jueves, 18 de octubre de 2012

¿Movilidad sostenible? Gracias, pero no

Ese parece ser el mensaje invariable cuando hablamos de cambio de hábitos, de alternativas al automóvil, de construir una ciudad cercana y amable, de enseñar a nuestros menores a valorar todo ello. Lo hemos atestiguado en el proceso vigente que se vive en mi pueblo con el transporte colectivo motorizado y gratuito al colegio.

El concepto de movilidad sostenible, como bien explica un concejal progresista de mi pueblo, hay que dejarlo para el carril bici y hay que olvidarse de aplicarlo para las cosas importantes, donde la seguridad está en juego. La seguridad es más importante que nada y, hablando de desplazamientos obligados y si son niños más, la seguridad sólo se garantiza en tanque, o en cualquier otro tipo de vehículo blindado, a motor por supuesto, sea éste bus o coche. Simplemente porque hay otros tanques y es la única manera de estar en igualdad de condiciones. Y ahí lo sostenible es el transporte colectivo, y lo demás es simplemente impresentable. Da igual que la distancia a recorrer sean 200 o 2.000 metros. Y al que no quiera darse por enterado, le van a poner al día rápido.

Pues no, señoras y señores, la movilidad sostenible o mejor los desplazamientos amables no consisten (o no deberían consistir) en hacer un carril bici y ver cuántos ciclistas pasan, sino en tratar de evitar el uso indiscriminado de los vehículos a motor para viajes que no lo exijan y apostar por otros medios siempre que se pueda, y, si no se puede, cambiar las cosas y acondicionar el espacio y las reglas del juego para que se pueda. Y prestar la mayor atención a los viajes obligados y a los centros de actividad, que son los que los generan, para buscar alternativas y promocionarlas. Todo lo demás es un paripé y es un inmovilismo que nos deja anclados en la dependencia del automóvil, y además condiciona el resto de desplazamientos, haciéndolos poco convenientes, y reduce la disponibilidad de espacios públicos y la calidad de los mismos.


¿Cambiar "las cosas"?

El problema es que nadie (o casi nadie) en su fuero interno, en la intimidad de su vida doméstica, en su momento de decisión está dispuesto a cambiar "las cosas", simplemente porque creen que no depende de uno mismo que "las cosas" cambien y, también, que "las cosas" como están no están tan mal porque ya nos hemos hecho a ellas.

Todos, absolutamente todos, tenemos vicios inconfesables, todos cometemos faltas de manera consciente y voluntaria, todos creemos que lo hacemos de manera excepcional y por eso estamos disculpados, todos creemos que lo nuestro no es tan grave, que es perdonable... y seguimos haciéndolo. Invariablemente. Hasta que nos dan el alto. Hasta que nos ponen dificultades y se ponen serios para hacérnoslas cumplir. Hasta que nos cazan y nos hacen pagar por ello. Sólo entonces somos capaces de cambiar nuestros hábitos, a regañadientes, y luego somos capaces de descubrir que otro mundo es posible y hasta presumir de que nuestra aportación es importante.

¿Hipocresía? No. Puro acomodamiento. Somos deterministas y acomodaticios porque nos va bien siéndolo, y luego somos capaces de quejarnos de lo que estamos construyendo a nuestro alrededor cuando, por pura acumulación, la cosa degenera o cuando nos toca a nosotros.

La movilidad sostenible en este estado de cosas no es más que un puro engaño para mantener las conciencias tranquilas y para hacer ver que se cumple el expediente, mientras se siguen manteniendo "las cosas" como estaban en lo esencial. Así pues ¿Movilidad sostenible? No, gracias.

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