martes, 30 de diciembre de 2014
lunes, 29 de diciembre de 2014
Hazte un favor: regálale una bici
Nos encontramos inmersos en plena vorágine consumista. Esa que nos empuja a comprar, con la excusa de alimentar mitos y creencias que mezclan lo místico con lo crematístico de manera absolutamente desvergonzada, y que nos ha enseñado que los regalos son la recompensa a haber sido buenos o, dicho de otra manera, a no haber traicionado los principios que sustentan esta sociedad banal e interesada.
Y ahí andamos comulgando todos, más o menos a disgusto, devanándonos el seso para acertar con la voluntad del regalado, sobre todo cuando el objeto de nuestra generosidad es un niño o niña. Un juguete, algo más práctico, con pilas, sin ellas, interactivo o no, que potencie valores o que entretenga suficientemente... las variables son infinitas y la influencia de los poderes mediáticos descomunal.
En estos días, en los que uno de cada tres anuncios son de perfumes, nos asalta, a los que tenemos niños a nuestro alrededor con los que cumplir, la gran duda. ¿Juguetes o juegos? ¿Calle o cuarto de estar? ¿Actividad o sedentarismo?
Más calle y menos cuarto de estar
Al final, la cuestión se reduce muchas veces a objetos para permanecer en casa más entretenidos y dóciles o elementos que necesiten el espacio abierto para cobrar sentido y utilidad. Y, curiosamente, cada vez los medios de comunicación y consumismo nos enfocan más a retenernos en el cuarto de estar, en sus dominios, que a salir a la calle, un medio mucho menos controlable y donde las cosas ocurren de manera azarosa.
En este orden de cosas, donde todos los intereses nos tratan de convencer de que la calle es mucho menos segura y previsible que el salón de nuestra casa, debemos recordar que es en ese terreno común donde las cosas ocurren realmente y donde dependen de nosotros mismos, de nuestras habilidades, de nuestra destreza, de nuestra experiencia.
Es ahí donde tenemos algo que hacer y donde nuestro papel es protagonista. Es ahí donde podemos decidir al menos en la parte que nos toca que es: cómo vamos a desenvolvernos, cómo vamos a relacionarnos y cómo vamos a movernos. Y ahí una bicicleta puede cobrar un sentido y una dimensión importante. Decisiva.
Así pues, regálale una bici, porque mientras sigues cumpliendo con la expectativa del universo de los juegos y los juguetes, puedes estar regalando un vehículo que haga que su jinete adquiera una consciencia, una conciencia y una destreza que sean valiosas para el resto de su vida.
Piénsatelo y actúa. Estarás participando en la construcción de un mundo un poco mejor en el que tú también saldrás beneficiado.
Y ahí andamos comulgando todos, más o menos a disgusto, devanándonos el seso para acertar con la voluntad del regalado, sobre todo cuando el objeto de nuestra generosidad es un niño o niña. Un juguete, algo más práctico, con pilas, sin ellas, interactivo o no, que potencie valores o que entretenga suficientemente... las variables son infinitas y la influencia de los poderes mediáticos descomunal.
En estos días, en los que uno de cada tres anuncios son de perfumes, nos asalta, a los que tenemos niños a nuestro alrededor con los que cumplir, la gran duda. ¿Juguetes o juegos? ¿Calle o cuarto de estar? ¿Actividad o sedentarismo?
Más calle y menos cuarto de estar
Al final, la cuestión se reduce muchas veces a objetos para permanecer en casa más entretenidos y dóciles o elementos que necesiten el espacio abierto para cobrar sentido y utilidad. Y, curiosamente, cada vez los medios de comunicación y consumismo nos enfocan más a retenernos en el cuarto de estar, en sus dominios, que a salir a la calle, un medio mucho menos controlable y donde las cosas ocurren de manera azarosa.
En este orden de cosas, donde todos los intereses nos tratan de convencer de que la calle es mucho menos segura y previsible que el salón de nuestra casa, debemos recordar que es en ese terreno común donde las cosas ocurren realmente y donde dependen de nosotros mismos, de nuestras habilidades, de nuestra destreza, de nuestra experiencia.
Es ahí donde tenemos algo que hacer y donde nuestro papel es protagonista. Es ahí donde podemos decidir al menos en la parte que nos toca que es: cómo vamos a desenvolvernos, cómo vamos a relacionarnos y cómo vamos a movernos. Y ahí una bicicleta puede cobrar un sentido y una dimensión importante. Decisiva.
Así pues, regálale una bici, porque mientras sigues cumpliendo con la expectativa del universo de los juegos y los juguetes, puedes estar regalando un vehículo que haga que su jinete adquiera una consciencia, una conciencia y una destreza que sean valiosas para el resto de su vida.
Piénsatelo y actúa. Estarás participando en la construcción de un mundo un poco mejor en el que tú también saldrás beneficiado.
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viernes, 26 de diciembre de 2014
El exceso de confianza mata
En estas fechas tan entrañables es donde más echamos en falta a los seres queridos. En estos días tan señalados en los que medio mundo se está desplazando para volver a encontrarse con el otro medio y felicitarse por estar allí es cuando los responsables de la seguridad vial doblan esfuerzos para tratar de prevenir la desgracia. Ahí suele estar presta nuestra querida DGT para recordarnos que somos pecadores y mortales y que, al volante, esta conjunción es fatal de necesidad.
Bien. Hace falta recordarlo, aunque estos mensajes emocionantes ya no calan en nuestras frías entendederas. Estamos inmunizados a las advertencias y a los consejos paternalistas. Nos hemos cansado de ser los eternos culpables de nuestras propias desgracias.
Pero el mensaje navideño de hoy no va dirigido a los automovilistas. De esos ya se ocupa el resto del mundo. La advertencia de hoy va para los que se mueven sin motor, esos para los cuales los despistes y las imprudencias se traducen en daños físicos en sus propias carnes. A esos, hay que recordarles que, aunque les asista el derecho y tengan permiso legal, lícito o tácito de hacerse unas cuantas jugadas o pasar por alto el orden establecido a favor del automóvil, deben extremar precauciones y reforzar su atención. Más en estas fechas donde todo el mundo va un poco alocado y más de uno además algo perjudicado.
Tu integridad depende de ti y el exceso de confianza en tu caso, ciclista o caminante, lo pagas más caro que los demás.
Feliz Navidad.
Bien. Hace falta recordarlo, aunque estos mensajes emocionantes ya no calan en nuestras frías entendederas. Estamos inmunizados a las advertencias y a los consejos paternalistas. Nos hemos cansado de ser los eternos culpables de nuestras propias desgracias.
Pero el mensaje navideño de hoy no va dirigido a los automovilistas. De esos ya se ocupa el resto del mundo. La advertencia de hoy va para los que se mueven sin motor, esos para los cuales los despistes y las imprudencias se traducen en daños físicos en sus propias carnes. A esos, hay que recordarles que, aunque les asista el derecho y tengan permiso legal, lícito o tácito de hacerse unas cuantas jugadas o pasar por alto el orden establecido a favor del automóvil, deben extremar precauciones y reforzar su atención. Más en estas fechas donde todo el mundo va un poco alocado y más de uno además algo perjudicado.
Tu integridad depende de ti y el exceso de confianza en tu caso, ciclista o caminante, lo pagas más caro que los demás.
Feliz Navidad.
miércoles, 17 de diciembre de 2014
Cortando vías
¿Alguien se imagina qué pasaría si en una ciudad se cortara una calle sin previo aviso? ¿Sobre todo si afectara al tráfico? Sería una pequeña hecatombe. Si además fuera un acceso estratégico al centro urbano, la cosa tomaría tintes catastróficos. Si a eso le añadimos que fuera una vía recién puesta en servicio, el clamor sería generalizado. Incluso de la gente que no estuviera afectada por el cambio. Prácticamente impensable.
Sin embargo, cuando eso mismo ocurre con un itinerario para "gente sin motor", se puede hacer así sin más y no pasa nada. Nadie se queja. A nadie le sorprende. Se trata de justificar. Hasta los propios perjudicados intentan entenderlo.
Es lo que está pasando estos días con el vial recientemente reinventado en uno de los accesos al centro de Pamplona, exactamente por la Avenida de Guipúzcoa. La exigua acera, su ampliación y el discutido carril bici bidireccional han quedado reducidos a la mínima expresión. Justo la misma ignominia que había antes de su reconfiguración. Pues no han pasado ni dos semanas y ya se ha dispuesto del mismo sin aviso y sin plazo determinado para... arreglar el yerbín de la muralla.
Una vergüenza que demuestra la falta de tacto y de miramientos de un Ayuntamiento que nunca se ha tomado a los ciclistas ni a los peatones en serio. Al menos no tan en serio como a sus jardines.
Es lamentable. Sigue siendo lamentable.
Ahí queda eso.
Sin embargo, cuando eso mismo ocurre con un itinerario para "gente sin motor", se puede hacer así sin más y no pasa nada. Nadie se queja. A nadie le sorprende. Se trata de justificar. Hasta los propios perjudicados intentan entenderlo.
Es lo que está pasando estos días con el vial recientemente reinventado en uno de los accesos al centro de Pamplona, exactamente por la Avenida de Guipúzcoa. La exigua acera, su ampliación y el discutido carril bici bidireccional han quedado reducidos a la mínima expresión. Justo la misma ignominia que había antes de su reconfiguración. Pues no han pasado ni dos semanas y ya se ha dispuesto del mismo sin aviso y sin plazo determinado para... arreglar el yerbín de la muralla.
Una vergüenza que demuestra la falta de tacto y de miramientos de un Ayuntamiento que nunca se ha tomado a los ciclistas ni a los peatones en serio. Al menos no tan en serio como a sus jardines.
Es lamentable. Sigue siendo lamentable.
Ahí queda eso.
lunes, 15 de diciembre de 2014
¿Por qué volvemos a hablar de bicicletas?
Se aprecia un interés renovado por las bicicletas en las últimas semanas. Parece que queremos retomar el tema, siempre caliente y siempre discutido, de devolver las bicis a su espacio natural, la calzada. Parece que nos preocupa su seguridad. Parece que queremos dotar a nuestras ciudades de aparcamientos suficientes y suficientemente dotados, para bicicletas claro. Parece que nos preocupa el incremento en la incidencia de los robos de estos vehículos y montamos dispositivos y grupos de investigación al respecto. Parece que los medios de comunicación se quieren hacer eco de todo esto de una manera aparentemente ecuánime. Algo pasa.
Perdón por la desconfianza pero, cuando llevamos tantos años dándonos con la puerta en las narices al reivindicar los derechos de los ciclistas y la conveniencia de promocionar este medio de transporte, no es de extrañar que mostremos un cierto recelo ante semejante interés. Nos cuesta creer que las bicicletas sean bienvenidas así porque sí. Nos cuesta creer que los mismos que las han ninguneado durante tantos años ahora se interesen por ellas. Nos cuesta. Y mucho.
Por eso cuando participamos en los foros a los que nos convocan seguimos estando un poco tensos. Nos tenéis que perdonar pero no lo podemos evitar. No podemos evitar que algo nos huela raro después de todo este tiempo.
¿A qué se debe ese interés inusitado, esas prisas por demostrar una preocupación por los ciclistas? ¿Por qué ahora? ¿Qué ha cambiado? ¿Qué objetivos se persiguen con ello? ¿Obedece a alguna estrategia que desconozcamos?
Esperemos que no responda sólo al ánimo de escenificar un impulso que cumpla el expediente ante los medios y sus audiencias, pero nos va a costar ver otra cosa precisamente porque nos encontramos en todo ese proceso preelectoral que ya nos ha acostumbrado a presenciar este tipo de farsas tan obscenas como fingidas.
Veremos en qué quedan todos estos movimientos. Mientras tanto, no hay que desaprovechar ninguna oportunidad y puede ser el momento de capitalizar esta atención para proponer nuevos retos que midan el interés y seguir demostrando, sobre nuestras bicis, que nuestra opción va más allá de oportunismos y requiere más atención que unos cuantos artículos en prensa, algunas declaraciones voluntaristas o unas cuantas convocatorias autocomplacientes.
Porque seguimos echando en falta un tratamiento serio de la bicicleta como vehículo de pleno derecho y, por qué no, con algunos privilegios dado lo que aporta a la construcción de una ciudad amable y vivible, volveremos a hablar de bicicletas las veces que sea necesario.
Un saludo y nuestros mejores deseos para el año entrante.
Perdón por la desconfianza pero, cuando llevamos tantos años dándonos con la puerta en las narices al reivindicar los derechos de los ciclistas y la conveniencia de promocionar este medio de transporte, no es de extrañar que mostremos un cierto recelo ante semejante interés. Nos cuesta creer que las bicicletas sean bienvenidas así porque sí. Nos cuesta creer que los mismos que las han ninguneado durante tantos años ahora se interesen por ellas. Nos cuesta. Y mucho.
Por eso cuando participamos en los foros a los que nos convocan seguimos estando un poco tensos. Nos tenéis que perdonar pero no lo podemos evitar. No podemos evitar que algo nos huela raro después de todo este tiempo.
