sábado, 29 de diciembre de 2012

El año de la implosión

Resulta complicado tratar de hacer balance de un año tan difícil como este 2012 que hemos vivido. La recesión se ha acomodado a nuestro alrededor de tal manera que ya sirve para justificarlo todo, sobre todo si es negativo. El ambiente es pesimista, descreído, crispado, y las expectativas no son mejores. Al contrario, nos pintan el futuro aún más negro.

En este clima, en este escenario, hablar de bicicletas, ciudades y viajes no deja de ser un ejercicio ilusionante, pese a todo. Pese a que los políticos no quieren oir de construir ciudades para las personas porque siguen creyendo que eso sólo se podía hacer en la época del ladrillo y se olvidan que las cosas baratas bien orientadas y hechas con sentido pueden ser mucho más valiosas, mejor valoradas y, sobre todo, más efectivas. Pese a que las bicicletas siguen emergiendo por todos los lados aunque todavía no con la decencia, la dignidad y la seguridad que les otorga un lugar en el tráfico y un protagonismo en las ciudades del futuro. Pese a que viaje tras viaje seguimos comprobando que otro orden es posible y que el único orden posible es orientar las ciudades a las personas, sin supeditarlas a los coches, y nos seguimos dando de bruces cada vez que volvemos a nuestras ciudades reaccionarias.

Este año de implosiòn ha servido, sobre todo, para bajar los humos, aunque no para reducir las emisiones. Algo sí, lo proporcional a la pérdida de actividad. Seguimos anclados en la sociedad de la especulación, de la deslocalización, del consumismo y del automóvil y eso no ha cambiado ni cuando nos hemos visto obligados a escatimar en nuestros gastos. Se ha acabado la opulencia, pero continúa el despilfarro.


¿Por qué? 

Porque tenemos de tal manera asumido el gasto del automóvil como indispensable que no valoramos reducir esa cuenta y quitamos de cualquier parte antes que de ahí. Porque seguimos considerando, de forma mayoritaria, la bicicleta como un lujo, como un capricho, como una banalidad propia de gente que se lo puede permitir, a la que el tiempo le sobra y que tiene ganas de perderlo jugándose la vida. Loable pero no prioritario, pensamos.

Nadie quiere oir nada de movilidad democrática, económica y durable, nadie. Y, pese a eso, todavía hay gente valiente que, desde las instituciones, se atreven a hacer propuestas ambiciosas en este sentido. Vitoria-Gasteiz sin duda ha sido un ejemplo, aunque con cierto cariz fastuoso debido a su capitalidad europea verde, de un año enfocado a mantener una dirección interesante en temas de ecología urbana. Y parece que el año que entra siguen en sus trece.

Veremos que ocurre en el año de la mala suerte. Ojalá sirva para conjurar la crisis de una manera irreversible, de forma que empecemos a pensar que otro modelo no sólo es posible sino es necesario, imprescindible, de una vez por todas.

Seguiremos dando pasos, pedaladas, tranquilos pero seguros, decididos a cambiar este mundo y proponer uno mejor.

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