimos lo contrario de lo que hacemos.
Y se complica cuando hay demasiados. Hay un momento en cualquier actividad en el que las cosas funcionan. Una reunión, una cena, una empresa, una excursión. La bicicleta no escapa a esta lógica.
Al principio había pocos ciclistas. En los años 70, en los años 80, en los años 90. Y circulaban, circulábamos. Sin problemas. Era una cuestión de actitud, de experiencia, de habilidad y de hábito. Sin más. ¿Qué había menos coches? Por supuesto. Y también menos respeto por los ciclistas. Y circulaban mucho más rápido, y mataban a mucha más gente en proporción. Y había también menos problemas de congestión y menos problemas de aparcamiento. Entonces algunos ciclistas también utilizaban las aceras para circular, en contra de la ley, y sin embargo se hacía con respeto, sabiendo que aquel no era su espacio, pidiendo perdón.
Cuando a finales de los 90 empezó la fiebre del carril bici pudimos observar que aquello también funcionaba. Aunque se llenaba de peatones ávidos de pavimentos de calidad. Seguía habiendo pocos ciclistas. Así pues, se hicieron de cualquier manera, con anchuras inverosímiles, recorridos tortuosos, en calles laterales, describiendo circunvalaciones, perdiendo prioridades en cada cruce... realmente inútiles y peligrosos. Pero, como tampoco había ciclistas... no pasaba nada.
Desde hace 5 años, se ha desatado una carrera de desarrollismo ciclista urbano alocada y oportunista. Al calor de la financiación pública fácil se ha sembrado el país de carriles bici y bicicletas públicas. Y todo ha funcionado bien mientras había pocos usuarios dispuestos a utilizar estas nuevas infraestructuras. Los carriles bici eran conquistas históricas, las bicis públicas el gran invento del siglo para promocionar de una manera masiva el uso de la bicicleta. Y funcionaban...
Hasta que la cosa empezó a masificarse y comenzaron los problemas.
Los carriles bici se comenzaron a utilizar y se descubrió la cruda realidad de los mismos. En la mayoría de los casos realizados en aceras, empezaron a mostrar un creciente malestar de los peatones, que veían que se les complicaban mucho sus tránsitos porque los ciclistas, silenciosos, circulando por aquellas carreteritas aparecían por todos los lados y desde cualquier dirección y les ponían en tensión. Sustos, encontronazos, accidentes... Y no sólo los peatones. Los automovilistas también tenían sus sorpresas y esas si que eran graves. Ciclistas inconscientes siempre había habido, pero tal cantidad y con tal prepotencia y amparo institucional jamás. Las imprudencias se pagaban esta vez con accidentes donde los ciclistas eran los grandes perjudicados.
Pero eso no paró a los ayuntamientos en su afán. Y de hecho se empezaron a hacer las cosas peor aún. Para poder completar sus redes ciclistas, hubo ayuntamientos que se atrevieron a pintar aceras que no tenían ni siquiera 2 metros de anchura para el tráfico en dos direcciones de peatones y ciclistas (y muchas veces en cuesta).
Y luego les dio por regularlo todo. Había que regular la circulación, las prioridades, los derechos de paso, las obligaciones, las velocidades máximas, el aparcamiento. Como si las bicicletas fueran nuevas o se hubieran inventado hace 4 años. Aquello ya era totalmente incomprensible.
En esas estábamos cuando llegaron, desembarcaron, las bicicletas públicas. Limpias, nuevas, atractivas, provocadoras. Y sucedió más de lo mismo. Mientras hubo pocos usuarios la cosa marchó perfectamente. Incluso muchos ciclistas urbanos empezaron a mirarlas con deseo. Y de hecho muchos se sacaron el carné, y cantaron sus alabanzas. Pero llegó la masa y las cosas empeoraron: fallos técnicos, colapsos en el servicio, estaciones llenas sin espacios para aparcar, otras sin bicicletas disponibles, mantenimiento insuficiente, vandalismo... y lo que es peor, la necesidad de camiones, camionetas y remolques para redistribuir bicicletas.
Pero la gente siguió mirando a otra parte. A Amsterdam. Hoy leo en las noticias que los holandeses también tienen problemas con las bicis. Y graves. Tienen atascos, problemas de aparcamiento, robos, chatarra, conflictos de convivencia entre ciclistas, accidentes, muertes, juicios... Y, en contra de lo que nos pudiera parecer, las cifras no decrecen pese a que el número de ciclistas hace años que se ha estabilizado.