¿A qué se debe ese interés inusitado, esas prisas por demostrar una preocupación por los ciclistas? ¿Por qué ahora? ¿Qué ha cambiado? ¿Qué objetivos se persiguen con ello? ¿Obedece a alguna estrategia que desconozcamos?
Esperemos que no responda sólo al ánimo de escenificar un impulso que cumpla el expediente ante los medios y sus audiencias, pero nos va a costar ver otra cosa precisamente porque nos encontramos en todo ese proceso preelectoral que ya nos ha acostumbrado a presenciar este tipo de farsas tan obscenas como fingidas.
Veremos en qué quedan todos estos movimientos. Mientras tanto, no hay que desaprovechar ninguna oportunidad y puede ser el momento de capitalizar esta atención para proponer nuevos retos que midan el interés y seguir demostrando, sobre nuestras bicis, que nuestra opción va más allá de oportunismos y requiere más atención que unos cuantos artículos en prensa, algunas declaraciones voluntaristas o unas cuantas convocatorias autocomplacientes.
Porque seguimos echando en falta un tratamiento serio de la bicicleta como vehículo de pleno derecho y, por qué no, con algunos privilegios dado lo que aporta a la construcción de una ciudad amable y vivible, volveremos a hablar de bicicletas las veces que sea necesario.
Un saludo y nuestros mejores deseos para el año entrante.
martes, 9 de diciembre de 2014
Mea culpa
Hoy ha tocado caerse. Un perro se ha cruzado de noche en mi camino en un parque por una vía asfaltada y nos hemos dado un buen sopapo los dos. Los dos con pronóstico leve. Los dos con un buen susto en el cuerpo. Bueno, los tres, que el dueño del can también se ha llevado su soponcio. Hemos pasado revista y hemos dado por buenas mis brechas y el revolcón. Adiós gracias.
Hasta aquí todo correcto, desafortunado pero correcto. Lo malo es lo que viene después del calentón y no precisamente los dolores de las contusiones, las inflamaciones o el escozor. No. Lo malo es cuando le empiezas a dar vueltas al asunto: a tu imprudencia, al riesgo asumido inconscientemente en la elección del itinerario, a las consecuencias que podía haber tenido el golpe en la cabeza o una caída más violenta. En fin, la capacidad de dramatización, lo tremendistas que nos ponemos, sobre todo cuando presentamos nuestro incidente a nuestros hijos, a nuestras parejas, a nuestros compañeros. Bueno a esos menos, que están curados de espanto.
La vida es riesgo y el riesgo es vida. Todavía me late el corazón a toda velocidad cuando lo pienso y ya han pasado algunas horas. Hay que ponerse las pilas y, muchas veces, un buen susto te las pone mucho más que muchos consejos y mucha prevención.
Hasta aquí todo correcto, desafortunado pero correcto. Lo malo es lo que viene después del calentón y no precisamente los dolores de las contusiones, las inflamaciones o el escozor. No. Lo malo es cuando le empiezas a dar vueltas al asunto: a tu imprudencia, al riesgo asumido inconscientemente en la elección del itinerario, a las consecuencias que podía haber tenido el golpe en la cabeza o una caída más violenta. En fin, la capacidad de dramatización, lo tremendistas que nos ponemos, sobre todo cuando presentamos nuestro incidente a nuestros hijos, a nuestras parejas, a nuestros compañeros. Bueno a esos menos, que están curados de espanto.
La vida es riesgo y el riesgo es vida. Todavía me late el corazón a toda velocidad cuando lo pienso y ya han pasado algunas horas. Hay que ponerse las pilas y, muchas veces, un buen susto te las pone mucho más que muchos consejos y mucha prevención.
lunes, 8 de diciembre de 2014
Futbolistas y cochazos, un matrimonio de conveniencia
Ya no nos sorprende comprobar cómo los intereses creados se regodean, delante de nuestras narices, de lo bien atado que lo tienen todo. Saben cómo cazar en esta jungla que ellos mismos han sabido montar y en cuyas cacerías sólo caben unos cuantos elegidos.
Que los futbolistas son los ídolos que captan más atención mediática en el triste mundo en el que nos movemos, es algo que no escapa a nadie. Ellos, con su estúpido endiosamiento, están ahí, representando lo que para muchos son los deseos más inalcanzables, que, precisamente por eso, son los más anhelados por la plebe.
Ellos han llegado allí por sus cualidades deportivas, pero, una vez en el olimpo, han visto cómo el mundo se rendía a sus pies, esos con los que golpean la pelota de manera magistral. Les han adulado, les han vestido, les han agasajado, les han dorado la píldora, les han invitado a los clubes más exclusivos (y no hablamos ahora de los deportivos), se les han presentado las mejores mujeres (o eso han creído ellos... y ellas), les han llevado de fotocall a fotocall para que repitan esas estupideces que sólo están reservadas a los deportistas de élite y que el público agradece con aborregamiento ejemplar.
Pues es a ellos y no a los cantantes de turno o a los actores estrella a los que se los rifan las casas de coches de lujo y de semilujo para que les sirvan de escaparate inigualable. Esta semana ha sido esa de los cuatro aros la que, a cambio de hacer un poco el ridículo delante de los medios y de hacer una demostración de conducción más o menos macarrística, les ha regalado a cada cochazo, así por todo el morro.
Primero a los del Madrid y luego a los del Barça, que estos no hacen distingos, ni tienen remilgos con rollos partidistas, nacionalistas o chorradas de ese tipo.
Así podrán llegar a sus respectivas ciudades deportivas convenientemente alejadas de la posibilidad de acudir en algo que no sea un cochazo, fardando. Y salir acelerando delante de sus fans, que graznarán agradecidos. Parece que no pueda ser de otra manera y que, para ser un futbolista de élite creíble, tengas que pagar este peaje. Pero es que esto está montado así y hay mucha gente pasando el cepillo en esta misa.
Seguiremos embobados mirando a la pantalla.
Que los futbolistas son los ídolos que captan más atención mediática en el triste mundo en el que nos movemos, es algo que no escapa a nadie. Ellos, con su estúpido endiosamiento, están ahí, representando lo que para muchos son los deseos más inalcanzables, que, precisamente por eso, son los más anhelados por la plebe.
Ellos han llegado allí por sus cualidades deportivas, pero, una vez en el olimpo, han visto cómo el mundo se rendía a sus pies, esos con los que golpean la pelota de manera magistral. Les han adulado, les han vestido, les han agasajado, les han dorado la píldora, les han invitado a los clubes más exclusivos (y no hablamos ahora de los deportivos), se les han presentado las mejores mujeres (o eso han creído ellos... y ellas), les han llevado de fotocall a fotocall para que repitan esas estupideces que sólo están reservadas a los deportistas de élite y que el público agradece con aborregamiento ejemplar.
Pues es a ellos y no a los cantantes de turno o a los actores estrella a los que se los rifan las casas de coches de lujo y de semilujo para que les sirvan de escaparate inigualable. Esta semana ha sido esa de los cuatro aros la que, a cambio de hacer un poco el ridículo delante de los medios y de hacer una demostración de conducción más o menos macarrística, les ha regalado a cada cochazo, así por todo el morro.
Primero a los del Madrid y luego a los del Barça, que estos no hacen distingos, ni tienen remilgos con rollos partidistas, nacionalistas o chorradas de ese tipo.
Así podrán llegar a sus respectivas ciudades deportivas convenientemente alejadas de la posibilidad de acudir en algo que no sea un cochazo, fardando. Y salir acelerando delante de sus fans, que graznarán agradecidos. Parece que no pueda ser de otra manera y que, para ser un futbolista de élite creíble, tengas que pagar este peaje. Pero es que esto está montado así y hay mucha gente pasando el cepillo en esta misa.
Seguiremos embobados mirando a la pantalla.
martes, 2 de diciembre de 2014
Pamplona ¿ciudad sostenible?
Ya está, Pamplona ha sido premiada con el distintivo de ciudad más sostenible según los premios que otorga la Fundación Forum Ambiental con el apoyo del Ministerio de Medio Ambiente y de Ecoembes. Un honor. Sobre todo después de haber perdido la Capitalidad Verde Europea a manos de nuestros vecinos vitoriano-gasteiztarras.
Una de las ciudades con más metros cuadrados de césped en parques intraurbanos por cabeza de Europa y con más kilómetros de vías ciclabilizadas contabilizadas por habitante de este país tenía que hacerse con un galardón que se lo reconociera y al final ha encontrado su recompensa. Bien. Objetivo cumplido.
No sé cómo lo habrán hecho en gestión del agua, de los resíduos y en ahorro energético, pero lo que es en movilidad, si lo que han hecho es sostenible y galardonable, estamos apañados.
Pamplona, por más que se adorne de todos los aditamentos de lo que se entiende por movilidad sostenible (peatonalizaciones, carriles bici, bicis públicas, zonas de aparcamiento restringido, semanas de la movilidad, campañas y tal) no ha conseguido ni por asomo el objetivo central de dicha misión: reducir el uso del automóvil privado en los tránsitos urbanos.
Pamplona sigue siendo una ciudad donde el coche no sólo campa a sus anchas, sino que en los últimos años su uso se ha visto potenciado. Las avenidas principales siguen estando a su merced, las calles secundarias también, incluso las zonas peatonalizadas siguen siendo invadidas sistemáticamente por coches, ante la negligencia policial. La gestión de los aparcamientos, tanto en superficie como subterráneos, siempre ha ido más dirigida a atraer viajes que a disuadirlos. La oferta de aparcamientos de rotación en zona peatonalizada es monumental y todo el calmado de tráfico se ha limitado a desarticular una zona 30 y reconvertirla en un montón de calles con la velocidad limitada a esa velocidad, pero donde el coche sigue gozando de una prioridad tácita.
El Ayuntamiento de Pamplona no ha sabido impulsar la bicicleta como medio de transporte y se ha limitado a habilitar un montón de aceras a base de pintar unas líneas en ellas para permitir la circulación ciclista como medida más notable. Es cierto que ha habilitado carriles bici en las urbanizaciones nuevas y algunos de ellos son pasables (siempre con las salvedades de los encuentros con la calzada), pero en la ciudad consolidada ha hecho auténticos pasillos estrechos y peligrosos, que confinan a los ciclistas y los denigran obligándoles a circular en unas condiciones penosas y a describir unos itinerarios imposibles.
Pero es que el Ayuntamiento de Pamplona tampoco ha sabido gestionar la movilidad peatonal de una manera eficiente y de calidad. Su acción se reduce a hacer peatonalizaciones deficientes, ya que, en la mayoría de ellas los vehículos a motor siguen teniendo demasiada presencia, a habilitar unos cuantos ascensores para salvar desniveles, de los cuales el único que verdaderamente se utiliza cuenta con un fabuloso parking sin regular a su pie y construir carísimos parques a modo de refugios, pero las personas que caminan siguen estando marginados en aceras estrechas que describen itinerarios muchas veces excesivamente dilatorios.
Eso por no hablar de la gestión del Parque Fluvial, del que tanto presumen y que en la capital navarra no pasa de ser una banda estética de verdín más o menos urbanizada esquilmando los márgenes del Río Arga, donde los peatones sufren el acoso ciclista, por no haberse sabido prevenir su utilización masiva como pulmón no motorizado y transversal de la ciudad. Igual ha pasado en el resto de parques y corredores verdes, exceptuando quizá la Vuelta del Castillo y los nuevos de Trinitarios y Kosterapea, donde las vias ciclistas son más que cuestionables. Lamentable.
Sólo desde hace un año, sospechosamente, dentro de la estrategia de Agenda 21 de revisión de los indicadores de sostenibilidad (¡que en movilidad cuenta con una comparativa 1992-2004!), han consentido en proponer un Observatorio de la Bicicleta (que no de la movilidad, que de esa no quieren oir hablar fuera de la Semana) donde, con una presencia dominante de personal municipal y con carácter puramente consultivo, se hace voluntarismo pro-bici, siempre empujados por una oposición política mayoritaria que les conmina, vía plenaria, a realizar algunas actuaciones puntuales tales como el estudio de ampliación de la oferta de aparcamientos cerrados para bicicletas o la reciente reconfiguración de uno de sus accesos al centro.
Esta labor, al menos en lo que a movilidad respecta, no puede ser nunca merecedora de nada más que de una crítica contundente. Quede constancia.
Una de las ciudades con más metros cuadrados de césped en parques intraurbanos por cabeza de Europa y con más kilómetros de vías ciclabilizadas contabilizadas por habitante de este país tenía que hacerse con un galardón que se lo reconociera y al final ha encontrado su recompensa. Bien. Objetivo cumplido.
No sé cómo lo habrán hecho en gestión del agua, de los resíduos y en ahorro energético, pero lo que es en movilidad, si lo que han hecho es sostenible y galardonable, estamos apañados.
Pamplona, por más que se adorne de todos los aditamentos de lo que se entiende por movilidad sostenible (peatonalizaciones, carriles bici, bicis públicas, zonas de aparcamiento restringido, semanas de la movilidad, campañas y tal) no ha conseguido ni por asomo el objetivo central de dicha misión: reducir el uso del automóvil privado en los tránsitos urbanos.
