Los accidentes nos ciegan. Nos hacen ponernos automáticamente del lado del más perjudicado y culpabilizar a los demás. Da igual lo que haya sido. Somos misericordes y nos gusta serlo. Nos parece que las cosas funcionan mejor así o deberían funcionar mejor. Poniéndonos del lado del más débil o del peor parado. Y muchas veces acertamos. Aunque otras no y no somos capaces de reconocerlo, o nos parece que con ello transgredimos una norma ética según la cual construimos toda nuestra lógica de ordenación y priorización en el mundo que nos rodea: el débil es el bueno.
El problema con este tipo de conductas, que no dejan de ser reflejos, impulsos que nos ayudan a creer en buenos y malos, en culpables e inocentes y en santos y demonios, es que muchas veces no nos deja ver lo que realmente sucede a nuestro alrededor. Es cierto que muchas veces no podemos verlo, pero no es menos cierto que muchas otras lo que nos pasa realmente es que no queremos verlo.
Con los accidentes ciclistas pasa y mucho, sobre todo entre las filas ciclistas. Tenemos de tal manera demonizados a los automovilistas (no todos ni a todos pero sí generalizando) que no se nos pasa por la cabeza que voluntaria o involuntariamente los conductores de coches no sean otra cosa que culpables y, de paso, malos. Cuando la víctima es mortal entonces mejor ni mencionarlo.
Lo vimos hace un tiempo en aquel fatal accidente de Corella, cuando primero quisimos ver un atropello y luego nos dimos cuenta que podía haber sido una negligencia del ciclista favorecida por unas infraestructuras deficientes y por una señalización inexistente. Nos negamos a reconocer la realidad aunque sea evidente, al menos en primera instancia, y ponemos el grito en el cielo maldiciendo el automovilismo.
Con el desdichado incidente de Castellón podemos estar ante otro caso de lo mismo. Negacionismo reincidente y recalcitrante. Nos gusta ver energúmenos al volante o algo así. Agresores vehementes. Incontrolados sobrepotenciados por su carrocería y su acelerador. Y no suele ser así más que excepcionalmente.
El otro día nos subyugaba la imagen del ciclista recogido por las asistencias médicas, la bicicleta desvencijada a un lado y el coche casi intacto parado en el centro del carril. Todo encajaba. Ahora hagamos el ejercicio en el otro sentido y miremos desde la perspectiva contraria.
Desde este punto de vista las cosas cambian mucho y pueden arrojar otro tipo de luz al incidente. Aquí vemos un semáforo en medio de una recta, con un paso de acera bici perpendicular. Esto ya son otras cosas. Esto ya nos presenta una situación más conocida. Esto nos presenta otra hipótesis distinta a la presupuesta en la noticia. Esto puede que no sea un ciclista circulando por la calzada,. Esto puede explicar la situación anómala del ciclista en el carril izquierdo. Dejémoslo tan sólo en hipótesis.
Lo que pasa es que muchas personas no están dispuestas a verlo y para ella tan sólo sugerirlo es algo así como una profanación o una injuria.
Me parece muy bien que añadas una hipótesis sobre las causas del atropello. Sin embargo, quisiera resaltar que hay otra cosa más que no queremos ver: la velocidad mata.
ResponderEliminarTenemos todos asumidos que el derecho a desplazarse velozmente de una persona está por encima del derecho a la vida (del derecho a una ciudad más segura para el resto del mundo)
Existen países avanzados que cuentan con el concepto de "strict liability" (algo así como "responsabilidad estricta") en sus leyes de tráfico. Es decir, que quien decide desplazarse con un vehículo más peligroso debe tener mayor cuidado también. Esto es simple de explicar: si yo circulo con mi coche a 50 km/h por una calle estrecha en el horario de salida de un colegio y atropello a un niño que cruza incorrectamente... tengo parte (no toda, pero si parte) de la culpa porque era razonablemente previsible que un niño se atravesara.
Lo mismo ocurre con la bici... si circulo por el carril bici de la calle Mayor y veo peatones distraidos que podrían invadir potencialmente el carril bici... debería circular a una velocidad que me permita frenar en caso de que eso suceda.
Por lo tanto, me parece bien que no debamos prejuzgar a nadie en caso de accidentes... pero ya está bien que nuestras calles sean una pista de carreras. Hostiles para peatones, ciclistas, ancianos, niños, etc.
Al hilo del artículo, con el que en parte estoy de acuerdo (en concreto con la parte de la defensa acérrima y ciega de los débiles), hay otra cosa en la que también caemos todos: la culpabilización del culpable, del que falla, sin valorar nada más. A este efecto estoy muy de acuerdo con lo que dice rofranco. Si el ciclista va mal, o el peatón cruza mal, o el coche se salta el ceda, etc. la culpa es de ellos si un coche se los lleva por delante, pero nadie se pregunta nada más. Entendemos que ir a la máxima velocidad posible es un derecho en la ciudad, que cuando tenemos el semáforo en verde nada ni nadie debe hacernos frenar, y que todo lo que se cruce en nuestro camino lo hace bajo su responsabilidad, sea un señor en bici, o sea un niño en busca de su balón, pero a mí que nadie me haga frenar. Quizá fuese mejor pensar, cuando vemos este tipo de episodios, que nos hemos equivocado en muchas cosas cuando planificamos las ciudades, que hemos hecho ciudades para las personas, y a la vez las hemos deshumanizado hasta tal punto que moverte rápido es un derecho mayor que moverte seguro, y quizá fuese mejor pensar todo esto antes de hablar de si uno le ha adelantado mal, o el otro se le ha cruzado, o iba por donde "no debía".
ResponderEliminarAunque no lo creamos todos tenemos normas y reglas de circulación además los ciclistas somos débiles ante otros vehículos, debemos extremar la precaución. Un abrazo a tod@s!!!
ResponderEliminarCoincido plenamente, en ciudad se circula demasiado rápido y al mínimo error se produce un accidente de consecuencias terribles. Habría que buscar el modo de reducir la velocidad de los vehículos, de pacificar el tráfico para que fueran ciudades más agradables y seguras, al fin y al cabo es donde vivimos.
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