miércoles, 18 de abril de 2012

Ahora que los peatones se habían acostumbrado...

... van estos y nos quieren prohibir andar por las aceras. 

Así responden los cicleatones sobrevenidos y también los vocacionales a la intención generalizada por parte de la autoridad competente de tratar de regular un desmán que, por acción y por omisión, se está perpetrando en las aceras y demás espacios peatonales.

Lo mejor es que lo dicen sin segundas, sin mala intención, sin acritud, apelando a lo que son hechos consumados y que ellos han reinterpretado como derechos consolidados: la mayoría ha aceptado "acera" como lugar de circulación para bicicletas y esto ahora es muy difícil de revocar. De hecho hasta los sufridos peatones se resignan a mirar por encima del hombro antes de girar, a disculparse cuando se cruzan inesperadamente, a reprender a sus peatones queridos y hasta a mirar a las señales de tráfico, no vaya a ser que vayan dirigidas a ellos. Y lo hacen con una sumisión ejemplar. Y los que se quejan y reprenden a los ciclistas empiezan a parecernos energúmenos con actitudes desmesuradas y casi incívicas, por no decir desalmadas.


No tiene razón de ser pero es. Para darle la vuelta a la circulación ciclista y peatonal han bastado apenas cuatro años de desidia, connivencia y desorientación para afianzar algo que, hasta entonces, era una práctica ilegal y excepcional.

Hay un extremo realmente fascinante en todo este proceso, que es el que protagonizan ciclistas experimentados que, viéndose fuera de juego en el nuevo orden establecido, se han incorporado también a este siniestro juego de hacer ver que las aceras y los carriles bici son espacios adecuados y seguros para la práctica ciclista. No es broma. Y no me refiero al espectacular caso de Tony Martin circulando a lo Go Go Girl por un carril bici y colisionando con un coche. No. Son muchos de esos novatos de la bici urbana, que son en su ocio ciclistas deportivos de un cierto rendimiento en carretera o en montaña, y que, cuando van de civil, circulan como peatones.

Corroe la inquietud por ver qué son capaces de pergeñar los cerebros de la DGT para atajar semejante realidad sangrante o si sólo se van a quedar en una colección de medias tintas bienintencionadas que sigan dando cobertura a esta discrecionalidad desquiciante de nuestras autoridades locales.

Mientras tanto, seguiremos boquiabiertos y patidifusos presenciando la vorágine demencial en la que se están convirtiendo nuestras ciudades y lo complicado que se está volviendo esto de caminar, por no hablar de lo de circular en bici por ellas.

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