Cierto. Nuestra clase política sigue acomodada en una suerte de apoltronamiento que la hace funcionar siempre a remolque de los acontecimientos y muy por detrás de las demandas sociales o de las tendencias emergentes. Debe ser que se han creído que es connatural con su cargo. Ningún político en el gobierno arriesga, ninguno cambia, ninguno apuesta por las minorías, ninguno se anticipa a los acontecimientos, ninguno prevé las consecuencias... Todos se dejan llevar por las inercias. Creen que ahí están los votos y sólo trabajan por los votos.
Así, cuando participan y creen que lideran (ellos siempre creen que lideran) alguna iniciativa que proponga un cambio, lo hacen sólo de cara a la galería, para aparecer modernos en la foto, como una pose, siempre magníficos y magnánimos, condescendientes. Los políticos son, por defecto, así: arribistas, oportunistas y vanidosos. Y creen, como muchos, que la movilidad sostenible es impopular.
Javier Maroto dirigiéndose a un acto político en bicicleta (Foto: El Mundo) |
Esto es así siempre que no se encuentren con una contestación social suficientemente organizada, seria, permanente y que se dedique más a hacer propuestas que a reivindicar y quejarse de manera gratuita. Cuando es así, los políticos gobernantes no tienen otro remedio que responder y muchas veces acaban dándose cuenta de que las fórmulas propuestas funcionan y mejoran su gobierno y la realidad objeto de dichas reacciones. Aunque en las ocasiones en las que se visualicen logros tratarán de acaparar toda la atención mediática, atribuyéndose el protagonismo de todo el proceso.
Hay otro elemento que suele jugar un papel decisivo a la hora de cambiar las tornas a los políticos y es un cuerpo técnico, en las propias instituciones donde esos políticos mandan, dispuesto a hacer la labor de cambio desde dentro de la propia administración.
Lo hemos visto en principales procesos que se han ido fraguando a nuestro alrededor. El cambio y la apuesta por la movilidad sostenible y por la bicicleta en San Sebastián no fue una iniciativa de Odón Elorza, como el de Vitoria no lo ha sido de Javier Maroto, aunque ambos se hayan llevado la foto. No. Ellos han sabido encaramarse a lo alto del cambio y han creído capitalizar el éxito del mismo, pero siempre ha habido detrás una demanda social sólida y consistente (Kalapie o Bizikleteroak) y un cuerpo técnico atento y valiente en estas ciudades que ha sabido domar, aconsejar y, por qué no, engañar un poco a sus políticos al mando. Sin estos agentes ninguno de estos procesos hubiera sido posible, o al menos no hubiera sido tan exitoso y se habría quedado en agua de borrajas, como ha pasado en Murcia, en Pamplona o en Valencia, por ejemplo.
Lo que pasa es que al final los verdaderos cambios en la fisionomía y en la forma de definir y ordenar nuestras ciudades están en manos de los políticos que las gobiernan y es por eso por lo que hay que tratar de seducirlos y conquistarlos. Seducir y conquistar a los políticos más que discutir y pelear contra ellos, porque hace falta que la clase política en general y sobre todo la gobernante se dé cuenta de que esto es bueno para las ciudades, bueno para sus ciudadanos y, por tanto, bueno también para ellos.
Es un trabajo duro e ingrato, pero un trabajo imprescindible en el que hay que saber, además, que ellos se van a llevar la gloria y el reconocimiento en caso de que la cosa salga bien. O al menos lo van a hacer ver así. Ahora bien, si ese es el precio, que sea.