No es a ese tipo de prohombres o de descerebrados oportunos a los que me quería referir hoy. Es más al mero hecho de ponerse en medio y confiar en que, al mando de esos tanques, de cualquier tanque, hay una persona conduciendo y que su instinto le va a impedir atropellarte. Ese es el verdadero símbolo.
El derecho a circular se conquista circulando
Esa es la reivindicación. Circulando y confiando en que los demás nos van a respetar. Sabiéndolo. Superando el miedo a las máquinas y sabiendo que es un juego de personas y que los de las bicis somos personas al menos con los mismos derechos de circular que los demás y con las mismas obligaciones de respetar que los demás.
Sólo así podremos conseguir dignificar la bicicleta. Lo demás es miedo. Puro miedo. Y el miedo, además de paralizante, es aterrador, porque coharta nuestra capacidad de entendernos, condiciona nuestras percepciones y nos sume en una congoja que nos hace buscar refugios y consuelo incluso donde no lo hay. El miedo nos hace más cobardes.
Ponte en medio y reclama tu lugar en la calle
Es una forma de insumisión. Aunque es cierto que en algunas ciudades llevan tiempo proponiendo este juego en algunas calles (y sólo en algunas) que las llaman ciclocalles, y que algunas otras, las menos, han modificado las ordenanzas, contraviniendo el Reglamento de Circulación, y lo han permitido en algunas condiciones, la idea es: utiliza el carril que necesites, el que te convenga para tu trayectoria, para tu maniobra, y hazte valer.
A mucha gente esto le parece una estupidez temeraria, pero hecho con dignidad, con seguridad, con respeto y con fluidez es de lo más natural. ¿Por qué? Porque, en el fondo, todos somos personas y sabemos discernir y, en contra de lo que algunos promulgan, hay tan pocos asesinos al volante que merece la pena probarlo. Yo en 35 años no me he encontrado con ninguno.