Un ejemplo: el cambio climático. Otro: la movilidad sostenible. Otro: la crisis del petróleo. Uno peor: el decrecimiento económico. Hoy en día, en esta sociedad sectarizada, proselitista y seguidista, la gente necesita creer en algo para poder ver. Si no están ciegos. La capacidad de discernimiento está mediatizada por la intencionalidad reconocible, la recomendación expresa o el congraciamiento con nuestros parroquianos de facción.
Ayer por ejemplo se publicaban los datos de los niveles de contaminación de micropartículas de las principales ciudades del mundo y se ha ilustrado en un mapa de contaminación mundial. Ninguna sorpresa a nivel planetario. Estamos a la cabeza de esto de la microcontaminación. Y sin embargo nadie está preocupado. Y no es porque esas micropartículas no sean nocivas, que lo son y mucho, ni siquiera porque no se puedan ver a simple vista, es porque todavía hay demasiada gente que, por no creer en eso, no se preocupa y es capaz de ignorarlo con toda tranquilidad, sin inmutarse.
No
es un mirar a otra parte, es más que eso. Es buscar cualquier
explicación para contrarrestar este rollo verde. El progreso, el
desarrollo, el bienestar, la riqueza, todo ese dogmatismo occidentaloide
que nos hace creer que todo motor debe contaminar y que no hay
bienestar sin daños colaterales. Así que esto de la contaminación, que
los visionarios lo relacionan con una suerte de apocalipsis climática es
de jipis reaccionarios. Eso es al menos lo que argumenta el negacionismo que
todavía sustenta el orden económico y político dominantes a nuestro
alrededor. El mismo que nos ha dejado expectantes mirando a la pantalla,
creyendo que los tiempos pasados van a volver, porque "con frasco
vivíamos mejor", porque todos chupábamos de él.
En
el asunto de las dos ruedas ocurre un poco lo mismo. Los talibanes del
carril bici, la bici pública y todo lo que brille es oro han vendido
tanto progresismo ciclista a través de la obra pública y del pelotazo de
constructoras y multinacionales que se han olvidado de que la verdadera
revolución ciclista se hubiera producido de cualquier manera y nos
habríamos ahorrado muchos disgustos y un buen montón de millones. Pero
vete tú y cuéntaselo. No ven. No pueden ver. No creen. Simplemente se
niegan a creer en ello. Y su arrogancia, que no conoce límites, les
permite considerar a las víctimas (accidentados y discriminados) como
daños colaterales necesarios para la conquista final: la ciudad
ciclista.
No nos queda nada para explotar tanto globo sonda, correr tanto tupido velo y apagar tanto fuego artificial que nos tienen absortos, hipnotizados, espeluznados, aturdidos, olvidándonos de lo esencial, lo simple y lo barato. Lo bueno de la bicicleta es que da fondo, así que seguiremos pedaleando.
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