Pamplona sigue siendo una ciudad donde el coche no sólo campa a sus anchas, sino que en los últimos años su uso se ha visto potenciado. Las avenidas principales siguen estando a su merced, las calles secundarias también, incluso las zonas peatonalizadas siguen siendo invadidas sistemáticamente por coches, ante la negligencia policial. La gestión de los aparcamientos, tanto en superficie como subterráneos, siempre ha ido más dirigida a atraer viajes que a disuadirlos. La oferta de aparcamientos de rotación en zona peatonalizada es monumental y todo el calmado de tráfico se ha limitado a desarticular una zona 30 y reconvertirla en un montón de calles con la velocidad limitada a esa velocidad, pero donde el coche sigue gozando de una prioridad tácita.
El Ayuntamiento de Pamplona no ha sabido impulsar la bicicleta como medio de transporte y se ha limitado a habilitar un montón de aceras a base de pintar unas líneas en ellas para permitir la circulación ciclista como medida más notable. Es cierto que ha habilitado carriles bici en las urbanizaciones nuevas y algunos de ellos son pasables (siempre con las salvedades de los encuentros con la calzada), pero en la ciudad consolidada ha hecho auténticos pasillos estrechos y peligrosos, que confinan a los ciclistas y los denigran obligándoles a circular en unas condiciones penosas y a describir unos itinerarios imposibles.
Pero es que el Ayuntamiento de Pamplona tampoco ha sabido gestionar la movilidad peatonal de una manera eficiente y de calidad. Su acción se reduce a hacer peatonalizaciones deficientes, ya que, en la mayoría de ellas los vehículos a motor siguen teniendo demasiada presencia, a habilitar unos cuantos ascensores para salvar desniveles, de los cuales el único que verdaderamente se utiliza cuenta con un fabuloso parking sin regular a su pie y construir carísimos parques a modo de refugios, pero las personas que caminan siguen estando marginados en aceras estrechas que describen itinerarios muchas veces excesivamente dilatorios.
Eso por no hablar de la gestión del Parque Fluvial, del que tanto presumen y que en la capital navarra no pasa de ser una banda estética de verdín más o menos urbanizada esquilmando los márgenes del Río Arga, donde los peatones sufren el acoso ciclista, por no haberse sabido prevenir su utilización masiva como pulmón no motorizado y transversal de la ciudad. Igual ha pasado en el resto de parques y corredores verdes, exceptuando quizá la Vuelta del Castillo y los nuevos de Trinitarios y Kosterapea, donde las vias ciclistas son más que cuestionables. Lamentable.
Sólo desde hace un año, sospechosamente, dentro de la estrategia de Agenda 21 de revisión de los indicadores de sostenibilidad (¡que en movilidad cuenta con una comparativa 1992-2004!), han consentido en proponer un Observatorio de la Bicicleta (que no de la movilidad, que de esa no quieren oir hablar fuera de la Semana) donde, con una presencia dominante de personal municipal y con carácter puramente consultivo, se hace voluntarismo pro-bici, siempre empujados por una oposición política mayoritaria que les conmina, vía plenaria, a realizar algunas actuaciones puntuales tales como el estudio de ampliación de la oferta de aparcamientos cerrados para bicicletas o la reciente reconfiguración de uno de sus accesos al centro.
Esta labor, al menos en lo que a movilidad respecta, no puede ser nunca merecedora de nada más que de una crítica contundente. Quede constancia.
lunes, 1 de diciembre de 2014
Era todo broma, amigos y amigas ciclistas
A veces se te queda cara de tonto cuando tratas de analizar por qué se han hecho (y se hacen) tantas chapuzas en las actuaciones que pretendidamente iban encaminadas a beneficiar el uso de la bicicleta. Tratas de creer que es fruto de la inexperiencia propia de países donde las bicicletas dejaron de formar parte del imaginario colectivo, dando paso a todo el universo de la "autodominación", esa que ha marginado al resto de modos de transporte en favor única y exclusivamente de aquellas personas que elijan el coche como medio de locomoción.
Los bienintencionados, los confiados o simplemente los inocentes hemos creído ver una incapacidad entre los gestores de la cosa pública y entre muchos de sus asesores allegados, pero va a ser algo más porque ni así se entiende tanta torpeza. Parece mentira que en un mundo donde el conocimiento y la experiencia se propaga de una manera tan viral los responsables de hacer facilidades para bicicletas hayan sido tan tercos como para desoir todo y hayan insistido una y otra vez en cometer errores.
Es por esto que, cuando pasa el tiempo y se suceden los despropósitos de manera tan obstinadamente reincidente, la conclusión que se extrae es inevitable: se hacen adrede.
No puede ser otra. Todas las barbaridades que se han hecho para las bicis, empezando por la mayoría de los carriles bici, siguiendo por la implantación de bicicletas públicas en ciudades no aptas para novatos y acabando por las campañas de promoción, se han concebido para demostrar que esto de la bici es ridículo, sobre todo comparado con el coche.
Porque cuando se hace algo con un poco más de criterio, sea de manera consciente o involuntaria, se puede observar cómo la cosa funciona y consigue el objetivo de incrementar el número de bicicletas y, lo que es más importante, disuadir del uso del coche al hacerlo más incómodo. Bien sea a través del calmado de tráfico, como de la desmotorización de areas urbanas, de la reducción de zonas de aparcamiento, de los peajes urbanos o de carriles bici y aparcamientos bien estructurados en zonas especialmente conflictivas.
¿Por qué entonces, a la vista de los resultados, no se siguen utilizando estas herramientas y se retorna a la denigración y la desnaturalización de la bicicleta? Pues va a ser porque es intencionado.
De hecho muchos de los responsables que continúan en sus cargos y otros tantos ya retirados lo confiesan abiertamente. Nadie creía que lo de la bici iba en serio, creían que era una broma pesada, una tendencia pasajera, una demanda marginal, una locura tonta. Y seguían actuando, como si no pasara nada, para favorecer a toda costa al coche.
Es hora de cambiar estas tornas. Aunque, a la vista de la inacción por parte de los políticos y de muchos técnicos y de su falta de olfato, va a haber que esperar a un cambio cualitativo entre los encargados de gestionar la cosa pública, para que sean capaces de mirar a otra parte que no sean los intereses creados y para que sean capaces de mantener el pulso firme para construir una realidad más humana, más democrática y más saludable en todos los sentidos. Seguiremos empujando en ese sentido.
Los bienintencionados, los confiados o simplemente los inocentes hemos creído ver una incapacidad entre los gestores de la cosa pública y entre muchos de sus asesores allegados, pero va a ser algo más porque ni así se entiende tanta torpeza. Parece mentira que en un mundo donde el conocimiento y la experiencia se propaga de una manera tan viral los responsables de hacer facilidades para bicicletas hayan sido tan tercos como para desoir todo y hayan insistido una y otra vez en cometer errores.
Es por esto que, cuando pasa el tiempo y se suceden los despropósitos de manera tan obstinadamente reincidente, la conclusión que se extrae es inevitable: se hacen adrede.
No puede ser otra. Todas las barbaridades que se han hecho para las bicis, empezando por la mayoría de los carriles bici, siguiendo por la implantación de bicicletas públicas en ciudades no aptas para novatos y acabando por las campañas de promoción, se han concebido para demostrar que esto de la bici es ridículo, sobre todo comparado con el coche.
Porque cuando se hace algo con un poco más de criterio, sea de manera consciente o involuntaria, se puede observar cómo la cosa funciona y consigue el objetivo de incrementar el número de bicicletas y, lo que es más importante, disuadir del uso del coche al hacerlo más incómodo. Bien sea a través del calmado de tráfico, como de la desmotorización de areas urbanas, de la reducción de zonas de aparcamiento, de los peajes urbanos o de carriles bici y aparcamientos bien estructurados en zonas especialmente conflictivas.
¿Por qué entonces, a la vista de los resultados, no se siguen utilizando estas herramientas y se retorna a la denigración y la desnaturalización de la bicicleta? Pues va a ser porque es intencionado.
De hecho muchos de los responsables que continúan en sus cargos y otros tantos ya retirados lo confiesan abiertamente. Nadie creía que lo de la bici iba en serio, creían que era una broma pesada, una tendencia pasajera, una demanda marginal, una locura tonta. Y seguían actuando, como si no pasara nada, para favorecer a toda costa al coche.
Es hora de cambiar estas tornas. Aunque, a la vista de la inacción por parte de los políticos y de muchos técnicos y de su falta de olfato, va a haber que esperar a un cambio cualitativo entre los encargados de gestionar la cosa pública, para que sean capaces de mirar a otra parte que no sean los intereses creados y para que sean capaces de mantener el pulso firme para construir una realidad más humana, más democrática y más saludable en todos los sentidos. Seguiremos empujando en ese sentido.
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miércoles, 26 de noviembre de 2014
No hay carril bici bueno...
"Ya está", dirán algunos, "ya tenéis el carril bici como queríais". Pues no. No es tan sencillo. Principalmente porque los que otorgan este tipo de facilidades no van a ser ni por casualidad usuarios de las mismas y no hacen más que dibujar algo que sólo el papel es capaz de sostener y luego contratar a alguna empresa capaz de ejecutarlo. Nadie lo pone en la palestra para discutirlo porque ese tipo de procesos sólo sirven para cuestionar la profesionalidad de los titulados y para retrasar la ejecución de las obras.
Hablamos en este caso de un carril bici en una de las cuestas que da acceso a la ciudad amurallada de Pamplona, una demanda antigua que, después de mucha batalla callada, se ha hecho realidad con una medida salomónica y tirando a barata, por no llamarla pobre, porque el "estamos en crisis" sirve de excusa para no hacer las cosas ni siquiera dignamente.
Para entenderlo hay que tener en cuenta que Pamplona es una ciudad a la que, por el norte, sólo puede accederse escalando sus murallas por las pocas puertas que se han abierto en ellas. Cuestas empinadas donde confluye todo el tráfico y que, en hora punta, se convierten en embudos terribles a los que incorporarse en bicicleta es, más que aventurado, temerario. Adosadas por unas aceras miserables en las que los ciclistas solos o invitados por el propio Ayuntamiento se pelean de una manera denigrante por unos espacios impropios, indignos y peligrosos con unos peatones que perplejos y resignados sufren las consecuencias.
El carril bici que se ha hecho en la embocadura de la Avenida Guipúzcoa, también conocida como Cuesta de San Lorenzo, se va a estrenar en breve, probablemente esta misma semana, y va a servir para conectar el Centro con el flamante parque de Trinitarios y con el barrio de la Rotxapea, al pie de la muralla.
La actuación la podemos resumir en la eliminación de dos carriles de circulación motorizada y la habilitación, con ese espacio, de una vía para bicicletas y una ampliación de una acera que era poco más que un bordillo donde circulaban peatones y ciclistas "refugiados" en dos direcciones.
¿La valoración? Mala. Un carril bici estrecho para ser en pendiente, con los ciclistas bajando entre peatones y ciclistas que suben, con unas defensas insuficientes hechas con bolardos de plástico, con distancia de defensa del tráfico motorizado insuficiente y con una acera duplicada en el puro asfalto, con una conexión espantosa con su carril homónimo en el Parque de Trinitarios (otra chapuza soberana). En fin, que no ofrece soluciones de calidad para los presuntos beneficiarios, pero que mejora una situación insostenible.
... excepto el que sirve para desmontar una autopista urbana
Del resultado, como vemos discutible, nos quedamos con el hito que representa al ser el primer desmantelamiento de una autopista urbana en la capital navarra. Con eso, en una ciudad de corte acusadamente automovilista es, para empezar, más que suficiente.
El efecto no se ha hecho esperar. Colas de coches (de a 1 pasajero y pico por carrocería) y algún bus y taxi atrapado. Mal, pero, como decía el responsable de la difunta y deficiente Area de Movilidad del Ayuntamiento de Pamplona, "esto dura un par de días, hasta que la gente espabila y elige un recorrido alternativo".
Las reacciones también se han sucedido y las opiniones gratuitas se han apresurado en hacerse oir. No podía ser de otra manera. La gente no quiere cambios, prefiere seguir soportando el estado de las cosas aunque ese estado les reprima, les impida disfrutar del espacio público, les condicione los itinerarios o beneficie sólo a una minoría frente a los demás.
Veremos cómo funciona en el tiempo, qué efecto llamada hace, cuántos usuarios congrega y, más en perspectiva, qué nuevas oportunidades promoverá, qué itinerarios consolidará y qué supondrá todo ello en la concepción de una ciudad que, ahora mismo, todavía es demasiado autocéntrica y demasiado despótica con la movilidad no motorizada. Demos tiempo al tiempo y exijamos mientras tanto su mejora y su extrapolación a otros puntos de esta ciudad o de otras donde se reproducen las mismas condiciones.
Hablamos en este caso de un carril bici en una de las cuestas que da acceso a la ciudad amurallada de Pamplona, una demanda antigua que, después de mucha batalla callada, se ha hecho realidad con una medida salomónica y tirando a barata, por no llamarla pobre, porque el "estamos en crisis" sirve de excusa para no hacer las cosas ni siquiera dignamente.
