miércoles, 15 de agosto de 2012

¿Quién nos protege de los promotores de la nueva movilidad?

Pongamos que quisiéramos introducir un nuevo medio de locomoción en nuestras ciudades por considerarlo realmente interesante para resolver algunos de los problemas que se han ido generando como consecuencia de un estilo de vida y una forma de moverse insostenibles. Pongamos que ese medio fuera asequible, limpio, conocido, saludable y relativamente fácil de acceder por toda la población, independientemente de su edad y de su nivel económico: un medio popular.

Pongamos, además, que, para mejorar las cosas y animar más a su uso, dispusiéramos de toda una serie de facilidades para que se puedan desplazar de manera segura y prioritaria a otros modos de transporte. Pongamos, incluso, que cambiáramos en parte la fisonomía y la ordenación de muchas calles de nuestras ciudades para reorganizar la circulación, favoreciendo a los que elijan el medio seleccionado.

Dispuesto todo lo anterior ¿a alguien con un minimo de juicio no se le ocurriría montar todo un sistema de información, educación y adiestramiento tanto generalista (para toda la población) como específico (para aquellos que hubieran elegido el medio propuesto) con todo tipo de medios y herramientas para intentar llegar a todos los rincones de la ciudad que se lo hubiera propuesto?


Pongamos que el medio elegido hubieran sido los patines. ¿A alguien con dos dedos de frente se le ocurriría montar un sistema de promoción de la movilidad con patines sin alertar a toda aquella persona que se lo proponga de que la cosa entraña sus riesgos y sus dificultades y que sólo a través de un periodo de prueba y entrenamiento, mejor tutelado, se puede lograr un dominio mínimo para aventurarse a utilizarlos para desplazarse?

Y si, pese a no haber organizado de esa manera la promoción, la gente se hubiese lanzado a la nueva práctica alegremente y se estuvieran poniendo en riesgo e incluso anduvieran dándose sus buenos leñazos, con varios accidentes mortales, y además estuvieran comprometiendo la tranquilidad de las zonas peatonales, ¿tampoco entonces nadie pondría el grito en el cielo y reclamaría un poco de cordura y un poco más de prevención?

¿Ni siquiera si estuvieran empujando a semejante práctica a nuestros niños y a nuestros abuelos reclamando la ciudad 8-80 o la 5-90? ¿No diríamos que se han vuelto todos locos?

¿Y qué tal si, además, todo esto nos estuviera costando unos milloncetes? 

¿Nadie lo estaría denunciando y tachando a las autoridades y a los representantes de los usuarios que lo estuvieran consintiendo y respaldando de irresponsables temerarios? ¿O acaso estaríamos todos tan felices practicando con nuestros patines o los que nos hubiera dispuesto nuestro amable ayuntamiento en máquinas expendedoras para poder coger unos patines aquí y dejarlos allá, jugando a supermanes apareciendo por sorpresa en cruces y aceras y cayendo como moscas en las proyecciones de nuestros circuitos exclusivos?

¿Creeis que en ese caso seríamos capaces de consentir que los presuntos responsables del asunto estuvieran deliberando si hacer el casco obligatorio o no para todos los patinadores?

No ¿verdad? ¿Entonces por qué lo consentimos con la bicicleta?

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