Podemos tener un montón de infraestructuras, podemos escribir un montón de normas, podemos tener policías en cada esquina vigilando por que se cumplan, podemos confinar a nuestros menores en centros de adiestramiento y hacerlos expertos en cualquier cosa, podemos hartarnos de discutir con argumentaciones brillantes, podemos afanarnos por tener grupos de influencia más o menos poderosos, pero hemos perdido lo principal para conseguir que nuestra convivencia, nuestra sociedad, nuestro mundo empezando por nuestra calle, nuestro barrio, nuestra ciudad sean más amables y más confiables: hemos perdido la tribu.
La tribu
Ese ente más o menos concreto y más o menos organizado, pero invariablemente compuesto por personas, Personas con mayúscula que la reconocen y se reconocen en ella. Ese grupo de personas donde lo más importante es lo que no está escrito y cuyas relaciones se basan en la confianza y el respeto, más que en el miedo. Esa tribu en la que los mayores se merecen el reconocimiento por el mero hecho de serlo y en la que los débiles cuentan con la protección de todos sin excepción. Esa tribu en la que cualquiera puede reprenderte por transgredir una de esas leyes no escritas y en la que, cuando eso pasa, tú sabes reconocer que efectivamente estabas fuera de juego y aceptas el aviso.
El mundo cruel
Hoy no. Hoy y aquí la tribu ha desaparecido y sólo cuenta el individuo, al que hemos inculcado una buena dosis de miedo y luego hemos conseguido que se blinde frente a él, al que hemos alimentado con falsas promesas de éxito, confort, posición o trascendencia a base de aislarlo y ponerlo en competencia con los demás, con sus semejantes, hasta convertir a cada individuo en un pequeño monstruo para ellos. Hemos escrito leyes y hemos llenado la calle de vigilantes para hacerlas cumplir. Y es esto lo que hemos conseguido: un mundo impersonal y despersonalizado, que nos mantiene amedrentados en nuestras jaulas de oro.
Hoy en día, lo mejor que te puede pasar cuando pides a alguien que recoja el envoltorio que ha tirado, que no ande en bicicleta por la acera, que deje de mear en la puerta del portal de tu casa, es que te dirijan una mirada despreciativa o que te digan que te metas en tus asuntos.
Así no vamos a ninguna parte. Así no vamos a conseguir nada. Porque siempre va a haber un estúpido, siempre va a haber un capullo que lo va a echar todo por tierra.
Basta de lamentaciones
Pero el problema no acaba con lamentarse. Nunca las lamentaciones han resuelto ningún problema. Esto hay que volver a montarlo. Porque ya nos estamos dando cuenta de que no funciona, de que nos han disgregado para tenernos dispersos, aislados, desasistidos y temerosos, impotentes, y esto se ha convertido en una merienda de negros.
Así pues, hay que volver la vista a nuestro entorno inmediato, empezando por la familia ampliada, por nuestras relaciones de confianza, para volver a montar una tribu que se respete a sí misma. Sólo así podremos construir un mundo mejor. Más cívico, más empático, más sociable, más entrañable, más seguro, más divertido, más humano. Un mundo donde los niños vuelvan a jugar en las calles.
Gracias a Melilla ConBici por la inspiración.
excelente reflexion, es una gran verdad, me tome el atrevimiento de difundirlo, creo que este texto deberia incluirse en la vision de toda comuidad Ciclista y mas alla, de toda Comunidad... saludos Oz
ResponderEliminarbuen artículo. Estoy totalmente de acuerdo. Hay que fomentar entre toda la comunidad ciclista (habitual y no tan habitual) la unión. De primeras voy a difundir tb el artículo:D
ResponderEliminarNo en vano, como dice el refrán, hace falta toda una tribu para educar a un solo niño...
ResponderEliminarmerienda de negros, te van a comer
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