Para entenderlo hay que tener en cuenta que Pamplona es una ciudad a la que, por el norte, sólo puede accederse escalando sus murallas por las pocas puertas que se han abierto en ellas. Cuestas empinadas donde confluye todo el tráfico y que, en hora punta, se convierten en embudos terribles a los que incorporarse en bicicleta es, más que aventurado, temerario. Adosadas por unas aceras miserables en las que los ciclistas solos o invitados por el propio Ayuntamiento se pelean de una manera denigrante por unos espacios impropios, indignos y peligrosos con unos peatones que perplejos y resignados sufren las consecuencias.
El carril bici que se ha hecho en la embocadura de la Avenida Guipúzcoa, también conocida como Cuesta de San Lorenzo, se va a estrenar en breve, probablemente esta misma semana, y va a servir para conectar el Centro con el flamante parque de Trinitarios y con el barrio de la Rotxapea, al pie de la muralla.
La actuación la podemos resumir en la eliminación de dos carriles de circulación motorizada y la habilitación, con ese espacio, de una vía para bicicletas y una ampliación de una acera que era poco más que un bordillo donde circulaban peatones y ciclistas "refugiados" en dos direcciones.
¿La valoración? Mala. Un carril bici estrecho para ser en pendiente, con los ciclistas bajando entre peatones y ciclistas que suben, con unas defensas insuficientes hechas con bolardos de plástico, con distancia de defensa del tráfico motorizado insuficiente y con una acera duplicada en el puro asfalto, con una conexión espantosa con su carril homónimo en el Parque de Trinitarios (otra chapuza soberana). En fin, que no ofrece soluciones de calidad para los presuntos beneficiarios, pero que mejora una situación insostenible.
... excepto el que sirve para desmontar una autopista urbana
Del resultado, como vemos discutible, nos quedamos con el hito que representa al ser el primer desmantelamiento de una autopista urbana en la capital navarra. Con eso, en una ciudad de corte acusadamente automovilista es, para empezar, más que suficiente.
El efecto no se ha hecho esperar. Colas de coches (de a 1 pasajero y pico por carrocería) y algún bus y taxi atrapado. Mal, pero, como decía el responsable de la difunta y deficiente Area de Movilidad del Ayuntamiento de Pamplona, "esto dura un par de días, hasta que la gente espabila y elige un recorrido alternativo".
Las reacciones también se han sucedido y las opiniones gratuitas se han apresurado en hacerse oir. No podía ser de otra manera. La gente no quiere cambios, prefiere seguir soportando el estado de las cosas aunque ese estado les reprima, les impida disfrutar del espacio público, les condicione los itinerarios o beneficie sólo a una minoría frente a los demás.
Veremos cómo funciona en el tiempo, qué efecto llamada hace, cuántos usuarios congrega y, más en perspectiva, qué nuevas oportunidades promoverá, qué itinerarios consolidará y qué supondrá todo ello en la concepción de una ciudad que, ahora mismo, todavía es demasiado autocéntrica y demasiado despótica con la movilidad no motorizada. Demos tiempo al tiempo y exijamos mientras tanto su mejora y su extrapolación a otros puntos de esta ciudad o de otras donde se reproducen las mismas condiciones.
martes, 25 de noviembre de 2014
Preparados para lo siguiente
"Que paguen los confiados". Esa es la fórmula que parece que han elegido los que deciden para que la cosa funcione. Que paguen en todos los sentidos, desde el coste hasta las consecuencias. Y así nos va. De bien, por supuesto. Siempre que haya un rebaño suficiente que comulgue con las condiciones que se le imponen.
Así, cuando hablan de que la gente se anime a andar en bicicleta, tenemos que tener claro que lo están haciendo con la boca pequeña, porque la boca la tienen llena del pastel que les ha hecho tragar ese sistema cruel dominado por la lógica automovilística y que nos está dejando demasiado obesos y obsesos de que no hay alternativa razonable.
Es cierto. Nos hemos dejado engatusar hasta tal punto que, para cuando nos hemos querido dar cuenta, ya estábamos demasiado entrampados. Y es entonces cuando hemos decidido que este era un viaje sin retorno y que la situación era irreversible. Nos sentíamos más cómodos con ello. Nos daba igual pagar las consecuencias, las incomodidades, la pérdida de salud, de espacio, de tiempo y de dinero, y, lo que es más grave, de habitabilidad.
Pues no. Porque lo que no es menos cierto es que cualquier realidad urbanística y sociocultural se puede cambiar, por condenada que nos parezca. Igual que se cambió aquella en la que los coches no existían o no eran bienvenidos. Sólo hace falta determinación y constancia. Y será un proceso progresivo, gradual.
De hecho, algo de esto está cambiando porque ya nos hemos empezado a acostumbrar a que todo hijo de vecino no tenga derecho a exigir un espacio reservado para dejar su coche en la puerta de su casa, de su curro y de su tienda y nos empieza a sonar eso de que tampoco tenemos derecho a entrar por cualquier parte y a cualquier hora a bordo de nuestros automóviles, esos que alguien ha supuesto que todos poseemos y que queremos usar a todas horas.
También nos hemos empezado a familiarizar con las bicicletas, aunque no hayamos sabido todavía gestionar su uso y andemos pagando las consecuencias de ello en forma de desgracias personales. Algo inadmisible pero que, desgraciadamente, la inercia motocentrista nos ha hecho imponernos como daños colaterales. Los mismos que sufren los peatones desde el primer día en el que los tanques de cuatro ruedas irrumpieron en la ciudad, y que también hemos consentido como inevitables.
El paso siguiente, que ya se viene atisbando, es que nos vayamos haciendo a la idea de que lo del "coche para todo" se tiene que acabar y que eso va a ser bueno para todos. Ya sólo nos falta confiarnos en ello, hacerlo decentemente y pagar las consecuencias. Estamos preparados.
Así, cuando hablan de que la gente se anime a andar en bicicleta, tenemos que tener claro que lo están haciendo con la boca pequeña, porque la boca la tienen llena del pastel que les ha hecho tragar ese sistema cruel dominado por la lógica automovilística y que nos está dejando demasiado obesos y obsesos de que no hay alternativa razonable.
Es cierto. Nos hemos dejado engatusar hasta tal punto que, para cuando nos hemos querido dar cuenta, ya estábamos demasiado entrampados. Y es entonces cuando hemos decidido que este era un viaje sin retorno y que la situación era irreversible. Nos sentíamos más cómodos con ello. Nos daba igual pagar las consecuencias, las incomodidades, la pérdida de salud, de espacio, de tiempo y de dinero, y, lo que es más grave, de habitabilidad.
Pues no. Porque lo que no es menos cierto es que cualquier realidad urbanística y sociocultural se puede cambiar, por condenada que nos parezca. Igual que se cambió aquella en la que los coches no existían o no eran bienvenidos. Sólo hace falta determinación y constancia. Y será un proceso progresivo, gradual.
De hecho, algo de esto está cambiando porque ya nos hemos empezado a acostumbrar a que todo hijo de vecino no tenga derecho a exigir un espacio reservado para dejar su coche en la puerta de su casa, de su curro y de su tienda y nos empieza a sonar eso de que tampoco tenemos derecho a entrar por cualquier parte y a cualquier hora a bordo de nuestros automóviles, esos que alguien ha supuesto que todos poseemos y que queremos usar a todas horas.
También nos hemos empezado a familiarizar con las bicicletas, aunque no hayamos sabido todavía gestionar su uso y andemos pagando las consecuencias de ello en forma de desgracias personales. Algo inadmisible pero que, desgraciadamente, la inercia motocentrista nos ha hecho imponernos como daños colaterales. Los mismos que sufren los peatones desde el primer día en el que los tanques de cuatro ruedas irrumpieron en la ciudad, y que también hemos consentido como inevitables.
El paso siguiente, que ya se viene atisbando, es que nos vayamos haciendo a la idea de que lo del "coche para todo" se tiene que acabar y que eso va a ser bueno para todos. Ya sólo nos falta confiarnos en ello, hacerlo decentemente y pagar las consecuencias. Estamos preparados.
domingo, 23 de noviembre de 2014
Un vacío tremendo
Se nos ha ido el alma mater de la promoción del uso de la bicicleta como medio de locomoción en Navarra. El padre del Plan Director de la Bicicleta y del Parque Fluvial de la Comarca de Pamplona, miembro fundador de Ciudadanos Ciclistas de la Comarca de Pamplona y mentor honorífico de la empresa en la que trabajamos desde hace 20 años, Oraintxe, se ha marchado y nos hemos quedado huérfanos.
Los que hemos tenido el placer de conocerle no vamos a saber llenar ese espacio discreto, calmado, amable y amistoso que él ocupaba. Todos le recordaremos como un hombre con una ilusión incombustible, con una sonrisa perenne, con un talante conciliador y con esa talla personal que, a su lado, te hacía sentirte vulgar y hasta mezquino.
José Ignacio ha sido uno de esos maestros que la vida te regala y cuya figura y cuya importancia nunca eres capaz de reconocer y de agradecer suficientemente, pero que te dejan una impronta imborrable y una admiración que no puede expresarse.
Gracias por todo, José Ignacio. Mañana, cuando vaya a trabajar, todavía creeré que podré volver a saludarte, como cuando pasabas todos los días en tu bici verde con aquella inseparable alforja de cuero, dispuesto a hacer las cosas bien y hacer tu aportación para cambiar el mundo, al menos un poquito. Gracias.
lunes, 17 de noviembre de 2014
Sé ciclisto y tírate el pisto
Hoy he aprendido un nuevo palabro. Una de esas pretendidas ingenuidades ingeniosas de nuestros amigos los publicistas encaminadas a premiar las decisiones bien tomadas, o lo que es lo mismo, la compra del producto deseable, que, curiosamente, ha de coincidir con el deseado.
En el extraordinario mundo de la publicidad, en ese en el que todo vale si está bien presentado, unos genios de la argucia mercantilista han acuñado el término "automovilisto" para definir al cliente de su producto: un coche todoterreno que, además de abrirte las puertas de la naturaleza para poder pisotear hasta el más recóndito de sus rincones, te va a posicionar frente a tus semejantes en un lugar privilegiado, distinguido, aunque no lo quieras.
Hasta aquí todo normal. La industria del automóvil vendiendo posición social y accesibilidad incomparables.
¿Alguien se imagina qué pasaría si una marca de bicicletas hiciera lo mismo para vender su producto?
Seguro que veríamos el intento comercial como una exageración, como un dispendio y como algo ilusorio, a pesar de que, en realidad, los argumentos que los publicistas utilizan para convencernos de que necesitamos comprar un coche son mucho más apropiados y más cercanos a las virtudes que nos ofrece una bicicleta para conseguir los objetivos que el supuesto comprador desea conquistar.
Veamos como sería:
En el extraordinario mundo de la publicidad, en ese en el que todo vale si está bien presentado, unos genios de la argucia mercantilista han acuñado el término "automovilisto" para definir al cliente de su producto: un coche todoterreno que, además de abrirte las puertas de la naturaleza para poder pisotear hasta el más recóndito de sus rincones, te va a posicionar frente a tus semejantes en un lugar privilegiado, distinguido, aunque no lo quieras.
Hasta aquí todo normal. La industria del automóvil vendiendo posición social y accesibilidad incomparables.
¿Alguien se imagina qué pasaría si una marca de bicicletas hiciera lo mismo para vender su producto?
Seguro que veríamos el intento comercial como una exageración, como un dispendio y como algo ilusorio, a pesar de que, en realidad, los argumentos que los publicistas utilizan para convencernos de que necesitamos comprar un coche son mucho más apropiados y más cercanos a las virtudes que nos ofrece una bicicleta para conseguir los objetivos que el supuesto comprador desea conquistar.
Veamos como sería:
"En serio, ¿para qué quieres un todoterreno? ¿para llegar a lo más alto? ¿para sentirte superior? ¿para ser el centro de todas las miradas? ¿o para demostrar que tú estás por encima de todo eso?"
"Sé ciclisto y cómprate una bicicleta por mucho menos de 10.900 euros con muchos más de 5 años de satisfacción asegurada. Gracias, por pedalear."
martes, 11 de noviembre de 2014
No basta con mirar a otra parte
Parece que se ha impuesto la actitud, sobre todo entre los que nos gobiernan, de mirar a otra parte cuando se enfrentan a una realidad que no les conviene, como si haciéndolo los problemas no existieran o como si dejando correr el tiempo se fueran a resolver, así, por su propio pie. Tremendo error. Sin embargo, no por ser un ejercicio que ha demostrado sobradamente su ineficacia, nuestros mandamases dejan de practicarlo.
Con las bicis se ve claramente. Ante el incremento exponencial de ciclistas y, dada la inoperancia de los encargados en organizar la cosa urbana en lo que al tráfico democrático se refiere, el tema ha ido degenerando en una especie de sálvese quien pueda y ha acabado en que cada uno ha tirado por donde le ha parecido.
