domingo, 25 de mayo de 2014

Hoy Su no ha venido a trabajar

Y no ha sido porque tenía un día disponible, tampoco es que le hayan despedido o hayan optimizado su puesto de trabajo. No, Su no ha venido porque estaba de baja.

Su trabaja con nosotros en Oraintxe desde hace algo así como 10 años, aunque parece que lo haya estado haciendo desde siempre. Su trabaja en bicicleta, en triciclo, en oficina y algunas veces conduciendo una furgo. Nada especial, nada que no hagan otros y otras en nuestra empresa. Sobre todo otras.


Recuerdo cuando nos cuestionábamos si el trabajo de ciclomensajero era demasiado duro para las chicas, duda que se nos disipó cuando contratamos a la primera, que todavía hoy sigue con nosotros. Las chicas en bici funcionan perfectamente. Muchas veces mejor que los tíos por una mera cuestión de regularidad y predisposición.

Las chicas en bicicleta normalmente son más prudentes, mejor avenidas en caso de conflicto y mejor predispuestas al trabajo, menos agresivas, menos impulsivas, más discretas, más suaves y más atentas a los detalles. Al menos las que trabajan con nosotros, aunque haya excepciones que lo confirmen o precisamente por eso.

Su es un buen ejemplo de ello. Pero hoy no ha venido a trabajar y la hemos echado en falta. Y no ha venido, no por capricho sino porque ayer una conductora despistada no le cedió el paso en un cruce entre dos calles 30. No ha sido gran cosa, pero el toque, además del susto, le ha fisurado un dedo del pie derecho (su parachoques en este caso).

Su circulaba por la calzada, por el centro del carril de una de esas calles que conoce perfectamente, visible, prevenida, con indumentaria que no pasa desapercibida y con casco porque estaba trabajando, pero todo eso no fue suficiente cuando esa conductora decidió seguir su camino sin atender a la obligación de ceder al vehículo que circulaba por la calle con prioridad.

- Perdona, no te había visto - dijo nerviosa la automovilista- ... perdona... pero tú tampoco has frenado.

miércoles, 21 de mayo de 2014

No nos engañemos, no queremos más bicicletas

Nos gustan como adorno, pero no como opción real y lógica en un mundo que debería buscar el bien común y no sólo el beneficio de unos pocos. Porque los automovilistas, pese a hacer mucho ruido, molestar mucho, poner en peligro al resto de ciudadanos y matar a unos cuantos y matarse entre ellos, siguen siendo una minoría dominante.

No queremos más bicis porque no entendemos unas ciudades que no estén pensadas para desplazarse de otra manera que en coche y andando. O no queremos entenderlo, porque creemos que si lo hacemos nos jugaremos la estabilidad, el bienestar y el desarrollo que tanto nos han costado conseguir. Y nada más lejos de la realidad, al menos vistas muchas ciudades en el mundo más pujante que han optado por prescindir de los coches, en la mayoría de los desplazamientos urbanos, y han conseguido ciudades amables, seguras y humanas, con comercio potente y con lugares donde socializar y disfrutar de la calle.


No queremos más bicis porque no sabemos cómo habilitarlas sin restar dominio, espacio y oportunidades al coche. Y no sabemos no porque seamos especialmente tontos, sino porque no concebimos que se pueda hacer en serio y asumiendo todas las consecuencias. Y ese es el problema.

El síntoma más revelador del fracaso de una ciudad en el fomento de la bicicleta es que sus ciclistas circulen por las aceras. Aquí, por desgracia, la mayoría lo hace. Y no podemos lamentarnos por ello, ni castigarles multándoles. Es una consecuencia de una política que ha buscado en la bicicleta un mero reclamo político y no ha procurado nunca cambiar los cimientos de una movilidad automovilista que ha estado fomentando durante décadas.

Así pues, no nos engañemos, no queremos más bicicletas, porque querer más bicicletas pasa necesariamente por querer menos coches y eso no hay político ni técnico responsable que se lo plantee en serio y que sea capaz de asumir las consecuencias. Porque, entre otras cosas, muchos serán los mismos que promocionaron o consintieron el modelo de urbanismo extensivo y disperso, en el que el coche era y es indispensable porque otro modo es ineficiente o imposible y, por tanto, impensable.

lunes, 12 de mayo de 2014

Preparando a nuestros menores para la guerra de los autos

Porque está claro que esto es una guerra declarada contra las bicicletas. Si no, no se entiende toda la estrategia desplegada para anularlas. Esta guerra empezó hace ya unas décadas en las que se fue fraguando el dominio de los automóviles en nuestras calles, en perjuicio de todos los demás, niños sobre todo. Un dominio basado en el terror y que ha dejado no pocas víctimas en el campo de batalla y demasiados daños colaterales. El otro día se revelaba una de ellas, en un ranking de las ciudades más contaminadas de nuestro entorno entre las que muchas que presumen de verdes ocupaban posiciones cabeceras.

Después de apenas cinco décadas de tiranía y de mezquindad en favor del automóvil, en los últimos años se ha producido un preocupante renacimiento de la bicicleta que tiene obsesionados a los señores del tráfico como una amenaza cierta a su orden. Las bicicletas no son bienvenidas en nuestras ciudades porque molestan. Molestan en un tráfico pesado, violento y organizado para que el coche y sólo el coche funcione. Pero molestan mucho más cuando se refugian en las aceras y zonas peatonales porque reproducen esa misma agresividad contra los indefensos peatones (muchos de ellos previos automovilistas agresivos).


