¿Quién se atrevería a hablar así hoy en día? Sería el hazmerreir de sus colegas. Y, sin embargo, estos eran los principios dominantes en una generación que ha permitido dejar las cosas como están ahora y con una dificilísima vuelta atrás. A esa generación en la que el que no aspiraba a la Universidad y se colocaba muchas veces de enchufe, se le encaminaba directamente a la Fábrica, a esa generación individualista, consumista, violenta, machistoide y bastante analfabeta le debemos en parte los logros y las conquistas a las que ahora tenemos que afrontar como problemas.
En aquellos años en los que trabajar en una fábrica a turnos era sinónimo de poder adquisitivo y de potencia social, en aquellos años en los que pocas, muy pocas mujeres alcanzaban ese estatus, simplemente porque no estaba casi contemplado, en aquellos años en los que ir de cañas era mucho mejor si se iba en coche aunque el desplazamiento no lo exigiera y comprarse un piso en los nuevos barrios de expansión era lo más a lo que podía aspirar el proletariado, en aquellos años se fue fraguando lo que hoy para mucha gente es indiscutible.
Yo, mi cochazo, mi chalé y mis vicios
Pero no dependía del estrato social, el objetivo venía marcado por unos poderes que empujaban hacia el abismo del progreso, el desarrollo, el bienestar y la ostentación. Así, los más pudientes, en vez de conformarse con un simple coche necesitaban enseñar un cochazo, en vez de un piso un chalet o, en el peor de los casos, un unifamiliar y costearse unos vicios que formaban parte de su posición social.
Esa generación es la víctima e impulsora de lo que ahora nos toca vivir o de lo que todos hemos ido consolidando hasta que, más tarde que pronto, nos hemos dado cuenta de que nos estaba condenando a un modo de vivir insostenible tanto colectiva como individualmente. De la dispersión, de la dependencia del coche, de la condena de la hipoteca, de los alocados viajes en coche de un lado para otro hemos estado orgullosos durante demasiados años como para arrepentirnos y asumir ahora las consecuencias alegremente.
Sólo unos pocos privilegiados, por cautos, por valientes o por tener posibles, han iniciado el camino de regreso hacia lo cercano, hacia la proximidad, aunque en las ciudades metropolizadas eso no quiera necesariamente decir que hayan vuelto al centro físico, porque muchos suburbios y núcleos de expansión han sabido reconvertirse en polos atractores, diversificados y con vida social propia, conformando urbes policéntricas.
Lo que está claro es que se hace imprescindible repensar la forma en que vivimos y la forma en que nos movemos para proponer y perseguir una realidad que no nos haga pagar un precio demasiado alto en aislamiento, dependencia, inaccesibilidad o simplemente en tiempo y dinero que seamos capaces de asumir y con la que nos sintamos decentemente realizados y satisfechos. Nada más.
martes, 28 de octubre de 2014
lunes, 27 de octubre de 2014
Con bicis y a lo loco
Así. A lo bestia. Así es como circulan muchos a bordo de sus bicis. Sin cuidado, sin miedo, sin mirar. Jugándosela así porque sí, a lo loco. Sin cabeza.
La penúltima, el atropello de un ciclista a un autobús urbano, en la Zaragoza de los cicleatones. ¿¡Cómo hay que ir para estrellarse contra el lateral de un autobús urbano transitando por una acera!?
¿Quién asiste a estos bienaventurados?
¿En qué endiablada cabeza cabe cruzar un paso de peatones, de bicis o simplemente saltar a la calzada sin mirar y sin asegurarte de que te han visto? Pues parece que en más cabezas de la cuenta. Y, la verdad, no se sabe bien a quién se encomienda esta gente porque su ángel protector no está haciendo la labor.
La pandilla de descerebrados a pedales crece y crece sin cesar, y con ella los siniestros en los que se ven involucrados bicicletas que, con toda la razón, ya ha dejado de preocupar a nuestras autoridades, a los medios de comunicación de masas y al público congregado y ha empezado a indignarles porque se está consolidando como uno de los problemas de seguridad vial más acuciantes de nuestras ciudades. Y, lo que es peor, está enervando a los propios promotores de la bicicleta que ven, indefensos, como las estadísticas les empiezan a quitar la razón cuando defienden este vehículo como más seguro.
¿Cómo vamos a resolver este problema?
Es la pregunta del millón en la alocada carrera de la promoción de la bicicleta que se ha vivido en nuestro país desde hace más de una década y que sigue su momento inercial en estos tiempos de sequía presupuestaria y dieta económica.
Parece que las posiciones son irreconciliables: o se deja a los ciclistas circular por las aceras y se hace cursos minoritarios para educarles a cómo hacerlo, o se les obliga a abandonarlas a base de persecución y multas y se les abandona en un tráfico que se ve como poco apropiado en muchas vías.
La vía intermedia no se comprende porque genera también enfrentamiento entre las distintas facciones bicicleteras. Esa vía intermedia que abogaría por tranquilizar el tráfico informando de la presencia de ciclistas en la mayoría de las calles y que necesitaría segregar a los ciclistas en las grandes avenidas y en las cuestas parece que no cuenta ni con la unanimidad de los propios ciclistas.
Parece que tiene que ser todo o nada o, más que eso, todo a una carta o nada de nada. Así los ciclistas que abogan por la integración de la bicicleta en el tráfico como un vehículo más son incapaces de tolerar ningún tipo de segregación y lo dejan todo en manos de la educación vial voluntarista y, frente a ellos, los segregacionistas sólo son capaces de aceptar la circulación por carriles bici como único garante de su seguridad y, si no, aceptan de buen grado la invasión de las aceras. Así integristas y segregacionistas, todos se presentan absolutistas y, como tales, cerrados al diálogo y poseedores de la verdad absoluta e incuestionable.
Y luego nos quedan nuestros políticos, temerosos de importunar al tráfico motorizado, que prefieren no mover ficha que equivocarse.
Las cosas deben cambiar.
La penúltima, el atropello de un ciclista a un autobús urbano, en la Zaragoza de los cicleatones. ¿¡Cómo hay que ir para estrellarse contra el lateral de un autobús urbano transitando por una acera!?
¿Quién asiste a estos bienaventurados?
¿En qué endiablada cabeza cabe cruzar un paso de peatones, de bicis o simplemente saltar a la calzada sin mirar y sin asegurarte de que te han visto? Pues parece que en más cabezas de la cuenta. Y, la verdad, no se sabe bien a quién se encomienda esta gente porque su ángel protector no está haciendo la labor.
