Para conseguirlo no se escatiman medios, ni millones (de euros, por supuesto). Tampoco importa mucho si para hacerlo hay que atacar a otros usuarios de la vía pública. Es el precio de toda conquista. Son daños colaterales. No hay batalla que no conlleve algunos. Aunque sean víctimas mortales. Las cruzadas son así.
Ciclistas había habido siempre. Discriminados pero dignos, poco atendidos pero determinados, agredidos muchas veces pero discretos y pacíficos. Ahora no. Ahora decir "ciclista" es referirse a una especie protegida, cuyos derechos sólo estamos empezando a vislumbrar.
Todo empezó con los carriles bici. "Carril bici" hace años significaba un carril, dentro de una calzada en medio del tráfico rodado, en el cual la preferencia era para la bicicleta. A la vista de que esto era absolutamente insuficiente para conseguir el gran objetivo, nadie dudó ni un sólo segundo en redefinir el concepto y devolverlo recargado. Hoy en día "carril bici" es cualquier cosa. Eso sí, cualquier cosa con muchas señales de bicicletas (toda una iconografía). Alfombras para que los ciclistas circulen aislados del resto del tráfico, normalmente por aceras, paseos y parques. Rojas, azules, verdes o negras. Con sus logos en el suelo, sus líneas discontinuas, sus bordillos, sus pasos peatonales, sus semáforos. Todo un despliegue de medios y de escenografía.
Luego llegaron las bicicletas públicas. Nadie sabe realmente cómo, pero resultó ser una invasión sin precedentes, con tintes pandémicos y hasta la fecha sin vacuna conocida. Espectaculares. El condimento necesario, imprescindible, para armar a ese ejército de usuarios que deseaban incorporarse a la gran cruzada de la movilidad sostenible en bicicleta.
Y lo consiguieron. Aunque fuera a costa de condenar otras propuestas e iniciativas de algunos incautos. Educación vial, talleres de autorreparación, aparcamientos vigilados y seguros, bicicletas para la movilidad obligada, bicicletas en los colegios, institutos, universidades... todo eso podía esperar a la gran Operación Bicicleta.
Han transcurrido apenas 10 años desde que todo esto empezó y ya no somos capaces de reconocer ni de acordarnos de lo que significaba realmente la palabra "bicicleta" y mucho menos de para qué servía. Ahora hay una nueva especie, los "cicleatones", que han impuesto un nuevo orden a su alrededor.
"Cicleatón": ciudadano de derecho preferente que circula a bordo de un velocípedo por donde cree conveniente y como le da la gana. Tiene predilección por los espacios antiguamente denominados peatonales. No puede circular por la calzada. No debe. Tiene un terror biológico a los vehículos a motor sólo cuando no circula a bordo de uno de ellos. Es peligroso pero no lo sabe, corre peligro pero no quiere saberlo.
Nuestras ciudades se han llenado de "cicleatones". "Cicleatones" orgullosos de serlo, que circulan impunes, protegidos en ciudades orgullosas de haberlos criado. Con mimo. "Cicleatones" que han desplazado a los peatones, que los han arrinconado y les han devuelto su categoría natural de parias de la movilidad. "Cicleatones" sonrientes, felices, desafiantes, que acosan a los peatones porque se lo merecen. "Cicleatones" que son alcanzados por sorpresa por los coches, autobuses y camiones cuando cruzan las calzadas a toda velocidad y con todos los derechos a sus espaldas, creyendo que son indestructibles. "Cicleatones" que desprecian y recriminan a esos locos que se obcecan en circular con sus bicicletas ¡en medio del tráfico!
No me atrevo a imaginar una sola ciudad moderna sin "cicleatones". Me da miedo.






