jueves, 22 de marzo de 2012

¡Aaaaale! ¡Veenga! ¡Vaaaaamos!

¡Date prisa! ¡Que llegamos tarde! Son sin duda las expresiones más utilizadas por los padres de hoy en día para azuzar a sus hijos. Como si fueran animales, desde los 2 hasta por lo menos los 9 años niños y niñas viven acosados por sus propios padres para llegar a las distintas etapas que les van poniendo. Una tras otra, convenientemente empalmadas para no dejar ni un respiro, para tener a los menores colocados, fuera de todo riesgo, controlados. Somos las víctimas de nuestro tiempo, de nuestras ambiciones, de una cultura y una educación demasiado orientada a alcanzar objetivos, a conquistar nuevas cotas. Vivimos pendientes del segundero, acosados y acosando, estresados y estresando, corriendo y haciendo correr, perdiendo el control, desbocados por cumplir el horario, la agenda, el calendario.


Esta tiranía del segundero tiene un precio y es un precio mucho más alto del que nos creemos. Para empezar, vivir en la urgencia nos hace perder la conciencia de lo importante, nos impide disfrutar del momento porque estamos continuamente obsesionados con el siguiente hito. Pero, más que eso, nos convertimos en seres agresivos, porque obligamos a nuestro entorno a adecuarse a nuestra prisa y, cuando no podemos acelerar al mundo, cargamos contra él. Y entonces llegan los problemas, la pérdida del talante, la fractura del civismo, la ruptura de la concordia. Y saltan las chispas y suceden los conflictos.

Hasta aquí todo lógico. Nos han entrenado a ello y podemos capearlo. O eso creemos. Nos han enseñado a ser individualistas, competitivos, insolidarios, agresivos, ganadores, aprovechados, egoístas, y lo han conseguido. O mejor, lo hemos conseguido. Y vivimos dependientes de la prisa, del agobio, del achuchón, del empujón, del adelantamiento y no nos damos cuenta de lo que hemos engendrado: un mundo cruel, feroz, canibal, insolente e intolerante.

En este mundo la bici está desplazada, porque lo que cobra sentido es el motor, el rugido, amenazador, rápido, agresivo. El motor acelerado, impulsivo. La bici sin embargo no tiene ese repris, tiene que circular necesariamente lenta, calmada, transigiendo por su pura naturaleza, por su condición, aprovechando espacios, conviviendo, cohabitando, interactuando. Y eso molesta, porque no interesa, y se convierte en algo peligroso. Esas ovejas tranquilas, apaciguando el tráfico se vuelven inconvenientes porque rompen la lógica, el ritmo, el estilo, el necesario punto de violencia vial para que la cosa funcione, para que arree.

No es eso tan preocupante como lo que estamos haciendo padecer a nuestros inocentes pequeños, empapándoles de un ambiente imprescindiblemente enrarecido, respirando un aire viciado, en espacios cerrados, oclusivos, reclusivos, presenciando nuestras frustraciones, nuestra agresividad, nuestra violencia, nuestra enfermedad. Sin oportunidades de esparcimiento, de relación informal, de juego, de diversión, de tranquilidad y de aburrimiento ¿por qué no?. No sabemos lo que estamos haciendo.



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1 comentario:

  1. Estupendo el vídeo, es una realidad y mejor explicado...imposible.
    Muchas Gracias por compartirlo. Saludos

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