La pandilla de descerebrados a pedales crece y crece sin cesar, y con ella los siniestros en los que se ven involucrados bicicletas que, con toda la razón, ya ha dejado de preocupar a nuestras autoridades, a los medios de comunicación de masas y al público congregado y ha empezado a indignarles porque se está consolidando como uno de los problemas de seguridad vial más acuciantes de nuestras ciudades. Y, lo que es peor, está enervando a los propios promotores de la bicicleta que ven, indefensos, como las estadísticas les empiezan a quitar la razón cuando defienden este vehículo como más seguro.
¿Cómo vamos a resolver este problema?
Es la pregunta del millón en la alocada carrera de la promoción de la bicicleta que se ha vivido en nuestro país desde hace más de una década y que sigue su momento inercial en estos tiempos de sequía presupuestaria y dieta económica.
Parece que las posiciones son irreconciliables: o se deja a los ciclistas circular por las aceras y se hace cursos minoritarios para educarles a cómo hacerlo, o se les obliga a abandonarlas a base de persecución y multas y se les abandona en un tráfico que se ve como poco apropiado en muchas vías.
La vía intermedia no se comprende porque genera también enfrentamiento entre las distintas facciones bicicleteras. Esa vía intermedia que abogaría por tranquilizar el tráfico informando de la presencia de ciclistas en la mayoría de las calles y que necesitaría segregar a los ciclistas en las grandes avenidas y en las cuestas parece que no cuenta ni con la unanimidad de los propios ciclistas.
Parece que tiene que ser todo o nada o, más que eso, todo a una carta o nada de nada. Así los ciclistas que abogan por la integración de la bicicleta en el tráfico como un vehículo más son incapaces de tolerar ningún tipo de segregación y lo dejan todo en manos de la educación vial voluntarista y, frente a ellos, los segregacionistas sólo son capaces de aceptar la circulación por carriles bici como único garante de su seguridad y, si no, aceptan de buen grado la invasión de las aceras. Así integristas y segregacionistas, todos se presentan absolutistas y, como tales, cerrados al diálogo y poseedores de la verdad absoluta e incuestionable.
Y luego nos quedan nuestros políticos, temerosos de importunar al tráfico motorizado, que prefieren no mover ficha que equivocarse.
Las cosas deben cambiar.
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miércoles, 22 de octubre de 2014
Reflejos de una luz cegadora
La luz es ese fenómeno físico que nos permite ver. Pero cuando la luz es demasiado intensa acaba cegándonos. Por eso, hay veces que, para poder ver, lo mejor es evitar mirar directamente al foco que emite la luz y conformarse con los reflejos que nos permiten adivinar y comprender la realidad que nos rodea.
Lo mismo ocurre con el entendimiento y las fuentes de conocimiento. La capacidad de comprender depende de la cantidad y de la calidad de la información a la que nos exponemos. Cuando nos enfrentamos a algo demasiado denso o demasiado caudaloso, nuestra capacidad de comprensión se bloquea por saturación. Hay que procurar entonces distanciarse de la fuente y empezar a masticar cada trozo de información para poder digerirlo y no empacharnos.
Con el fabuloso documento que han presentado algunas de nuestras mejores lumbreras en lo que a movilidad se refiere bajo el título de Las Cuentas Ecológicas del Transporte pasa un poco eso. Que de tan denso, tan prolijo y tan profundo, nos deja deslumbrados, aturdidos intentando desgranarlo, intentando comprenderlo.
Este informe, que pone de relieve los vicios y los vacíos que presenta el análisis de la contabilidad de los gastos relacionados con el transporte, contando todos los medios y los modos de transportar, ha sido editado, como no podía ser de otra manera, por Ecologistas en Acción y puede leerse y descargarse aquí.
Su lectura es espesa a pesar de haber sido redactado con un estilo impecable, propio de maestros como Alfonso Sanz y todo el equipo de Gea21, lo que hace que requiera un interés especializado. Pero hay detalles y apartados que son realmente reveladores y arrojan luz sobre cuestiones que son tan obvias como olvidadas.
Hemos seleccionado unos pocos gráficos, a modo de aperitivo, que nos parecen especialmente ilustrativos y clarificadores de una realidad que nos cansamos en denunciar de manera argumentativa, pero sobre la que hacen falta datos e imágenes esclarecedoras. Estos son sólo algunas de las más significativas.
Que sirvan para abrir boca. Porque hay tantos bocados como estos que podríamos empacharnos si intentamos ingerirlos de una sola sentada.
En letra, nos quedamos con este extracto recogido en las conclusiones del documento:
Lo mismo ocurre con el entendimiento y las fuentes de conocimiento. La capacidad de comprender depende de la cantidad y de la calidad de la información a la que nos exponemos. Cuando nos enfrentamos a algo demasiado denso o demasiado caudaloso, nuestra capacidad de comprensión se bloquea por saturación. Hay que procurar entonces distanciarse de la fuente y empezar a masticar cada trozo de información para poder digerirlo y no empacharnos.
Con el fabuloso documento que han presentado algunas de nuestras mejores lumbreras en lo que a movilidad se refiere bajo el título de Las Cuentas Ecológicas del Transporte pasa un poco eso. Que de tan denso, tan prolijo y tan profundo, nos deja deslumbrados, aturdidos intentando desgranarlo, intentando comprenderlo.
Este informe, que pone de relieve los vicios y los vacíos que presenta el análisis de la contabilidad de los gastos relacionados con el transporte, contando todos los medios y los modos de transportar, ha sido editado, como no podía ser de otra manera, por Ecologistas en Acción y puede leerse y descargarse aquí.
Su lectura es espesa a pesar de haber sido redactado con un estilo impecable, propio de maestros como Alfonso Sanz y todo el equipo de Gea21, lo que hace que requiera un interés especializado. Pero hay detalles y apartados que son realmente reveladores y arrojan luz sobre cuestiones que son tan obvias como olvidadas.
Hemos seleccionado unos pocos gráficos, a modo de aperitivo, que nos parecen especialmente ilustrativos y clarificadores de una realidad que nos cansamos en denunciar de manera argumentativa, pero sobre la que hacen falta datos e imágenes esclarecedoras. Estos son sólo algunas de las más significativas.
Que sirvan para abrir boca. Porque hay tantos bocados como estos que podríamos empacharnos si intentamos ingerirlos de una sola sentada.
En letra, nos quedamos con este extracto recogido en las conclusiones del documento:
martes, 21 de octubre de 2014
Bien mirado, cabemos todos
Eso al menos dice la campaña que ha lanzado el Ayuntamiento de Pamplona y que, por una vez, apela a la conciliación, al entendimiento y a la convivencia, más que al recordatorio de la norma, a la amenaza o al castigo. Eso también lo hacen, claro, pero esto nos parece más novedoso, al menos en cuanto al enfoque y a la estética.
