O dicho de otra manera, ahora que hemos conseguido que la gente se monte en las bicis de cualquier manera sin haber pensado que ello podría traer consecuencias, nos encontramos con un problema con el que no contábamos (porque realmente no contábamos con que la gente fuera a apostar en serio por la bici).
Por eso ahora, después de no haber hecho nada en serio por cambiar el sistema de la movilidad urbana y en general de no haber hecho nada por mejorar el ecosistema urbano, después de haber relegado a las bicicletas a corredores horribles o haberlas dejado vagar por aceras, ahora la disyuntiva parece que sólo se redujera a elegir entre la permisividad o la persecución, reforzando la estrategia consumada durante todo este tiempo consistente primero en ningunear a los ciclistas abandonándolos a su riesgo y ventura en medio de un tráfico orientado a los motorizados o en carriles bici intransitables y después en culpabilizarlos de las consecuencias de todo ello, incluidos los accidentes que sufrían.
¿Cuál es entonces la decisión correcta? ¿Castigarles por sus pecados o perdonarles porque no saben lo que hacen?
La política de hechos consumados tiene estas consecuencias: acabas inevitablemente encontrándote en atolladeros en los que nadie había pensado o en los que la culpa la acaban teniendo las víctimas y no los verdaderos responsables. Una teoría conspiratoria encajaría perfectamente para explicar cómo deshacerse de invitados incómodos, pero vamos a descartarla por esta vez, aunque sea más un ejercicio de constructivismo bienaventurado que otra cosa.
Ninguna de las dos
La única forma de resolver la desagradable situación en la que nos encontramos, con los ciclistas entre la espada y la pared, no es ni perseguirlos ni ignorarlos, es tomárselos en serio. Pero más que a los ciclistas, debería ser tomarse en serio la ciudad y a la ciudadanía.
Parchear una situación descabellada y totalmente deficiente no sirve más que para conservar las premisas que la provocaron. Para cambiar las cosas no basta con mirar a otra parte o poner remedios a las consecuencias, hay que atacar a las causas. No basta pues con hacer normas nuevas, reconstruir carriles bici o poner más aparcabicis, hay que afrontar la construcción de una ciudad que vuelva la mirada a las personas y que refuerce la recuperación de la calidad de los espacios públicos.
En esa ciudad la ciclabilidad no se puede medir en kilómetros de carril bici, en número, usuarios o viajes de bicicletas públicas o en cantidad de aparcabicis sembrados en la calle. La movilidad sostenible no puede consistir en peatonalizar zonas aisladas, en tener o no tener tranvía o zona azul, ni en dar unas cuantas charlas o hacer unos cuantos actos en la Semana Europea. La visión debe ser más integral y debe centrarse en una estrategia encaminada a desplazar al coche como opción conveniente en la locomoción urbana. No podemos conformarnos con las migajas que deja en la ciudad el coche después de franquear su paso, tenemos que aspirar a una mejora integral de las condiciones de habitabilidad y accesibilidad de nuestras ciudades y eso pasa por reducir el uso del coche de una manera contundente, imprescindible e improrrogable.
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