domingo, 15 de marzo de 2015

¿Ciclistas intermodales o "intramodales"?

Mucha gente, sobre todo entre las filas ciclistas, está tergiversando un concepto que es básico y terriblemente útil en un sistema de movilidad eficiente, ecológico y deseable: la intermodalidad.

Lo que en su definición original consiste en combinar de manera secuencial distintos medios de transporte, los usuarios de la bicicleta tienden a interpretar como el derecho a introducir su vehículo en otros de mayor capacidad, normalmente de transporte colectivo. Y esto no es así. De hecho, esta pretensión de gran parte de los usuarios de bicicletas es lo que puede llevar al traste un buen proyecto de intermodalidad.


La idea de meter un vehículo dentro de otro se debería denominar "intramodalidad" y es tan excepcional como difícil de masificar en un sistema de transporte eficiente. Incluso hablando de las ligeras y poco voluminosas bicicletas. En realidad, sólo funciona cuando los pretendientes de esta modalidad de servicio son pocos y el resto de usuarios del transporte colectivo son comprensivos de esta injusticia, incluso cuando los primeros paguen un diferencial por el espacio que ocupan.


Podremos apelar al beneficio que supone la elección de la bicicleta en un sistema de movilidad y amenazar con que sus usuarios podrían si no estar conduciendo coches individualmente, pero este tipo de argumentación, aparte de pueril, delata un egoísmo propio de minorías engreídas y excesivamente obsesionadas con sus aportaciones pero poco conscientes de los inconvenientes que su ejercicio conlleva en el resto de la población. Insolidaridad interesada.

El éxito de la intermodalidad, pues, no consiste en meter unos medios dentro de otros sino en que las mismas personas usen varios medios para sustituir un único viaje en coche, entre los que, por supuesto, se puede y se suele contar la bicicleta. Porque si la gente quisiera meter las bicis masivamente al metro, al tren o al bus, nos daríamos cuenta de lo insostenible que es. 


Pero aquí, como aún estamos en pañales y tenemos pocos ciclistas y algunos medios de transporte colectivo infrautilizados... esto nos parece un éxito. Más que eso: meter la bici en el transporte colectivo nos parece una conquista en el camino hacia la ciclabilidad y nos colma de "febicidad". Y ahí es donde volvemos a recurrir interesada y parcialmente a la imaginería de los países desarrollados en la cosa ciclista y reproducimos fotografías con bicicletas impresas en vagones de tren o con plataformas para bicis en autobuses, obviando otras mucho más importantes e imponentes, como son esos megaparkings situados estratégicamente a pie de estación de tren o de bus, donde la gente deja sus bicicletas para coger el tren o el bus, y viceversa.


Seamos pues justos y fieles cuando apelemos a este tipo de recursos y no nos dejemos vencer por nuestro interés particular o minoritario sin ser conscientes de las consecuencias que ello conlleva para el resto de los usuarios de los servicios, sobre todo si son servicios públicos.

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