martes, 31 de mayo de 2011

Edu lleva dos vueltas al mundo en bici

¡Dos vueltas al mundo! Se dice pronto. Y sin salir de la ciudad. Trabajando. Todos los días. En su bicicleta. Como mensajero en Oraintxe. Hoy me lo ha confesado después de comerse una manzana de almuerzo.


Edu es un tipo formal, tranquilo, encantador. Llegó a Oraintxe hace ahora 10 años por curiosidad. Después de haberse dedicado toda una vida a conseguir una licenciatura, como estudiante ejemplar, necesitaba un buen trago de realidad antes de ponerse a ejercer.

"Ejercer", ese sí que es un buen verbo para explicar la necesidad de justificarse ante una sociedad sólo porque te han creado unas expectativas una vez has cumplido el expediente de formarte en algo que muchas veces has tenido que elegir por puro compromiso o porque la oferta formativa de tu ciudad no te dejaba dónde elegir.

Para Edu, trabajar en Oraintxe era una prueba iniciática, un viaje hacia lo desconocido, una ruta personal, un reto personal. Nos gustó a la primera. Por su actitud, por su interés, por su implicación. Al principio, hay que confesar, estábamos un poco preocupados. Más que un poco, bastante. Sobre todo cuando nos dimos cuenta de que no pedaleaba bien, de que circulaba por las aceras, de que tenía miedo al tráfico... de que no sabía circular en bici. Pero decidimos seguir en la aventura. Hasta hoy.


Edu nos demostró que, para trabajar en un trabajo tan específico y tan especializado como el de ciclomensajero, no hay que ser ningún superdotado. Basta con creérselo. Edu nos demostró que la perseverancia era una virtud mucho más valiosa que otras. Edu nos demostró que el órden, la limpieza y la discreción son oro en un trabajo que de por sí es desordenado, urgente e impredecible. Nos lo demostró y nos lo demuestra todos los días.

Edu nos demostró, igual que lo hizo Mery hace ya más de 12 años, que el nuestro es un trabajo en el que la vocación se adquiere día a día y en que la valía se demuestra minuto a minuto. En el que no hay superhéroes ni mitos alucinantes, sino compañeros y compañeras que transmiten confianza, fidelidad, solidaridad, seriedad y alegría.

Os lo juro. No entiendo una empresa como Oraintxe sin personas como Edu y como Mery. Hay muchos y muchas más, pero hoy el homenaje es para ellos. Así da gusto.

21 comentarios:

  1. El placer es nuestro ya que nos habeis dado la oportunidad de desarrollar cierto estilo de vida que habia en nosotros, quizás escondido, quizás inexplorado. Es un "placer encantador" convivir con la velocidad, con el sudor, con caras conocidas y rutas urbanas cotidianas que no se hacen difíciles pues siempre alguien nos espera en algun lugar vestido de bajera friki-cosmopolita en San Anton.
    Sentir las inclemencias de tiempo que envuelve cada días las calles nos hace sentir que hacemos lo correcto, que seguimos al pie del cañon suplicando a una deidad invisible que nos aguante el cuerpo lo más posible, que sigamos teniendo suerte y que sigamos encontrando motivos para merecerla.
    Gracias a vosotros por dejarnos estar y seguir teniendo "ansiedad de reparto".
    Eneko, Rai, Aitor, hmmm Mery!! (y los TODOS demás)

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  2. Elogio a Maria.

    El elogio a María tiene mucho que ver con ese espacio a la reflexión sobre el mundo de la bicicleta, la ciudad y el viaje como reza el blog de Eneko, de ahí a que esta tarde me anime a trazar alguna ruta distinta de las convencionales y con el propósito de gustar a quien va dirigido, goce estético o estela de quien fue licenciado hace más de diez años, con la sonrisa valerosa de la incertidumbre y el reverso de la cara menos conocida de quien firma.
    Otros rostros se alejan y precipitan en la común argamasa del olvido, pero no el de María.
    Un día ella me preguntó qué era para mi la felicidad, y le contesté que residía en las cosas sencillas y en algunos puntuales momentos.
    Momentos que son el reflejo sincero y sencillo de un concepto demasiado pensado, demasiado añorado … la felicidad… qué difícil rastrear su estela.
    Hoy la he cogido por sorpresa, andaba ella despistada y la he cogido en mi beneficio, para darte mi parte, para darte un instante o un momento que no se repetirá.
    Hombres y mujeres dando pedales, escenificando círculos permanentes en el aire que van cortando. Reflexionando al llegar a sus casas sobre el motivo que les impulsa a seguir haciendo lo que hacen sin ser del todo conscientes de que son unos rostros y unas personalidades concretas quien les facilita la estancia en sus quehaceres. Y ahí está María, ahí delante de su espejo, no sabiendo muy bien quién es, pero dejando tras su imagen reflejada palabras en el aire que merecen ser capturadas.
    Hombres y mujeres dando pedales, mirándose, leyendo, abrazándose, haciendo el amor con o sin sus propuestas ideológicas, en este instante, en distintos lugares, de distintas formas. Pero la felicidad, que para mi es única como el segundo en el que digo “instante”, sabe, sabia ella, que algo no se repite en ningún lugar: nadie traza “María” en un mapa del mundo de las ilusiones, los gestos y los colores de la tierra.

    La geografía del iris, soñé que me decías un día,
    “déjame verte la geografía del iris”…
    Déjame verte hoy a ti
    cual es el trazo de tu andar
    por otra geografía,
    la de los lugares visitados
    y la de los por descubrir,
    en tierras cercanas
    y en otras italianas;
    pasaré por Giorgione
    como excusa para decirte
    que me gusta tu nombre.

    Y ahora coge tu dedo
    y traza una ruta
    que vaya de …
    Sintra a Oporto, pasando por Monsanto, Salamanca y Sevilla;
    que sueñe su andar por …
    Córdoba a Toledo, pasando por Granada, Daimiel y Piedrabuena;
    que siga por …
    Cabo de Gata a Cuenca, pasando por Sagunto, Albacete y Cartagena;
    Abascal, Upna Otri, Un Feun, Anain, Gamesa Sarri II (¿quién entiende esta “i”, ¿solo yo?)
    y que descanse en …
    Seo de Urgell a Andorra la Vella, hasta Ripoll por la Sierra del Cadí.

    Y ahora dame tu dedo
    y tracemos una ruta
    de sur a norte
    por la tierra que es deseo,
    que vaya de …
    Éboli a Casino, pasando por Benevento, Campobasso y Bari;
    que sueñe su andar por…
    Sorrento a Alatri, pasando por San Severo, Nápoles y Manfredonia;
    que siga por …
    Roma a Livorno, pasando por Florencia, Peruggia, Civitavecchia y Pescara;
    que continúe …
    Mariano pon Presidente Frágil, Tym, Auditorio Barañain, Mra ( “bah, que da igual, que salgo otra vez”)
    y que descanse en…
    San Remo a Turín, por Génova, Alessandria y Alba.

    El elogio a María es el elogio al paso del tiempo y lo que queda incólume. Pasan kilómetros, días, años, pasan reestructuraciones en el “mobiliario” de una empresa y siempre queda un rostro, una personalidad que ya has adoptado como inmanente en ti. Y no quieres que se vaya.Faltaría parte de tu pasado que se erigió exitoso. Si se va se iría la compañera que te abraza por sorpresa cuando tu mente divaga o estas a “otras cosas” o cuando intentas desentrañar qué hay tras sus ojos que presiden su sonrisa encantadora.
    El elogio a Maria es entender que todo remite al agradecimiento y sonsacar lo positivo de la personalidad de cada uno de nosotros aunque nos sigamos preguntando cómo seremos realmente cada uno de nosotros.
    Y ese misterio es el que sigue dándote la fuerza.

