miércoles, 13 de noviembre de 2013

Atropéllame y huye, por favor

La crónica de sucesos de incidentes en los que se ven involucrados ciclistas últimamente presenta un modelo entrañable que es el de la huída del atropellador, sobre todo cuando el "accidente" reviste gravedad. Quizá es en parte una influencia cultural estadounidense, donde el "hit & run" (allí tienen nombres para todas las nuevas tendencias) es una práctica habitual.


Que los automovilistas lo hagan a estas alturas de dominio insolente e impune del motor en la lógica del tráfico ya casi no nos sorprende, porque nos hemos ido acostumbrando a sus despropósitos homicidas que aunque excepcionales son por desgracia repetidos, pero que lo hagan también los energúmenos que andan en bici es totalmente inadminisble. Y no precisamente por hacer un agravio comparativo, que lo es, sino más bien porque los que prescribimos la bicicleta lo hacemos desde una perspectiva según la cual la bicicleta es un vehículo amable que favorece la empatía y mejora el entendimiento y no al revés.

En el noticiario negro de la bicicleta de ayer se recoge una crónica que resume esta situación en su extremo más grave, pero es más habitual de lo que parece ver este tipo de actitudes irresponsables con la posterior huída (cuando no el enfrentamiento con la víctima) y es necesario condenarlas con una especial contundencia porque son especialmente contraventivas de la ejemplaridad que deberíamos profesar los que andamos en bici.

Si queremos que se nos tenga en cuenta y queremos que se nos respete, debemos respetar nosotros primero y debemos ser escrupulosos y exigentes a la hora de exigir, primero a los nuestros, que sean modélicos a la hora de comportarse, sobre todo con los más débiles, en nuestro caso los peatones.


Así pues, amigo ciclista, si vas a atropellarme cuando vaya caminando tranquilamente por la acera, huye después porque si no seré implacable a la hora de perseguirte y condenarte.

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