Así las cosas, la táctica no se hizo esperar y los señores del tráfico decidieron recurrir a su argumento más eficaz: el miedo. Sembrando miedo entre la población se puede culpabilizar a los ciclistas de su propia siniestralidad y castigarles a protegerse como si sus lesiones fueran poco menos que autoinfringidas. Soberbio.

Primero las medidas fueron encaminadas a separar a las bicicletas del tráfico, de la calzada, atrincherándolas en corredores donde, si no se la jugaban intentando circular por ellas, lo hacían cuando se cruzaban con el tráfico motorizado o hacían peligrar a los caminantes porque se habían hecho a base de pintar rayas en las aceras. Eso no tuvo el efecto disuasorio deseado sino más bien el contrario y animó a mucha gente a montar en bicicleta de una manera más o menos incosciente.


Visto lo visto, los señores del tráfico, esos que no van a hacer nada por reducir el uso del coche, han decidido penalizar a los ciclistas y obligarles a utilizar casco para sus desplazamientos. Así, porque sí, porque los ciclistas, como los automovilistas, como los peatones y como los que se caen en la bañera de su casa sufren demasiados traumatismos craneoencefálicos, muchos de ellos fatales. Qué empeño. Único país en Europa y uno de los pocos en todo el mundo.

Ante la contestación social y la reacción de todos los estamentos a nivel europeo, lo que iba a ser una ley universal, se ha quedado en un castigo sólo para los menores, a los que, bajo la presunción de querer protegerlos, les obliga a utilizar casco hasta los 16 años. Como si a partir de esa edad fueran inmunes o como si la mayor parte de las víctimas, quitando las que se producen en periodo vacacional, no fueran mayores de 25 o como si los más peligrosos no fueran esos ciclistas noveles, mayores, inseguros e inconscientes... o como si a los ciclistas no les atropellaran coches. Por favor.

En fin, seguiremos batallando en esta guerra cruel que penaliza a los débiles y protege a los fuertes, que premia a los agresores y condena a las víctimas, que prefiere no tener calles que dejar de desplazarse en coche. Eso pese a que muchos ayuntamientos (entre los que se encuentran los de Sevilla, Barcelona, Vitoria, Zaragoza, Donostia o Pamplona, por ejemplo), en ese proceso de discriminación legal, hayan aprobado por mayoría una declaración contra la obligación del uso del casco, que ahora tratan de olvidar. Somos ruines, somos miserables, somos cobardes, somos conservadores y no dejaremos de serlo, aunque suframos las consecuencias en nuestras propias carnes.

domingo, 11 de mayo de 2014

Lo bueno, si breve...

Esta semana participamos en una sesión de presentaciones meteóricas de proyectos que tuvo lugar en Pamplona en su tercera edición. En tan sólo 20 diapositivas de 20 segundos, 9 ponentes dimos a conocer lo que estábamos haciendo y lo que queríamos hacer a un público inmediato. Sin barreras, sin protocolo, sin más armas que la elocuencia y unas pocas imágenes con la que ilustrarla. Un descubrimiento.

Es lo que se llama el método Pecha Kucha. Un invento que sirve para dar posibilidad a una audiencia a conocer muchas experiencias en muy poco tiempo, presentadas con agilidad y de una manera más que concisa, sintética. Pecha Kucha ensalza la cultura de lo efímero, de lo inmediato, de lo breve, esa que no puede aburrir porque no tiene tiempo para hacerlo, esa que obliga al que expone a no irse por las ramas, a no regodearse con soliloquios.

Diseño: Pan de Molde

Puede resultar un tanto superficial a primera vista, un formato que no permite profundizar, debatir ni masticar demasiado, que se traga y ya está, que no va más allá de ser un mero bombardeo, pero después de haber presenciado las 5 primeras exposiciones, el público está excitado, entregado y dispuesto a más. Esto es lo emocionante y este es el valor de esta fórmula.

Al cabo de 9 presentaciones de precisamente 6 minutos y 40 segundos cada una, o lo que es lo mismo, después de poco más de una hora de oír las propuestas de 9 proyectos no puedes dejar de sonreír al comprobar el efecto subyugante que produce tanta intensidad, tanto dinamismo y tanta energía utilizada para dar a conocer cuál es la ilusión que te lleva a comunicar y cuál es el efecto que tu mensaje produce en un público receptivo. Espectacular.
Los grandes congresos y convenciones son propuestas normalmente endogámicas, acontecimientos pomposos sometidos a unas obligaciones protocolarias donde rara vez se sorprende a la audiencia y donde muchas veces se aburre con ponencias anodinas, excesivamente pretenciosas o simplemente insulsas. Esto no.

Por eso triunfa Pecha Kucha, por lo mismo que lo hace Facebook o Twitter. Porque tienes que ser capaz de condensar todo tu ingenio y abreviarlo al máximo para ofrecer una pastilla que se trague y produzca un efecto inmediato.

Busca tu Pecha Kucha local y, si no lo encuentras, organízalo tú mismo y verás qué efecto tan excitante produce enterarse en primera persona de lo que ocurre en tu entorno contado por sus protagonistas en poco más de lo que cuesta contar un chiste.

Por cierto, enhorabuena a todos los organizadores de estos eventos. Se acabó el tiempo.