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  3. Siempre quise volver. Al lugar de donde soy, del lugar del que nací. Esto me dicta la noche sucks, como si estuviera en Alburquerque y tuviera que escribir mi legado.
    Nos dieron unas normas básicas de comportamiento, unas alas a ras de suelo que estremecen la lógica y nos dijeron que podíamos empezar ya a transitar por el mundo de los sueños aun siendo tan jóvenes.
    Ellos se disfrazan de empresa dadora de oportunidades, nóminas a fin de mes, fiel horario por cumplir, pero no saben que no es eso lo que otorgan. O quizás si, y se hacen los tontos, los listos tontos.
    Nos dijeron que cerráramos los ojos y que en la palma de nuestras manos se darían cita los componentes básicos de la naturaleza. Y el precio que hay que pagar es levantarse temprano, como si el amanecer nos tuviera que pedir permiso para consumar su primer paso como primerizo en el ciclo vital de la rutina de la vida: o sea, un imposible.

    Ven, acércate, muchacho, parece que el tiempo pasa por ti mirando tu rostro, que se anuncian arrugas en el límite donde dicen que tu mirada es bella, pero conservas un halo de estoico infantilismo cuando veo que vienes y vas, que entras y sales de esta bajera, entre esta marabunta de gente que te mira y aún no saben que yo soy así, pues es este movimiento lo que me otorga el respiro.

    La palabra juega a intentar definir sensaciones, pero fracasa tantas veces que en ocasiones solamente nos queda mirar al infinito cuando miramos a los ojos de la gente disimulando (pareciendo) que prestamos atención a lo que nos dicen, pues ya sabemos qué es lo que nos van a decir. Las palabras no pueden andar en bici, no saben lo que hay detrás de ese mecanismo humano que permite dejar atrás constantemente caras, muecas, mendigos, banqueros, cedas el paso, tiendas, oficinas, cumunolimbos.

    He dejado atrás una salida hacia Barañáin, que dicen que es un pueblo; parece que debo marchar hasta allí. ¿Hasta allí? Me río como para parecer que me costará un mundo llegar. La vanagloria del hombre al que dan su medicina para tratar su “mal de distancia”.
    Hasta allí pasaré por paisajes urbanos, por pasajes humanos que ni sospechas cuando pronuncias el final de la palabra. No, que va, no hay poesía cuando una vieja rememora su hazaña lavando un vaso en la pila de debajo de su casa. Y yo la ví.
    No, que va, no hay poesía cuando el sol rompe su bostezo y despereza la amalgama de nubes en el cielo anarajando tras los montes a un metro de mis ojos, pero a cientos en realidad. Y son las 8,25 horas. Y yo lo veo.
    No, para nada hay poesía detrás de los vestidos de María cuando juega a ser como Ceni-Cienta y preside el cuento que aún no ha escrito. Y yo la veo.
    No, ni mucho menos hay poesía cuando veo a un hombre de 40 años que equivoca mis vueltas al mundo y su cara es reflejo de la de su propio hijo cuando deja atrás la sombra del viento y piensa qué debe escribir para dejar constancia escrita de su mundo. Y yo lo veo.

    Y encima nos pagan en moneda. No somos débiles, no nos acechan los vehículos a motor, no estamos indefensos. Nos protege la seguridad, la piel de gallina y el recuerdo constante de que para ir al lugar que deseas antes has de volver al lugar de donde sales. El casco viejo ni es viejo entonces ni necesita protegerse de nada ni de nadie. Nos da la oportunidad para que podamos salir, respirar, cerciorarnos de la realidad circundante y dar las gracias por ser URGENTE el reverso de la felicidad.

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  4. El error que te redime.

    Parece que van a poner una canción, se titula “El ángel de la bicicleta” y la escribió León Gieco, entre cigarro y cigarro, bajo los efectos de un imaginarium personal en el que la imagen labrada con cincel de verosimilitud de metáfora tuvo eco por decenios. Aún hoy resuenan sus notas en las casas de aquellos a los que la bicicleta aclara las situaciones conflictivas, los recursos a la ética atrofiada y los valores invertidos.
    Mientras le dan al play pienso en ti, y de ti un rato voy a hablar, a tus más de 40 años y en constante agradecimiento por ejecutar y trabajar en la idea de la que todos estamos enamorados y pocos reconocen ese amor: quizás no sepan que las letras que conforman la palabra “amor” también viajan y cambian de posición, como nosotros, y se leen en su mutación “Roma”, “Mora”, “Ramo”, y en extensión a todos nosotros, los de los maillots por zurcir, los del grito del adónde vas y de donde vienes, los de los huevos aprisionados en su decencia holgados, los del calcetín con agujeros y el casco de luces en rojo parpadeante; mensajero en bicicleta (imagen plástica de la más entrañable estética de la poesía del movimiento), de lo grave que se está poniendo tu situación y de lo fácil que lo tienes por sobrevivir. Esa contradicción la resuelve tu instrumento de trabajo, pues con ella vas rápido hacia la solución que te seguirá esperando de por vida.

    Hablo de aquel que un día sintió que podía estar equivocándose de vocación, al verse arrastrado por un
    viento en contra y no sentir la protección de unos cristales y un asiento mullido que le hiciera más fácil la espera a que escampase la tormenta. No siendo tu caso, suele ser el pensamiento de los que gozan sabiendo que en la comodidad está la raíz de la verdad, de aquellos que se equivocan.

    Sé de ti cuando las correas de tu bandolera ejercen de salvaguarda de la ilógica, pues a tu espalda y con tu edad parece que extralimitas lo razonable de un peso equitativo. Las prisas por llegar empiezan a surtir efecto. Sé de ti cuando frenas casi en seco, lamentas haber asustado a las personas que están como tu esperando al cambio de disco en un semáforo y resulta que sientes que es el momento de respirar hondo, cerrar los ojos y darle respiro al silencio y la calma, a la lógica de la continuidad por ejercer.
    ¿Qué significación tiene ese nanosegundo? Un instante mínimo que no sabes cómo ha llegado sin avisar, pero que está ahí y te suele acompañar más de una vez por jornada. Te recuerda que con las prisas puedes acabar en el lugar que hay tras el semáforo, en un lugar para lisiados y enfermos que ya no pueden elegir su estado, al hospital al que va dirigido tu sobre con acuse de recibo.
    Estás en el alambre, sientes que las prisas siguen surtiendo efecto, pero vives la solución, vives la capacitación por detenerte, aceptar la inhalación del aire y sonreír por la fortuna contraída. Tienes la suerte que te has buscado. En la pugna universal de lo constante el susurro venció al grito, la sugerencia al dictado que no se debate.

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  5. Un pinchazo en la rodilla, si, pero la imagen de Natalie Portman en un cartel publicitario tras el verde del parque de la derecha; circulas por el punto en el que meses antes besaste la lona en un asfalto peyorativo e ingrato, pero alguien te dijo segundos antes de partir algo que te impide cerciorarte de ese pasado reciente, piensas en ella, piensas en él, piensas en ese consejo que te dio o esa verdad de la que no eras consciente y vuelves al ring, a la pelea del ciclista competitivo con matiz de chico de los recados. Ya te ríes para adentro de la concatenación de ideas. Y te da la vida. El ángel de la bicicleta, con nariz de payaso que da vueltas al mundo alrededor de un tartán y cada vuelta es un alimento.
    Esa sonrisa que aflora cuando vas adelantando coches por dentro y se asoma en ti aquel tipo indestructible al que nadie puede parar es una sonrisa superlativa que te va recordando lo bien que casa tu musculatura con la ideología del pedal. Es un momento de uniformidad que años atrás resolverás con otra sonrisa gemela, y dirás que fueron tiempos felices a aquellos que se sienten a tu lado: batallitas del abuelo de la biela.

    “Sacamos cuerpo, pusimos alas/ y ahora vemos una bicicleta alada que viaja/ por las esquinas del barrio, por calles/ por las paredes de baños y cárceles/ ¡Bajen las armas/ que aquí sólo hay pibes comiendo!”, finaliza el argentino de Santa Fe, y no me digan que no es grandilocuente la estética del “perdedor”, del distinto. El canto por los marginados que saben de su condición y tras esa certeza se esconde su movimiento por perdurar.
    Sólo le pido a Dios (como dice su más escuchada letra) que el sustento sea el aceite para engrasar cadenas, la voluntad el recurso más estable, el “ahora mismo” de Oraintxe una excusa para decir “estaremos cuando lleguemos”, y las luces de neón aquello que nos iluminará para seguir siendo clarividentes en los días de sana duda.

