viernes, 18 de noviembre de 2011

La encerrona final

El ejercicio de hoy es una invitación a la imaginación calenturienta y al maquiavelismo despiadado. El tema, el de siempre: las bicicletas en la ciudad.

Durante la última década, hemos presenciado impávidos el desarrollo, consumación sería más propio, de toda una serie de intervenciones cuya finalidad se nos ha convencido que es la de fomentar el uso de la bicicleta en espacios urbanos. Así hemos visto como muchas aceras han sido invadidas, por ampliación o por redistribución del espacio, canalizando la circulación ciclista e invitando a las personas a que anduvieran en bicicleta por ellas o por carreteritas exclusivas, apartándolas del tráfico rodado para defenderles del peligro de sus convecinos, una partida de conductores desalmados dispuestos a ponerles en peligro o incluso a acabar con sus vidas. Puro determinismo.

Así, además de las vías o marcas ciclistas (a veces basta con pintar), los aparcabicis, esas ridículas estructuras metálicas que sirven para abandonar la bicicleta en la calle, también se implementaron en las aceras, a costa, otra vez, de recortar el espacio, la comodidad y la seguridad de los peatones y siempre en aras del bien común, que no es otro que el derecho inalienable e indiscutible de los que utilizan el coche de hacerlo con todo tipo de facilidades, derechos y privilegios. También se habilitaron servicios de bicicletas públicas, que han ido acabando de colapsar las aceras de ciclistas. Misión cumplida: el tráfico vuelve a fluir.

La consecuencia de todas estas maniobras encaminadas a disuadir a los que utilicen bicicletas de hacerlo por la calzada no se hace esperar. Los peatones, los grandes damnificados de todo este proceso, se rebelan y denuncian la situación en la que se han visto envueltos con esta invasión masiva de sus espacios. Y ganan, porque para eso son mayoría. Y consiguen que se empiece a cuestionar la circulación de bicicletas por aceras de manera impune. Y consiguen que se les corte el aire a todas esas personas que andan en bici por plataformas peatonales, como si fuera su responsabilidad haber llegado a ese extremo. Y consiguen que se restablezca el orden en este espacio. Hasta aquí, todo lógico.

Pero ¿y si todo este proceso tuviera como puntilla tratar de eliminar a los infelices ciclistas del escenario urbano por resultar inconvenientes en este orden establecido? ¿Y si todas estas maniobras que han parecido improvisadas, resulta que han sido concebidas magistralmente para llegar a este punto sin retorno por unas mentes maquiavélicas al servicio de intereses dicotómicos que quisieran reducir las alternativas de movilidad urbana al binomio coche-peatón?

Dejarme ser malpensado.

1 comentario:

  1. Las teorías conspiranoicas son para cerebros débiles que no son capaces de hacer frente a al realidad.

    La realidad es que si te vas a dar una vuelta por Barcelona o Sevilla, hay bicis por todos lados. Hace 10 años no.

    Relájate un poco Eneko, ve a dar una vuelta en bici o algo.

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