lunes, 14 de junio de 2010

El día después del Día de...

Estamos demasiado acostumbrados a las celebraciones. Tanto que muchas veces es más importante la propia celebración que el motivo que la origina. Somos así. Y los poderes lo saben. Saben que es más interesante celebrar el Día de la Madre que reconocer sus derechos y sus reivindicaciones. Lo mismo podríamos decir del Día del Trabajador, del Día del Medio Ambiente, del Día de... qué más da. Hay días para todo.



El que me ocupa hoy es el Día de la Bicicleta. Cada uno tiene sus debilidades. Estamos inmersos en fechas en las que cientos, miles de parroquianos se reúnen para celebrar... ¿realmente qué?. ¿Qué se celebra en el Día de la Bicicleta? No lo sé. Quizá el propio hecho de reunirse para celebrarlo. Resulta cuando menos inquietante que la gente hoy en día necesite que le organicen la oportunidad de agruparse para dar una vuelta en bici. Sin eslogans, sin reivindicaciones, sin más motivo que ir. Con ese motivo se pueden llegar a juntar 200, 500, 3.500 o 12.000 personas. Sin fiesta, sin programa, sin más.

El problema no es querer festejarlo. No. Ni siquiera querer juntarse. Es un acto de sociabilización, de masificación. Y eso genera alegría. El sentimiento de colectividad, la emoción del grupo, la ilusión de partipación, el pálpito del apelotonamiento... son sensaciones que no se pueden negar a nadie.

El problema es que muchas veces, la mayoría, el reconocimiento acaba ahí. Y suena a autojustificación. Porque al día siguiente todo sigue igual. Con el Día de la Bicicleta pasa lo mismo. Durante un par de horas los participantes viven la ilusión de que la ciudad es el reino de la bici, que se puede circular por ella con tranquilidad porque no hay coches (los han quitado), que se llega en pocos minutos de un extremo al otro de la ciudad, de nuestra ciudad, que es bonito, que es divertido, que es fácil, que es emocionante.

Pero el día después todos o al menos la inmensa mayoría están dispuestos a volver a rendirse a la evidencia de que eso fue un espejismo y que la ciudad es para los coches. Y que no la entienden sin coches, sin su coche, sin su estrés, sin su agresividad, sin su competitividad, sin su aislamiento, sin su frustación. Pero como otra vez es una sensación colectiva se vuelven a sentir reconfortados.

Un día después en el que se podría empezar a construir una realidad diferente de acuerdo con una lógica diferente. Una ciudad diferente en la que las bicicletas tuvieran un reconocimiento como vehículos deseables, con espacios prioritarios. Donde se empezara a recortar derechos a los que restan derechos a los demás. Donde se empezara a educar en unos nuevos valores que dieran la oportunidad a nuestros menores de elegir otra forma de moverse, de relacionarse, de jugar. Sin miedo, sin prejuicios.

Hoy es el día después.

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