Si aquí estamos todavía en proporciones inferiores siempre al 10% de ciclistas y ya tenemos estos problemas. ¿Qué vamos a hacer para anticiparnos a los que se producirán cuando queramos a toda costa incrementar dicha proporción?
(Advertencia: si no tienes tiempo, ganas y estómago, deja esta lectura para otro momento)
"Yo tengo que conducir por la acera porque por la calle me atropellan. Iría por la calle si hubiera más carril bici, no me quiero poner en peligro"
Estos son los dos grandes supuestos que argumentan usuarios e instituciones para ofrecer, como opción prioritaria para el fomento del uso de la bicicleta, la construcción de vías ciclistas segregadas del tráfico rodado, preferentemente en plataforma peatonal. Parece justo y lógico si se analiza así, pero se está eludiendo tratar el motivo que fundamenta esa visión temerosa de la circulación en bicicleta.
Estamos en un país donde la inmensa mayoría de la población ha perdido la costumbre de andar en bicicleta por la ciudad. Los políticos los primeros. Esto, que en principio parece que no revistiera mayor gravedad, se erige como el pilar central de toda la lógica que soporta la orientación de la política de fomento de la bicicleta que se ha ido desarrollando en los últimos años en la mayoría de los lugares que aquejaban esta misma coyuntura.
La falta de costumbre en el uso de la bicicleta conlleva varios componentes de auténtico calado que no parece que se hayan tenido en cuenta suficientemente a la hora de volver a poner en juego este vehículo entre la población de una manera generalizada:
La gente mayor no sabe andar en bicicleta y se sienten inseguros al considerar montar en una.
Los conductores no saben comprender a los ciclistas, sus circunstancias, sus necesidades.
El público en general contempla el uso de la bicicleta como una elección remota cuando se habla de un medio de locomoción habitual.
La ordenación del tráfico se ha ido adaptando únicamente a las necesidades y demandas de los automovilistas como usuarios mayoritarios de las calles.
En este orden de cosas, lo lógico hubiera sido:
Enseñar a la gente, mayor y joven, a andar en bicicleta en el tráfico.
Educar a los conductores en el respeto y la convivencia con el resto de vehículos, especialmente las bicicletas.
Promocionar el uso de la bicicleta como medio de locomoción mediante la valorización de esta como vehículo deseable en las ciudades.
Reordenar el tráfico persiguiendo la mejora de las condiciones de circulación de las bicicletas en el mismo, es decir, tranquilizarlo, calmarlo.
Sin embargo ¿qué se ha hecho? Se ha decidido seguir el camino más difícil, que es a la vez el más caro y el más rápido: habilitar circuitos para ciclistas separados del tráfico rodado y muchas veces compartiendo espacios con peatones. Para justificarlo se ha mirado a las ciudades con un uso masivo de la bicicleta como son Amsterdam o Copenhagen y sus fantásticas redes de viales dedicados a la bicicleta.
Pero se ha obviado una cuestión: ni la trayectoria, ni la educación, ni la geografía, ni la disponibilidad de espacio en estos países son equiparables a las del nuestro. Sí. En estos lugares centroeuropeos la cultura del uso de la bicicleta, el urbanismo horizontal y disperso, y el civismo de sus habitantes han posibilitado el desarrollo de un estilo de viario que ha permitido segregar la circulación ciclista en muchos espacios suburbanos e identificar carriles para las bicicletas en los espacios urbanos. Pero lo que ha motivado más fundamentalmente la definición de espacios de circulación para las bicicletas ha sido la presencia masiva de éstas y la necesidad de ordenar su tránsito en relación con el tráfico motorizado. Es una cuestión histórica. Nunca, desde su irrupción, ha dejado de haber bicicletas en estos países. Pese a que en los años 70 el poder del coche hizo disminuir sensiblemente el número de ciclistas, nunca han dejado de ser un vehículo de referencia ocupando espacio suficiente en las calles.
Pasando por alto estas cuestiones que son tan centrales y que empiezan en la educación vial y en la consolidación de las habilidades y hábitos de los niños en la escuela, pretender lanzar una estrategia de desarrollo de la bicicleta en un espacio urbano o periurbano debería ser una auténtica irresponsabilidad. Y hacerlo de una manera acelerada y masiva, un despropósito. Y sin embargo se ha hecho.
