Hoy no hemos podido menos que reproducir un artículo o más bien un relato que hemos leído en En bici por Madrid, ese blog de referencia, escrito por Villarramblas, su colaborador más sesuso y más brillante. Nos ha encantado el enfoque, el estilo narrativo y el análisis que hace del síndrome que muchas personas protagonizan diariamente después de haber aceptado la apuesta de irse a vivir lejos y perder todos los días un tiempo decisivo en los viajes cotidianos. Ahí va.
Los Hombres de Gris no le pagarán el tiempo perdido
¿Se acuerdan de Momo, aquella novela de Michael Ende en el que unos hombres vestidos de gris y bombín y que fumaban puros nos proponían ahorrar nuestro tiempo a cambio de un futuro bienestar material que nunca llegaba? Para un niño, un entretenido cuento. Para un adolescente, una fantástica novela. Para un adulto, un relato de terror que describe su día a día.
La última vez que uno de esos Hombres de Gris se me apareció me ofreció el siguiente trato: Una mejor vivienda en periferia, más barata que el apartamento céntrico en el que vivo, y donde además mi familia podría tener mejor calidad de vida. El precio: tardar más en llegar al trabajo. Pero ¿acaso no merece la pena ese pequeño precio? La respuesta es no.
La Paradoja del Commuter
Es lo que se conoce como la Paradoja del “Commuter”, esa palabra inglesa que define a quien viaja a diario entre su casa y su trabajo, a veces desde poblaciones separadas. Según la teoría económica, quien tiene libertad para aceptar el trato de los Hombres de Gris lo hará a cambio de algo que le compense, ya sea mejor sueldo, un piso más barato, o más grande, o cualquier otra ventaja. Si el trato no le convence, no se llevará a cabo. Quizás sólo algunos negocien tratos justos, posiblemente otros se dejarán engañar y otros sacarán mucha ventaja... pero en global será un acuerdo equilibrado.
La sorpresa que trae de cabeza a los economistas es que todo el mundo que aceptó este cambio declaró después estar insatisfecho, todos sentían que les habían timado.
¿Quién les timó, pues? Ellos, se timaron a sí mismos al aceptar libremente algo que luego resultó que no querían.
Los Hombres de Gris no le pagarán el tiempo perdido
¿Se acuerdan de Momo, aquella novela de Michael Ende en el que unos hombres vestidos de gris y bombín y que fumaban puros nos proponían ahorrar nuestro tiempo a cambio de un futuro bienestar material que nunca llegaba? Para un niño, un entretenido cuento. Para un adolescente, una fantástica novela. Para un adulto, un relato de terror que describe su día a día.
La última vez que uno de esos Hombres de Gris se me apareció me ofreció el siguiente trato: Una mejor vivienda en periferia, más barata que el apartamento céntrico en el que vivo, y donde además mi familia podría tener mejor calidad de vida. El precio: tardar más en llegar al trabajo. Pero ¿acaso no merece la pena ese pequeño precio? La respuesta es no.
La Paradoja del Commuter
Es lo que se conoce como la Paradoja del “Commuter”, esa palabra inglesa que define a quien viaja a diario entre su casa y su trabajo, a veces desde poblaciones separadas. Según la teoría económica, quien tiene libertad para aceptar el trato de los Hombres de Gris lo hará a cambio de algo que le compense, ya sea mejor sueldo, un piso más barato, o más grande, o cualquier otra ventaja. Si el trato no le convence, no se llevará a cabo. Quizás sólo algunos negocien tratos justos, posiblemente otros se dejarán engañar y otros sacarán mucha ventaja... pero en global será un acuerdo equilibrado.
La sorpresa que trae de cabeza a los economistas es que todo el mundo que aceptó este cambio declaró después estar insatisfecho, todos sentían que les habían timado.
¿Quién les timó, pues? Ellos, se timaron a sí mismos al aceptar libremente algo que luego resultó que no querían.