Cuesta ver, en estos tiempos que corren en los que detentan el poder lo usan para defender a sus interesados y tener al resto de la población amedretada, que alguien proponga mensajes en positivo, aunque de puro bienintencionados resulten un tanto inanios.
Cuesta reconocer, en estos tiempos que corren en los que cada uno va a lo suyo, que hay otra perspectiva que aquella desde la que uno mira el escenario.Ya sólo por eso merece la pena el intento.
Ahora bien, lo que cuesta de verdad es creerse esa realidad "idílica", con espacios compartimentados, con aceras bici subiendo las bicicletas a la altura de los peatones en calles donde no se circula a más de 30 kms/hora y esos ciudadanos obedientes y modosos. Cuesta creerse que eso es posible en una sociedad tiranizada por el ventajismo y la intimidación y donde estamos dispuestos a cagarnos en el bien común si sacamos provecho con ello, aunque sea nimio.
Seguiremos empujando para que esto pueda suceder y, sobre todo, para que los ciclistas puedan salir de esos ridículos carriles bici y se hagan con la calle de una manera más digna y menos peligrosa.
Nos vemos en las calles, que, bien mirado, son de todos y se las hemos cedido a los automovilistas.
Cuesta ver, en estos tiempos que corren en los que detentan el poder lo usan para defender a sus interesados y tener al resto de la población amedretada, que alguien proponga mensajes en positivo, aunque de puro bienintencionados resulten un tanto inanios.
Cuesta reconocer, en estos tiempos que corren en los que cada uno va a lo suyo, que hay otra perspectiva que aquella desde la que uno mira el escenario.Ya sólo por eso merece la pena el intento.
Ahora bien, lo que cuesta de verdad es creerse esa realidad "idílica", con espacios compartimentados, con aceras bici subiendo las bicicletas a la altura de los peatones en calles donde no se circula a más de 30 kms/hora y esos ciudadanos obedientes y modosos. Cuesta creerse que eso es posible en una sociedad tiranizada por el ventajismo y la intimidación y donde estamos dispuestos a cagarnos en el bien común si sacamos provecho con ello, aunque sea nimio.
Seguiremos empujando para que esto pueda suceder y, sobre todo, para que los ciclistas puedan salir de esos ridículos carriles bici y se hagan con la calle de una manera más digna y menos peligrosa.
Nos vemos en las calles, que, bien mirado, son de todos y se las hemos cedido a los automovilistas.
domingo, 19 de octubre de 2014
En bici por la acera, no hay manera (crónicas de un infractor)
Constatado. No hay manera de evitar el ventajismo y la intimidación cuando se circula sistemáticamente por las aceras a bordo de una bicicleta. Se puede conseguir ser cortés y paciente una vez, dos, unas cuantas, pero cuando la cosa se repite y se hace habitual, sale lo mejor de nosotros. Entonces llega el "disculpa" después de haber pasado rozando, el "ring ring" para conseguir que los caminantes estén avisados de vas a pasar como una exhalación, las velocidades crucero prohibitivas, las maniobras casi temerarias para ganar la mano en un paso de peatones...
Todo está justificado por la sempiterna prisa, esa que parece que dé más razón al más rápido y que perjudique siempre al más lento. En las aceras, y más en hora punta, esto es la norma y lo demás son excepciones.
En las aceras la prepotencia se mide, por lo general, en kilómetros hora, en masa movida y en la arrogancia que es consustancial a esas magnitudes agregadas. Negarlo es no querer enfrentarse a la realidad, no haberla observado o mirarla desde el manillar y a pedales. Incluso los ciclistas más modélicos pierden el tono cuando en un mini-sprint o en dos golpes de pedal pueden ganar la posición en una situación embarazosa.
Todo es comprensible, pero eso no lo hace disculpable y mucho menos sostenible. El problema sigue ahí y, cuantos más ciclistas hay, más grave es. Porque las velocidades relativas, las distancias de seguridad, los radios de giro, las trayectorias inerciales hacen que la convivencia en el mismo espacio entre gente que camina y gente que monta en bici sea imposible.
¡Claro que hay gente respetuosa en las aceras! Y gente que es capaz de apearse de la bici, pero son los menos y su excepcionalidad no hace más que confirmar la regla.
Para resolver este mal endémico, son muchos los que abogan por la educación vial, por el recordatorio del respeto debido y la prioridad obligada. No está mal. Pero hay que ser conscientes de que el alcance de las campañas, los cursos y los avisos no logran llegar más que a una mínima parte de una población saturada de mensajes y aburrida de adoctrinamiento y muchas veces no son suficientes para cambiar estas actitudes. Habría que trabajar de una manera unívoca, conjunta y permanente para darle la vuelta a esta tendencia que sigue ganando adeptos en la Ciudad de los Coches, esa que deja alegremente que los más débiles peleen sin cuartel para seguir beneficiando al más poderoso.
Lo cierto es que, incluso tratando de ser exquisitos, la prisa nos obliga y nos empuja a correr y a acelerar y la bici corre y acelera y si lo hace en las aceras lo hace contra los peatones. Los que vivimos en ciudades donde la circulación ciclista por aceras está masificada lo presenciamos a diario, cada hora, en cada momento. Y no, no depende de la edad, del género, de la raza ni de la condición social. Aquí lo hacen todos y de todos los pelajes.
Y digo todo esto porque lo he intentado.
Todo está justificado por la sempiterna prisa, esa que parece que dé más razón al más rápido y que perjudique siempre al más lento. En las aceras, y más en hora punta, esto es la norma y lo demás son excepciones.
En las aceras la prepotencia se mide, por lo general, en kilómetros hora, en masa movida y en la arrogancia que es consustancial a esas magnitudes agregadas. Negarlo es no querer enfrentarse a la realidad, no haberla observado o mirarla desde el manillar y a pedales. Incluso los ciclistas más modélicos pierden el tono cuando en un mini-sprint o en dos golpes de pedal pueden ganar la posición en una situación embarazosa.
Todo es comprensible, pero eso no lo hace disculpable y mucho menos sostenible. El problema sigue ahí y, cuantos más ciclistas hay, más grave es. Porque las velocidades relativas, las distancias de seguridad, los radios de giro, las trayectorias inerciales hacen que la convivencia en el mismo espacio entre gente que camina y gente que monta en bici sea imposible.
¡Claro que hay gente respetuosa en las aceras! Y gente que es capaz de apearse de la bici, pero son los menos y su excepcionalidad no hace más que confirmar la regla.