    Al ángel de la bicicleta, a Claudio “Pocho” Lepratti, también lo mataron en el 91. Por eso.
    Nos redime la satisfacción de nuestra propia chulería. La capacidad de reírnos de nosotros mismos cuando recordamos aquella vuelta de reparto en la que se nos cayeron documentos bancarios que renacen con marcas de coches impresas y exactas, atropelladas también en su propia suerte. Cuando los pulpos que sujetan paquetes cobraron vida propia y cercenaron ciertas pieles pasando cerca de lo irreparable. Cuando la respiración no te acompaña bien en un sprint de dos minutos para llegar antes de la 14,00 a un polígono industrial. Y un largo etcétera por testamentar.

    Las luces de neón ya delimitan los rasgos de Oraintxe. Y los errores los subsanamos mañana, de día, que se ven mejor las marcas de los aciertos, en el asfalto vitalicio que nos da la vida y de vez en cuando debemos recordar.

    Gisela ha parado la canción, creo que va a poner a Russian Red … “Cigarettes” se titula, como los que se fumaba Gieco. Y Eneko la mira con aires de perplejidad, de ¿”por qué quitas la canción”?.

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  6. Flash back. Manual del equilibrio.

    Voy a echar la vista atrás, voy a recordar aquello que se me ocurrió decirle a una compañera hace tiempo y no lo hice porque la tinta se tornó invisible. Un buen recurso cinematográfico, una vuelta atrás al pasado para recordarnos lo qué somos o cómo nos pueden estar viendo por el ojo de la cerradura, y ese recurso sea una explicación a la lógica de la vida.

    No son sólo los colores corporativos, ese azul y amarillo que nos dan una imagen de contraste cara al exterior. No. La chica de azul y amarillo con las letras inconclusas a nuestros ojos no deja de completar aquello que llaman una bella estampa.
    El click de la cámara captura como con ansia y ligera tensión lo que conforma el ser de Gisela. Los ojos que ejecutan su dulcificada mirada no juegan al escapismo de truco de magia para niños grandes, sino que su juego es otro siendo protagonistas de esta escena, pero como pasa con lo esperado, fracasan tenuemente. Su mirada es un componente más de lo retratado en el daguerrotipo.
    Nunca pensaría esta muchachita de hoyuelos permanentes que el juego de artificio que a veces compone su discurso hablado aquí sólo es captado por la figura del hombre de pelo cano del margen izquierdo: pasa de largo. No hay artificio ni verbo devaluado: es una imagen perfecta, la de aquella que lo dice todo sin despegar los labios.
    Parece jugar con la metáfora que es la vida cuando una caja de cartón de dimensiones considerables le aborda bien encadenada en la parrilla de su bicicleta numerada; la controla, la asume, no se deja vencer por ella, la incorpora a su destino y le echa un ojo de vez en cuando por el camino.
    Gisela, la de los movimientos gráciles de ballet contenido me sorprende en esta imagen que es la de la contemplación. Ese efecto disuade el orden lógico del arte, pues me intriga más la naturaleza del pensamiento de quien la observa que el pensamiento mismo de ella.
    El movimiento que se anuncia es aquí frenado en seco y nos podemos separar de lo que ampara: sus propias pisadas con esas viejas zapatillas marrones.

    Aquí es cuando piso terrenos hermosos
    entre dalias, sicomoros, anémonas y lirios
    buscando el significado de la damajuana;
    miro al cielo
    y veo cómo se han cristalizado
    en Casiopea, Andrómeda,
    en un valle de múltiples Vegas
    y en Esperanza.

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  7. La equilibrista de segundo ensanche aparca su locuacidad para darnos un respiro de indefinición. Frente al 30 de la calle Nueva con un viejo mantra invasor de nuestra sensibilidad. A sus coulottes largos de invierno les falta el agujero que dota de realismo la brillantez de su estampa. Quizás esos socavones en la tela se escodan en los guantes que agarran uno su sillín y otro el mango izquierdo del manillar. Quizás los esconda como lo hace el orden en lo que de visible hay de su pelo.
    El sol despierta el horizonte de la argentina nacionalizada de la Calle. La muchacha se despide pero no se aleja tanto, ya que caminó en pedales e hizo suyo el proverbio que decía “no se señala el camino mostrándolo con el dedo, sino caminando delante”, e hizo mía la certeza de que una sonrisa significa mucho, enriquece a quien la recibe sin empobrecer a quien la ofrece, dura un segundo (acaso el tiempo del click de una cámara reveladora de almas) pero su recuerdo perdura; a ella este regalo, entre sonrisas este regalo, pues sentir gratitud y no expresarla es como envolver un regalo y no darlo.

    Disuade: este grafismo de luz que es esta fotografía disuade. En equilibrio juegan a aparecer y desparecer fundamentos visibles con otros que sabemos que existen en la profesión de mensajería de radios, alambres y piñones. Juegan bajo la lona atenta a nuestra caída el amor al peligro, el hábito de la energía y la temeridad. Y los elementos esenciales de esta mirada a los ojos cambiantes de luz de Gisela son los de un manifiesto futurista: quieres cantar al coraje, la audacia y la rebeldía.
    Por eso corre uno un calculado riesgo a la hora de intentar definir lo indefinible: un momento eterno cuya esencia es el ensamblaje perfecto entre palabra e imagen y su manifiesta complementariedad a la hora de querer hacerle algo bonito a una chica que demostró ya hace mucho lo bonito que hay en ella. Con el misterio del desconocimiento profundo, para darle más valor al añadido.
    23 flashes para 23 razones por perdurar, equilibrista de ensanche, para que “ensanches” tu ámbito de reparto y des luz de faro delantero a las calles que dotan de riesgo otros barrios.
    Dos esferas con sus guardabarros imponen su ley en un breve espacio de tiempo y lugar: la casa del Viejo Casco prologa tu salida hacia la universidad pública de conocimientos y deleites para los sentidos. Dejas antes esa caja grande en un estudio de arquitectura e intentas trazar bajando la cuesta líneas y geometrías convergentes en los estratos de tu propio cielo: tú misma.

    Y planeas en equilibrio.

    Sonríes al saber que te han equiparado a algo tan hermoso como la velocidad de acción, la candidez y la inocencia que nos restriega tu mirada. Te ríes porque tu piensas otra cosa, piensas en loma y llanuras, en soles que se ponen en las tierras que planeas visitar en un eterno retorno por el globo terráqueo.

    Y planeas en este equilibrio.

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  8. Tiempo de espera : 15minutos. Radiografía de un escándalo

    Lo tenía claro desde que salió de su casa a las 8,10 horas de qué más da qué día: Iker sabía que por una vez en su vida iba a ser el primero en encender el ordenador central de los 5 que componían la mesa para mensajeros. Rugía Leónidas subiendo la cuesta de Beloso con la melodía de “ Juliet, Naked”, el álbum que demostró cuan inteligente era Tucker Crowe, allá por el 68. Pero no contaba con que la fuerza de la perseverancia iba a tomar posesión a primera hora (como siempre) de la primera parada en boxes : Edu ya había encendido los equipos, dado al Aux, dado la vuelta a la rueda del volumen hasta un moderado 15 y hacía languidecer a los madrugadores con alguno de sus eternos : Battiato, Jones o Silvio, lo que nunca se debe escuchar para empezar una jornada. A veces pienso en lo anacrónico de este chaval que confunde el inicio con el final del día. Así es la vida del eterno incomprendido; él piensa que se llena de razones por gustar mientras los demás están deseando una banda sonora algo más marchosa que le ayude a poner la voluntad en marcha. De todas formas rara vez alguien le dice nada, supongo que es un caso parecido al del chiste de Arangüena, el de “¿qué hay de su agria polémica con Iñaki Gabilondo?”. Con Edu no puedes discutir, pues o te convence con la razón y el peso de la historia y de su modelo de reparto o cuando has pensado una respuesta que ofrecerle él ya se ha ido. Es más rápido que Iker por la acera de Sancho el Fuerte en su primer día de curro, haciendo el caballito involuntario a un centímetro de una venerable anciana a punto de estallarle el corazón del susto.

