Uno de los inventos más siniestros y más tiránicos de los que se han servido desde que el coche es el rey del asunto es el semáforo. Gracias al semáforo y a sus colores de juego infantil nos han vendido que todo funciona mejor, que la justicia la impone el rojo y ya no se la toma cada uno por su mano y que así se dan oportunidades a todos. Basta con tener un ingeniero a bordo para conseguir las secuencias oportunas y chás, por arte de magia, todo será un fluir ligero y agradable.
Tras unos años de éxitos encadenados, la teoría de la semaforización se fue imponiendo en las ciudades como vía de regulación del tráfico y, además, como salvaguarda de peatones. Todo funcionaba perfectamente, menos el ámbar. El ámbar, que abría la posibilidad de circular con precaución, aquí se interpretó como un “acelera que aún llegas” y ahí se produjo la debacle. Choques, atropellos, sustos y muertes. El ámbar o el rojo reciente, que por estas latitudes viene a ser lo mismo, multiplicó los accidentes y les agregó un elemento letal: la velocidad.
Hasta aquí todo correcto, porque sólo había que organizar a dos categorías, vehículos y peatones, y estaba claro quiénes eran prioritarios, así que los daños colaterales estaban asumidos.
El problema se agravó en el momento en que alguien dijo que había que tratar con igualdad a los automóviles y al resto de usuarios de la vía pública, y se multiplicó cuando esa vía se subdividió en vías paralelas dedicadas a diferentes tipologías de vehículos (carriles bus, carriles bici y carriles peatón, sobre todo). Si discriminar a los peatones había sido una tarea fácil y rehabilitarles ya podía representar un reto, con esta suerte de complejidades el asunto se convertía en algo infernal.
La ocurrencia: temporizar a los débiles
No confundir con contemporizar, ya que más que tranquilizarlos, los segunderos que se han agregado a muchos semáforos les han hecho ver claro a todos esos infelices que andan sin motor quién manda en la vía pública y en qué proporción. Pero además les han estresado porque, aparte de garantizar la velocidad crucero de 50 kms/hora que a ver quién es el valiente que es capaz de hacerlo a pulmón, ver pasar 60 ó 90 segundos, uno a uno en una pantalla luminosa situada en la otra acera, para después cruzar una calle en una carrera cronometrada de escasos 20 segundos, como ocurre en las calles principales, no es un ejercicio que apacigüe a nadie sino que más bien agita y solivianta a los andantes.
Claro que es cierto que, en algunos casos, es la única manera de cruzar una calle con un mínimo de garantías (el ámbar siempre puede provocarnos algunos sobresaltos fenomenales), pero vender semáforos como la solución para mejorar la seguridad de los peatones y de los ciclistas es casi obsceno. O sin casi. Más si se ofrecen con el botón "pulse para cruzar", que genera una falsa sensación de poder entre los ilusos que no se dan cuenta, salvo gloriosas excepciones, que su acción no modifica las secuencias y prioriza sus opciones.
Los semáforos son los grandes legitimadores del automóvil, de los acelerones, de la velocidad punta, de las maniobras para ganar la “pole position”, de las salidas de gran premio y de la ceguera colectiva porque un “estaba verde” es la excusa perfecta para descargar responsabilidades en la tecnología y la mejor manera para justificar el “no te había visto” en los pasos no regulados por luz tricolor y otras actitudes que favorecen el dominio y la intimidación del coche sobre el resto de usuarios de nuestras calles
Pero, ¿qué pasaría si se eliminaran los semáforos?
Alguien ha realizado la prueba y los resultados son sorprendentes. Para empezar se reduce notablemente la velocidad de paso en los cruces, además se mejora la atención de los conductores, que extreman las precauciones y conducen de una manera mucho más cauta, prevenida... y fluida, los peatones y los ciclistas, en estas condiciones, mejoran sus oportunidades.
Artículos relacionados:
- ¿Quién inventó las rotondas?
Hola Eneko,
ResponderEliminarFelicidades por tu blog! Lo voy siguiendo desde Twitter. Parece que ayer los 2 publicamos sobre semáforos des de enfoques distintos: http://bici-vici.blogspot.com/2011/10/quan-es-millor-saltar-se-un-semafor.html
Hay el traductor de Google a la derecha.
