martes, 17 de mayo de 2011

Tiempos pasados nunca podrán ser mejores

Es lo que tiene el tiempo: que pasa. Inexorable, invariable, hacia adelante. Mirar para atrás y añorar es hacerse más viejo y más inútil en un sólo gesto. Pensar que el pasado puede volver es sinónimo de inmovilismo. Pensar que no haciendo nada podemos parar el tiempo o incluso hacerlo retroceder es algo que, por más obvio que parezca, es irremediablemente inútil y sospechosamente tonto.

Parar el tiempo ¿sueño o pesadilla?

Una vez soñé que, cada vez que miraba un reloj, éste, agradecido, me regalaba un segundo. Al principio la sensación confieso que tenía su punto inquietante. Era una especie de segunda oportunidad instantánea. Imposible de aprovechar y, quizá por eso, emocionante. No me daba cuenta, mientras soñaba, que en realidad cada vez que miraba a ese artilugio generoso perdía el mismo segundo que él me regalaba. El problema empezó a surgir cuando aquel guiño se convirtió en una verdadera marcha atrás y el segundero empezó a retroceder. Os puedo asegurar que la sensación fue angustiosa, deseperada... una pesadilla.

En la vida real ocurre algo de lo mismo. Todos nos llenamos recordando el pasado sin darnos cuenta que es un espejismo, una colección de fogonazos que han quedado felizmente impresos en nuestra memoria. Una memoria que, por su propia naturaleza autosuficiente, es selectiva y lo filtra todo. Para engañarnos. Si no lo hiciera, nuestra vida sería insoportable.

Agua pasada no mueve molino...

Pretender volver a atrás es, más que una ilusión, un ejercicio antinatural. Tratar de paralizar el tiempo significa la muerte. Incluso en el mundo de las ideas. Así pues, dejemos de mirar a la realidad que nos rodea como si el mundo pudiera dejar de girar y habituémonos a la nueva coyuntura. Crisis, estancamiento, austeridad no son situaciones negativas, son realidades que, por turbulentas, representan oportunidades de construir la realidad de acuerdo a una lógica nueva, distinta, mejor.

Agua que no has de beber, déjala correr...

Y sin embargo, nos aferramos a la sospecha de que, si algo nos pareció bueno, puede volver y hacerse eterno. Y ese es el gran lastre de nuestra sociedad, sobre todo en tiempos difíciles como los que vivimos. La incapacidad de reacción. Incluso entre sectores y personas para las que esta crisis demencial de cemento, ladrillo, especulación y basura financiera no ha sido tan devastadoral  Se ha contagiado la sensación de fracaso y de quiebra y se ha paralizado la actividad. ¿Si no es tu guerra por qué te empeñas también en ser víctima de la misma? Así no hay manera de sobrevivir. Nos dejamos contagiar por el pesimismo, de la misma manera que cuando la burbuja inmobiliaria y el despilfarro público guiaban nuestra economía a todos nos parecía que éramos también sospechosamente ricos y nos podíamos permitir cualquier derroche aunque tuvieramos que endeudarnos por encima de nuestras posibilidades.



Ahora que parece que hemos querido empezar a enterarnos de que la vaca no da más de sí, parece que basta con lamentarse y esperar.Mejor pensamos como aquel premio Nobel que hace un siglo dijo algo así como: Ahora que no tenemos dinero, tendremos que pensar. Me parece realmente inspirador.

En mi reloj el tiempo de las cementeras y los bancos ha pasado y es la hora de valorar lo pequeño, lo cercano, lo humano.

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