Detectives del tiempo perdido en el país de los relojes
A no muchos kilómetros de donde Michael Ende escribió su novela, dos investigadores llamados Alois Stutzer y Bruno Frey decidieron averiguar con qué artimañas los Hombres de Gris lograban quedarse con el tiempo de los humanos a un precio inferior a lo que éstos consideraban justo. Así, con el apoyo de la universidad de Zurich siguieron la pista de todas las respuestas que los lectores ya habrán pensado para explicar este misterio:
“Quizá al que hace el trayecto a diario no le compensa” pensaron los señores Stutzer y Frei, “pero a su familia sí”. Parece razonable sacrificarse uno para que tus seres queridos vivan mejor. Esas horas perdidas pueden suponer una casa más grande, con jardines para que los niños jueguen o para tener más sueldo a fin de mes. Sin embargo, las familias encuestadas también se mostraron más infelices si uno de sus miembros empleaba mucho tiempo en transporte: menos tiempo juntos y peor humor que no se arreglaban ni con más zonas verdes, ni con más juguetes.
“Se tratará tal vez de la gente que no tiene más remedio que aceptar el trabajo que le den”, razonaron los dos. “A fin de cuentas, no todo el mundo se puede permitir el lujo de elegir un trabajo cerca”. Para comprobarlo, preguntaron a aquellos que no tenían ninguna presión para aceptar un mal trato, al tener una posición desahogada. Para su desconcierto, el resultado fue el mismo, también ellos se sintieron estafados cuando se cambiaron a un trabajo demasiado distante.
“Hay gente que tiene situaciones personales difíciles en un momento de su vida que les obligan a tomar una mala decisión: un divorcio que te fuerza a buscar una casa donde sea, el paro que se agota”, así que preguntaron a gente con trabajos y parejas estables o sin pareja que hubieran aceptado el trato de alargar su viaje diario. De nuevo la misma respuesta: sentían que habían negociado mal, aunque nada les había presionado para aceptar el trato.
“Es posible que sea la hipoteca, que te ata a una casa y te dificulta mucho mudarte para estar cerca de un buen trabajo” dijeron ambos. Así que entrevistaron a gente que vivía de alquiler, que podían cambiarse de casa fácilmente para recuperar el tiempo perdido. Pero también ellos aceptaron trabajos alejados que no les llegaban a compensar las horas de transporte, e inexplicablemente no hicieron esfuerzo alguno por mudarse para aumentar su bienestar. Prefirieron ser infelices y seguir entregando su tiempo.
Por desgracia, ahí terminó la investigación. Stuzter y Frey se declararon incapaces de resolver la "Paradoja del Commuter", y por lo tanto no pudieron averiguar cómo ayudarnos a defendernos del engaño que nos quita el tiempo. Aquí podría terminar este pequeño cuento. Stuzter y Frey no sabían el final, pero nosotros sí, y se lo vamos a contar.
Un final: Los que dijeron "basta" cuando llegaron al límite
¿Nunca se han preguntado por qué las películas duran lo que duran, algo más de hora y media, pero menos de dos horas? Por encima de ese tiempo, algo en nosotros dice “basta”. La naturaleza del ser humano no aguanta ser espectador pasivo más tiempo, no cuando la película es la misma autopista o el mismo tren día tras día.
Seguramente conozcan a gente que realice esos trayectos a diario, 100 minutos de ida y otros tantos de vuelta. Más de 3 horas al día. Puede que sea usted uno de ellos. Si es el caso, pertenece a los tristes privilegiados en darse cuenta de que aquello ya no compensa, porque ya no le queda más tiempo que entregar.
Algunos se mudarán, otros buscarán un trabajo más cercano… los hay que se separarán de sus parejas para ello (o todo a la vez). Serán cambios traumáticos, pero se habrán curado para siempre de la tentación de vender su tiempo. Es quizá un amargo final. Sólo aprenderemos a no entregar nuestro tiempo cuando ya no nos quede tiempo que entregar.
Si no ha llegado a ese punto, sólo nos queda confiar en que haya leído este relato: si alguien le ha tentado con una oferta que mejorará su calidad de vida a cambio de unos cuantos minutos de su vida, piénseselo dos veces como hice yo. Recuerde que cuando juega con los Hombres de Gris, la banca siempre gana. No es un consejo de escritor de cuentos, sino de economistas.
