Ya está. Ya hemos conseguido justificarnos ante nuestras poblaciones, con unos cuantos jueguecitos y unas cuantas escenificaciones, y convencerles de que hacemos algo por la movilidad para que sea más sostenible. Nos da un poco igual que se lo crean o no. Había que hacerlo porque es parte de la agenda y había que cumplir el expediente. Unos cochecitos eléctricos por aquí, unos talleres infantiles de pretendida seguridad vial por allá, unos automóviles a pedales, unos talleres, una marcha ciclista, un poco de prensa y a otra cosa mariposa. La Semana de la Movilidad Sostenible se ha convertido en un puro trámite que los ayuntamientos se lo han tomado como un evento más en la cargada agenda municipal y punto.
Pero el año tiene 52 semanas, y en las 51 semanas en las que la movilidad sostenible, el coche compartido, la loa al transporte público y la palmadita al peatón o al ciclista no son obligadas porque no tienen foto, es donde se nota cuál es el talante, la actitud, la actuación y la estrategia respecto a este asunto de devolver las calles a las personas y de desautorizar al automóvil a dominar las mismas. Son esas 51 semanas las que valen. La otra es pura comedia.
Hoy empieza la primera semana después de la Semana de la Movilidad Sostenible. Hoy es el primer día para ponerse en marcha para desmotorizar a la gente, para desmovilizarla, para desincentivar el abuso del coche, para ridiculizar el estilo de vida que nos hace dependientes del mismo, para promover el uso de la bici, para aplaudir a los que se desplazan a pie, a los que comparten coche y a los que utilizan el transporte público, para recordar que las calles son para jugar, para pasear, para ir de compras, para divertirse, para encontrarse, para estar y, en última instancia, para desplazarse. O deberían serlo.
Hoy es el primer día para olvidarse del espectáculo y comenzar con las rutinas, vamos, con la realidad. El primer día para empezar a darle la vuelta a esta tortilla que hemos cocinado, donde hemos convencido a la gente de que se vaya del centro de las poblaciones a sitios a los que sólo puede accederse en coche y que, una vez allí, utilicen el coche para todo, gracias a las "facilidades" que les hemos puesto para ello, con todas las dificultades que ello entraña.
Hoy es el primer día para recordar que nuestros viajes no son tan largos ni tan peligrosos y que muchos de ellos, si no todos, podemos hacerlos en algo que no sea un coche privado. Para demostrar que otra ciudad es posible y que eso pasa por habilitar espacios donde caminar y andar en bici sea cómodo y seguro, para ralentizar la marcha del tráfico, para penalizar aún más el aparcamiento a discreción, para disuadir a la gente de que utilice el coche porque sí, para obligar a justificar su uso.
Tenemos 51 semanas de trabajo diario, de decisiones nimias pero vitales, de acción individual y colectiva y de acción política que van a representar mucho más de lo que podemos sospechar y, desde luego, muchísimo más que lo que hemos conseguido dándonos una vuelta por los chiringuitos que nuestras autoridades nos han montado esta Semana de la Movilidad para aleccionarnos de lo que ellos no quieren hacer y quieren que hagamos nosotros contra esa pesada maquinaria que se empeñan en mantener, montada alrededor del uso del automóvil en entorno urbano.
51 semanas no es demasiado tiempo, pero no está mal para empezar.
Esa es la impresión que he tenido siempre sobre la "semana de la movilidad", necesitamos movilidad 52 semanas al año, que a una de ellas se le dediquen unas cuantas páginas de prensa y unas pocas declaraciones de buenas intenciones no sirve de nada, es algo que hay que trabajar todo el tiempo y la verdad es que no se nota nada. Mientras que los políticos y gran parte de la sociedad sigan pensando "Necesitamos movilidad sostenible, reducir contaminación y ruido, y conseguir espacio para que la gente pueda disfrutar de los barrios donde viven ... eso sí, sin molestar al coche privado y sin quitarle ninguno de los privilegios que tienen los vehículos a motor" aquí no llegamos a nada.
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