Sin embargo, y mientras no hubo demasiados coches la cosa no revistió mayor gravedad. Fue con la irrupción del utilitario, el coche doméstico, ese al que podía acceder cualquier familia, cuando el verdadero problema se hizo presente, y no fue un mero problema de tráfico, que también. El problema vino cuando todas esas nuevas familias motorizadas descubrieron el problema del aparcamiento.
El aparcamiento también es un invento automovilístico
Hasta entonces, los vehículos se podían estacionar momentaneamente, pero no se podían abandonar en la calle a la buena de dios. El que tenía un cuadrúpedo lo guardaba en una caballeriza, el que tenía un coche tenía una cochera. Pero cuando la cosa se hizo democrática y se creó una oferta al alcance del poder adquisitivo y se alimentó las expectativas de movilidad de las familias, lo que era el problema de cada cual acabó convirtiéndose en el problema de todos.
Y así, de un año para otro, la gente empezó a depositar sus flamantes coches en la calle, al principio de una manera irregular, luego de una manera más ordenada, junto a las aceras segregadas donde circulaban los viandantes contemplando el objeto del progreso, de la posición social y de la ubicuidad, representado por esos fastuosos vehículos carrozados y motorizados.
Fue así como las personas perdieron, ya no sólo el dominio sobre la calle en favor del coche, sino también el espacio disponible, a razón de 10 metros cuadrados por cada coche aparcado. Y las aceras que se habilitaron a partir de ese momento fueron excepcionalmente exiguas donde era necesario, ya que hacía falta disponer del espacio que exigía la circulación y el aparcamiento en todas y cada una de las calles de nuestras ciudades.
El derecho a aparcar se asociaba de hecho al derecho a circular a que se hacían acreedores los coches desde el momento de su puesta en servicio. Si tenías coche, aparcabas. La tiranía de los automovilistas llegó a unas cotas tan altas que se llegó a asociar el impuesto de circulación al derecho de circular, de modo que se puso en cuestión el derecho a la calzada a los vehículos (o pseudovehículos) que no pagaran, por lo cual se les obligó también a pagar su tasa proporcional.
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Foto: Alexey Menschikov |
La masificación automovilística y el “boom”
inmobiliario
Todo funcionaba razonablemente bien hasta que la cosa se masificó y fue entonces cuando se estableció la necesidad de habilitar garajes en los domicilios, aparcaderos privados colectivos, donde dejar el automóvil a buen recaudo a cambio de un precio relativamente caro pero que era parte de la factura a pagar por acceder al club mayoritario del motor. El que no tenía casa, coche y plaza de garaje en propiedad era considerado prácticamente un paria.
Primero en patios y plantas bajas, después, cuando se consumió todo el espacio disponible, excavando en el subsuelo, en aparcamientos subterráneos que se incluyeron de manera obligatoria en las normas de edificación de viviendas, de la igual modo que, en las nuevas urbanizaciones, se hacía provisión de espacio más que suficiente para el aparcamiento, tanto bajo tierra como a pie de calle. Aunque no se dispusiera de espacios de encuentro, de plazas, de parques o de elementos dotacionales, el aparcamiento debía de estar previsto y provisto.
Y llegó el “boom” inmobiliario y los gloriosos años del ladrillo y la hipoteca y aquello se disparó y se impuso la lógica del “minuto coche” para vender propiedades cada vez más lejos y justificar la necesidad de desplazarse para todo… en coche, por supuesto. Tanto, que ahora resulta impensable no contar con espacio para el coche en cualquier circunstancia y sólo se hacen excepciones (terriblemente molestas y sólo aceptables en su condición de excepcionales) en los centros históricos y en algunos ejes peatonales, que funcionan en la práctica como islotes aislados a los que se sigue alentando la gente a acceder también en coche.
¿Cómo puede cambiarse esto?
