martes, 5 de noviembre de 2013

Negar la evidencia

Nos gusta engañarnos. Muchas veces es la única manera de hacer una situación soportable o al menos mínimamente comprensible para nuestras entendederas. A todos nos gusta pensar que la cosa pinta de nuestro color, nos ayuda a soportarnos y a soportarlo. Pero muchas veces, quizá demasiadas, nos engañamos inconscientemente y entonces es cuando la cosa reviste un cierto peligro, porque entonces confundimos la realidad con nuestra visión y ésta con nuestras intenciones.

El ser humano es intencional, en mayor o menor grado, pero vive movido por sus motivaciones y sus objetivos y condicionado por su raciocinio y sus instintos. El caso es que muchas veces las ganas de conseguir algo nos hace ver las cosas de modo diferente e interpretar la realidad de tal manera que nos resulte ventajosa. Así vemos nuestros objetivos más cercanos, más alcanzables y nos sentimos más motivados para conseguirlos. Pero muchas veces nos engañamos y engañamos a los demás.

Es lo que pasa con el problema de las bicicletas en la ciudad. Ante la dificultad mayúscula de combatir el dominio del automóvil en la lógica del tráfico, muchas personas han preferido inventarse un nuevo orden e invadir espacios que estaban reservados sólo para los peatones. Tanto es así y tal ha sido la confluencia de intereses con los propios automovilistas y con las autoridades, que veían atónitas el proceso, que la cosa ha dado la vuelta hasta tal punto que lo lógico es impensable y lo prohibido es lo habitual. Pedalear por las aceras es un claro ejemplo de esto.


Nadie quiere reconocer cuál es la realidad: un viario y unas normas pensadas para que el abuso del automóvil sea la opción más conveniente. Nadie quiere reconocer que es el coche el que molesta, el que condiciona, el que pone en peligro a los demás, el que ocupa el espacio, el que contamina, el que mata. Nadie quiere reconocer que la bicicleta sólo puede tener una oportunidad si es capaz de hacerse valer en las calles, en unas calles con menos coches, con menos violencia vial, con menos actitudes intimidatorias, con menos miedo. O al menos muy pocos.

Y así justificamos lo siguiente: la invasión de las aceras, la necesidad de hacer carriles exclusivos para cada modo de desplazamiento, el miedo, el instinto de conservación, la fragilidad de las personas y la necesidad de protección y de percepción de seguridad. Y no nos damos cuenta de que, incluso con todo eso, la cosa no cambiará fundamentalmente, porque siempre llegaremos al final del camino protegido y volveremos a reproducir el argumento.

Negar la evidencia no nos va ayudar a cambiar la realidad, por más dura, más asentada y más cruel que esta sea, más bien al contrario, va a permitir mantenerla. Sólo cuando seamos capaces de asumir la realidad podremos empezar a cambiarla.

2 comentarios:

  1. No entiendo esta actitud victimista que proponeis de echarse a la calle a luchar con los coches, pues podemos llevar la peor parte. Lo que habría que hacer es limitar el abuso que se hace de dar toda la calle a los coches. ¿Como? Limitando el acceso de los vehículos a la ciudad, no son los reyes de la ciudad, menos carriles para coches y más para transporte público y bicicletas, acceso solo para vecinos en los núcleos del centro de las ciudades (en mi ciudad, Girona, se controla el acceso al centro con cámaras lectoras de matrícula). Y respetar las aceras y calles peatonales: bajar de la bici y llevarla andando a mano.

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  2. Uso la bici muy a menudo para mis traslados y cuando la ocasion lo amerita voy por la acera o banqueta, ni de coña pienso dejar de hacerlo, las calles demasiado transitadas son un peligro llenas de energumenos enlatados, por la acera voy mas seguro, que les den a los peatones

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