    Yo no sé por qué Gisela re-desayuna. Nunca me pareció una chica que hiciera dos veces la misma cosa, aunque una vez reconoció que en el festival de cine de San Sebastián logró empalmar no sé si tres o cuatro películas sin levantar el culo del asiento. Tiene algo de autopista hacia el cielo verla ciertas mañanas con los ojos hinchados y el pelo algo desordenado en una suerte de bruja Avería posmoderna que te encandila con sus enchufes y sus bombillas de luces de cortocircuito. Pero sí, es cierto, aunque ahora no tanto, se suele untar con fruición mermelada de fresa en pan integral o tomarse con la tranquilidad de un monje de clausura copos de avena en leche de soja. Su historia tiene algo de réquiem a lo alternativo, pues ya me dirás tú qué debo de pensar cuando a las 11 de la mañana enfile la calle Curia para imantarse de New Yorks Times y muffins estratosféricos en nada más y nada menos que un lugar llamado “La hormiga atómica”. Por supuesto antes ha recibido la llamada de Jasone, (la Zu; y aquí hago un aparte que explica mi incapacidad por comunicarme. Y es que el tema de los motes es muy peliagudo. La gente, al llamarla Su, provocó en mí la idea de que se llamaba Susana, y la estuve llamando así bastantes días, hasta que un día se extrañó de mi modo de verbalizar su nombre real, y el mundo, bueno no tanto, se me vino encima) que como reparte por el centro llega antes a todos los lados y es la que se debe de “trabajar” el ocio del almuerzo con su compañera: de todas formas, la llamada no la paga ella.

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  9. Con las nuevas gafas que nos han dado para circular bien sea verano, bien invierno, bien las quieras bien no (revolucionando aún más nuestra ya de por si llamativa imagen) para evitar que se nos metan en los ojos moscas, motas, polvo en suspensión, motas de polvo y motas de polvo en suspensión, no dejo de imaginarme de forma involuntaria que una vez que estas dos mensajeras sacan a sus negras del aparcabicis se les asoman unas antenas detrás de las orejas que las acompañan camino del descanso cronometrado. Y con esas antenas llegan a la Hormiga. Supongo que es el precio que hay que pagar por abrirme a las posibilidades de la imaginación y ser un peculiar observador del alrededor. Aunque ahora que lo pienso, creo que en este raro caso hay unificación de criterios. Elisa me recomendó un sitio súper chulo que descubrió el otro día, y resultó ser el mismo, la Hormiga, un mundo nuevo por explorar, un sitio que cambiará para siempre tu concepción de la vida. Olvídate de repartir en bicicleta, ha llegado la revolución en forma de periódico en formato gigante, Donuts azucarado tipo policía americano y un “ya darán las 11,30 chica, espera y disfruta, que creo que si alguien no me roba tengo que ir hacia la Upna, qué ganas”.

    Hace un buen rato que Iker el melenas paró por aquí. Son las 11, 20 y todavía conserva con cariño y admiración dos Seures 10 en la bandolera. Total pa qué. Pa qué los va a sacar. Su intimidatorio sentido del humor y sus acojonantes salidas (salidas sinónimo de idas de olla, no de reparto, que tarda en salir aunque luego su ritmo en la calzada es bastante bueno) hace que sean mejor perdonadas sus faltas de concentración. Normal, le gusta Prince, y a ver quién coño se concentra en algo tan minúsculo como dar y dar y dar vueltas a lo que hay detrás de una puerta. Normal que tararee, normal que coja a Eli de las piernas y la lance al estrellato tomándola como guitarra entre alaridos de la joven risueña que no sabe cómo bajarse y espera a que el del rock and roll termine su breve canción antes de darse una buena ostia contra el suelo. Y si se la da, no pasa nada, la 13 está libre, las llaves colgando y la Mutua en Landaben para coser heridas fruto del estresante y peligroso trabajo. Gorka está bastante libre en la tienda y puede llevarte en un segundo, aunque si vas con él la bajada del Avanti irá sazonada con alguna de Sabina, seguro… pero seguro seguro. Le pasa como a mí, ya ha decidido no pensar a la hora de elegir, y actúa sobre seguro. Sabina nunca falla cuando le lleva a su Princesa suponiendo que hablan de Madrid haciendo mucho mucho Ruido hasta la calle Melancolía, o c/ C de Landaben, o ¿qué pone aquí? Pero ¿qué pone aquí, tío? ¿De quién es este albarán? ¿Esto es un 8? Txorri, joder qué letra, ¿y esto? Qué es, ¿el cliente? No, la hora. ¿La hora? ¿Cómo va a ser la hora, flipao, si está en el margen derecho de arriba, éste es el número de mensajero. Es Txorri, si se nota, si no se le entiende nada. Bueno, pero qué más dará si tú ya sabes que tienes que ir a la Mutua, ¿no? Pues eso. Además qué me estás contando Edu, si a ti tampoco se te entiende muchas veces tu letra. Y aquí sí que me tengo que parar un rato. Ya me han tocado la fibra sensible. Yo por poder puedo hacer una letra que ríete tu de la Verdana, la Cooper Black, la Wide Latin o la Lucida Fax, pero yo estoy currando, joder, e intento cumplir los horarios que ya ni me los marcan siendo yo dueño de mi propio destino y exigiéndome estar allá lejos en 1,7 segundos porque si, ¿ok? Creo que se entiende. La letra no es el acompañamiento del alma. No traduce sensibilidades, ni es el espejo de la responsabilidad. Yo de pequeño jamás me salía del renglón y era más cuadriculado que ahora, que ya es decir. De todas formas, hay un espacio dentro de mí que me dice que sí puede ser una traducción de tu estado interno, de tu carácter o tu forma de moverte.

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  10. Somos testigos todos del contraste que supone la confluencia de nuestros caracteres y de las distintas clases sociales que nos habitan y para las que trabajamos. Entre el humo que emerge de un café de barrio, manchas de pintura en los pantalones de los obreros del andamio somos testigos y vividores del pulso y del latido de la calle. Sensibles a las piedras del camino, en este último café, antes de seguir con la ruta determinada por mi lógica de reparto, me fijo en dos movimientos sugestivos: se mueven las hojas en el ramaje de un árbol y se mueve la coleta del cabello de la muchacha que anda delante mía y debo sobrepasar.
    Se unifican criterios en mi mente al saberme vencido al fin por la complejidad de tanto despliegue de estímulos visuales tras el cristal.
    NA 5824 AC, un Jetta Pacific blanco aparcado en batería con el retrovisor torcido juega a sucumbir ciclistas por la calzada dentro de un rato. Ya nadie habla de las cosas que importan. El misterio de un objeto insignificante, el sentido de uno inanimado.

    Son las 19 horas y la jornada en Oraintxe ya declina. Esta radiografía de lo que alguien ajeno a nosotros podría haber visto culmina como una sonrisa de certeza demostrable en número y personas. Todo esto se produce en el intervalo o mientras trabajamos, así que si algo ha movido a la risa es porque mal del todo no lo estaremos haciendo.
    Ya sí, se murió la noche, y las voces de las niñas hacen salir el sol. Jardines, piares de pájaros, reminiscencias de tiempos mejores, paseos peatonales repletos de actividad, bastones de viejos. Brisa … e incertidumbre.

    Esto no deja de ser una carta de amor, parafraseando a Pessoa, quien dijo algo así como … “las cartas de amor son ridículas, pero al final los que son ridículos son los que nunca han escrito cartas de amor”.

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  11. Somos en la ciudad.

    Se debería poder tocar el piano mientras se va en bicicleta, incluso escalando un puerto.
    En la soledad de la máquina con el hombre nos sentimos acompañados a cada movimiento muscular realizado; apaisados movimientos respiratorios hacen surgir una sonrisa en la constante trayectoria hacia un lugar. Quizás no seamos del todo conscientes de lo felices que nos puede hacer el dominio de la bicicleta, la seguridad que te da el sabio manejo de sus componentes y la lírica que destella su conjunto.