Un saludo!
Felicidades, has dado en el clavo.
ResponderEliminarPersonalmente llevo una lucha para priorizar en un municipio del Baix Llobregat, Barcelona en el que los peatones, que somos mayoría nos discriminan como monos... y es que claro, no tenemos claxo, pero si nos unimos ganamos. Claro que no se atreven ni a darnos voz...
Como idea está muy bien, va de la mano de una utopía o "mundo feliz" que a todos nos agrada. Pero por estos lares no se destila el gen de la tranquilidad adherida al adn de los que habitan y circulan (por ende) esos paraísos escandinavos, ejemplo de tantas cosas aparte de urbanidad. Difícil ver los mismos resultados en los maleducados y maldiseñados circuitos de por aqui. La pedagogía de estas nuevas ideas que rayan un mundo mejor y más lógico, sin tanto papel abusivo para los coches, es, no obstante algo elogiable y que siempre debería ser bien recibido, aunque para muchos sea algo inviable, pues lo impuesto y desarrollado desde tantos años es algo que no se pone en cuestión. Cuesta mucho remover lo instaurado, y más, si cabe, modificar costumbres del día a día. Siempre habrá gente dispuesta a ejercer la crítica (en este caso para dar palos) por cuestionar algo tan presente y claro en nuestras vidas como los tres colores que nos automatizan para seguir o parar, dudar acaso de qué hacer (intervalo naranja) en tanto, dirán, de que hay cosas mejores y más importantes que hacer en las que gastar el dinero o modificar la ciudad, o cosas más importantes que lo que compone la misma... Así nos va. De qué extrañarnos.
ResponderEliminarEn Barcelona sobran 3 de cada 4 semáforos.
ResponderEliminarEn Copenhague puedes recorrer más de un km en las vías principales sin ningún semáforo. En muchas ciudades alemanas también.
Los semáforos son esencialmente injustos: los vehículos peligrosos pueden hacer giros en ámbar sobre el verde de los más vulnerables (peatones y bicis) y al contrario no. El sistema justo y eficiente sería el contrario: los vehículos de motor deberían tener rojo o ámbar, mientras que los peatones y las bicis deberían tener verde o ámbar. Y tres fases semafóricas mínimo, con una fase para los giros.
Salud, Rocco Naya
Drachten, una pequeña ciudad holandesa de 50.000 habitantes se ha desprendido de casi todos sus semáforos. Los cruces principales han sido transformados en rotondas, mientras que la preferencia en el resto de los cruces queda al albedrío de sus viandantes. Básicamente: la anarquía. Anarquía que ha eliminado accidentes graves y atropellos, al tiempo que ha propiciado un incremento del tráfico de bicicletas y peatones.
ResponderEliminarEn realidad, pequeñas colisiones siguen ocurriendo, aunque de poca trascendencia. El Dr. Hans Monderman, arquitecto de este proyecto, explica:
Preferimos tener pequeñas colisiones, a tener accidentes graves en los que puedan resultar heridas las personas.
En lugar de seguir unas reglas rígidas, los viandantes se hacen responsables tanto de su seguridad como de la de los demás. El resultado de esta estrategia es un conductor más cauteloso, más civilizado y mucho menos frustrado en la conducción.
The Telegraph, recientemente informó que la población de Drachten está muy satisfecha con el programa. Tony Ooorstward, un residente, dice:
“Todo el mundo está aprendiendo. Yo soy un peatón y de pronto me he convertido en el dueño de la calle, ahora todo el mundo me cede el paso. Otras veces, tengo que esperar a que seamos un pequeño número y entonces podemos cruzar todos juntos”.
La anarquía de Drachten se está potenciando. Los tres últimos semáforos que quedan serán eliminados durante los próximos dos años, y en algunos lugares, la pintura de la calzada también se está eliminando.
La anarquía en el tráfico parece generar amabilidad en las personas, al menos en Holanda, y en cualquier caso, propicia la cautela. Quizá éste sea el primer paso para hacer de la circulación algo más civilizado, donde peatones, ciclistas y conductores se tratan con el mismo respeto. Algo tan simple como eliminar un objeto que todo el mundo odia, podría ser la solución de muchos de nuestros problemas.