miércoles, 13 de febrero de 2013

La cadena siempre se rompe por el eslabón más débil

Pero todavía hay demasiada gente que se empeña en ignorarlo. En el juego de la movilidad el más débil es siempre el mismo: el peatón. Pero todavía hay demasiada gente que se afana en desviar la atención sobre esta evidencia, tratando de despistar a la opinión pública y tratando de repartir la culpa de los atropellos que estos sufren en sus carnes, con graves consecuencias, cuando no fatales.

Campañas, informes, investigaciones y noticias sueltas, acompañadas un mar de opiniones que respaldan este enfoque centrado en defender los intereses de los más fuertes y su dominio sobre la circulación. Esto está montado así y estas son las consecuencias.

Culpabilizar al más débil es tan sólo la punta de un iceberg de mucho mayor calado: toda una sociedad organizada durante 50 años alrededor de la potenciación de uso masivo del coche como motor del desarrollo de una forma de vivir basada en la movilidad. Dispersión urbanística, deslocalización de las actividades, zonificación de las actividades, periferización de los centros de interés, todo ha ido dirigido a hacernos dependientes del coche como único medio de poder acceder a todos esos espacios que se han ido configurando en el entorno urbano y periurbano.


Las bicicletas en este juego se han quedado atrapadas en terreno de nadie y han sufrido el redimensionamiento del viario que ha promovido el uso de las grandes vías, rondas y circunvalaciones en detrimento de las calles normales y corrientes donde resultaban verdaderamente competitivas y la priorización de la circulación motorizada en dichas vías gracias a semaforizaciones totalmente descompensadas y a exiguos pasos y veredas para los más débiles.

Pero también los ciclistas han aprovechado su victimismo para infligir un castigo sobre los peatones, escudándose en su indefensión frente a los coches para invadir las aceras, acosando voluntaria o involuntariamente a los transeúntes, presionándoles, tensando la cadena. Y encima han tenido la desfachatez de reconocer que no lo iban a dejar de hacer hasta que no cambiaran las cosas en la calzada. Tanto ha sido así que, en muchas ciudades, la mayoría de la circulación ciclista se produce en las aceras, con total impunidad y, para colmo, con una cierta prepotencia por parte de los ciclistas peatonalizados o cicleatones.

Eso cuando no contaban con vías exclusivas para bicicletas. Porque, cuando las había, entonces la prepotencia desvariaba en chulería sin más, o con su correspondiente carga de cinismo.



Triste realidad la que vivimos, en la que cada uno defiende sólo el juego según le va en él y nadie se ocupa en trabajar por hacer ciudades más habitables, más vitales y más potentes. Sigamos rompiendo eslabones en esta cadena que cada vez nos constriñe y nos condena más y luego lamentémonos de las consecuencias.

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