    Son ya más de mil veces mil pasos los dados por la ciudad, pisando los bordes del alcantarillado. Dicen que el tiempo se acaba. Creo a los que dicen eso; el tiempo se agota todos los días. Todos los días comienza y termina el mundo. Mi tiempo tiene mil posibilidades, y el de hoy ha sido una constante. Comienza con una primera y suave pedalada, comienza dándole al play de un disc-man imaginario, comienza con un nuevo movimiento muscular, comienza con un nuevo movimiento de la guitarra de Tracy Chapman en “Change”.

    En lo que la historia es el resultado de anhelos en gran escala, mi escala y mis anhelos se limitan a la más sencilla pretensión de fugacidad. Nos coronamos como auténticos rayos en una urbe que nos ve pasar dejando estelas incomprendidas por muchos, por tantos y tantos que no entienden nuestra naturaleza. La naturaleza de verle sentido al tacto del aire, a la fusión con lo imprevisible.

    En nuestros ojos detectarán un brillo que siempre resultará esperanzador. Oraintxe no se para nunca. Parece que los días se repiten pero jamás hay uno igual a otro; nuestros límites lo pone el marco que decora la ciudad. No andamos jamás lejos del colegio de los niños, sobrevolamos sombras de moles enmohecidas de viejas estructuras en una metrópolis de acero, cemento y pintura desconchada, hierba sesgada y anuncios callejeros; y toda la filosofía que encierra nuestro propio gusto.
    Nuestra aspiración localizada es ser rápidos, energéticos y contundentes en nuestra vanguardia, sabiendo que formamos parte de una muchedumbre en desarrollo, de unos pocos de los miles de seres anónimos que brotan de los autobuses y trenes, gente que avanza a trompicones.
    Cuando llegue el momento de accionar el freno de disco seremos un charco de agua detenida, y otros con el humo del tabaco dibujarán corrompidos corazones. Nuestra historia transmitida seguirá siendo la constante universal de quien “se diferencia”. Y en cierto sentido, sí, hay cierta vanagloria por sabernos unitarios, diferentes. Quizás nos acompaña la suerte de haber desarrollado unas Vidas Improbables.
    Nuestra más localizada aspiración es poder seguir trazando figuras de un bello hermetismo tan breve como avasallador; eternas esferas, musculados corazones. Siendo tan jodidamente felices ojalá no olvidemos el sustrato que nos distingue: el esfuerzo.

    Llegamos con el cascabel dorado, hazte a un lado.
    O simplemente, somos.

    Echamos pie a tierra siendo conscientes de que mañana volveremos a oír los últimos acordes y ecos del “Change” de Tracy, diciéndonos (ejecutores irredentos de nuestra propia valentía) a nosotros mismos que no somos nosotros quienes debemos … cambiar.

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  12. Misticismos e ídolos de barro.

    Es curioso cómo en un breve lapso de tiempo puedes vivir una ambivalencia. Pasas de ser el sonriente señor de la ciudad al muñeco al que quieren apalear.
    En nuestro caso, este es un sentimiento que se da prácticamente de una forma cotidiana. Sientes la naturalidad con que la sangre riega y alimenta todos tus engranajes, los que posibilitan tu ascensión por rampas y porcentajes urbanos y, a la vez, en ese mismo instante alguien te recuerda tu índole mortal, en forma de grito ( “¡desgraciados!”, “ ¡ten cuidado por dónde vas!”), y un ramillete de versiones sobre un futuro para ti nada halagüeño. Pasas de héroe a mártir en lo que dura un aleteo de pestaña.
    Se dan casos en los que gobernar dichas sensaciones contradictorias resulta al menos difícil de gestionar.
    En ocasiones parece que los que pasan a tu lado desearían que tus alas fueran cercenadas a cuenta y riesgo de tu manera de ganarte la vida, de tu veloz manera de sentirla.
    Es cierto que todo lo que compone tu “forma heroica” de saberte útil es algo puramente personal. No puedes obligar a que los demás compartan tu sentimiento. Esa individualidad de ser poseedor de algo tan bello como una bicicleta es un hecho que te compete a ti, y rara vez tus ojos observan que ese mundo que has hecho tuyo es compartido. Eso te hace más fuerte, aunque quizás de una manera reflexiva raya con el exceso. La sensación que experimentas alimenta el resto del día, conmueve las horas que quedan hasta que se pone el sol.
    Sales de casa, y ruedas. Ya estás siendo más rápido que los rostros y los cuerpos que pasan a tu lado. Por sí mismo, ya esa sensación de sobrepasar personas hace que algo en tu cerebro se dispare y comulgue con una sonrisa de satisfacción. Vas contando los gránulos del asfalto, tus ojos se aclimatan al aire que condiciona tu satisfacción, rodeas plazas, rotondas, pintadas; hasta la inhalación de ciertos tubos de escape de coches que tienes delante hace que te confirmes como ente individual con la seguridad de lo imborrable. Tienes la imaginación activa y piensas en maneras de sacarle partido a este juego tan constructivo como es el “intinerario hacia …(un lugar determinado)”. Ir a un lugar definido, bien porque repartes en bicicleta, bien porque es tu modo de moverte, no exime de algo tan laudatorio como la indefinición. El trayecto es lo que tiene sentido.
    Nuestra profesión es un cúmulo superpuesto de sensaciones. Quizás yo tenga la suerte de verle tanto sentido, de ver tamaña clarividencia al giro, al peso amarrado en pulpos flexibles, a los colores de los semáforos de detención y salida, al olor de la brea caliente del verano o del vaho en bocas ajenas y propia en invierno. Vivirlo sobre dos ruedas hace que puedas unificar tal diversificación de elementos sensoriales y seas capaz de sacarle tanto partido que te puede llegar a asustar. Te sientes demasiado distinto, y puedes llegar a intuir que estás perdiendo un poco el juicio que dispone el movimiento de los demás transeúntes. He aquí el misticismo.

    Podría concluirse que, en días como el de hoy, ser un ídolo de barro se asemeja simplemente al echo de ser consciente de que el día concluye, que se pone el sol, que no vives el bullicio simplista pero vivificador del mundo. Los insultos de los que te vieron arrimarse, con el consabido susto del choque o del empujón, de lo inesperado o de la violenta velocidad, es mera anécdota. Asientes y pides perdón si pudiste equivocarte de escena, pero lo haces con tal seguridad en ti mismo que te sientes raramente incomprendido en una suerte de contradicción difícilmente explicable, y esa incomprensión será la gasolina de mañana.

    Concluyes con la eterna promesa de ser siempre así de joven, con el juramento eterno de no cumplir años. Y de que perdure tu fuerza aún en oasis de marginalidad como en los que te pudiste encontrar.

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  13. De fondo.

    Se da con la bicicleta una suerte de pensamientos ligados a la felicidad. Es una visión para muchos simplista, pero que encierra una verdad soterrada que nunca está de más recordar. La esencia de tal verdad hace que el reduccionismo a lo simple se nos antoje peyorativo, y sea utilizado por gran parte de la población como una manera de desprestigiar al modelo que supone emplear dicho vehículo, el alimento que nos sustenta, en modo y forma a nosotros. Siendo nuestro trabajo, nuestro modo vital, verificamos que el uso y disfrute de la bicicleta dista mucho de ser simple, de ser poco tratada su valoración o su dimensión, de ser poco pensada su verdadera importancia.

    Retentivas hacia la juventud, el aire libre, la moda, el pasatiempo, el verano, las cuatro ruedas o las manos infantiles manchadas de grasa. ¿Qué hay del movimiento que inspira nuestro modo de vida? ¿Qué hay de la filosofía que encierra todo acto del hombre? Se hablan de los porqués pero se echan en falta explicaciones que daten la verosimilitud del acto en-si del moverse en bicicleta, de su contenido rayano lo metafísico. Se dirán que explicaciones que vayan más allá del día a día (y del vocabulario que lo ampara, más allá de toda reflexión, profunda o no) no caben por poco exitosas en esta sociedad cuyos valores han quedado muchísimo más allá de aquella vereda, de la que pasaste hace mucho tiempo cuando eras más joven. No son tiempos ni para la lírica ni para poner por escrito una verdadera TRANSCRIPCIÓN de lo que se siente cuando vas sobre estas dos ruedas del demonio. La vida es un carrusel; la gente la vive, pero no la piensa.

