jueves, 24 de noviembre de 2016

Los comerciantes reaccionarios, la movilidad del siglo pasado y la accesibilidad motorizada garantizada

Que la gestión de la movilidad y del espacio público no es un plato de buen gusto y que es una cuestión no sólo opinable por cualquiera, sino que genera polémicas y resistencias fenomenales, es algo que no se le escapa a nadie. Si a eso le añadimos el carácter congénito de algunas ciudades, reacias a cualquier tipo de cambio, venga de donde venga, es fácil concluir que cualquier intento de cambiar las reglas de juego para poner cortapisas a las enormes facilidades que se le ha dado históricamente al coche, tanto de circulación como de aparcamiento en el centro de las ciudades, puede resultar una ardua tarea.

Así está quedando patente, por ejemplo, en la tentativa del gobierno municipal de Pamplona de poner en valor y consolidar el proceso de restricción del tráfico en el Centro de la ciudad, conocida vulgarmente como peatonalización, que ha generado y está generando una polémica formidable, sobre todo porque no se hace. La pretensión del gobierno municipal no va más allá que tratar de hacer valer las condiciones que deberían regular el acceso al Casco Antiguo, con incursiones excesivas de automóviles aprovechando la connivencia policial. A esa propuesta se han añadido algunas calles del Ensanche, donde el tráfico es más para acortar viajes transversales o para merodear en la más que improbable búsqueda de aparcamiento barato en superficie (dadas las plazas disponibles) que para acceder a estos espacios. Algo que debería haberse hecho hace 10 años, pero que la pusilanimidad de los gobiernos anteriores, defensores a ultranza de favorecer el tránsito rodado, no fueron capaces de hacer.


Pues ante semejante noticia ¿quienes han sido los que han puesto el grito en el cielo? Los mismos de siempre: los comerciantes. Esta vez, ni siquiera los vecinos se han opuesto a una medida que, en las pocas calles en las que más o menos funciona, ha demostrado que revitaliza la ciudad y que cambia el carácter de la calle, al dejar de ser un espacio de circulación, lo cual es bienvenido por todos. Han sido otra vez los comerciantes, o las asociaciones que los representan, los que han vuelto a erigirse en víctimas de las medidas propuestas.

Un comercio que sigue mostrando una cierta fortaleza, teniendo en cuenta los tiempos que corren, pero que sigue obsesionado (al menos sus representantes) en conservar el privilegio de que se contemple la incursión de presuntos compradores automovilistas en las zonas de tráfico restringido, para que puedan acceder cuanto más cerca mejor a sus establecimientos. Unos representantes que son tan osados en sus argumentaciones, que se atreven a vaticinar que la propuesta del Ayuntamiento puede significar el cierre de no pocos establecimientos.

Coincide que muchos de los establecimientos asociados, los más boyantes al menos, se ubican en calles que ya son peatonales. Luego lo que se deduce de sus reivindicaciones es que lo que pretenden es que las calles contiguas a sus zonas protegidas sigan pagando el pato de sus requerimientos, como precio solidario por tener un comercio bien suministrado y con acceso garantizado.

Si para preservar unas calles de alta calidad y densidad comercial y hostelera hay que condenar calles adyacentes a sufrir los daños colaterales, se puede deducir fácilmente que la fórmula no es del todo solidaria, ni justa y no promueve el desarrollo de la zona de manera integral. Menos, cuando el Ayuntamiento está poniendo medios para que el suministro esté garantizado y se realice, además, con medios más ecológicos y menos agresivos que como se está haciendo actualmente y los aparcamientos subterráneos están infrautilizados.

Queda por pensar qué pasaría si se revirtiera la propuesta y, a modo de experiencia piloto, se volviera a permitir el tránsito rodado y el estacionamiento indiscriminado en las calles donde se ubican la mayoría de los establecimientos para que la gente, como lo hacíamos en los años 70 y 80, entrara en coche hasta la puerta de la casa, el comercio, el negocio, el bar o el restaurante o diera infinitas vueltas intentando hacerlo. Seguro que entonces sí que se quejaban.


Consuela saber, de todas formas, que, siempre que se han propuesto medidas en este sentido, invariablemente se ha contado con la oposición de este colectivo, lo cual es un indicador inequívoco de que se están haciendo las cosas bien, porque, una vez implementadas, nadie quiere revertir un proceso de estos. Tampoco en Pamplona.

¿No sería mejor que esas asociaciones de comerciantes comenzaran a replantearse su misión y descubrieran que igual el quid de la cuestión de la salud comercial de una ciudad no depende tanto de la movilidad y del espacio público como de responder a las expectativas de la clientela que han cambiado diametralmente y que quizás los comercios no han sabido adaptarse a los nuevos tiempos, no han sabido reinventarse, han perdido atractivo y eso depende mucho más de ellos que lo que están dispuestos a reconocer?

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