Para resolver este mal endémico, son muchos los que abogan por la educación vial, por el recordatorio del respeto debido y la prioridad obligada. No está mal. Pero hay que ser conscientes de que el alcance de las campañas, los cursos y los avisos no logran llegar más que a una mínima parte de una población saturada de mensajes y aburrida de adoctrinamiento y muchas veces no son suficientes para cambiar estas actitudes. Habría que trabajar de una manera unívoca, conjunta y permanente para darle la vuelta a esta tendencia que sigue ganando adeptos en la Ciudad de los Coches, esa que deja alegremente que los más débiles peleen sin cuartel para seguir beneficiando al más poderoso.
Lo cierto es que, incluso tratando de ser exquisitos, la prisa nos obliga y nos empuja a correr y a acelerar y la bici corre y acelera y si lo hace en las aceras lo hace contra los peatones. Los que vivimos en ciudades donde la circulación ciclista por aceras está masificada lo presenciamos a diario, cada hora, en cada momento. Y no, no depende de la edad, del género, de la raza ni de la condición social. Aquí lo hacen todos y de todos los pelajes.
Y digo todo esto porque lo he intentado.
miércoles, 15 de octubre de 2014
Me encanta andar en mi bici
La campaña que ha propuesto Italian Cycle Chic en Facebook. Es tan tonta que conmueve. No consiste más que en grabar en video durante apenas unos segundos tu pedaleo con tu indumentaria, esa que elijes para tu destino, no precisamente para andar en bici.
Una especie de juego "selfie" pero sin retratar la cara, sólo las piernas en movimiento.
Bastan esos instantes para transmitir normalidad, sensualidad y glamour a bordo de una bici. Un movimiento acompasado... como un baile. Agradable. Placentero. Encantador. Me encanta. Me encanta andar en mi bici.
Una especie de juego "selfie" pero sin retratar la cara, sólo las piernas en movimiento.
Bastan esos instantes para transmitir normalidad, sensualidad y glamour a bordo de una bici. Un movimiento acompasado... como un baile. Agradable. Placentero. Encantador. Me encanta. Me encanta andar en mi bici.
martes, 14 de octubre de 2014
19 en un día y 500 coches
Ese por lo menos ha debido ser el resultado después de todo un día a bordo de la bici en una ciudad pensada para los coches. Empezando por los malditos semáforos, esos enemigos de todo lo que no sean automóviles a 50 kms/h.
19 semáforos pasados en rojo me parecen pocos, pero tampoco viene al caso hacer ostentación de una reincidencia obsesiva en la transgresión de la ley, aunque quizá debería hacerse como demostración de insumisión a un orden que no tiene en cuenta a los vehículos amables. 19 semáforos saltados sin poner en riesgo a nadie, ni a mi mismo por supuesto. Semáforos de regulación peatonal la mayoría, siempre respetando escrupulosamente la prioridad peatonal, algunos semáforos que gestionan incorporaciones y que incomprensiblemente no tienen una fase ámbar para ciclistas y algún otro en intersecciones desérticas con máxima visibilidad.
Saltarse semáforos no tiene, en mi caso, ningún componente adrenalínico, no me provoca ningún tipo de emoción, no me sube las pulsaciones. Más bien al contrario, me produce una cierta desazón cada vez que lo hago, porque me recuerda que los gestores de nuestras ciudades siguen dando la espalda a las personas y a los vehículos que más aportan a que sean sostenibles.
Saltarme semáforos, además, me da oportunidades que respetándolos no tendría, sobre todo a la hora de hacerme visible al resto del tráfico y a la hora de ganar posiciones en la siguiente parada. Además me posibilita hacer algunos tramos sin tráfico, lo cual hace más cómodas algunas maniobras. Pero también ayuda colarse en el tráfico, siempre con prudencia y cortesía, para buscar las posiciones adelantadas en los stops y semáforos. Siempre estando seguro de que los demás entienden lo que estás haciendo.
Ahora bien, para ganarse la aprobación del resto de usuarios de las calles, hace falta dejar claro que no eres un energúmeno transgresor de toda norma. Y para ello hay que aprovechar cualquier oportunidad y dejar claro: uno, que no tienes más prisa ni te crees más listo que los demás, y, dos, que eres especialmente educado y que procuras entenderte con los demás. Así procuro mirar a los ojos buscando a la persona que hay detrás de cada peatón, conductor, motorista o ciclista. Es un remedio infalible para buscar el entendimiento y para comprobar que los demás están al tanto de tu presencia y conocen tus intenciones.
Eso y señalizar, por supuesto. Señalizar tus maniobras, de manera inequívoca pero discreta, sin marcialidad pero con decisión. Comprobando que se entienden y siendo después ágil en la reacción inmediata, tratando de garantizar la fluidez del tráfico.
Así han sido sólo 500 coches los que he pasado, grosso modo, sin pena ni gloria, pura constatación de la ventaja de la bici incluso en condiciones vehiculares plenas.
19 semáforos pasados en rojo me parecen pocos, pero tampoco viene al caso hacer ostentación de una reincidencia obsesiva en la transgresión de la ley, aunque quizá debería hacerse como demostración de insumisión a un orden que no tiene en cuenta a los vehículos amables. 19 semáforos saltados sin poner en riesgo a nadie, ni a mi mismo por supuesto. Semáforos de regulación peatonal la mayoría, siempre respetando escrupulosamente la prioridad peatonal, algunos semáforos que gestionan incorporaciones y que incomprensiblemente no tienen una fase ámbar para ciclistas y algún otro en intersecciones desérticas con máxima visibilidad.
Saltarse semáforos no tiene, en mi caso, ningún componente adrenalínico, no me provoca ningún tipo de emoción, no me sube las pulsaciones. Más bien al contrario, me produce una cierta desazón cada vez que lo hago, porque me recuerda que los gestores de nuestras ciudades siguen dando la espalda a las personas y a los vehículos que más aportan a que sean sostenibles.
Saltarme semáforos, además, me da oportunidades que respetándolos no tendría, sobre todo a la hora de hacerme visible al resto del tráfico y a la hora de ganar posiciones en la siguiente parada. Además me posibilita hacer algunos tramos sin tráfico, lo cual hace más cómodas algunas maniobras. Pero también ayuda colarse en el tráfico, siempre con prudencia y cortesía, para buscar las posiciones adelantadas en los stops y semáforos. Siempre estando seguro de que los demás entienden lo que estás haciendo.