    Hacemos un esfuerzo muchas veces ímprobo por llegar puntuales a la hora límite en un trabajo definido como estresante, entregar una documentación a aquella persona que ya ha tocado el botón del ascensor para marcharse y te tenía olvidado, pero hay cabida para el verdadero sueño, para ver por fin en palabras de otro qué hay detrás del traslado de carpetas, avales, recetas médicas, planos, poderes notariales y demás aditamentos del fluir social. El traslado, el camino, no ya el aire o el sentirse uniforme, jovial o valeroso. Me refiero a la dirección, hasta ríanse, la poesía de la línea recta, de la bidireccionalidad. Quizás tantas y tantas vueltas por rostros que permanecerán como el primer día que los conociste hayan perturbado tu manera de expresarte, o de querer explicar tu radio de acción en comparativa con otros trabajos, con los quehaceres y manutenciones de tus amigos, conocidos o familiares. Pero se da. En este caso, se da. Hay tiempo para ello aunque parezca irrisorio o poco plausible.
    Ver tan de cerca (en constante contacto contigo mismo) el poder que te mueve, al que ya has adoptado como innato, te hace sentir fuerte, pero a también a merced de algo que no logras atrapar con las manos.
    Permanece ahí, y te espera al día siguiente no sabiendo ni por asomo cómo desentrañar su misterio.
    ¿Cómo se define la satisfacción por ser recompensado (económicamente) por algo que sabes que no puedes dejar de lado, pues ya es innato a una naturaleza no elegida? La bicicleta ya la anda un gigante, su mundo se ha hecho mayor, inunda formas de ser, mueve metáforas y levanta días que se prometían de lo más infelices. ¿Cómo pagar ese precio? ¿Por qué sentir que eres tú quien está en deuda con ella, con tu trabajo? El sudor y la contrarreloj se pagan con honorarios de otras tierras pasadas de moda: la excelencia de tu movimiento por perdurar en esta ciudad que te acompaña a diario.

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  14. Observo con hipnotismo la fotografía de una compañera de Oraintxe alzada en su bicicleta en el Campeonato del Mundo de ciclomensajeros, con el maillot arremangado hasta los hombros, la 049 de CIMB09, sus trazadas marcadas en su manifiesto de la mano izquierda, su pierna derecha flexionada en base para disponer su marcha correcta, su expresión de concentrado apasionamiento, su casco protector y su bandolera corporativa, y la impresión que me causa es la del sueño por transcribir las sensaciones que una fotografía deportiva no manifiesta, no muestra en los detalles que la componen. Y fracaso rotundamente. No puedo. Una imagen vale más que mil palabras, y me dejo doblegar por el simplismo del que hablaba al inicio del texto. Pero este simplismo tiene la base de lo perdurable, no de la moda y del vaivén de gustos al por mayor. Siento los colores de una empresa que da cobijo a los sueños del niño que fuimos, y siento que la geometría (urbana o no) puede ser manifiestamente bella y heroica.

    De fondo podemos preguntarnos por qué queda atrás la importancia de mascar polvo cuando pasamos cerca de una obra en la carretera del Sadar, o de por qué entregaste un sobre manchado de sangre, la misma que te manaba de la palma de la mano cuando te atropellaron en Antoniutti y te mareaste al alzarte del asfalto. De por qué nos gusta vernos la cartografía de nuestras piernas lindantes de mundos de venas, postillas, huesos salientes o rasponazos recientes. De por qué te sientes vivo cuando lindas con el peligro y te haces el evasivo. A lo que le das importancia es al dibujo del arquitecto que ha dibujado en tu naturaleza un ser plenamente satisfactorio a tus propios ojos. Debes transcribir el mundo de ensoñaciones y turbulentas realidades que ves todos los días en la bicicleta que te da de comer y te nutre de felicidad. Deberías hacerlo. Plasmar sensaciones, visiones, conversaciones, órdenes de trabajo, paisajes urbanos, sensaciones internas, cansancios reacios a significarse, y otros con los que convives.
    Debes transcribir la realidad a golpe de pedal, aunque sea un esfuerzo poco común.
    Ojalá pudiera.

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  15. A ese niño que te admira por distinto no le vas a decir que en la fase de ascenso del pedal se ponen en funcionamiento el soas ilíaco, que se movilizan el gastrocnemio, el rotuliano, la tractoiliotibia y el sartorio. No. Pero esa mirada hacia ti, cuando estás a mitad de estallar en un sprint para no pillar en rojo el semáforo cincuenta metros delante de ti, es la de quien ya sospecha que el pedaleo es la respiración exterior del cuerpo. Se unifican mundos a través de tiempos distintos: el joven que quiere ser como tu, y un tu mismo ya no tan joven, pero ejecutando el sueño del joven.
    Llega el momento en el que consigues seguir pedaleando con el pensamiento; en el que se piensa el pedaleo, pero no se piensa con el pensamiento o con la cabeza, sino con el cuerpo y las piernas. Tus piernas piensan, respiran acompasadamente, y pierden de vista la cara admirativa, de ojos engrandecidos del niño del autobús que te vio pasar.

    En el extremo delirio de tu normalidad planificas continuas elegías del estatismo. Siempre habrá miradas de extrañeza, de vandalismo permitido, de afrenta a la comunidad y del respeto al paso lento, pero algo te indica dormir como lo hacía Coppi (o como decían que lo hacía) acurrucado y de lado, como en postura fetal. Así imitamos la posición sobre la bicicleta, incluso durmiendo, incluso en el sueño.

    Tienes un encargo especial, traducir Oraintxe. Te pones a disposición de una rutina que nunca iguala días. Sales de casa, miras al sol, te invade la esencia de la contrarreloj y un vértigo insensato te invita a decir “sí” a cada propuesta de reparto. En bailón o en routier, subiendo el repecho de la Venta Andrés (en bailón) o en prófuga carrera por la Avenida del Ejército (en routier), deshaces las zonas tipificadas para un orden de repartición y sudores compartidos, y en tu voluntad sólo queda la esencia del que todo lo puede y se queda con el significado de una muy misteriosa mirada hacia él. Tienes la ligera sospecha de que tu empresa aún no ha cumplido los dieciocho años, y sigues celebrando tu minoría de edad con la misma mirada que aquel que te vio pasar.

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  16. A ese niño que te admira por distinto no le vas a decir que en la fase de ascenso del pedal se ponen en funcionamiento el soas ilíaco, que se movilizan el gastrocnemio, el rotuliano, la tractoiliotibia y el sartorio. No. Pero esa mirada hacia ti, cuando estás a mitad de estallar en un sprint para no pillar en rojo el semáforo cincuenta metros delante de ti, es la de quien ya sospecha que el pedaleo es la respiración exterior del cuerpo. Se unifican mundos a través de tiempos distintos: el joven que quiere ser como tu, y un tu mismo ya no tan joven, pero ejecutando el sueño del joven.
    Llega el momento en el que consigues seguir pedaleando con el pensamiento; en el que se piensa el pedaleo, pero no se piensa con el pensamiento o con la cabeza, sino con el cuerpo y las piernas. Tus piernas piensan, respiran acompasadamente, y pierden de vista la cara admirativa, de ojos engrandecidos del niño del autobús que te vio pasar.

    En el extremo delirio de tu normalidad planificas continuas elegías del estatismo. Siempre habrá miradas de extrañeza, de vandalismo permitido, de afrenta a la comunidad y del respeto al paso lento, pero algo te indica dormir como lo hacía Coppi (o como decían que lo hacía) acurrucado y de lado, como en postura fetal. Así imitamos la posición sobre la bicicleta, incluso durmiendo, incluso en el sueño.

    Tienes un encargo especial, traducir Oraintxe. Te pones a disposición de una rutina que nunca iguala días. Sales de casa, miras al sol, te invade la esencia de la contrarreloj y un vértigo insensato te invita a decir “sí” a cada propuesta de reparto. En bailón o en routier, subiendo el repecho de la Venta Andrés (en bailón) o en prófuga carrera por la Avenida del Ejército (en routier), deshaces las zonas tipificadas para un orden de repartición y sudores compartidos, y en tu voluntad sólo queda la esencia del que todo lo puede y se queda con el significado de una muy misteriosa mirada hacia él. Tienes la ligera sospecha de que tu empresa aún no ha cumplido los dieciocho años, y sigues celebrando tu minoría de edad con la misma mirada que aquel que te vio pasar.

