jueves, 13 de junio de 2013

No estamos preparados para convivir

Raro es el día en que no se publique un testimonio en el que se exponga una queja de alguien que ha sufrido un caso de agresión en una actividad de circulación urbana. Un peatón que se queja de que los coches no respetan los pasos de cebra o los límites de velocidad o de que los ciclistas no son cívicos, un automovilista que se queja de que peatones y ciclistas no cumplen las normas de circulación (por lo general pensadas desde una lógica automovilística) o un ciclista que se queja de que los automovilistas le intimidan o que los peatones no respetan las vías ciclistas. Un indicador inequívoco de que no estamos preparados para convivir en la calle.

No estamos educados en la convivencia, sólo en hacer valer nuestros derechos, e infligirlos sobre los demás. Porque no estamos educados en la libertad, como no lo estamos en la solidaridad o en la democracia. Nos gusta más tener derechos que obligaciones. Y a quién no. Pero el problema es que cuando los derechos son concurrentes y compiten entre ellos, lo que debería preservar libertades se vuelve agresivo sobre los demás.


En la circulación urbana esto es evidente y especialmente preocupante. Hemos demarcado de tal manera el espacio público, el terreno común, para segmentarlo y asignárselo a cada tipo de usuario, dependiendo del medio en el que se desplace, que las líneas que delimitan los usos se han convertido en auténticas fronteras que favorecen más el conflicto que ayudan a las distintas personas en la labor de preservar el derecho a ejercer su opción de movilidad en la ciudad.

No nos damos cuenta de que la calle es un espacio común que, si estuviéramos dispuestos, debería ser un lugar de encuentro, de socialización, de comercio, de esparcimiento o de tránsito y, sin embargo, lo hemos convertido, en su mayor parte, en meras vías de circulación con carriles estancos: muchos para coches, menos para peatones y apenas algunos para otros medios de transporte, sean públicos y colectivos o privados e individuales.

La obsesión por la segmentación del espacio público es tal que, cuando tratamos de incorporar nuevos medios de transporte, la única opción que se le ocurre a la mayoría es buscar un corredor específico para ellos, en vez de tratar de compartir los espacios disponibles y priorizar sus usos. El caso de las bicicletas es patente y actual.

Sin embargo, es en la capacidad de convivir, de respetarse, de compartir los espacios y los usos de estos priorizando en la necesidad de mejorar la calidad de los mismos para su disfrute colectivo, en la que reside la posibilidad de hacer concurrir a los distintos medios de locomoción y de conseguir que las calles, nuestras calles, sean accesibles, amables y humanas.


Pero no nos queremos dar cuenta de ello. O no podemos, porque no hemos sido preparados para ello y por eso nos dedicamos constantemente a sufrir y hacer sufrir las consecuencias de ello a nuestros semejantes. Es difícil pensar que otro orden de cosas sea posible en una sociedad que no quiere oir hablar de civismo, de respeto, de convivencia o de humanidad porque está obsesionada todavía por el individualismo, la competitividad y la impersonalización como herramientas que garantizan el éxito.

Mientras no seamos capaces de replantear esta lógica imperante y prestar más atención a las cuestiones relacionales y a la búsqueda del bien común y de la buena convivencia, renunciando en parte a derechos selectivos por preservar los comunes, no estaremos en disposición de trabajar por construir ciudades donde en las calles sean protagonistas las personas, sean quienes sean y vayan en lo que vayan montadas.

La pregunta es ¿cuánto tiempo estaremos dispuestos a renunciar a esa ciudad de las personas por perpetuar la ciudad del tráfico?

3 comentarios:

  1. Porque he leído muchos otros comentarios tuyos sé que estás en contra de la circulación de las bicicletas por las aceras. Pero el de hoy me deja un cierto mal sabor con todo eso de 'compartir' y la 'convivencia' y tal. Esas cosas que invocan así en abstracto quienes quieren meter las bicis por las aceras. Y a nada que se descuide uno como yo —que me opongo a ninguna concesión en ese sentido— lo tachan de, ¡ejem!, 'insolidario'. No creo que haya nadie que diga que no hay que compartir, convivir, etc. El problema es qué se comparte, en qué condiciones: la acera desde luego no hay por qué compartirla con las bicicletas. De ninguna manera. Lo aclaro aquí por si acaso no le queda claro a quien lea tu comentario de hoy.

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  2. El problema inicial es la falta de educación cívica, hay que tener en cuenta un orden establecido (peatón, bicicleta, vehículos, ...) para saber mantener un comportamiento correcto.

    Lo malo es que siempre hay un abuso de poder por parte de todos y nadie respeta a nadie.

    Este escrito sería interesante difundirlo a quien no sabe respetar al prójimo.

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  3. Quizás el fondo de la cuestión es esa, el respeto,que no es algo de lo que podamos presumir. Probablemente nos iría bastante mejor, y no hablo del respeto coche/coche, coche/bici, bici/peatón y todas las combinaciones que se nos puedan ocurrir.

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