Ahora bien, para ganarse la aprobación del resto de usuarios de las calles, hace falta dejar claro que no eres un energúmeno transgresor de toda norma. Y para ello hay que aprovechar cualquier oportunidad y dejar claro: uno, que no tienes más prisa ni te crees más listo que los demás, y, dos, que eres especialmente educado y que procuras entenderte con los demás. Así procuro mirar a los ojos buscando a la persona que hay detrás de cada peatón, conductor, motorista o ciclista. Es un remedio infalible para buscar el entendimiento y para comprobar que los demás están al tanto de tu presencia y conocen tus intenciones.
Eso y señalizar, por supuesto. Señalizar tus maniobras, de manera inequívoca pero discreta, sin marcialidad pero con decisión. Comprobando que se entienden y siendo después ágil en la reacción inmediata, tratando de garantizar la fluidez del tráfico.
Así han sido sólo 500 coches los que he pasado, grosso modo, sin pena ni gloria, pura constatación de la ventaja de la bici incluso en condiciones vehiculares plenas.
lunes, 13 de octubre de 2014
Esto no va de coche sí, coche no
Mucha gente sigue enquistada con el tema de que la concepción de las ciudades como espacios habitables y de futuro sostenible contraiga un compromiso directo con la desincentivación del automovilismo compulsivo y abusivo, y lo interpretan como una guerra contra el coche, contra su concepto, contra su industria, contra su sola posesión. Y se ponen muy nerviosos al respecto, diciendo que disuadiendo a la gente de usar sus coches nos vamos a cargar uno de los motores de nuestra economía. Y eso no es así. O al menos no es así de simple.
Ahora mismo, en medio del debate sobre la conservación del bienestar social y económico conquistado a duras penas en las últimas décadas, estamos viviendo en ciudades insanas. Insanas porque la calidad del aire no es buena, insanas porque las calles se han cedido para la circulación y el aparcamiento en vez de para el disfrute de los vecinos, insanas porque cada vez nos hacemos más sedentarios, insanas porque la violencia se ha apoderado de las relaciones personales. La violencia y el miedo que nos atenazan y nos impiden disfrutar de la convivencia de otra manera y que nos han hecho desconfiar de la calle.
Para llegar a todo este escenario, la forma de vivir y de desplazarnos que hemos adquirido han jugado un papel determinante. Hemos querido vivir separados, aceptando tener que desplazarnos a la mayoría de nuestros destinos habituales en coche y hemos creído que en eso consistía nuestro progreso y nuestro bienestar, aceptando el precio de buen gusto y con orgullo, cuando no con ostentación.
El problema es que nuestra apuesta nos está condenando y, lo peor de todo, está condenando a nuestros menores a ser dependientes de esos viajes que sólo pueden afrontarse decentemente en coche y hemos renunciado a formas de vivir más sencillas y más amables, además de más baratas y menos necesitadas de espacios y de prioridades. Pero como nos hemos hecho tan indolentes y estamos entrampados hasta el cuello, miramos hacia otro lado como si la cosa no fuera con nosotros.
Va de mejores ciudades
Es sobre esto sobre lo que deberíamos estar reflexionando y debatiendo y no de si el coche es bueno o malo o hay que exterminarlo de la faz de la tierra. Está claro que el coche aporta una serie de utilidades incontestables para determinados usos: para cargar pesos o para desplazarse fuera de las ciudades de manera discrecional, por ejemplo. Eso es incuestionable y, a día de hoy, insustituible. Lo que nos debemos cuestionar es cómo podríamos dejar de utilizar el coche en los trayectos urbanos y cómo podríamos rehabitar los centros urbanos. Nada más y nada menos.
Es desde esa perspectiva y sólo desde esa desde la que podemos trabajar para proyectar las ciudades del futuro para que ese futuro sea mejor para todos. Lo demás son guerras y las guerras siempre son maniqueas, responden a intereses maximalistas y buscan más el enfrentamiento que la conciliación. Que muchas ciudades europeas se estén planteando eliminar los desplazamientos en coche en sus núcleos urbanos nos tendría que hacer pensar. Que algunas de ellas pertenezcan al mayor centro de poder y producción automovilística europea nos tendría que hacer sospechar de las tesis simplistas que tratan de asociar la desincentivación del uso del coche con la destrucción de la economía.
Ahora mismo, en medio del debate sobre la conservación del bienestar social y económico conquistado a duras penas en las últimas décadas, estamos viviendo en ciudades insanas. Insanas porque la calidad del aire no es buena, insanas porque las calles se han cedido para la circulación y el aparcamiento en vez de para el disfrute de los vecinos, insanas porque cada vez nos hacemos más sedentarios, insanas porque la violencia se ha apoderado de las relaciones personales. La violencia y el miedo que nos atenazan y nos impiden disfrutar de la convivencia de otra manera y que nos han hecho desconfiar de la calle.
Para llegar a todo este escenario, la forma de vivir y de desplazarnos que hemos adquirido han jugado un papel determinante. Hemos querido vivir separados, aceptando tener que desplazarnos a la mayoría de nuestros destinos habituales en coche y hemos creído que en eso consistía nuestro progreso y nuestro bienestar, aceptando el precio de buen gusto y con orgullo, cuando no con ostentación.
El problema es que nuestra apuesta nos está condenando y, lo peor de todo, está condenando a nuestros menores a ser dependientes de esos viajes que sólo pueden afrontarse decentemente en coche y hemos renunciado a formas de vivir más sencillas y más amables, además de más baratas y menos necesitadas de espacios y de prioridades. Pero como nos hemos hecho tan indolentes y estamos entrampados hasta el cuello, miramos hacia otro lado como si la cosa no fuera con nosotros.
Va de mejores ciudades
Es sobre esto sobre lo que deberíamos estar reflexionando y debatiendo y no de si el coche es bueno o malo o hay que exterminarlo de la faz de la tierra. Está claro que el coche aporta una serie de utilidades incontestables para determinados usos: para cargar pesos o para desplazarse fuera de las ciudades de manera discrecional, por ejemplo. Eso es incuestionable y, a día de hoy, insustituible. Lo que nos debemos cuestionar es cómo podríamos dejar de utilizar el coche en los trayectos urbanos y cómo podríamos rehabitar los centros urbanos. Nada más y nada menos.
Es desde esa perspectiva y sólo desde esa desde la que podemos trabajar para proyectar las ciudades del futuro para que ese futuro sea mejor para todos. Lo demás son guerras y las guerras siempre son maniqueas, responden a intereses maximalistas y buscan más el enfrentamiento que la conciliación. Que muchas ciudades europeas se estén planteando eliminar los desplazamientos en coche en sus núcleos urbanos nos tendría que hacer pensar. Que algunas de ellas pertenezcan al mayor centro de poder y producción automovilística europea nos tendría que hacer sospechar de las tesis simplistas que tratan de asociar la desincentivación del uso del coche con la destrucción de la economía.
sábado, 11 de octubre de 2014
La ridiculez de ser peatón en Holanda
En general, ser peatón en toda Europa central y del norte está muy denigrado. Su modelo urbanístico disperso, la potencia del transporte público y los perfiles suaves hacen que todo lo que no se afronta al volante, se haga en bici o en transporte colectivo o en una combinación de ambos, dejando el placer de caminar para tramos terminales e islas peatonales de carácter comercial y de ocio.