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  17. A ese niño que te admira por distinto no le vas a decir que en la fase de ascenso del pedal se ponen en funcionamiento el soas ilíaco, que se movilizan el gastrocnemio, el rotuliano, la tractoiliotibia y el sartorio. No. Pero esa mirada hacia ti, cuando estás a mitad de estallar en un sprint para no pillar en rojo el semáforo cincuenta metros delante de ti, es la de quien ya sospecha que el pedaleo es la respiración exterior del cuerpo. Se unifican mundos a través de tiempos distintos: el joven que quiere ser como tu, y un tu mismo ya no tan joven, pero ejecutando el sueño del joven.
    Llega el momento en el que consigues seguir pedaleando con el pensamiento; en el que se piensa el pedaleo, pero no se piensa con el pensamiento o con la cabeza, sino con el cuerpo y las piernas. Tus piernas piensan, respiran acompasadamente, y pierden de vista la cara admirativa, de ojos engrandecidos del niño del autobús que te vio pasar.

    En el extremo delirio de tu normalidad planificas continuas elegías del estatismo. Siempre habrá miradas de extrañeza, de vandalismo permitido, de afrenta a la comunidad y del respeto al paso lento, pero algo te indica dormir como lo hacía Coppi (o como decían que lo hacía) acurrucado y de lado, como en postura fetal. Así imitamos la posición sobre la bicicleta, incluso durmiendo, incluso en el sueño.

    Tienes un encargo especial, traducir Oraintxe. Te pones a disposición de una rutina que nunca iguala días. Sales de casa, miras al sol, te invade la esencia de la contrarreloj y un vértigo insensato te invita a decir “sí” a cada propuesta de reparto. En bailón o en routier, subiendo el repecho de la Venta Andrés (en bailón) o en prófuga carrera por la Avenida del Ejército (en routier), deshaces las zonas tipificadas para un orden de repartición y sudores compartidos, y en tu voluntad sólo queda la esencia del que todo lo puede y se queda con el significado de una muy misteriosa mirada hacia él. Tienes la ligera sospecha de que tu empresa aún no ha cumplido los dieciocho años, y sigues celebrando tu minoría de edad con la misma mirada que aquel que te vio pasar.

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  18. A ese niño que te admira por distinto no le vas a decir que en la fase de ascenso del pedal se ponen en funcionamiento el soas ilíaco, que se movilizan el gastrocnemio, el rotuliano, la tractoiliotibia y el sartorio. No. Pero esa mirada hacia ti, cuando estás a mitad de estallar en un sprint para no pillar en rojo el semáforo cincuenta metros delante de ti, es la de quien ya sospecha que el pedaleo es la respiración exterior del cuerpo. Se unifican mundos a través de tiempos distintos: el joven que quiere ser como tu, y un tu mismo ya no tan joven, pero ejecutando el sueño del joven.
    Llega el momento en el que consigues seguir pedaleando con el pensamiento; en el que se piensa el pedaleo, pero no se piensa con el pensamiento o con la cabeza, sino con el cuerpo y las piernas. Tus piernas piensan, respiran acompasadamente, y pierden de vista la cara admirativa, de ojos engrandecidos del niño del autobús que te vio pasar.

    En el extremo delirio de tu normalidad planificas continuas elegías del estatismo. Siempre habrá miradas de extrañeza, de vandalismo permitido, de afrenta a la comunidad y del respeto al paso lento, pero algo te indica dormir como lo hacía Coppi (o como decían que lo hacía) acurrucado y de lado, como en postura fetal. Así imitamos la posición sobre la bicicleta, incluso durmiendo, incluso en el sueño.

    Tienes un encargo especial, traducir Oraintxe. Te pones a disposición de una rutina que nunca iguala días. Sales de casa, miras al sol, te invade la esencia de la contrarreloj y un vértigo insensato te invita a decir “sí” a cada propuesta de reparto. En bailón o en routier, subiendo el repecho de la Venta Andrés (en bailón) o en prófuga carrera por la Avenida del Ejército (en routier), deshaces las zonas tipificadas para un orden de repartición y sudores compartidos, y en tu voluntad sólo queda la esencia del que todo lo puede y se queda con el significado de una muy misteriosa mirada hacia él. Tienes la ligera sospecha de que tu empresa aún no ha cumplido los dieciocho años, y sigues celebrando tu minoría de edad con la misma mirada que aquel que te vio pasar.

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  19. Miradas repartidas

    Como vas en bicicleta y tu ritmo de paso es superior al del viandante puede que te hayas cruzado con personas que quisieron dirigirse a ti y no pudieron. Quizás cuando en sus bocas asomaba un saludo tu estela avanzaba dos pasos por delante ya. El inicio de algo era imposible.
    Quizás te hablaron y tú concediste el don de la respuesta, pero como la situación no invitaba a un diálogo continuado ni fluido, la obviedad de las prisas anularon el intercambio de ideas, aunque someras. Siendo limítrofes, la calzada y la acera juegan bien a la separación de intenciones.
    Muchas veces sientes que cuando conduces “al manillar” no es el tiempo de las cosas que te rodean, y se pierden detalles ciertamente prometedores, pero esos lances contra toda posibilidad de captar el detalle no son batallas perdidas.
    A veces nos encaminamos rumbo a una especie de miscelánea hacia la poesía con la que intentar compensar a tu bicicleta tras los ataques del cansancio a los que te ha sometido. Ella te “cansa” y tu la elogias. Vas a contracorriente, a espaldas de la lógica de los demás. Agradeces que te perle la frente de sudor cuando en un recorrido determinado has esquivado bolardos, bocas de riego, deterioradas calzadas y tiempos de espera no fijados en tu reloj. En la dualidad imperante de los tiempos que corren (blanco-negro, si-no, éxito-fracaso) tu paridad se centra en tu modo de pedalear en base a dos posibilidades: bailón o routier. Te alzas sobre el cuadro y te mueves de lado a lado, o juegas a ser un Poblet en potencia (preguntándote cómo se escribía Djamolidine Abdoujaparov) en rectas más o menos despejadas de obstáculos hacia tu carrera interior.

    Tienes tiempo también de pensar a qué estás jugando, qué asociaciones se dan cita en tu cabeza cuando te ves pasar por las cristaleras o espejos que de cuando en cuando te encuentras en tu diario pedaleo, y a quien ves es a alguien falto de ergonomía, de posición de mínima estética para con el ejercicio de su profesión. Los espejos son eso: salvedades. Actúan como recordatorio de una mejora que no llega, pero la comodidad y las posiciones alimentadas por el tiempo son eso: personales e indefinidas como el deseo.

    Siendo artistas de los cambios de ritmo, un ritmo alterado por una llamada de variantes (recogida, recogida y entrega, sólo entrega) no ignoramos la suerte que tenemos de vivir lo que podríamos denominar “morfología de la admiración”. Vemos, yo al menos así lo siento, miradas de niños que aplastan sus caras contra los cristales de aquella villavesa o de aquel autobús escolar cuyo rebufo cogimos en la rotonda del hotel Tres Reyes y cuya lateralidad traspasamos en un vértigo que nadie nos pide, pero que ejecutamos en sintonía con nuestras fuerzas. Vemos alzar dedos sobre nuestra trayectoria, dedos de chavales acompañados por madres o abuelos que siguen con destreza la dirección hacia el deseo de los más pequeños, y un revuelo de admiración planean sus ojos y los nacimientos de sus sonrisas. De mayores querrían ser como nosotros. He llegado a traducir la palabra admiración en más de una mirada alabando la destreza del día a día y la destreza de nuestros estudiados movimientos.