Cuando todo se ha organizado alrededor del coche durante
tanto tiempo resulta estúpido creer que
esto se puede cambiar fácilmente y que recuperar el espacio se resuelve
poniendo fronteras infranqueables al coche, porque sólo se consigue crear
burbujas de ficción peatonal a la vez que se colapsan de coches las zonas
adyacentes.
Replantear las ciudades para que los espacios públicos pasen de ser
meros espacios de circulación y aparcamiento a ser espacios de encuentro y
disfrute para las personas pasa por poner en cuestión la inercia expansiva que
ha centrifugado las ciudades hasta límites insospechados y ha creado una red
viaria para alimentar las necesidades de movilidad individual y privada, que
sólo se puede ejercer en coche, y empezar a recuperar las ciudades compactas,
con núcleos urbanos atractivos y atractores, dotadas de buenos servicios de
transporte público y con oportunidades reales para las bicicletas, los desplazamientos
a pie y para los que utilicen vehículos colectivos.
Poniendo al coche en aprietos
Para ello, el
primer paso decidido debe ser la gestión del aparcamiento, la regulación del
mismo, la tarificación según el valor del espacio dispuesto, que se traduzca en
la penalización y el condicionamiento de la utilización injustificada del
coche. Sólo si no se puede aparcar en
destino la gente decidirá prescindir del coche. Porque ese sigue siendo el
argumento principal de su uso. Esto a la vez que se revitalizan y se
promocionan las mismas zonas a donde llegar en coche se dificulta. ¿Paradójico?
No tanto.
Una vez superada esa fase, la siguiente (esta sí que da
miedo) es someter al coche a una presión
fiscal excepcional, de manera que
mucha gente se replantee la necesidad real de tener un coche en propiedad
exclusiva y empiece a considerar la posibilidad de compartirlos o
simplemente alquilarlos. Sólo nombrarlo, parece que se esté invocando al
maligno poder del subdesarrollo y la pérdida del bienestar privado y, sin
embargo, en esos ejemplares países norteños, a los que nos gusta invocar cuando
hablamos de sociedades desarrolladas, el índice de coches en propiedad por
familia es increíblemente más bajo que el nuestro. No así su poder adquisitivo,
ni la distancia a recorrer en sus viajes cotidianos. Lo que pasa es que ellos
cuentan con transporte público competitivo, intermodal, facilidades para la
bici y se han dedicado durante décadas a ponérselo difícil al coche.
Empecemos
Así pues, empecemos a pensar que la época del coche en propiedad, del derecho consolidado al
aparcamiento, del dominio automovilístico de la calle, de la dispersión posible
y de la movilidad compulsiva se tiene que empezar a acabar. Y empecemos a
sentar las bases para la repoblación de los centros urbanos, para la
reubicación de las actividades, promoviendo la proximidad y, en todo caso,
articulando las necesidades de accesibilidad dando preferencia y potenciando el
transporte colectivo y los modos de locomoción no motorizados. Sólo así
podremos empezar a planificar y a construir la ciudad del futuro. Pero todo
pasa por renunciar al aparcamiento privativo. No es fácil, es posible.
Miremos a Japón en cualquier imagen de streetview.
ResponderEliminarhttp://www.enbicipormadrid.es/search/label/Jap%C3%B3n
Allí no se puede aparacar el coche en vía pública. Para comprar un coche hay que demostrar que se tiene un lugar para dejarlo.
Quizá por eso en Tokio, la mayor ciudad del planeta, el 18% de los desplazamientos son en bici (y no hay carriles bici).
http://www.tokyobybike.com/2014/09/tokyo-bicycle-lane-designs.html
Eliminaryo también vi Madrileños por el mundo.
ResponderEliminarpongámoselo difícil al coche, es la única manera de que los conductores comencemos a caminar y a bicicletear..
ResponderEliminar(más en: http://cyclingvestchic.blogspot.com.es/2012/12/bicicletas-vs-politicos.html)