Recién aterrizados de la feria de las bicicletas por excelencia, el Eurobike, donde no hay nada novedoso pero que es donde se hacen los negocios de compraventa de bicis y accesorios más importantes del continente, la única constatación que hemos extraído esta vez en nuestra apresurada visita es que ni siquiera en la Europa de las Bicis hay bicis, en la ciudad, salvo en contadas excepciones.
Alguna vez hemos tenido la oportunidad de analizar esta visión, aunque de una manera simplista, diferenciando Norte y Sur y sacando pecho por nuestras conquistas en desplazamientos no motorizados frente a su liderazgo en masa crítica ciclista, pero es que ni siquiera eso es del todo cierto si hacemos excepción de Holanda. Lo demás en la Europa de las Bicis, la Eurobici, son reductos más o menos extensos, más o menos promocionados y por supuesto, siempre extremadamente llanos. Los Münster, Groninga, Copenhagen, Friburgo, Basilea, Munich, Lyon, etc.
Esta vez, además de empacharnos de bicicletas en esa superferia de la industria de las dos ruedas, hemos comprobado que no es así y que no va a serlo en muchos años o quizá nunca, nos pongamos como nos pongamos y que, de hecho, hay casos sangrantes en la supuesta Eurobici donde las bicicletas molestan más que en nuestras siempre entredichas ciudades. Hay que hacer justicia, las cosas no son tan bonitas por ahí arriba. A los hechos me remito.
De "Estrasbici"...
La primera visita, después de dos jornadas en las que acabamos exhaustos de ver bicis en expositores, fue Estrasburgo. Esa preciosa ciudad capital de la Alsacia francesa y sede del Parlamento Europeo bañada por el Rhin, el río que más bicicletas recoge de Europa (muchas más que el Danubio o el Loira). Estrasburgo es la típica ciudad ciclista. Tiene de todo, pero, sobre todo, tiene ciclistas.
Una ciudad que hace recordar mucho a Utrech y de alguna manera también a Amsterdam, con sus canales, sus carriles bici y sus centros históricos plagados de turistas. Estrasburgo es plana y tiene un tamaño abarcable, con un nivel de dispersión urbanística aceptable, lo que la hace perfecta para la bicicleta. Y así lo han entendido sus ciudadanos y muchos visitantes.
Con una población de unos 300.000 habitantes repartidos en 88 km² hacen que las distancias sean óptimas para la bici, cuenta con toda la parafernalia ciclista: una densa red de carriles bici de más de 500 kilómetros, una buena colección de calles con doble sentido ciclista, un parque de bicicletas públicas asombroso (4.400) y algunos servicios punteros, como un parking vigilado de pago en la estación de 450 plazas. Bien.
En Estrasburgo, le han puesto dificultades a los coches, pero han cometido de manera repetida todos los errores más frecuentes en las ciudades donde los ciclistas campan a sus anchas. A saber: permitir o sufrir la invasión constante de aceras y de espacios reservados a los peatones con gran intensidad de tránsito peatonal, hacer infraestructuras deficientes de manera posibilista y dejar mucha chatarra en la calle en forma de bicicletas abandonadas. Ideal para los que sólo quieren bicis, lamentable para todos los demás.
Estrasburgo, la sede del Parlamento Europeo, es un paraíso ciclista.
... a "Stuttcar"
A tan sólo 100 kilómetros lineales de eso que podríamos denominar una ciudad ideal para las bicis está Stuttgart, y Stuttgart es otra cosa. Basta con salir de la estación central, la Hauptbahnhof, para comprobarlo. En la ciudad de los caballos, no hay lugar para las bicis. Sería un insulto en la sede central de Mercedes-Benz y Porsche. En Stuttgart hay coches. Cochazos, más bien.
Coches por todos los lados, coches que rugen desafiantes, coches que avanzan por grandes avenidas y que cruzan la ciudad gracias a túneles y aparcamientos subterráneos disponibles por todos los lados. Bueno, por todos menos por Königstrasse, la gran arteria peatonal que disecciona la ciudad desde la estación ofreciendo un oasis para que los automovilistas disfruten de un espacio para su ocio comercial.
En Stuttgart no hay apenas bicicletas, tan sólo unos pocos locos, como los que puede haber en Santander, por poner un ejemplo cercano y fresco. Unos cuantos ciclistas deportivos, otros tantos ciclopaseantes que aprovechan los circuitos que han habilitado en el flamante pasillo verde que rodea la estación, flanqueado, eso sí, por estupendas autopistas urbanas. Y eso que han hecho algunos de los deberes: poner unos cuantos carriles bici, unas cuantos permisos excepcionales, unos cuantos aparcabicis y unas flamantes bicis públicas pagadas por la compañía de trenes, la Deutsche Bahn.
En Stuttgart los peatones están denigrados fuera de estos exiguos límites. Cruzar una de estas grandes avenidas a pie se convierte en un ejercicio de paciencia o bien en una aventura. En Stuttgart, en esa Alemania donde la gente respeta los pasos peatonales, la gente cruza esas autopistas por donde puede, transgrediendo la ley. Practican el "jaywalking". Insólito. Y habilitan pasos dando continuidad a las calles transversales. Como jabalíes en el campo.
Stuttgart, la sede de la Daimler y de Porsche es un paraíso automovilista. Ah, y está llena de colinas.
Una realidad bipolar
Esas dos ciudades, esos dos modelos de movilidad, la que propone el golpe de pedal y la que fomenta el golpe de acelerador, son sólo dos ejemplos triviales de las distintas velocidades que en lo que a movilidad toca están presentes y representadas en esta Europa que no tiene empacho en mirar a otra parte cuando le interesa. En un sitio le ponen dificultades al coche y en otro, al lado, le dan alas.
Simplemente para que no nos creamos que ellos son los buenos y nosotros una partida de cafres incompetentes. Nada más lejos de la realidad. Aquí todavía tenemos la mejor proporción de desplazamientos peatonales de Europa y esa no es una tercera vía, ese es el camino ideal.
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