No es sorprendente pues que haya ciclistas campando por todos los lados de una manera más o menos justificada y de acuerdo a una lógica que más que aleatoria se convierte en subjetiva. Unos por la calzada, sean cuales sean las condiciones de ésta, otros por los carriles habilitados de manera más o menos aventurada, los más por las aceras infringiendo todas las normas pero buscando un refugio legítimo y todos combinando estas opciones de la manera que mejor le guía su instinto.
¿Las consecuencias? Caos, autojustificaciones, accidentes, crispación, persecución, violencia, indignación, prejuicios... malestar de todas las partes afectadas. Empezando por los propios ciclistas, pero siguiendo por los peatones y por los automovilistas. Nadie entiende realmente qué está sucediendo y por qué no se toman medidas para resolver un entuerto que va tomando dimensiones cada vez mayores. A algunos sólo se les ocurre recurrir a la mano dura contra los infractores, que es lo fácil, pero nada más.
Y es que la pelota lleva demasiado tiempo en el tejado de los gobernantes municipales, regionales y estatales y prácticamente ninguno de ellos la ven o quieren jugarla. Los más atrevidos, que han visto la bicicleta como una ocasión para hacer algo más que oportunismo, han decidido darles un empujón con medidas puramente aditivas (bicis públicas, carriles bici y aparcabicis) pero muy pocos han sabido ver el asunto dentro de la complejidad que entraña la movilidad y, dentro de ella, la movilidad ciclista.
De hecho, la inmensa mayoría de nuestros regidores (y muchas asociaciones) han dado la tarea por cumplida una vez que han comprobado que se ha incrementado el número de usuarios de la bicicleta en sus distritos, según ellos gracias a esas medidas.
Resulta lamentable recordar que esto no es suficiente y que el problema de la movilidad ciclista (y mucho menos el de la movilidad en general) no acaba ni se resuelve cuando se incrementa el número de sus adeptos, y tampoco cuando se reduce el número de automovilistas, aunque sean buenos indicadores.
Sin esta visión y sin este objetivo, todo serán medidas parciales que muchas veces no servirán más que para enfrentar usos, cuando no a los usuarios, dependiendo de la opción que elijan.
En una sociedad responsable no deberíamos consentir que se sigan produciendo tratos preferenciales en la utilización del espacio público, cuando los grandes beneficiarios de estas desigualdades son los que más perjuicios y más peligrosidad provocan.
Con las bicis se ve claramente. Ante el incremento exponencial de ciclistas y, dada la inoperancia de los encargados en organizar la cosa urbana en lo que al tráfico democrático se refiere, el tema ha ido degenerando en una especie de sálvese quien pueda y ha acabado en que cada uno ha tirado por donde le ha parecido.
No es sorprendente pues que haya ciclistas campando por todos los lados de una manera más o menos justificada y de acuerdo a una lógica que más que aleatoria se convierte en subjetiva. Unos por la calzada, sean cuales sean las condiciones de ésta, otros por los carriles habilitados de manera más o menos aventurada, los más por las aceras infringiendo todas las normas pero buscando un refugio legítimo y todos combinando estas opciones de la manera que mejor le guía su instinto.
¿Las consecuencias? Caos, autojustificaciones, accidentes, crispación, persecución, violencia, indignación, prejuicios... malestar de todas las partes afectadas. Empezando por los propios ciclistas, pero siguiendo por los peatones y por los automovilistas. Nadie entiende realmente qué está sucediendo y por qué no se toman medidas para resolver un entuerto que va tomando dimensiones cada vez mayores. A algunos sólo se les ocurre recurrir a la mano dura contra los infractores, que es lo fácil, pero nada más.
Y es que la pelota lleva demasiado tiempo en el tejado de los gobernantes municipales, regionales y estatales y prácticamente ninguno de ellos la ven o quieren jugarla. Los más atrevidos, que han visto la bicicleta como una ocasión para hacer algo más que oportunismo, han decidido darles un empujón con medidas puramente aditivas (bicis públicas, carriles bici y aparcabicis) pero muy pocos han sabido ver el asunto dentro de la complejidad que entraña la movilidad y, dentro de ella, la movilidad ciclista.
De hecho, la inmensa mayoría de nuestros regidores (y muchas asociaciones) han dado la tarea por cumplida una vez que han comprobado que se ha incrementado el número de usuarios de la bicicleta en sus distritos, según ellos gracias a esas medidas.
Resulta lamentable recordar que esto no es suficiente y que el problema de la movilidad ciclista (y mucho menos el de la movilidad en general) no acaba ni se resuelve cuando se incrementa el número de sus adeptos, y tampoco cuando se reduce el número de automovilistas, aunque sean buenos indicadores.
La solución al problema de la movilidad pasa por recuperar una visión de la ciudad que busque democratizar el espacio público, que persiga garantizar la igualdad de derechos y oportunidades para los ciudadanos a la hora de acceder y disponer de dicho espacio público para los distintos usos para los que debería servir, además de para desplazarse y aparcar un vehículo privado.
Sin esta visión y sin este objetivo, todo serán medidas parciales que muchas veces no servirán más que para enfrentar usos, cuando no a los usuarios, dependiendo de la opción que elijan.
En una sociedad responsable no deberíamos consentir que se sigan produciendo tratos preferenciales en la utilización del espacio público, cuando los grandes beneficiarios de estas desigualdades son los que más perjuicios y más peligrosidad provocan.
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lunes, 10 de noviembre de 2014
Sostener la movilidad insoportable
Algunos habíamos vaticinado que esto de la recesión podía haber servido para replantear los postulados sobre los que se sostiene un sistema que ha demostrado no ser sostenible y proponer nuevos retos, pero parece que mucha gente sigue creyendo que esto sólo va a consistir en aguantar la tormenta y volver a empezar.
Está claro que esto de la crisis no va a servir para cuestionar los principios de lo que ha acabado tan mal y no tiene visos de cambiar. Nadie se atreve a plantear en serio otros supuestos distintos a los que nos han traído hasta aquí, porque nadie se atreve a dejar a tanta gente fuera de juego. Así, seguimos haciendo cosas bonitas para la galería y cosas feas en galeras, donde se cuece lo que luego tenemos que comernos y, por lo visto, seguimos dispuestos a tragar mucha más porquería que la que estamos dispuestos a reconocer, colaborando de esta manera en su perpetuación.
La movilidad es una de esas cuestiones incuestionables que nos está llevando a un punto sin retorno y que, de puro reincidente, se nos va a hacer tan obvio como imposible de ver. Si seguimos fomentando la movilidad motorizada, seguiremos sufriendo sus consecuencias hasta una situación desde la que retornar cada vez se va a hacer más complicado a pesar de que sea cada vez más urgente hacerlo. De nada servirán medidas marginales de potenciación de la bicicleta o de las zonas peatonales si se sigue manteniendo la mayor.
Lo de los coches y el transporte "barato" no tiene solución, por más que nos empeñemos en sostenerlo. No la tiene aunque los paises desarrollados sigan firmando aplazamientos en el cumplimiento de las emisiones que están ahogando el planeta. No tiene solución pese a que mucha gente haya sido conminada a depender de ellos al aceptar la deslocalización de la vivienda, del trabajo, de las actividades comerciales y del ocio y estar obligados a comprar "barato" producto globalizado, intensivo en transporte.
Parece que no podamos reconocerlo o que no queramos hacerlo porque hemos sido nosotros mismos los que lo hemos fomentado, más o menos alegremente, más o menos inconscientemente, pero esto no puede ser.
Podremos aducir cualquier argumento dilatorio, podremos augurar promesas de recuperación, podremos vender soluciones tecnológicas pero a esto no le vamos a dar la vuelta hasta que no seamos capaces de reinventar nuestro mundo inmediato en términos de proximidad.
El problema hasta entonces será que estaremos renunciando a unos lugares para vivir más humanos, más interesantes, más sociales, más divertidos, más seguros y más baratos. Y seguiremos pagando el precio de todo ello no sólo en contaminación, ruido y espacio, sino en subsidiarización del gasto en infraestructuras (autopistas, aparcamientos con sus mantenimientos) o en costes sanitarios (salud, accidentes). Pero somos así, nos gusta lacerarnos con nuestras propias miserias.
Está claro que esto de la crisis no va a servir para cuestionar los principios de lo que ha acabado tan mal y no tiene visos de cambiar. Nadie se atreve a plantear en serio otros supuestos distintos a los que nos han traído hasta aquí, porque nadie se atreve a dejar a tanta gente fuera de juego. Así, seguimos haciendo cosas bonitas para la galería y cosas feas en galeras, donde se cuece lo que luego tenemos que comernos y, por lo visto, seguimos dispuestos a tragar mucha más porquería que la que estamos dispuestos a reconocer, colaborando de esta manera en su perpetuación.
La movilidad es una de esas cuestiones incuestionables que nos está llevando a un punto sin retorno y que, de puro reincidente, se nos va a hacer tan obvio como imposible de ver. Si seguimos fomentando la movilidad motorizada, seguiremos sufriendo sus consecuencias hasta una situación desde la que retornar cada vez se va a hacer más complicado a pesar de que sea cada vez más urgente hacerlo. De nada servirán medidas marginales de potenciación de la bicicleta o de las zonas peatonales si se sigue manteniendo la mayor.
Lo de los coches y el transporte "barato" no tiene solución, por más que nos empeñemos en sostenerlo. No la tiene aunque los paises desarrollados sigan firmando aplazamientos en el cumplimiento de las emisiones que están ahogando el planeta. No tiene solución pese a que mucha gente haya sido conminada a depender de ellos al aceptar la deslocalización de la vivienda, del trabajo, de las actividades comerciales y del ocio y estar obligados a comprar "barato" producto globalizado, intensivo en transporte.
Parece que no podamos reconocerlo o que no queramos hacerlo porque hemos sido nosotros mismos los que lo hemos fomentado, más o menos alegremente, más o menos inconscientemente, pero esto no puede ser.
Podremos aducir cualquier argumento dilatorio, podremos augurar promesas de recuperación, podremos vender soluciones tecnológicas pero a esto no le vamos a dar la vuelta hasta que no seamos capaces de reinventar nuestro mundo inmediato en términos de proximidad.
El problema hasta entonces será que estaremos renunciando a unos lugares para vivir más humanos, más interesantes, más sociales, más divertidos, más seguros y más baratos. Y seguiremos pagando el precio de todo ello no sólo en contaminación, ruido y espacio, sino en subsidiarización del gasto en infraestructuras (autopistas, aparcamientos con sus mantenimientos) o en costes sanitarios (salud, accidentes). Pero somos así, nos gusta lacerarnos con nuestras propias miserias.
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martes, 28 de octubre de 2014
Yo, mi buga, mi keli y mi priva
¿Quién se atrevería a hablar así hoy en día? Sería el hazmerreir de sus colegas. Y, sin embargo, estos eran los principios dominantes en una generación que ha permitido dejar las cosas como están ahora y con una dificilísima vuelta atrás. A esa generación en la que el que no aspiraba a la Universidad y se colocaba muchas veces de enchufe, se le encaminaba directamente a la Fábrica, a esa generación individualista, consumista, violenta, machistoide y bastante analfabeta le debemos en parte los logros y las conquistas a las que ahora tenemos que afrontar como problemas.
En aquellos años en los que trabajar en una fábrica a turnos era sinónimo de poder adquisitivo y de potencia social, en aquellos años en los que pocas, muy pocas mujeres alcanzaban ese estatus, simplemente porque no estaba casi contemplado, en aquellos años en los que ir de cañas era mucho mejor si se iba en coche aunque el desplazamiento no lo exigiera y comprarse un piso en los nuevos barrios de expansión era lo más a lo que podía aspirar el proletariado, en aquellos años se fue fraguando lo que hoy para mucha gente es indiscutible.
Yo, mi cochazo, mi chalé y mis vicios
Pero no dependía del estrato social, el objetivo venía marcado por unos poderes que empujaban hacia el abismo del progreso, el desarrollo, el bienestar y la ostentación. Así, los más pudientes, en vez de conformarse con un simple coche necesitaban enseñar un cochazo, en vez de un piso un chalet o, en el peor de los casos, un unifamiliar y costearse unos vicios que formaban parte de su posición social.
Esa generación es la víctima e impulsora de lo que ahora nos toca vivir o de lo que todos hemos ido consolidando hasta que, más tarde que pronto, nos hemos dado cuenta de que nos estaba condenando a un modo de vivir insostenible tanto colectiva como individualmente. De la dispersión, de la dependencia del coche, de la condena de la hipoteca, de los alocados viajes en coche de un lado para otro hemos estado orgullosos durante demasiados años como para arrepentirnos y asumir ahora las consecuencias alegremente.
Sólo unos pocos privilegiados, por cautos, por valientes o por tener posibles, han iniciado el camino de regreso hacia lo cercano, hacia la proximidad, aunque en las ciudades metropolizadas eso no quiera necesariamente decir que hayan vuelto al centro físico, porque muchos suburbios y núcleos de expansión han sabido reconvertirse en polos atractores, diversificados y con vida social propia, conformando urbes policéntricas.
