jueves, 9 de diciembre de 2010

Vivimos bajo la tiranía del segundero... ¿y aún queremos ir más despacio?

Estamos inmersos en una vorágine social, laboral y personal que nos empuja a lo largo del calendario irremisiblemente. La prisa. Estamos demasiado acostumbrados, o mejor, nos han acostumbrado demasiado a correr, a llegar. En el último minuto, en el último segundo. Y queremos aprovechar todo. Hasta los itinerarios. Nos han querido hacer personas multitarea, nos hemos querido hacer. Llamar mientras caminamos, oir la radio cuando conducimos, hablar sacando fotos, hacer deporte viendo la televisión, comer leyendo el periódico y otras actividades que combinadas resultan mucho más obscenas. Y hemos aceptado. Creíamos, creemos, que la modernidad nos ha dado eso, nos ha dotado comprenderlo, para digerirlo. Y no es verdad.

La verdad es que vivimos a trompicones, que no disfrutamos de lo que hacemos, que nos preocupan auténticas estupideces, que despreciamos los sentidos y la sensibilidad. Y así nos luce el pelo. Da pena vernos. Corriendo, apresurados, de un lado a otro, como gallinas descabezadas. Cacareando, desorientados, lamentándonos de las oportunidades perdidas, creyendo que lo son otras que no nos hacen mejorar, ansiosos por condicionar nuestro presente esperando que el futuro resuelva lo que no somos capaces de resolver nosotros, echando la culpa a los demás, a la sociedad, al sistema. Son los tiempos que corren.


Pero lo mejor de todo, es que nos permitimos nuestros pequeños deslices dentro de esta lógica y nuestras pequeñas contradicciones. Nos ayudan a soportarnos a nosotros mismos. Estamos demasiado acostumbrados a mirar a otra parte y para nosotros nos aplicamos el mismo cuento. Así argumentamos alegremente sobre temas planetarios sin pestañear. Empezamos con el efecto invernadero, de ahí pasamos a contabilizar emisiones y nos fue fácil deducir el cambio climático. El siguiente paso fue la sostenibilidad, calcular el balance energético y proponer escenarios futuros.

¿Y qué hacemos con todo eso? Promover nuevos hábitos de vida, de consumo. Pero nosotros seguimos igual. Carreras de un sitio a otro, ocupados en nada, ansiosos, esclavos de nuestras rutinas, insatisfechos, frustrados, agresivos.

Ahora nos ha dado por lo de la movilidad sostenible. Y no deja de tener gracia querer llegar cada vez a más partes y con más prisa y, a la vez, querer fomentar la reducción de la velocidad o la disminución del uso del coche para ello. ¿Es que no nos acabamos de dar cuenta de quiénes estamos jugando la partida? Todos esos conductores compulsivos, desaforados ¿conduciendo a 30 kilómetros por hora y respetando a los demás? Hemos perdido el juicio. ¿Por qué lo van a hacer? ¿Alguien se imagina a un conductor desaprensivo cogiendo una bicicleta para desplazarse?



Resulta difícil de imaginar. Tenemos demasiado arraigadas algunas costumbres que son más que eso. Se han convertido en actitudes, forman parte de nuestra personalidad, de nuestra idiosincrasia. Ir al gimnasio en coche o hacer terribles viajes en avión para descansar o para disfrutar de espacios vírgenes forman parte de eso. Así ¿cómo podemos esperar un cambio? ¿A palos? ¿Están las leyes para hacer lo que nosotros no somos capaces de hacer? ¿O lo haremos mediante inimaginables procesos de convicción?

No sé. Quizá la oportunidad la tengamos, precisamente, en esa esquizofrenia generacional que aquejamos, gracias a la cual somos capaces de hacer lo contrario a lo que decimos con la misma alegría con la que decimos lo contrario de lo que hacemos.

3 comentarios:

  1. Este articulo se merece ser enviado a un periódico de tirada nacional, no digo más..

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  2. Tan sólo añadir que hace tiempo que no veía artículos tan bien escritos y que describen la pura realidad en la que nos encontramos hoy en dia.

    Grande Eneko, por este y otros articulos!!!

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