Un final alternativo: Los que ganaron la partida a los Hombres de Gris
Hay otro final para este cuento. Si ha llegado hasta aquí, considérese afortunado por leerlo. No hace falta llegar al límite para recuperar su vida.
Precisamente, dice Eduard Punset que si uno controla su vida consigue la felicidad. Quizá Stutzer y Frei no se dieron cuenta de que la frustración del commuter reside precisamente en esa falta de control del viaje, y por eso no realizaron una última pregunta. Aquella que les hubiera dado la clave.
Por suerte para todos nosotros, un chico al otro lado del océano llamado Oliver Smith sí lo hizo en su ciudad: Portland, Oregon. Y descubrió el mejor final posible para este cuento: que los que iban andando o en bici eran los que más disfrutaban de su trayecto porque eran dueños de sus vidas mientras hacían el viaje, hasta el punto de que para ellos eso no era un tiempo perdido día tras día, sino una experiencia a la que no querían renunciar, pues en muchos casos era lo mejor del día.
Lo más mágico de esta historia es que con algo tan sencillo como caminar o usar una bici habían dejado de ser aburridos espectadores para convertirse en viajeros protagonistas de una aventura a la que jugaban todos los días, y todos los días descubrían algo nuevo de su ciudad que les hacía que ese trayecto mereciera la pena. Y ya no consideraban que "tardaban" una hora en llegar al trabajo, sino que "disfrutaban" durante una hora antes de entrar a trabajar, llegando incluso a dar rodeos por sitios nuevos para que el trayecto fuera un poquito más largo. Qué sutil cambio y de qué manera había transformado a esas personas afortunadas.
¿No me creen? Fíjense en esos pocos compañeros de trabajo que vienen en bici y pregúntense porqué vienen tan felices siendo lunes.
Quizá viva usted demasiado lejos. No importa, no renuncie a caminar o a usar su bicicleta, aunque sea sólo en parte de su recorrido, muchos hemos empezado así, en trayectos cortos. No piense que va a tardar más: es tiempo de vida que va a recuperar.
Es mejor este final ¿no?
“Les cuento todo esto como si ya les hubiera ocurrido. También hubiera podido contarlo como si les fuera a ocurrir en el futuro. Para mí, no hay demasiada diferencia.”
Momo (Michael Ende)
Reproducción liteal e íntegra del artículo escrito por Villarramblas en el blog En bici por Madrid
Hola Eneko, soy de Zgza y hace tiempo que leo (si bien intermitentemente ) tu estupendo blog por el que sinceramente te felicito. En general suelo estar de acuerdo contigo. Sobre esta entrada en concreto sí me gustaría decir algo. Parece que en la primera parte llegamos a la conclusión de que en ningún caso compensa vender o invertir tiempo para trasladarnos del curro a casa y/o viceversa. Sin embargo al final se dice que ese tiempo está muy bien invertido siempre que el medio de locomoción sea la bici o la pata. O sea, el problema no es el tiempo.
ResponderEliminarPero entonces, si a uno le gusta ir en coche, qué pasa?...Pues según el relato, que llega a casa/trabajo de mal humor, frustrado y tal.
Si le gusta el coche, por qué ha de ser así?...Pues por los atascos, me dirás tú (no se me ocurre otra razón)
Solución?: Ampliar las autopistas y carreteras, restringir la circulación de todo lo que sean obstáculos para los coches (las bicis, por ejemplo), aumentar las zonas de estacionamiento...Abundar en la preponderancia del coche, en suma.
La contaminación? bueno, bien, pero esa ya no es una razón clara para el "enfado" del automovilista al llegar a su casa (leit motiv de la narración en su primera parte)
Además, si un día se soluciona ese problema con otros sistemas de combustión o carburación, coches eléctricos o lo que sea...Se acabaría entonces el discurso anti-coche?....No lo creo, verdad?
Algo falla en el relato. O en el discurso.