Lo que está claro es que se hace imprescindible repensar la forma en que vivimos y la forma en que nos movemos para proponer y perseguir una realidad que no nos haga pagar un precio demasiado alto en aislamiento, dependencia, inaccesibilidad o simplemente en tiempo y dinero que seamos capaces de asumir y con la que nos sintamos decentemente realizados y satisfechos. Nada más.
En aquellos años en los que trabajar en una fábrica a turnos era sinónimo de poder adquisitivo y de potencia social, en aquellos años en los que pocas, muy pocas mujeres alcanzaban ese estatus, simplemente porque no estaba casi contemplado, en aquellos años en los que ir de cañas era mucho mejor si se iba en coche aunque el desplazamiento no lo exigiera y comprarse un piso en los nuevos barrios de expansión era lo más a lo que podía aspirar el proletariado, en aquellos años se fue fraguando lo que hoy para mucha gente es indiscutible.
Yo, mi cochazo, mi chalé y mis vicios
Pero no dependía del estrato social, el objetivo venía marcado por unos poderes que empujaban hacia el abismo del progreso, el desarrollo, el bienestar y la ostentación. Así, los más pudientes, en vez de conformarse con un simple coche necesitaban enseñar un cochazo, en vez de un piso un chalet o, en el peor de los casos, un unifamiliar y costearse unos vicios que formaban parte de su posición social.
Esa generación es la víctima e impulsora de lo que ahora nos toca vivir o de lo que todos hemos ido consolidando hasta que, más tarde que pronto, nos hemos dado cuenta de que nos estaba condenando a un modo de vivir insostenible tanto colectiva como individualmente. De la dispersión, de la dependencia del coche, de la condena de la hipoteca, de los alocados viajes en coche de un lado para otro hemos estado orgullosos durante demasiados años como para arrepentirnos y asumir ahora las consecuencias alegremente.
Sólo unos pocos privilegiados, por cautos, por valientes o por tener posibles, han iniciado el camino de regreso hacia lo cercano, hacia la proximidad, aunque en las ciudades metropolizadas eso no quiera necesariamente decir que hayan vuelto al centro físico, porque muchos suburbios y núcleos de expansión han sabido reconvertirse en polos atractores, diversificados y con vida social propia, conformando urbes policéntricas.
Lo que está claro es que se hace imprescindible repensar la forma en que vivimos y la forma en que nos movemos para proponer y perseguir una realidad que no nos haga pagar un precio demasiado alto en aislamiento, dependencia, inaccesibilidad o simplemente en tiempo y dinero que seamos capaces de asumir y con la que nos sintamos decentemente realizados y satisfechos. Nada más.
lunes, 27 de octubre de 2014
Con bicis y a lo loco
Así. A lo bestia. Así es como circulan muchos a bordo de sus bicis. Sin cuidado, sin miedo, sin mirar. Jugándosela así porque sí, a lo loco. Sin cabeza.
La penúltima, el atropello de un ciclista a un autobús urbano, en la Zaragoza de los cicleatones. ¿¡Cómo hay que ir para estrellarse contra el lateral de un autobús urbano transitando por una acera!?
¿Quién asiste a estos bienaventurados?
¿En qué endiablada cabeza cabe cruzar un paso de peatones, de bicis o simplemente saltar a la calzada sin mirar y sin asegurarte de que te han visto? Pues parece que en más cabezas de la cuenta. Y, la verdad, no se sabe bien a quién se encomienda esta gente porque su ángel protector no está haciendo la labor.
La pandilla de descerebrados a pedales crece y crece sin cesar, y con ella los siniestros en los que se ven involucrados bicicletas que, con toda la razón, ya ha dejado de preocupar a nuestras autoridades, a los medios de comunicación de masas y al público congregado y ha empezado a indignarles porque se está consolidando como uno de los problemas de seguridad vial más acuciantes de nuestras ciudades. Y, lo que es peor, está enervando a los propios promotores de la bicicleta que ven, indefensos, como las estadísticas les empiezan a quitar la razón cuando defienden este vehículo como más seguro.
¿Cómo vamos a resolver este problema?
Es la pregunta del millón en la alocada carrera de la promoción de la bicicleta que se ha vivido en nuestro país desde hace más de una década y que sigue su momento inercial en estos tiempos de sequía presupuestaria y dieta económica.
Parece que las posiciones son irreconciliables: o se deja a los ciclistas circular por las aceras y se hace cursos minoritarios para educarles a cómo hacerlo, o se les obliga a abandonarlas a base de persecución y multas y se les abandona en un tráfico que se ve como poco apropiado en muchas vías.
La vía intermedia no se comprende porque genera también enfrentamiento entre las distintas facciones bicicleteras. Esa vía intermedia que abogaría por tranquilizar el tráfico informando de la presencia de ciclistas en la mayoría de las calles y que necesitaría segregar a los ciclistas en las grandes avenidas y en las cuestas parece que no cuenta ni con la unanimidad de los propios ciclistas.
Parece que tiene que ser todo o nada o, más que eso, todo a una carta o nada de nada. Así los ciclistas que abogan por la integración de la bicicleta en el tráfico como un vehículo más son incapaces de tolerar ningún tipo de segregación y lo dejan todo en manos de la educación vial voluntarista y, frente a ellos, los segregacionistas sólo son capaces de aceptar la circulación por carriles bici como único garante de su seguridad y, si no, aceptan de buen grado la invasión de las aceras. Así integristas y segregacionistas, todos se presentan absolutistas y, como tales, cerrados al diálogo y poseedores de la verdad absoluta e incuestionable.
Y luego nos quedan nuestros políticos, temerosos de importunar al tráfico motorizado, que prefieren no mover ficha que equivocarse.
Las cosas deben cambiar.
La penúltima, el atropello de un ciclista a un autobús urbano, en la Zaragoza de los cicleatones. ¿¡Cómo hay que ir para estrellarse contra el lateral de un autobús urbano transitando por una acera!?
¿Quién asiste a estos bienaventurados?
¿En qué endiablada cabeza cabe cruzar un paso de peatones, de bicis o simplemente saltar a la calzada sin mirar y sin asegurarte de que te han visto? Pues parece que en más cabezas de la cuenta. Y, la verdad, no se sabe bien a quién se encomienda esta gente porque su ángel protector no está haciendo la labor.
La pandilla de descerebrados a pedales crece y crece sin cesar, y con ella los siniestros en los que se ven involucrados bicicletas que, con toda la razón, ya ha dejado de preocupar a nuestras autoridades, a los medios de comunicación de masas y al público congregado y ha empezado a indignarles porque se está consolidando como uno de los problemas de seguridad vial más acuciantes de nuestras ciudades. Y, lo que es peor, está enervando a los propios promotores de la bicicleta que ven, indefensos, como las estadísticas les empiezan a quitar la razón cuando defienden este vehículo como más seguro.
¿Cómo vamos a resolver este problema?
Es la pregunta del millón en la alocada carrera de la promoción de la bicicleta que se ha vivido en nuestro país desde hace más de una década y que sigue su momento inercial en estos tiempos de sequía presupuestaria y dieta económica.
Parece que las posiciones son irreconciliables: o se deja a los ciclistas circular por las aceras y se hace cursos minoritarios para educarles a cómo hacerlo, o se les obliga a abandonarlas a base de persecución y multas y se les abandona en un tráfico que se ve como poco apropiado en muchas vías.
La vía intermedia no se comprende porque genera también enfrentamiento entre las distintas facciones bicicleteras. Esa vía intermedia que abogaría por tranquilizar el tráfico informando de la presencia de ciclistas en la mayoría de las calles y que necesitaría segregar a los ciclistas en las grandes avenidas y en las cuestas parece que no cuenta ni con la unanimidad de los propios ciclistas.
Parece que tiene que ser todo o nada o, más que eso, todo a una carta o nada de nada. Así los ciclistas que abogan por la integración de la bicicleta en el tráfico como un vehículo más son incapaces de tolerar ningún tipo de segregación y lo dejan todo en manos de la educación vial voluntarista y, frente a ellos, los segregacionistas sólo son capaces de aceptar la circulación por carriles bici como único garante de su seguridad y, si no, aceptan de buen grado la invasión de las aceras. Así integristas y segregacionistas, todos se presentan absolutistas y, como tales, cerrados al diálogo y poseedores de la verdad absoluta e incuestionable.
Y luego nos quedan nuestros políticos, temerosos de importunar al tráfico motorizado, que prefieren no mover ficha que equivocarse.
Las cosas deben cambiar.
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miércoles, 22 de octubre de 2014
Reflejos de una luz cegadora
La luz es ese fenómeno físico que nos permite ver. Pero cuando la luz es demasiado intensa acaba cegándonos. Por eso, hay veces que, para poder ver, lo mejor es evitar mirar directamente al foco que emite la luz y conformarse con los reflejos que nos permiten adivinar y comprender la realidad que nos rodea.
Lo mismo ocurre con el entendimiento y las fuentes de conocimiento. La capacidad de comprender depende de la cantidad y de la calidad de la información a la que nos exponemos. Cuando nos enfrentamos a algo demasiado denso o demasiado caudaloso, nuestra capacidad de comprensión se bloquea por saturación. Hay que procurar entonces distanciarse de la fuente y empezar a masticar cada trozo de información para poder digerirlo y no empacharnos.
Con el fabuloso documento que han presentado algunas de nuestras mejores lumbreras en lo que a movilidad se refiere bajo el título de Las Cuentas Ecológicas del Transporte pasa un poco eso. Que de tan denso, tan prolijo y tan profundo, nos deja deslumbrados, aturdidos intentando desgranarlo, intentando comprenderlo.
Este informe, que pone de relieve los vicios y los vacíos que presenta el análisis de la contabilidad de los gastos relacionados con el transporte, contando todos los medios y los modos de transportar, ha sido editado, como no podía ser de otra manera, por Ecologistas en Acción y puede leerse y descargarse aquí.
Su lectura es espesa a pesar de haber sido redactado con un estilo impecable, propio de maestros como Alfonso Sanz y todo el equipo de Gea21, lo que hace que requiera un interés especializado. Pero hay detalles y apartados que son realmente reveladores y arrojan luz sobre cuestiones que son tan obvias como olvidadas.
Hemos seleccionado unos pocos gráficos, a modo de aperitivo, que nos parecen especialmente ilustrativos y clarificadores de una realidad que nos cansamos en denunciar de manera argumentativa, pero sobre la que hacen falta datos e imágenes esclarecedoras. Estos son sólo algunas de las más significativas.
Que sirvan para abrir boca. Porque hay tantos bocados como estos que podríamos empacharnos si intentamos ingerirlos de una sola sentada.
En letra, nos quedamos con este extracto recogido en las conclusiones del documento:
Lo mismo ocurre con el entendimiento y las fuentes de conocimiento. La capacidad de comprender depende de la cantidad y de la calidad de la información a la que nos exponemos. Cuando nos enfrentamos a algo demasiado denso o demasiado caudaloso, nuestra capacidad de comprensión se bloquea por saturación. Hay que procurar entonces distanciarse de la fuente y empezar a masticar cada trozo de información para poder digerirlo y no empacharnos.
Con el fabuloso documento que han presentado algunas de nuestras mejores lumbreras en lo que a movilidad se refiere bajo el título de Las Cuentas Ecológicas del Transporte pasa un poco eso. Que de tan denso, tan prolijo y tan profundo, nos deja deslumbrados, aturdidos intentando desgranarlo, intentando comprenderlo.
Este informe, que pone de relieve los vicios y los vacíos que presenta el análisis de la contabilidad de los gastos relacionados con el transporte, contando todos los medios y los modos de transportar, ha sido editado, como no podía ser de otra manera, por Ecologistas en Acción y puede leerse y descargarse aquí.
Su lectura es espesa a pesar de haber sido redactado con un estilo impecable, propio de maestros como Alfonso Sanz y todo el equipo de Gea21, lo que hace que requiera un interés especializado. Pero hay detalles y apartados que son realmente reveladores y arrojan luz sobre cuestiones que son tan obvias como olvidadas.
Hemos seleccionado unos pocos gráficos, a modo de aperitivo, que nos parecen especialmente ilustrativos y clarificadores de una realidad que nos cansamos en denunciar de manera argumentativa, pero sobre la que hacen falta datos e imágenes esclarecedoras. Estos son sólo algunas de las más significativas.
Que sirvan para abrir boca. Porque hay tantos bocados como estos que podríamos empacharnos si intentamos ingerirlos de una sola sentada.
En letra, nos quedamos con este extracto recogido en las conclusiones del documento:
martes, 21 de octubre de 2014
Bien mirado, cabemos todos
Eso al menos dice la campaña que ha lanzado el Ayuntamiento de Pamplona y que, por una vez, apela a la conciliación, al entendimiento y a la convivencia, más que al recordatorio de la norma, a la amenaza o al castigo. Eso también lo hacen, claro, pero esto nos parece más novedoso, al menos en cuanto al enfoque y a la estética.
Cuesta ver, en estos tiempos que corren en los que detentan el poder lo usan para defender a sus interesados y tener al resto de la población amedretada, que alguien proponga mensajes en positivo, aunque de puro bienintencionados resulten un tanto inanios.
