miércoles, 12 de febrero de 2014

Mirando a otra parte

Sabemos que ser íntegros en esta vida viciada cuesta y cuesta mucho más cuando en ello nos van votos, cuando atacamos a las prácticas más comunes y mayoritarias, aunque sean cuestionables e incluso reprobables, aunque la intervención contraiga más beneficios que perjuicios comunitarios e incluso para los propios protagonistas. Cuesta porque hemos asumido como parte de un juego siniestro mirar a otra parte en determinados momentos, aunque esos momentos sean determinantes para la estrategia de decimos estar siguiendo en otros en los que no nos tiembla el pulso porque estamos interviniendo sobre minorías.

Hablamos por supuesto de movilidad, de sostenibilidad, de autodependencia, de hipermotorización, de viajes estúpidos y, lo más importante, de inculcar entre nuestros niños y jóvenes nuevos valores para que sean ellos los que nos den la alternativa hacia un mundo y unas ciudades más habitables, más amables, más respetuosas, más humanas en definitiva, ya que nosotros hemos sido incapaces ni siquiera de proponerlo en serio.

Hacer una peatonalización y perseguir después a los ciclistas, hacer unos kilómetros de carril bici, una zona azul, verde o naranja, un calmado de tráfico o colocar unos cuantos aparcabicis no es comprometido y prácticamente no conlleva mayor inconveniente que pelear con unos pocos vecinos y comerciantes. Son minorías, son actuaciones puntuales, pecata minuta.


Ahora bien, cuando lo que tratamos de atajar son los vicios contraídos por toda una generación a la que hemos inculcado los valores del individualismo, de la competitividad, del hiperconsumismo, de la propiedad privada, de la globalización, de la deslocalización, del miedo, de la sobreprotección de los menores, del acuartelamiento de los mismos, de la agorafobia y del ventajismo, la cosa cambia. Ahí nos tiembla el pulso.

Un ejemplo tremendo de ello lo tenemos en los accesos a los centros escolares, otro en los accesos a los centros laborales en hora punta. Siempre es hora punta cuando hablamos de viajes al cole, siempre es hora punta cuando hablamos del viaje al trabajo. Y más punta todavía y más afilada cuando volvemos de dichos centros.

Ahí todo vale. El canibalismo, la depredación circulatoria. la violencia y la agresividad extrema están justificadas y consentidas. La labor de los agentes de la ley, en todo caso, es velar por que las agresiones no vayan más allá de la verbalidad, que las invasiones del espacio público no duren más de media hora, que las infracciones sean temerarias pero no mortales. Porque tenemos interiorizado que es inevitable y, más que eso, que no hay que evitarlo, porque es parte del juego. Mirar a otra parte en esos momentos es conveniente.



Lo que no nos damos cuenta es que esos viajes suman las dos terceras partes del total de los viajes que se producen en entorno urbano, así que si no actuamos sobre ellos estaremos limitándonos a intervenir sobre un tercio como máximo de los desplazamientos que se producen en una ciudad.

Así pues, dejémonos de monsergas y de pantomimas cuando hablemos de movilidad. La movilidad principal es la obligada, la del horario, la de la hora punta, la del miedo y la violencia, la misma a la que tratamos de no mirar de frente porque nos acobarda. Si no actuamos sobre la movilidad obligada no tendremos legitimidad a la hora de tratar de intervenir en otros aspectos más marginales aunque igualmente decisivos para sentar las bases de un nuevo modelo de accesibilidad, de movilidad y por extensión de convivencia y de ciudad.

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