Es lo que pasa con las bicis y con aquellos a los que nos gusta que haya bicis y cosas relacionadas con las bicis que mejoran su presencia y que las hacen más visibles en nuestra sociedad. Llevamos tanto tiempo deseando que nuestras ilusiones se hagan realidad que pretendemos verlas realizadas incluso antes de que se produzcan. Nos gusta tanto ver indicios, adivinar pruebas irrefutables de su creciente nivel de implantación, de normalización, que caemos irremediablemente en la misma trampa: nos dejamos engañar.
Ayer se dieron a conocer dos datos que podrían ser relevantes en el camino de la ciclabilización de la ciudad en la que vivo: que las bicis se podrán meter en los autobuses públicos y que las bicicletas públicas ahorran un montón de combustible. Por un lado, el cambio normativo en la ordenanza del transporte público comarcal que va a permitir, a partir de hoy, transportar bicicletas plegables, plegadas y enfundadas en los autobuses. Por otro lado, el ahorro energético que supone tener una partida de bicicletas públicas dispersas en la ciudad. Dos páginas en el mismo periódico en las que las bicicletas son protagonistas no está mal para despertar un sábado, pero ¿qué se esconde detrás de estas noticias pretendidamente positivas?
¿Bicis al bus?
Sin embargo, la realidad le ha dado la espalda a esta iniciativa y ha demostrado que el impulso de la bici no depende de artificios tan retorcidos y remotos como este sino de medidas mucho más naturales.
¿Bicis públicas que ahorran petróleo?
Es lo mismo que le pasa al sistema de bicicletas públicas de esta ciudad. Concebido como un elemento meramente propagandístico, una herramienta más de escaparatismo verde, nunca se ha tratado de optimizar ni de potenciar este servicio que ha quedado reducido a unas bicicletas aparcadas en la calle... y vamos para 7 años de triste historia. Un servicio que apenas si lo utilizan una treintena de personas al día, unas bicicletas que se usan, de media, una vez cada tres días, lejos de ser un impulso para dinamizar el uso de la bicicleta se ha convertido en un lastre y en una demostración de que la promoción de la bici no consiste en repetir unos eslogans o en reproducir unas herramientas, sino en apostar por ella de una manera decidida.
Así pues, publicitar el permiso de transportar bicis en buses no es necesariamente un símbolo de desarrollo ciclista, como no lo es publicar el presunto ahorro de combustible equivalente de unas bicicletas que, además de costar unos miles de euros al año que se ocultan gracias a una dudosa cuenta de compensación, no están pensadas para sustituir viajes de coches y, por lo tanto, no consiguen ahorrar todos esos litros de combustible no renovable y de emisiones equivalentes de gases que pretende nuestro ayuntamiento de la mano de esa empresa de publicidad en calle que las gestiona.
No podemos picar esos anzuelos, porque nos va a dar la impresión a nosotros de que nos alimentan y a nuestros "pescadores" de que nos tienen engañados y contentos en nuestras peceras, en cautividad, inofensivas para su mundo automovilístico.
Las bicicletas públicas que no se usan hay que desmantelarlas y la movilidad sostenible no se consigue colando bicis plegables en autobuses y dejando todo lo demás como estaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario