Todos somos parciales. Nadie se escapa a lo de ver la cosa desde su punto de vista, desde su condición, desde su perspectiva. Miramos desde nuestro lado del prisma, sin tener conciencia de que es un prisma y de que no sólo tiene varias caras sino que distorsiona nuestra forma de ver las cosas. Muchas veces esto se interpreta como un mero problema de empatía, de comprensión de las situaciones y de las intenciones de los demás. Pero eso también es hacer reduccionismo de alguna manera.
El escenario donde ocurren las cosas en la ciudad es la calle, lugar de encuentro y desencuentro, y en su faceta más cruel, el tráfico, es donde el problema del "faccionamiento" se agudiza de una manera más palpable.
Somos lo que conducimos, actuamos de acuerdo con nuestra elección de desplazamiento. Punto. No vemos más allá de la discriminación de los pasos peatonales y de la intimidación de los vehículos cuando caminamos, no vemos más allá de la marginación de la bicicleta como vehículo y de la falta de respeto generalizado para con los ciclistas cuando pedaleamos y, en fin, no vemos más que colapsos, semaforizaciones mal coordinadas, listos demasiado listos o torpes demasiado torpes cuando viajamos en un automóvil, cuanto más grande peor.
Pero el problema no es una cuestión de entendimiento, o no sólo es una cuestión de entendimiento, es algo que viene producido más por una falta de concepción de la ciudad como un sistema complejo o como un ecosistema. Aquí es donde la cosa presenta unas lagunas grandes y donde la gente exhibe una ignorancia tremenda y un atrevimiento proporcional a la misma, sobre todo a la hora de interpretar no ya el estado de la cosa urbana sino las posibles soluciones, y no digamos cuando se trata de proponer escenarios deseables. Aquí nadie sale de su miopía interesada.
Y no es culpa de la gente, de las personas, de lo aberrantes que nos hemos hecho de pura alienación asumida, no. Es un problema de cinismo demagógico por parte de los encargados de organizar este cotarro en el que se han convertido nuestras ciudades y más concretamente esa especie de campo de batalla en el que se han convertido nuestras calles.
Los poderes y los poderosos han estado y están muy interesados en mantener este orden de cosas, donde hemos asumido que debemos conculcar nuestro derecho a disfrutar de las calles para convertirlas en espacios de circulación al servicio de un coche que ha permitido la suburbanización de las ciudades, la zonificación de las actividades y la consecuente necesidad de moverse para todo.
Haber renunciado a las calles, haber conculcado el derecho a su disfrute, haber secuestrado a nuestros pequeños y a nuestros mayores, habernos hipermotorizado e hipermovilizado tiene un precio que va más allá de los meros problemas de seguridad vial, contaminación o congestión del tráfico. El verdadero precio de esta tremenda "operación automobiliaria" es que hemos perdido la perspectiva de lo que deberían ser nuestras calles, nuestros barrios y nuestras ciudades y hemos capitulado porque nos hemos creído que el progreso, el bienestar, la sostenibilidad económica y la felicidad consistía precisamente en eso.
Tenemos que trabajar por devolver a nuestros familiares y allegados, a nuestros vecinos, a nuestros ciudadanos, a la gente la inquietud y la conciencia por recuperar las calles para las personas. No es algo urgente, es simplemente importante, necesario, imprescindible por eso hay que hacerlo sin prisa y con ganas, con serenidad y con tesón, con convicción y con firmeza.
Nos vemos en la calle.
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