En Holanda, dada la tremenda incidencia de la bicicleta como vehículo dominante, incluso en las distancias cortas, la marcha a pie áun está más denostada, lo que hace que caminar fuera de las islas peatonales sea a la vez ridículo y casi imposible. Basta con intentarlo. Aceras angostas o inexistentes plagadas de bicicletas aparcadas o abandonadas, o invadidas por los ciclos, con ciclomotores incluídos, cruces indescifrables en los que el peatón tiene que mirar hasta 7 veces para cerciorarse que no va a ser arrollado por, en este orden, bicis, buses, tranvías, coches o camiones y alguna que otra moto que vienen en todas direcciones con cierta superioridad.
Esto es tan acusado que, cuando se ponen a hacer una infraestructura moderna e inclusiva, normalmente dirigida a los ciclistas, que son los amos de la pista, se olvidan de las necesidades de los peatones que no son otras que evitar desniveles y otras barreras y buscar la línea recta.
Un ejemplo esclarecedor lo tenemos en una de las últimas superobras espectaculares que han inaugurado en los Países Bajos (y Planos habría que añadir).
Analizado a primera vista, para un lego de la cosa ciclista neerlandesa, sorprende la pendiente que han asignado a los ciclistas en ese tobogán fabuloso. Eso hasta que te das cuenta que los que deben afrontar esas cuestas y encima a puros peldaños. Se aprecia mejor en el video que nos facilita <a class=" />Mark Wagenbuur en su fabuloso blog Bicycle Dutch.
Se puede ver cómo la actividad peatonal se queda en algo recreacional, casi una atracción para menores, un juego, algo así como columpiarse. Una cosa infantil.
En Holanda, dada la tremenda incidencia de la bicicleta como vehículo dominante, incluso en las distancias cortas, la marcha a pie áun está más denostada, lo que hace que caminar fuera de las islas peatonales sea a la vez ridículo y casi imposible. Basta con intentarlo. Aceras angostas o inexistentes plagadas de bicicletas aparcadas o abandonadas, o invadidas por los ciclos, con ciclomotores incluídos, cruces indescifrables en los que el peatón tiene que mirar hasta 7 veces para cerciorarse que no va a ser arrollado por, en este orden, bicis, buses, tranvías, coches o camiones y alguna que otra moto que vienen en todas direcciones con cierta superioridad.
Un ejemplo esclarecedor lo tenemos en una de las últimas superobras espectaculares que han inaugurado en los Países Bajos (y Planos habría que añadir).
Analizado a primera vista, para un lego de la cosa ciclista neerlandesa, sorprende la pendiente que han asignado a los ciclistas en ese tobogán fabuloso. Eso hasta que te das cuenta que los que deben afrontar esas cuestas y encima a puros peldaños. Se aprecia mejor en el video que nos facilita <a class=" />Mark Wagenbuur en su fabuloso blog Bicycle Dutch.
Se puede ver cómo la actividad peatonal se queda en algo recreacional, casi una atracción para menores, un juego, algo así como columpiarse. Una cosa infantil.
lunes, 6 de octubre de 2014
Un poco más de respeto a los "rojos"
Que los semáforos son una de las enfermedades que han contraído nuestras ciudades en su afán de ser lo más automovilísticas posible, es algo que no merece la pena ser discutido. Que su funcionalidad y su programación están al servicio de la lógica de la circulación motorizada es algo que no se le escapa a nadie. Que el resto de usuarios de las calles lo sufren con esperas y dilaciones estúpidas y desproporcionadas es un tema ya demasiado manido como para que sea relevante.
Pero el colmo de toda esta denigración es que, encima, los automovilistas llevan tiempo tomándose la libertad de saltarse muchos de ellos en rojo como algo natural, con desprecio de las normas, de la seguridad vial y del resto de sus congéneres en general. Prepotencia pura.
Hasta ahora había habido mucha connivencia y relajación a la hora de perseguir y denunciar este tipo de faltas, porque todos habíamos interiorizado que era parte del juego y que estaba tan generalizado que iba a ser muy difícil de atajar, así que lo dejábamos estar y lo vivíamos con la misma resignación que el resto de los males que azotan nuestra sociedad.
Pero el mundo evoluciona y las tecnologías han venido, en muchos casos, a resolver los problemas a donde las personas no podemos o no queremos llegar. Pasó con los radares en los controles de velocidad, ahora llegan los "foto-rojos" que no son otra cosa que sensores que se incorporan a los semáforos y que detectan a los que se los saltan en rojo, algo que ya lleva unos cuantos años funcionando en otras partes.
¿Cuál ha sido el resultado? Abrumador a la vez que bochornoso. En la ciudad donde vivo, una ciudad pequeña y tranquila, uno sólo de estos chivatos tecnológicos ha tenido el mérito de denunciar a 1.214 infractores en apenas 3 meses y medio de servicio. Casi 12 al día en un sólo semáforo.
La reacción no se ha hecho esperar en el ayuntamiento que ha decidido extender este servicio a otros puntos conflictivos de la ciudad con ánimo redoblado por la intervención y la capacidad recaudadora de la dichosa máquina.
Pero el colmo de toda esta denigración es que, encima, los automovilistas llevan tiempo tomándose la libertad de saltarse muchos de ellos en rojo como algo natural, con desprecio de las normas, de la seguridad vial y del resto de sus congéneres en general. Prepotencia pura.
Hasta ahora había habido mucha connivencia y relajación a la hora de perseguir y denunciar este tipo de faltas, porque todos habíamos interiorizado que era parte del juego y que estaba tan generalizado que iba a ser muy difícil de atajar, así que lo dejábamos estar y lo vivíamos con la misma resignación que el resto de los males que azotan nuestra sociedad.
Pero el mundo evoluciona y las tecnologías han venido, en muchos casos, a resolver los problemas a donde las personas no podemos o no queremos llegar. Pasó con los radares en los controles de velocidad, ahora llegan los "foto-rojos" que no son otra cosa que sensores que se incorporan a los semáforos y que detectan a los que se los saltan en rojo, algo que ya lleva unos cuantos años funcionando en otras partes.