Cuesta reconocer, en estos tiempos que corren en los que cada uno va a lo suyo, que hay otra perspectiva que aquella desde la que uno mira el escenario.Ya sólo por eso merece la pena el intento.
Ahora bien, lo que cuesta de verdad es creerse esa realidad "idílica", con espacios compartimentados, con aceras bici subiendo las bicicletas a la altura de los peatones en calles donde no se circula a más de 30 kms/hora y esos ciudadanos obedientes y modosos. Cuesta creerse que eso es posible en una sociedad tiranizada por el ventajismo y la intimidación y donde estamos dispuestos a cagarnos en el bien común si sacamos provecho con ello, aunque sea nimio.
Seguiremos empujando para que esto pueda suceder y, sobre todo, para que los ciclistas puedan salir de esos ridículos carriles bici y se hagan con la calle de una manera más digna y menos peligrosa.
Nos vemos en las calles, que, bien mirado, son de todos y se las hemos cedido a los automovilistas.
Cuesta ver, en estos tiempos que corren en los que detentan el poder lo usan para defender a sus interesados y tener al resto de la población amedretada, que alguien proponga mensajes en positivo, aunque de puro bienintencionados resulten un tanto inanios.
Cuesta reconocer, en estos tiempos que corren en los que cada uno va a lo suyo, que hay otra perspectiva que aquella desde la que uno mira el escenario.Ya sólo por eso merece la pena el intento.
Ahora bien, lo que cuesta de verdad es creerse esa realidad "idílica", con espacios compartimentados, con aceras bici subiendo las bicicletas a la altura de los peatones en calles donde no se circula a más de 30 kms/hora y esos ciudadanos obedientes y modosos. Cuesta creerse que eso es posible en una sociedad tiranizada por el ventajismo y la intimidación y donde estamos dispuestos a cagarnos en el bien común si sacamos provecho con ello, aunque sea nimio.
Seguiremos empujando para que esto pueda suceder y, sobre todo, para que los ciclistas puedan salir de esos ridículos carriles bici y se hagan con la calle de una manera más digna y menos peligrosa.
Nos vemos en las calles, que, bien mirado, son de todos y se las hemos cedido a los automovilistas.
domingo, 19 de octubre de 2014
En bici por la acera, no hay manera (crónicas de un infractor)
Constatado. No hay manera de evitar el ventajismo y la intimidación cuando se circula sistemáticamente por las aceras a bordo de una bicicleta. Se puede conseguir ser cortés y paciente una vez, dos, unas cuantas, pero cuando la cosa se repite y se hace habitual, sale lo mejor de nosotros. Entonces llega el "disculpa" después de haber pasado rozando, el "ring ring" para conseguir que los caminantes estén avisados de vas a pasar como una exhalación, las velocidades crucero prohibitivas, las maniobras casi temerarias para ganar la mano en un paso de peatones...
Todo está justificado por la sempiterna prisa, esa que parece que dé más razón al más rápido y que perjudique siempre al más lento. En las aceras, y más en hora punta, esto es la norma y lo demás son excepciones.
En las aceras la prepotencia se mide, por lo general, en kilómetros hora, en masa movida y en la arrogancia que es consustancial a esas magnitudes agregadas. Negarlo es no querer enfrentarse a la realidad, no haberla observado o mirarla desde el manillar y a pedales. Incluso los ciclistas más modélicos pierden el tono cuando en un mini-sprint o en dos golpes de pedal pueden ganar la posición en una situación embarazosa.
Todo es comprensible, pero eso no lo hace disculpable y mucho menos sostenible. El problema sigue ahí y, cuantos más ciclistas hay, más grave es. Porque las velocidades relativas, las distancias de seguridad, los radios de giro, las trayectorias inerciales hacen que la convivencia en el mismo espacio entre gente que camina y gente que monta en bici sea imposible.
¡Claro que hay gente respetuosa en las aceras! Y gente que es capaz de apearse de la bici, pero son los menos y su excepcionalidad no hace más que confirmar la regla.
Para resolver este mal endémico, son muchos los que abogan por la educación vial, por el recordatorio del respeto debido y la prioridad obligada. No está mal. Pero hay que ser conscientes de que el alcance de las campañas, los cursos y los avisos no logran llegar más que a una mínima parte de una población saturada de mensajes y aburrida de adoctrinamiento y muchas veces no son suficientes para cambiar estas actitudes. Habría que trabajar de una manera unívoca, conjunta y permanente para darle la vuelta a esta tendencia que sigue ganando adeptos en la Ciudad de los Coches, esa que deja alegremente que los más débiles peleen sin cuartel para seguir beneficiando al más poderoso.
Lo cierto es que, incluso tratando de ser exquisitos, la prisa nos obliga y nos empuja a correr y a acelerar y la bici corre y acelera y si lo hace en las aceras lo hace contra los peatones. Los que vivimos en ciudades donde la circulación ciclista por aceras está masificada lo presenciamos a diario, cada hora, en cada momento. Y no, no depende de la edad, del género, de la raza ni de la condición social. Aquí lo hacen todos y de todos los pelajes.
Y digo todo esto porque lo he intentado.
Todo está justificado por la sempiterna prisa, esa que parece que dé más razón al más rápido y que perjudique siempre al más lento. En las aceras, y más en hora punta, esto es la norma y lo demás son excepciones.
En las aceras la prepotencia se mide, por lo general, en kilómetros hora, en masa movida y en la arrogancia que es consustancial a esas magnitudes agregadas. Negarlo es no querer enfrentarse a la realidad, no haberla observado o mirarla desde el manillar y a pedales. Incluso los ciclistas más modélicos pierden el tono cuando en un mini-sprint o en dos golpes de pedal pueden ganar la posición en una situación embarazosa.
Todo es comprensible, pero eso no lo hace disculpable y mucho menos sostenible. El problema sigue ahí y, cuantos más ciclistas hay, más grave es. Porque las velocidades relativas, las distancias de seguridad, los radios de giro, las trayectorias inerciales hacen que la convivencia en el mismo espacio entre gente que camina y gente que monta en bici sea imposible.
¡Claro que hay gente respetuosa en las aceras! Y gente que es capaz de apearse de la bici, pero son los menos y su excepcionalidad no hace más que confirmar la regla.
Para resolver este mal endémico, son muchos los que abogan por la educación vial, por el recordatorio del respeto debido y la prioridad obligada. No está mal. Pero hay que ser conscientes de que el alcance de las campañas, los cursos y los avisos no logran llegar más que a una mínima parte de una población saturada de mensajes y aburrida de adoctrinamiento y muchas veces no son suficientes para cambiar estas actitudes. Habría que trabajar de una manera unívoca, conjunta y permanente para darle la vuelta a esta tendencia que sigue ganando adeptos en la Ciudad de los Coches, esa que deja alegremente que los más débiles peleen sin cuartel para seguir beneficiando al más poderoso.
Lo cierto es que, incluso tratando de ser exquisitos, la prisa nos obliga y nos empuja a correr y a acelerar y la bici corre y acelera y si lo hace en las aceras lo hace contra los peatones. Los que vivimos en ciudades donde la circulación ciclista por aceras está masificada lo presenciamos a diario, cada hora, en cada momento. Y no, no depende de la edad, del género, de la raza ni de la condición social. Aquí lo hacen todos y de todos los pelajes.
Y digo todo esto porque lo he intentado.
miércoles, 15 de octubre de 2014
Me encanta andar en mi bici
La campaña que ha propuesto Italian Cycle Chic en Facebook. Es tan tonta que conmueve. No consiste más que en grabar en video durante apenas unos segundos tu pedaleo con tu indumentaria, esa que elijes para tu destino, no precisamente para andar en bici.
Una especie de juego "selfie" pero sin retratar la cara, sólo las piernas en movimiento.
Bastan esos instantes para transmitir normalidad, sensualidad y glamour a bordo de una bici. Un movimiento acompasado... como un baile. Agradable. Placentero. Encantador. Me encanta. Me encanta andar en mi bici.
Una especie de juego "selfie" pero sin retratar la cara, sólo las piernas en movimiento.
Bastan esos instantes para transmitir normalidad, sensualidad y glamour a bordo de una bici. Un movimiento acompasado... como un baile. Agradable. Placentero. Encantador. Me encanta. Me encanta andar en mi bici.
martes, 14 de octubre de 2014
19 en un día y 500 coches
Ese por lo menos ha debido ser el resultado después de todo un día a bordo de la bici en una ciudad pensada para los coches. Empezando por los malditos semáforos, esos enemigos de todo lo que no sean automóviles a 50 kms/h.
19 semáforos pasados en rojo me parecen pocos, pero tampoco viene al caso hacer ostentación de una reincidencia obsesiva en la transgresión de la ley, aunque quizá debería hacerse como demostración de insumisión a un orden que no tiene en cuenta a los vehículos amables. 19 semáforos saltados sin poner en riesgo a nadie, ni a mi mismo por supuesto. Semáforos de regulación peatonal la mayoría, siempre respetando escrupulosamente la prioridad peatonal, algunos semáforos que gestionan incorporaciones y que incomprensiblemente no tienen una fase ámbar para ciclistas y algún otro en intersecciones desérticas con máxima visibilidad.
Saltarse semáforos no tiene, en mi caso, ningún componente adrenalínico, no me provoca ningún tipo de emoción, no me sube las pulsaciones. Más bien al contrario, me produce una cierta desazón cada vez que lo hago, porque me recuerda que los gestores de nuestras ciudades siguen dando la espalda a las personas y a los vehículos que más aportan a que sean sostenibles.
Saltarme semáforos, además, me da oportunidades que respetándolos no tendría, sobre todo a la hora de hacerme visible al resto del tráfico y a la hora de ganar posiciones en la siguiente parada. Además me posibilita hacer algunos tramos sin tráfico, lo cual hace más cómodas algunas maniobras. Pero también ayuda colarse en el tráfico, siempre con prudencia y cortesía, para buscar las posiciones adelantadas en los stops y semáforos. Siempre estando seguro de que los demás entienden lo que estás haciendo.
Ahora bien, para ganarse la aprobación del resto de usuarios de las calles, hace falta dejar claro que no eres un energúmeno transgresor de toda norma. Y para ello hay que aprovechar cualquier oportunidad y dejar claro: uno, que no tienes más prisa ni te crees más listo que los demás, y, dos, que eres especialmente educado y que procuras entenderte con los demás. Así procuro mirar a los ojos buscando a la persona que hay detrás de cada peatón, conductor, motorista o ciclista. Es un remedio infalible para buscar el entendimiento y para comprobar que los demás están al tanto de tu presencia y conocen tus intenciones.
Eso y señalizar, por supuesto. Señalizar tus maniobras, de manera inequívoca pero discreta, sin marcialidad pero con decisión. Comprobando que se entienden y siendo después ágil en la reacción inmediata, tratando de garantizar la fluidez del tráfico.
Así han sido sólo 500 coches los que he pasado, grosso modo, sin pena ni gloria, pura constatación de la ventaja de la bici incluso en condiciones vehiculares plenas.
19 semáforos pasados en rojo me parecen pocos, pero tampoco viene al caso hacer ostentación de una reincidencia obsesiva en la transgresión de la ley, aunque quizá debería hacerse como demostración de insumisión a un orden que no tiene en cuenta a los vehículos amables. 19 semáforos saltados sin poner en riesgo a nadie, ni a mi mismo por supuesto. Semáforos de regulación peatonal la mayoría, siempre respetando escrupulosamente la prioridad peatonal, algunos semáforos que gestionan incorporaciones y que incomprensiblemente no tienen una fase ámbar para ciclistas y algún otro en intersecciones desérticas con máxima visibilidad.
Saltarse semáforos no tiene, en mi caso, ningún componente adrenalínico, no me provoca ningún tipo de emoción, no me sube las pulsaciones. Más bien al contrario, me produce una cierta desazón cada vez que lo hago, porque me recuerda que los gestores de nuestras ciudades siguen dando la espalda a las personas y a los vehículos que más aportan a que sean sostenibles.
Saltarme semáforos, además, me da oportunidades que respetándolos no tendría, sobre todo a la hora de hacerme visible al resto del tráfico y a la hora de ganar posiciones en la siguiente parada. Además me posibilita hacer algunos tramos sin tráfico, lo cual hace más cómodas algunas maniobras. Pero también ayuda colarse en el tráfico, siempre con prudencia y cortesía, para buscar las posiciones adelantadas en los stops y semáforos. Siempre estando seguro de que los demás entienden lo que estás haciendo.
Ahora bien, para ganarse la aprobación del resto de usuarios de las calles, hace falta dejar claro que no eres un energúmeno transgresor de toda norma. Y para ello hay que aprovechar cualquier oportunidad y dejar claro: uno, que no tienes más prisa ni te crees más listo que los demás, y, dos, que eres especialmente educado y que procuras entenderte con los demás. Así procuro mirar a los ojos buscando a la persona que hay detrás de cada peatón, conductor, motorista o ciclista. Es un remedio infalible para buscar el entendimiento y para comprobar que los demás están al tanto de tu presencia y conocen tus intenciones.
