miércoles, 12 de octubre de 2011

La gran inocentada

Ultimamente se han dado a conocer las estrategias y los resultados de algunas iniciativas relacionadas con lo que en los últimos años se ha dado por llamar movilidad sostenible y que no es otra cosa que el intento más o menos decidido de tratar de reducir el uso del coche en el medio urbano, dando mejores oportunidades a modos de transporte más limpios y eficientes.

Eso dicho así suena a buen propósito, pero, ¿realmente se está consiguiendo que la gente se cuestione el uso del coche o es más bien una operación de maquillaje político ahora que lo ambiental parece que tiene tanto tirón?

No es momento de ponerse pesado analizando estadísticas derivadas de encuestas de movilidad que suelen ser más fruto de declaraciones de buenas intenciones que de conteos rigurosos y repetidos en puntos concretos de la ciudad sin tendenciosidades (una muy frecuente: contar ciclistas en una calle antes de hacer un carril bici y después, sin ponderar el efecto succión del tráfico ciclista de las calles adyacentes, y con eso estimar el crecimiento de la masa crítica ciclista en una ciudad). Lo que sorprende es que nadie esté consiguiendo resultados significativos en la reducción real del uso del coche en la ciudad. Ni Londres con su tasa de congestión, ni Barcelona con su batería de medidas espectaculares, ni Sevilla, ni Vitoria con sus revoluciones ciclistas y sus tranvías. Todos se vanaglorian de la originalidad de sus propuestas, del impacto mediático de las mismas, de las grandes expectativas que albergan, pero la verdad es que una inmensa mayoría sigue yendo en coche.

Más allá de creer que esto es algo así como un cuento chino en el que valen más, otra vez, las grandes palabras, los perogrullos más facilones o las apariciones estelares en los medios de comunicación, que lo es, algunos empezamos a creer que este juego de la movilidad sostenible se trata, en la inmensa mayoría de los casos, de una broma pesada del estilo "dame pan y llámame tonto", gracias a la cual a base de soltar unas migajas para tener a algunos sectores de la población contentos (los "bicicleteros" son grandes comedores de migajas) siguen haciendo las mismas chapuzas que nos han traído hasta aquí prometiéndonos que nos están llevando a otro sitio.

Y mientras tanto, la congestión vehicular sigue protagonizando las horas punta, las ciudades siguen adoleciendo los males de la cesión histórica del espacio y los derechos a la circulación motorizada masiva y todos en nuestras casas seguimos mirando con auténtica adoración a ese tanque que nos permite alcanzar el milagro de la ubicuidad, porque no nos acabamos de creer el apocalipsis energético, medioambiental, planetario del que muchos visionarios insisten en alertarnos.

Pero también en medio de toda esa farsa colectiva, ha habido personas que se han creído la historia y se han aplicado el cuento y han reducido drásticamente el uso de sus carros blindados en la ciudad. ¿Inocentes, crédulos? ¡Qué más da! Esos han visto la diferencia, esos han podido comprobar que otra manera de desplazarse es posible, esos han vuelto a sentir la ciudad. A esos y esas les da igual que todo esto no sea más que una broma pesada, porque a ellas y a ellos les ha servido para cambiar sus vidas y ahora no van a dar marcha atrás.

 ¿Y si es un gran engaño y estamos creando un mundo mejor para nada?

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