¿Cuál ha sido el resultado? Abrumador a la vez que bochornoso. En la ciudad donde vivo, una ciudad pequeña y tranquila, uno sólo de estos chivatos tecnológicos ha tenido el mérito de denunciar a 1.214 infractores en apenas 3 meses y medio de servicio. Casi 12 al día en un sólo semáforo.
La reacción no se ha hecho esperar en el ayuntamiento que ha decidido extender este servicio a otros puntos conflictivos de la ciudad con ánimo redoblado por la intervención y la capacidad recaudadora de la dichosa máquina.
jueves, 2 de octubre de 2014
"Por más que lo intento, siempre que monto en bici acabo atropellado"
Era la confesión de un entrañable vecino ayer mismo.
- No sé cómo hago, pero, aunque tomo todo tipo de precauciones y trato de evitar circular por la calzada, utilizo parques, aceras y carriles bici, en cuanto llego a un cruce o a una incorporación y me bajo al asfalto esos metros siempre acabo atropellado o casi. ¿Por qué me pasa eso?
- Pues igual precisamente por eso - le dije, no lo pude evitar.
- ¿Por qué? No te endiendo.
- Por circular siempre fuera del tráfico y pretender que el tráfico lo entienda.
- Ya...
- Hay dos sitios donde los conductores no te ven ni aunque quieran: cuando cruzas un paso de peatones (o de bicis) sin hacer una parada técnica y cuando apareces por el ángulo muerto, sobre todo desde la derecha.
- ¿Y entonces?
- Pues tienes dos: o sigues incomodando peatones y fiándote de los carriles bici y te aseguras de que los conductores (no los coches, que esos no ven) te han visto o pruebas a saltar a la calzada y circulas por el medio del carril que te convenga para tu itinerario y en las rotondas te metes bien en el medio para que te vean, siempre señalizando tus maniobras y mirando al resto de conductores.
- Pero eso me da mogollón de miedo.
- Vale, pero hablamos de tu integridad y esa te debería preocupar más que tus miedos.
- No sé, ya veremos.
- No sé cómo hago, pero, aunque tomo todo tipo de precauciones y trato de evitar circular por la calzada, utilizo parques, aceras y carriles bici, en cuanto llego a un cruce o a una incorporación y me bajo al asfalto esos metros siempre acabo atropellado o casi. ¿Por qué me pasa eso?
- Pues igual precisamente por eso - le dije, no lo pude evitar.
- ¿Por qué? No te endiendo.
- Por circular siempre fuera del tráfico y pretender que el tráfico lo entienda.
- Ya...
- Hay dos sitios donde los conductores no te ven ni aunque quieran: cuando cruzas un paso de peatones (o de bicis) sin hacer una parada técnica y cuando apareces por el ángulo muerto, sobre todo desde la derecha.
- ¿Y entonces?
- Pues tienes dos: o sigues incomodando peatones y fiándote de los carriles bici y te aseguras de que los conductores (no los coches, que esos no ven) te han visto o pruebas a saltar a la calzada y circulas por el medio del carril que te convenga para tu itinerario y en las rotondas te metes bien en el medio para que te vean, siempre señalizando tus maniobras y mirando al resto de conductores.
- Pero eso me da mogollón de miedo.
- Vale, pero hablamos de tu integridad y esa te debería preocupar más que tus miedos.
- No sé, ya veremos.
miércoles, 1 de octubre de 2014
Reconozcámoslo, la movilidad sostenible es impopular
A primera vista, podría parecer que un modelo de ciudad en el que el coche tuviera menos protagonismo,
los peatones disfrutasen de aceras anchas y seguras, con más zonas,
verdes, transporte público eficiente y movilidad en bici es algo a lo
que poca gente se opondría. Parece una utopía europea, una de esas
imágenes renderizadas de ordenador con la que se ilustran los carteles
de reforma de calles. El problema es que todo el mundo imagina este tipo
de ciudad… con ellos siendo uno de los pocos que no renuncian a ir en coche.
La movilidad sostenible es impopular, por una parte, porque muchas de las medidas para conseguirla son impopulares. Cuando se propone eliminar plazas de aparcamiento, reducir el número de carriles o peatonalizar calles siempre hay oposición. Y drama, mucho drama: se van a hundir los negocios de la zona, mi pobre madre en silla de ruedas no podrá llegar a casa, habrá más atascos… da igual que los estudios demuestren lo contrario, que las peatonalizaciones en otras zonas de la misma ciudad hagan evidente que son buenas para el comercio. Es un drama que después es evidente que era infundado, pero sobre el que nadie reconoce su error. Y es que de alguna manera hemos interiorizado los privilegios de los que gozan los coches y nuestra mente los ha convertido en derechos. Por eso parece que cualquier actuación destinada a reducir su importancia u ocupación del espacio público es una afrenta.
Y es que para mucha gente, defender la movilidad sostenible solo es decir frases genéricas como “lo que tenían que hacer es bajar el precio del transporte público”, “cuando haya más carriles bici ya cogeré la bici” o “que mejoren el servicio y ya iré en metro”. Así, en general, sin concretar nada más. Que hagan ellos su parte que cuando esté hecha ya haré yo la mía. Pero por supuesto, que mejoren el servicio, hagan carriles bici y bajen las tarifas sin reducir espacio a los coches ni que yo deje de poder ir en coche al trabajo ni aplicar tasas al vehículo privado.
Hay que dejarse de eufemismos: para que haya un cambio modal, para que podamos tener una ciudad sostenible, debe haber menos coches en las calles. Menos personas usando el coche.
Hay que desincentivar el uso del coche aunque solo sea por una cuestión física de espacio. Más del 80% del espacio público en nuestras ciudades se dedica a los coches, máquinas de uso privado y exclusivo que se pasan el 96% de su vida útil aparcadas. Sin dar ningún servicio a su dueño ni por supuesto a la comunidad que le cede el espacio. Lo justo es que el espacio público que nos pertenece a todos se emplee principalmente en medios sostenibles que beneficien a la ciudad, no en aquellos con externalidades negativas que, por mucho que se diga lo contrario, no llegan a cubrir sus impuestos.
Por eso, apostar de verdad por un cambio modal, por una movilidad sostenible, requiere un compromiso en serio más allá de la reivindicación general de que “mejoren el servicio”. Requiere también estar dispuestos a aceptar cambios en nuestra vida y en nuestra ciudad, a repensar cosas que se consideran inamovibles y a tomar decisiones impopulares.