Eso y señalizar, por supuesto. Señalizar tus maniobras, de manera inequívoca pero discreta, sin marcialidad pero con decisión. Comprobando que se entienden y siendo después ágil en la reacción inmediata, tratando de garantizar la fluidez del tráfico.
Así han sido sólo 500 coches los que he pasado, grosso modo, sin pena ni gloria, pura constatación de la ventaja de la bici incluso en condiciones vehiculares plenas.
lunes, 13 de octubre de 2014
Esto no va de coche sí, coche no
Mucha gente sigue enquistada con el tema de que la concepción de las ciudades como espacios habitables y de futuro sostenible contraiga un compromiso directo con la desincentivación del automovilismo compulsivo y abusivo, y lo interpretan como una guerra contra el coche, contra su concepto, contra su industria, contra su sola posesión. Y se ponen muy nerviosos al respecto, diciendo que disuadiendo a la gente de usar sus coches nos vamos a cargar uno de los motores de nuestra economía. Y eso no es así. O al menos no es así de simple.
Ahora mismo, en medio del debate sobre la conservación del bienestar social y económico conquistado a duras penas en las últimas décadas, estamos viviendo en ciudades insanas. Insanas porque la calidad del aire no es buena, insanas porque las calles se han cedido para la circulación y el aparcamiento en vez de para el disfrute de los vecinos, insanas porque cada vez nos hacemos más sedentarios, insanas porque la violencia se ha apoderado de las relaciones personales. La violencia y el miedo que nos atenazan y nos impiden disfrutar de la convivencia de otra manera y que nos han hecho desconfiar de la calle.
Para llegar a todo este escenario, la forma de vivir y de desplazarnos que hemos adquirido han jugado un papel determinante. Hemos querido vivir separados, aceptando tener que desplazarnos a la mayoría de nuestros destinos habituales en coche y hemos creído que en eso consistía nuestro progreso y nuestro bienestar, aceptando el precio de buen gusto y con orgullo, cuando no con ostentación.
El problema es que nuestra apuesta nos está condenando y, lo peor de todo, está condenando a nuestros menores a ser dependientes de esos viajes que sólo pueden afrontarse decentemente en coche y hemos renunciado a formas de vivir más sencillas y más amables, además de más baratas y menos necesitadas de espacios y de prioridades. Pero como nos hemos hecho tan indolentes y estamos entrampados hasta el cuello, miramos hacia otro lado como si la cosa no fuera con nosotros.
Va de mejores ciudades
Es sobre esto sobre lo que deberíamos estar reflexionando y debatiendo y no de si el coche es bueno o malo o hay que exterminarlo de la faz de la tierra. Está claro que el coche aporta una serie de utilidades incontestables para determinados usos: para cargar pesos o para desplazarse fuera de las ciudades de manera discrecional, por ejemplo. Eso es incuestionable y, a día de hoy, insustituible. Lo que nos debemos cuestionar es cómo podríamos dejar de utilizar el coche en los trayectos urbanos y cómo podríamos rehabitar los centros urbanos. Nada más y nada menos.
Es desde esa perspectiva y sólo desde esa desde la que podemos trabajar para proyectar las ciudades del futuro para que ese futuro sea mejor para todos. Lo demás son guerras y las guerras siempre son maniqueas, responden a intereses maximalistas y buscan más el enfrentamiento que la conciliación. Que muchas ciudades europeas se estén planteando eliminar los desplazamientos en coche en sus núcleos urbanos nos tendría que hacer pensar. Que algunas de ellas pertenezcan al mayor centro de poder y producción automovilística europea nos tendría que hacer sospechar de las tesis simplistas que tratan de asociar la desincentivación del uso del coche con la destrucción de la economía.
Ahora mismo, en medio del debate sobre la conservación del bienestar social y económico conquistado a duras penas en las últimas décadas, estamos viviendo en ciudades insanas. Insanas porque la calidad del aire no es buena, insanas porque las calles se han cedido para la circulación y el aparcamiento en vez de para el disfrute de los vecinos, insanas porque cada vez nos hacemos más sedentarios, insanas porque la violencia se ha apoderado de las relaciones personales. La violencia y el miedo que nos atenazan y nos impiden disfrutar de la convivencia de otra manera y que nos han hecho desconfiar de la calle.
Para llegar a todo este escenario, la forma de vivir y de desplazarnos que hemos adquirido han jugado un papel determinante. Hemos querido vivir separados, aceptando tener que desplazarnos a la mayoría de nuestros destinos habituales en coche y hemos creído que en eso consistía nuestro progreso y nuestro bienestar, aceptando el precio de buen gusto y con orgullo, cuando no con ostentación.
El problema es que nuestra apuesta nos está condenando y, lo peor de todo, está condenando a nuestros menores a ser dependientes de esos viajes que sólo pueden afrontarse decentemente en coche y hemos renunciado a formas de vivir más sencillas y más amables, además de más baratas y menos necesitadas de espacios y de prioridades. Pero como nos hemos hecho tan indolentes y estamos entrampados hasta el cuello, miramos hacia otro lado como si la cosa no fuera con nosotros.
Va de mejores ciudades
Es sobre esto sobre lo que deberíamos estar reflexionando y debatiendo y no de si el coche es bueno o malo o hay que exterminarlo de la faz de la tierra. Está claro que el coche aporta una serie de utilidades incontestables para determinados usos: para cargar pesos o para desplazarse fuera de las ciudades de manera discrecional, por ejemplo. Eso es incuestionable y, a día de hoy, insustituible. Lo que nos debemos cuestionar es cómo podríamos dejar de utilizar el coche en los trayectos urbanos y cómo podríamos rehabitar los centros urbanos. Nada más y nada menos.
Es desde esa perspectiva y sólo desde esa desde la que podemos trabajar para proyectar las ciudades del futuro para que ese futuro sea mejor para todos. Lo demás son guerras y las guerras siempre son maniqueas, responden a intereses maximalistas y buscan más el enfrentamiento que la conciliación. Que muchas ciudades europeas se estén planteando eliminar los desplazamientos en coche en sus núcleos urbanos nos tendría que hacer pensar. Que algunas de ellas pertenezcan al mayor centro de poder y producción automovilística europea nos tendría que hacer sospechar de las tesis simplistas que tratan de asociar la desincentivación del uso del coche con la destrucción de la economía.
sábado, 11 de octubre de 2014
La ridiculez de ser peatón en Holanda
En general, ser peatón en toda Europa central y del norte está muy denigrado. Su modelo urbanístico disperso, la potencia del transporte público y los perfiles suaves hacen que todo lo que no se afronta al volante, se haga en bici o en transporte colectivo o en una combinación de ambos, dejando el placer de caminar para tramos terminales e islas peatonales de carácter comercial y de ocio.
En Holanda, dada la tremenda incidencia de la bicicleta como vehículo dominante, incluso en las distancias cortas, la marcha a pie áun está más denostada, lo que hace que caminar fuera de las islas peatonales sea a la vez ridículo y casi imposible. Basta con intentarlo. Aceras angostas o inexistentes plagadas de bicicletas aparcadas o abandonadas, o invadidas por los ciclos, con ciclomotores incluídos, cruces indescifrables en los que el peatón tiene que mirar hasta 7 veces para cerciorarse que no va a ser arrollado por, en este orden, bicis, buses, tranvías, coches o camiones y alguna que otra moto que vienen en todas direcciones con cierta superioridad.
Esto es tan acusado que, cuando se ponen a hacer una infraestructura moderna e inclusiva, normalmente dirigida a los ciclistas, que son los amos de la pista, se olvidan de las necesidades de los peatones que no son otras que evitar desniveles y otras barreras y buscar la línea recta.
Un ejemplo esclarecedor lo tenemos en una de las últimas superobras espectaculares que han inaugurado en los Países Bajos (y Planos habría que añadir).
Analizado a primera vista, para un lego de la cosa ciclista neerlandesa, sorprende la pendiente que han asignado a los ciclistas en ese tobogán fabuloso. Eso hasta que te das cuenta que los que deben afrontar esas cuestas y encima a puros peldaños. Se aprecia mejor en el video que nos facilita <a class=" />Mark Wagenbuur en su fabuloso blog Bicycle Dutch.
Se puede ver cómo la actividad peatonal se queda en algo recreacional, casi una atracción para menores, un juego, algo así como columpiarse. Una cosa infantil.
En Holanda, dada la tremenda incidencia de la bicicleta como vehículo dominante, incluso en las distancias cortas, la marcha a pie áun está más denostada, lo que hace que caminar fuera de las islas peatonales sea a la vez ridículo y casi imposible. Basta con intentarlo. Aceras angostas o inexistentes plagadas de bicicletas aparcadas o abandonadas, o invadidas por los ciclos, con ciclomotores incluídos, cruces indescifrables en los que el peatón tiene que mirar hasta 7 veces para cerciorarse que no va a ser arrollado por, en este orden, bicis, buses, tranvías, coches o camiones y alguna que otra moto que vienen en todas direcciones con cierta superioridad.
Un ejemplo esclarecedor lo tenemos en una de las últimas superobras espectaculares que han inaugurado en los Países Bajos (y Planos habría que añadir).
Analizado a primera vista, para un lego de la cosa ciclista neerlandesa, sorprende la pendiente que han asignado a los ciclistas en ese tobogán fabuloso. Eso hasta que te das cuenta que los que deben afrontar esas cuestas y encima a puros peldaños. Se aprecia mejor en el video que nos facilita <a class=" />Mark Wagenbuur en su fabuloso blog Bicycle Dutch.
Se puede ver cómo la actividad peatonal se queda en algo recreacional, casi una atracción para menores, un juego, algo así como columpiarse. Una cosa infantil.
lunes, 6 de octubre de 2014
Un poco más de respeto a los "rojos"
Que los semáforos son una de las enfermedades que han contraído nuestras ciudades en su afán de ser lo más automovilísticas posible, es algo que no merece la pena ser discutido. Que su funcionalidad y su programación están al servicio de la lógica de la circulación motorizada es algo que no se le escapa a nadie. Que el resto de usuarios de las calles lo sufren con esperas y dilaciones estúpidas y desproporcionadas es un tema ya demasiado manido como para que sea relevante.
Pero el colmo de toda esta denigración es que, encima, los automovilistas llevan tiempo tomándose la libertad de saltarse muchos de ellos en rojo como algo natural, con desprecio de las normas, de la seguridad vial y del resto de sus congéneres en general. Prepotencia pura.
Hasta ahora había habido mucha connivencia y relajación a la hora de perseguir y denunciar este tipo de faltas, porque todos habíamos interiorizado que era parte del juego y que estaba tan generalizado que iba a ser muy difícil de atajar, así que lo dejábamos estar y lo vivíamos con la misma resignación que el resto de los males que azotan nuestra sociedad.
Pero el mundo evoluciona y las tecnologías han venido, en muchos casos, a resolver los problemas a donde las personas no podemos o no queremos llegar. Pasó con los radares en los controles de velocidad, ahora llegan los "foto-rojos" que no son otra cosa que sensores que se incorporan a los semáforos y que detectan a los que se los saltan en rojo, algo que ya lleva unos cuantos años funcionando en otras partes.
¿Cuál ha sido el resultado? Abrumador a la vez que bochornoso. En la ciudad donde vivo, una ciudad pequeña y tranquila, uno sólo de estos chivatos tecnológicos ha tenido el mérito de denunciar a 1.214 infractores en apenas 3 meses y medio de servicio. Casi 12 al día en un sólo semáforo.
La reacción no se ha hecho esperar en el ayuntamiento que ha decidido extender este servicio a otros puntos conflictivos de la ciudad con ánimo redoblado por la intervención y la capacidad recaudadora de la dichosa máquina.
Pero el colmo de toda esta denigración es que, encima, los automovilistas llevan tiempo tomándose la libertad de saltarse muchos de ellos en rojo como algo natural, con desprecio de las normas, de la seguridad vial y del resto de sus congéneres en general. Prepotencia pura.
Hasta ahora había habido mucha connivencia y relajación a la hora de perseguir y denunciar este tipo de faltas, porque todos habíamos interiorizado que era parte del juego y que estaba tan generalizado que iba a ser muy difícil de atajar, así que lo dejábamos estar y lo vivíamos con la misma resignación que el resto de los males que azotan nuestra sociedad.
Pero el mundo evoluciona y las tecnologías han venido, en muchos casos, a resolver los problemas a donde las personas no podemos o no queremos llegar. Pasó con los radares en los controles de velocidad, ahora llegan los "foto-rojos" que no son otra cosa que sensores que se incorporan a los semáforos y que detectan a los que se los saltan en rojo, algo que ya lleva unos cuantos años funcionando en otras partes.
¿Cuál ha sido el resultado? Abrumador a la vez que bochornoso. En la ciudad donde vivo, una ciudad pequeña y tranquila, uno sólo de estos chivatos tecnológicos ha tenido el mérito de denunciar a 1.214 infractores en apenas 3 meses y medio de servicio. Casi 12 al día en un sólo semáforo.
La reacción no se ha hecho esperar en el ayuntamiento que ha decidido extender este servicio a otros puntos conflictivos de la ciudad con ánimo redoblado por la intervención y la capacidad recaudadora de la dichosa máquina.
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