martes, 3 de julio de 2012

Creyentes, incrédulos, creídos y agnósticos de la bicicleta

Seguimos atravesados en una sociedad y en un momento histórico que nos ha dejado a dos aguas y a dos velas por obra y gracia de un centro de decisión y de poder que se nos escapa a los legos y me temo que también a los doctos. Estamos en la parálisis, en el temor a los mercados, en el avestrucismo más atroz y parece que los asuntos de la bici se han quedado también atrapados en esta especie de esclerosis social, pese a los voluntariosos intentos de algunos que se han autoadjudicado la representatividad del sector, que algo es, aunque sea una pretensión.

En este marco inquietante, mucha gente se dedica a alimentar el miedo como herramienta para hacer valer sus postulados y sus intereses y así tratar de ganar adeptos, temerosos de dios, sea éste el que sea. En lo de la bici, el miedo suele ir asociado, normalmente, a la necesidad de protección fundamentada en el desasosiego que provoca la inseguridad. Son los crédulos. Los que creen en el bien y el mal, en la verdad y en el camino que la virtud les marca. Y predican su descubrimiento. Y no admiten réplica. O estás con ellos o estás equivocado.

Frente a ellos, los incrédulos, tratan de demostrar que el miedo es un interés creado por aquellos que quieren mantenernos atenazados, ordenados, sometidos a sus designios, porque no les interesa lo que hacemos, esto es, andar en bici alegremente sin más.


Y luego están los creídos, los que van sobrados, los que están de vuelta de todo, los arrogantes que no están para pararse a pensar en nada más que en su circunstancia, para hacer ostentación de la misma delante de los suyos. No les hace falta debatir ni rebatir, en una suerte de autocomplacencia obsesiva que les hace despreciar todo lo demás y a todos los demás.

Lejos de estas lógicas se encuentran, nos encontramos, los agnósticos de la bicicleta, es decir, aquellos que sólo somos capaces de "vender" aquello que hemos podido constatar, después de investigar y de experimentar todo lo profundamente que nos dan nuestras meninges y nuestras piernas. Es duro saber que no se sabe nada después de tantos años de interesarnos y de poner nuestras entendederas, nuestros medios y nuestra capacidad de acción para tratar de demostrar que la bicicleta tiene sentido en la ciudad y fuera de ella. Es duro pero a la vez compensa porque evita muchos entuertos y muchas desilusiones.

Para todas aquellas personas que sigan creyendo que esto es una guerra de sectas, un enfrentamiento cruento aunque sea en la dialéctica, sentimos comunicarles que unos cuantos, cada vez más, seguimos emperrados en oponernos radicalmente al alineamiento que algunos proponen en adeptos de las distitas facciones de algo que no sea el desarrollo sostenible de la bicicleta. A los que siguen agarrados a la santa iconografía y a los iconoclastas, suerte en sus cabezazos.

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