Porque cambiar de verdad, darle importancia a la bicicleta, al peatón y al transporte público, son medidas populares como la mejora del transporte público y la construcción de infraestructuras ciclistas; pero también algunas impopulares como peajes urbanos, bajada de velocidad, parquímetros y restricciones a la circulación de coches. Son medidas que sabemos que son efectivas, porque han funcionado en nuestras ciudades y en muchas otras, y que son la clave del éxito de muchas capitales europeas en movilidad sostenible. La experiencia de las últimas décadas nos enseña que cuando al coche no se le ponen limitaciones, tiende a expulsar al resto de medios de la calzada, ocupar todo el espacio disponible y todo el que se le quiera dar. Las infraestructuras viales no alivian la circulación, sino que tienen un efecto llamada que genera movilidad inducida: los destrozos en los cascos históricos de las ciudades para hacer aparcamientos de coches son solo un ejemplo de ello.
No hay que tener miedo a actuaciones impopulares a priori. Cada actuación decidida llevará siempre las protestas de algunos, pero hay que saber ver más allá, que hay mucha más gente que se beneficiará de ello y no tiene la misma capacidad de lobby (algo que por nuestra parte estamos intentando remediar con este proyecto). Por lo general, el ser humano es conservador y teme cualquier cambio, pero también se adapta mucho mejor de lo que cree a él.
Las personas que tienen coche y lo usan en nuestras ciudades son una minoría, pero están mejor organizadas, y su punto de vista suele ser el predominante. Por eso cuesta tanto atreverse a dar una opinión diferente: es impopular. Hemos llegado a una situación de asunción de los privilegios en las que hay gente que rechaza incluso medidas en las que serían beneficiados.
Pero es difícil luchar contra el populismo. En las últimas semanas nos hemos encontrado ejemplos de ello. Con motivo de la puesta en marcha de BiciMad, el periódico 20 Minutos titulaba su noticia destacando no el número de bicis o el área cubierta, sino las plazas de aparcamiento (de coches) que se habían perdido para instalar las estaciones de bicis. En Sevilla, nos encontramos con un partido ecologista (¡ecologista!) haciendo campaña en redes sociales contra las tasas a los coches:
Escrito por Fernando de Córdoba para ecomovilidad.net
La movilidad sostenible es impopular, por una parte, porque muchas de las medidas para conseguirla son impopulares. Cuando se propone eliminar plazas de aparcamiento, reducir el número de carriles o peatonalizar calles siempre hay oposición. Y drama, mucho drama: se van a hundir los negocios de la zona, mi pobre madre en silla de ruedas no podrá llegar a casa, habrá más atascos… da igual que los estudios demuestren lo contrario, que las peatonalizaciones en otras zonas de la misma ciudad hagan evidente que son buenas para el comercio. Es un drama que después es evidente que era infundado, pero sobre el que nadie reconoce su error. Y es que de alguna manera hemos interiorizado los privilegios de los que gozan los coches y nuestra mente los ha convertido en derechos. Por eso parece que cualquier actuación destinada a reducir su importancia u ocupación del espacio público es una afrenta.
Y es que para mucha gente, defender la movilidad sostenible solo es decir frases genéricas como “lo que tenían que hacer es bajar el precio del transporte público”, “cuando haya más carriles bici ya cogeré la bici” o “que mejoren el servicio y ya iré en metro”. Así, en general, sin concretar nada más. Que hagan ellos su parte que cuando esté hecha ya haré yo la mía. Pero por supuesto, que mejoren el servicio, hagan carriles bici y bajen las tarifas sin reducir espacio a los coches ni que yo deje de poder ir en coche al trabajo ni aplicar tasas al vehículo privado.
Hay que dejarse de eufemismos: para que haya un cambio modal, para que podamos tener una ciudad sostenible, debe haber menos coches en las calles. Menos personas usando el coche.
Hay que desincentivar el uso del coche aunque solo sea por una cuestión física de espacio. Más del 80% del espacio público en nuestras ciudades se dedica a los coches, máquinas de uso privado y exclusivo que se pasan el 96% de su vida útil aparcadas. Sin dar ningún servicio a su dueño ni por supuesto a la comunidad que le cede el espacio. Lo justo es que el espacio público que nos pertenece a todos se emplee principalmente en medios sostenibles que beneficien a la ciudad, no en aquellos con externalidades negativas que, por mucho que se diga lo contrario, no llegan a cubrir sus impuestos.
Por eso, apostar de verdad por un cambio modal, por una movilidad sostenible, requiere un compromiso en serio más allá de la reivindicación general de que “mejoren el servicio”. Requiere también estar dispuestos a aceptar cambios en nuestra vida y en nuestra ciudad, a repensar cosas que se consideran inamovibles y a tomar decisiones impopulares.
Porque cambiar de verdad, darle importancia a la bicicleta, al peatón y al transporte público, son medidas populares como la mejora del transporte público y la construcción de infraestructuras ciclistas; pero también algunas impopulares como peajes urbanos, bajada de velocidad, parquímetros y restricciones a la circulación de coches. Son medidas que sabemos que son efectivas, porque han funcionado en nuestras ciudades y en muchas otras, y que son la clave del éxito de muchas capitales europeas en movilidad sostenible. La experiencia de las últimas décadas nos enseña que cuando al coche no se le ponen limitaciones, tiende a expulsar al resto de medios de la calzada, ocupar todo el espacio disponible y todo el que se le quiera dar. Las infraestructuras viales no alivian la circulación, sino que tienen un efecto llamada que genera movilidad inducida: los destrozos en los cascos históricos de las ciudades para hacer aparcamientos de coches son solo un ejemplo de ello.
No hay que tener miedo a actuaciones impopulares a priori. Cada actuación decidida llevará siempre las protestas de algunos, pero hay que saber ver más allá, que hay mucha más gente que se beneficiará de ello y no tiene la misma capacidad de lobby (algo que por nuestra parte estamos intentando remediar con este proyecto). Por lo general, el ser humano es conservador y teme cualquier cambio, pero también se adapta mucho mejor de lo que cree a él.
Las personas que tienen coche y lo usan en nuestras ciudades son una minoría, pero están mejor organizadas, y su punto de vista suele ser el predominante. Por eso cuesta tanto atreverse a dar una opinión diferente: es impopular. Hemos llegado a una situación de asunción de los privilegios en las que hay gente que rechaza incluso medidas en las que serían beneficiados.
Pero es difícil luchar contra el populismo. En las últimas semanas nos hemos encontrado ejemplos de ello. Con motivo de la puesta en marcha de BiciMad, el periódico 20 Minutos titulaba su noticia destacando no el número de bicis o el área cubierta, sino las plazas de aparcamiento (de coches) que se habían perdido para instalar las estaciones de bicis. En Sevilla, nos encontramos con un partido ecologista (¡ecologista!) haciendo campaña en redes sociales contra las tasas a los coches:
Escrito por Fernando de Córdoba para ecomovilidad.net
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