¿Y cómo se ha hecho? Pues simplemente “a la brava”, es decir, reinventando la rueda y valiéndose de herramientas de marketing social poderosas y sobre todo apoyándose en el control de los medios de comunicación y en escenificaciones magníficas. También ha ayudado en este proceso la falta de perspectiva de la inmensa mayoría de las asociaciones de defensa de la bicicleta que, tras muchos, demasiados años de haber sido ignoradas, han quedado deslumbradas ante el interés oportunista de muchos ayuntamientos de incorporar a la bicicleta entre sus argumentos de desarrollo sostenible.
Así se han implementado cientos de kilómetros de vías ciclistas segregadas, con un coste astronómico y con diseños absolutamente inadecuados. Y se ha conseguido condicionar los trayectos ciclistas igual que antes se habían condicionado los trayectos peatonales en favor de la exclusividad de la circulación motorizada en las calzadas. Y no sólo eso, este tipo de infraestructuras han incrementado el riesgo de accidente de los ciclistas en intersecciones e incorporaciones. Por si esto no fuera suficiente, la implementación de vías ciclistas en plataformas peatonales ha servido para volver a cargar la tensión sobre los peatones, que han visto como, de la noche para la mañana, en muchas aceras de sus ciudades se ha incorporado la circulación de bicicletas de manera “natural”.
Con el argumento del miedo, se ha conseguido:
Prescribir y normalizar la circulación de bicicletas por espacios peatonales o pseudo-peatonales
Damnificar a los peatones
No condicionar el tráfico rodado motorizado
Pero más allá de esto, se ha conseguido:
Desnaturalizar la bicicleta como vehículo al deshabilitarla prácticamente como tal
Despotenciar las principales virtudes de la bicicleta: la libertad de elección del itinerario y la rapidez y la flexibilidad en espacio urbanos compactos y densos
Desvirtuar el proceso de reintroducción de la bicicleta como medio de transporte
El problema no acaba aquí. La normalización del uso de la bicicleta en espacios peatonales conlleva unas lógicas y unas inercias realmente importantes. Cuando cada vez más gente anda en bicicleta por las aceras, bien sea porque las vías dedicadas a su circulación se han hecho mayoritariamente ahí y, por definición, una red viaria paralela nunca puede ser tan tupida como para poder llegar desde todos los orígenes a todos los destinos, bien sea porque el hábito hace la costumbre, al final el hecho de circular en bicicleta por las aceras se hace lógico, previsible y normal. Y lo peor, que la norma se hace excepción, y que la excepción se hace norma. Y entonces lo realmente excepcional es la circulación de las bicicletas por las calzadas como vehículos con derechos y obligaciones que son.
Cuando a esto le agregamos el efecto multiplicador de los sistemas de bicicletas públicas, el peso y la legitimación de todas estas actuaciones se consolida de una manera prácticamente irreversible.
El resultado: cientos, miles ¿millones? de ciclistas novatos tentando su suerte en bicicleta en espacios mayormente peatonales amparados por una nueva normativa ideada para dar cobertura a este nuevo estilo de circulación, agrediendo, denigrando a los peatones e injustificando la necesidad de condicionar el tránsito rodado motorizado, que de esta manera queda indemne y protegido. ¿Maquiavélico? No seamos perversos.
Llegados a este extremo, ¿cómo se pueden enfocar los siguientes pasos? Cuando la masa crítica está en las aceras de una manera legalizada, cuando nadie quiere mirar de frente al tema del condicionamiento de la utilización excesiva, compulsiva del coche para los desplazamientos urbanos, cuando nadie quiere mirar a los colegios porque los objetivos de la educación “deben ser” otros y, sobre todo, cuando tenemos una clase política y un cuerpo técnico que, en términos generales, adolecen de la misma temerosidad, pacatería y miopía… ¿qué podemos hacer?
Pues, sinceramente, esperar a que todo esto explote y esperar que el colapso deje las cosas decentemente. Desde luego, pensar que nuestro retraso en el desarrollo de determinadas políticas sociales nos la oportunidad de aprender de los errores de los demás e imitar sus aciertos, es como pretender que el ser humano avanza por un método diferente al del ensayo-error. Una pena. Una realidad.