Recuerdo en mis tiempos de viajero hiperactivo en bicicleta que estábamos empeñados en marcar una frontera infranqueable que separaba al viajero del turista y que, básicamente, los diferenciaba por su actitud cuando visitaban países que no eran el suyo. Así el viajero era una persona que trataba de descubrir la parte auténtica de la ruta que había elegido, diseñada por ella misma, de acuerdo con unos objetivos y unos intereses casi personales, mientras que el turista era un mero consumidor de productos dirigidos por toda una industria montada para atraer visitantes y con productos terminados, normalmente masivos y masificados, normalmente comercializados dentro de paquetes con toda una mercadotecnia alrededor.
Según esta división el turista era una víctima, una presa de un mercado interesado, mientras que el viajero era el protagonista de su propio viaje. El turista debía cumplir y comprobar toda una serie de hitos y expectativas que le eran dadas y el viajero dependía sólo de su capacidad de investigar, improvisar y maravillarse por las pequeñas cosas, por los detalles, por las personas y los parajes tal y como eran, sin espectáculo y sin marketing alrededor.
El tiempo pasa y la experiencia te enseña que nada es puro, como nada está totalmente contaminado, que en todos los sitios hay cosas auténticas y que la propia mercadotecnia turística es una realidad en sí misma, digna de conocerse y descubrirse, con sus ambientes, su encanto y sus protagonistas, basta con tener las ganas de verlas así y de disfrutarlas.
Así, cuando hablemos de cicloturismo, tratemos de poner el acento en la actitud, más que en el producto. Porque no se puede esperar eternamente, a semejanza de lo que ocurre con los carriles bici, a que una ruta esté perfectamente diseñada, señalizada y aparejada y conveniente segregada para catalogarla como cicloturista. Ejemplos: el Danubio, el Canal del Midi o el Camino de Santiago (salvando las distancias).
La esencia del cicloturismo debe radicar en el propio protagonista y en su capacidad de descubrir, improvisar, interactuar y maravillarse. Sólo así seremos capaces de promocionar y proteger esta variedad de viaje que no es comparable con ninguna otra, y, con ella, el encanto de las carreteras secundarias, de las pistas locales, de los pueblos olvidados, de los lugares "vírgenes"... y de aquellos que no lo son. Y eso no depende del tipo de bicicleta, de la calidad de los accesorios, de si se viaja con alforjas o no... esas son cuestiones menores, aunque pueden condicionar tu forma de viajar de manera determinante.
Salud, pedales y a descubrir mundo.
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