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  20. El matiz de la vergüenza

    Se trabaja mejor sin grandes estridencias. Se agradece un clima de silencios concentrados para ir cumpliendo tus objetivos. Un alarido, un golpe en la mesa, una sinfonía de quejas al unísono no habilitan un espacio para construir. Cuando en una mensajería urgente se cruzan informaciones en un hábitat de alto volumen corres el riesgo de desplazarte allá donde nace la voz del atasco a la lógica.
    De ahí que consideremos un tiempo de silencio como algo incuestionable, un tesoro en añoranza.

    Existen leyendas ciclistas que nos hablan de muchos corredores que emitían gritos en el momento de lanzar sus ataques sobre otros competidores. Ferdi Kubler, en dialecto de la suiza germánica, mezclaba onomatopeyas y palabrotas diversas. Aquel grande de principios del siglo XX llamado Petit Breton, de excelentes modales y mostacho engominado, tenía por norma no pasar a la ofensiva sin emitir un grito inverosímil y agudo, una especie de pitido de sirena que lanzaba puesto en pie sobre los pedales.
    Incuestionable como forma de sorprender, ciertas licencias nos resultan simpáticas, pues entran dentro de la historia (mitificada en tantos casos) del deporte en agonía, cuyos elementos o recursos lindan con los extremos del cuerpo y con las formas poco consensuadas.
    Parece que los estuviéramos viendo representados como aquella forma andrógina, paradigma del hombre moderno de profunda angustia y desesperación existencial, en El Grito de Munch.

    Sin tanta notoriedad, nos amoldamos al día a día de sustos diversos que nos acompañan en la eterna ciudad. Cláxones reiterativos, sirenas médicas o policiales, contaminación acústica en variables mixtas, músicas que atormentan los tiempos de espera (al teléfono, en bancos o cajas de ahorro), timbres y tonos de voces difíciles de asimilar, y exclamaciones que nada tienen que ver con la tipografía sino con una forma de entender el mundo acorde a órdenes poco estudiadas.
    No podemos echar grasa sólida ni aceite de litio para hacer desaparecer los ruidos esquizofrénicos que traspasan nuestras posibilidades.

    Los nuestros son unos ruidos más atenuados. Amplificamos nuestras respiraciones agitadas en un ámbito urbano con el que en ocasiones nos cuesta fusionarnos. Adrenalina ajustada y sometida al marco limitado y estrecho de un universo en miniatura como son los tramos para el pedal que habitan nuestro espacio. Respiramos hondo en ciertos espacios en blanco y vemos como otros pugnan entre ruidos invertebrados en una lucha que no nos compete.
    Nuestra competición no es subir un gran puerto de montaña, sino sobrevivir a ciertos desmanes urbanísticos y sonreír por haber trazado con éxito la curva del carril de la seguridad vocacional.
    En la acústica de la continuidad y la perseverancia nuestro mundo ambulante de sonidos son los de algún traqueteo de pies que encajan zapatillas a pedales automáticos (ese ruido me falta en mi colección), cadenas recién engrasadas, bicicletas rodando, vibración de piñones y un rumor de vitalidad que perdura.

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  21. Inicio de día

    Suena un despertador, y en un gesto poco recomendado por fisioterapeutas, de un salto y con paso firme, se lanza como un poseso al pasillo que le conduce al cuarto de baño. Prende la luz.
    LA CIUDAD, ESE SUSTRATO DE VIDA Y COSTUMBRE, SE LEVANTA DE SU LETARGO NOCTURNO Y VE APARECER SUS PRIMERAS LUCES.
    Se mira fijamente en el espejo, fijamente un par de segundos, se quita las legañas, se moja la cara, micciona, tira de la cadena del water, se promete a sí mismo ser un poco más atento y dedicado en las tareas de limpieza.
    NO TARDAN EN APARECER LOS RUIDOS DE PERSIANAS EN QUIOSCOS, PESCADERÍAS, TAHONAS, SUPERMERCADOS. INICIAN SU PERIPLO LAS CHICAS CON TIRANTES, LOS HUMOS DE CIGARROS, EL RUGIR DE MOTORES, LOS ASPERSORES QUE RIEGAN VERDINES, LOS REPARTIDORES DE PERIÓDICOS, LAS CUÑAS DE MADERA QUE LOS PORTEROS CAZAN EN LAS PUERTAS DE ACCESO A LAS CASAS.
    Piensa que tiene veinte minutos para desayunar y ver qué noticias marcan la actualidad de un mundo cuadrado, embotado, y con voz de presentador de telediario hierático y repetitivo en forma y contenido. Mira su nevera, y se promete a sí mismo ser un poco más atento y dedicado a la hora de comprar comida.
    LA INERCIA DE LO COTIDIANO EMERGE FURIBUNDA EN LAS VENTANAS VECINAS, EN EL OLOR A DESINFECTANTE DE LAS ESCALERAS DE LOS DOMICILIOS, EN EL BATIR DE ALAS DE LAS PALOMAS QUE DURMIERON EN LAS REPISAS, EN LOS RUIDOS DE DESFOGUES DE LAS CAFETERAS, EN EL RUIDO DE ARRASTRE DE LAS BOLSAS DE PATATAS FRITAS QUE VUELAN A RAS DE SUELO.
    Se sienta, pero no en la cocina, sino en el salón, y se toma un yogurt de cereales y ocho galletas de manera compulsiva, pues una fuerza le arrastra a hacer algo que nadie le pide: que sea rápido ya desde primera hora. Se levanta, destiende su maillot y su pantalón corto de ciclista, ve como una pinza se le cae al suelo de la terraza, y no la coge. Cierra la puerta del tendedero y tira la ropa en el sofá. Se promete a si mismo limpiar alguna vez esa terraza terrosa, con hojas de árboles junto al cubo de la ropa sucia.
    EMPIEZAN A CONSTRUIRSE LOS PRIMEROS DIBUJOS HECHOS DE POSOS DE CAFÉ EN EL FONDO DE LAS TAZAS. SE INVIERTE UN EURO CON VEINTE PARA VER CRECER LAS PRIMERAS FOGATAS EN MINIATURA QUE HARÁN ARDER LAS PRIMERAS LENGUAS. CHOCAN VAJILLAS, SE DAN BESOS DE BUENOS DÍAS, SE SACA LA PROPAGANDA DE LOS BUZONES, SE ANUDAN CORBATAS, SE PROYECTAN FUSIONES EMPRESARIALES, REUNIONES DE TRABAJO, SE DESCUELGAN LOS PRIMEROS TELÉFONOS; SE DESPEREZA LA CIUDAD DORMIDA.
    Se desnuda, se lava el pelo, se lava los dientes, se afeita, apaga la luz. Quita la tele, pone “Después que canta el hombre”, el tiempo que necesita para enfundarse la lycra, ponerse sus zapatillas (anudadas) a dedo, su casco, adecua a su espalda su bandolera de reparto, mete las llaves de casa en la cremallera de dentro, agarra su bicicleta despierta en el pasillo de entrada, cierra la puerta de su casa. Se promete a si mismo ser un poco más respetuoso y taimado a la hora de cerrar la puerta, y así dejar de actuar de despertador involuntario respecto a los vecinos de su comunidad.
    VA A TRABAJAR. EN UNA SUERTE DE JACK NICHOLSON EN “MEJOR IMPOSIBLE” INTENTA ESQUIVAR LA PINTURA BLANCA DE LOS PASOS DE CEBRA, Y RUEDA POR EL TROZO DE ASFALTO DEL PIANO QUE FORMAN DICHOS PASOS, UNO A UNO, TODOS LOS QUE ENCUENTRA. UNA FUERZA INVARIABLE LE LLEVA POR UNA RUTA DISTINTA A ORAINTXE. ELIGE EL CAMINO MÁS LARGO DENTRO DE UNA LÓGICA DE PRIMERA HORA DE LA MAÑANA. A LOS TRES MINUTOS DE PEDALEAR, YA NO LE MOLESTA EL DOLOR DE LA RÓTULA DERECHA, NI EL AMAGO DE LUMBAGO QUE TENÍA. SU MEDICINA SURTE PRONTO EFECTO, CUANDO YA DESEMBALAN LOS PROYECTOS KILOMÉTRICOS DE LA JORNADA, A UNOS SUAVES 16 GRADOS DE TEMPERATURA. ÉL YA ESTÁ INMERSO EN ESTA DOLIENTE URBE.

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