El transporte hasta el inicio y desde el final de nuestro
viaje. Recuerdo como si fuera ayer, sobre todo cuando vienen estos días
calurosos, que cuando éramos chavales (de eso hace ya unas décadas) la
única oportunidad que teníamos para practicar el cicloturismo era agarrar
nuestras bicicletas, cargarlas en la misma puerta de nuestra casa y salir desde
ahí hasta donde nos aguantaran las fuerzas y nos diera tiempo. Y luego volver. Recuerdo que marcábamos en un gran mapa las rutas que íbamos
“conquistando” a golpe de pedal y recuerdo cómo se fue configurando una flor
con pétalos multicolores, los que representaban a otros tantos bucles grandes o
pequeños que invariablemente nacían y morían en nuestra ciudad.
Con el paso del tiempo, la cosa fue mejorando. Primero,
aprovechando las vacaciones de nuestros familiares en lugares más o menos
desplazados, lo cual nos permitía hacer travesías más o menos largas, luego,
haciéndonos acompañar por conductores desinteresados que nos posibilitaban la
itinerancia y nos acomodaban el campamento, los hubo incluso que nos proveían
de avituallamiento. Cuando hubimos completado las rutas a nuestro alcance
(aunque nunca se acaben de completar), empezamos a desplazarnos, en coche, a
otros emplazamientos y volvimos a repetir los pasos anteriores, primero bucles
y luego también travesías.
Buses, trenes y aviones
Buses, trenes y aviones
La mayoría de edad y el verdadero calvario no lo conocimos hasta
que no nos propusimos dar saltos más importantes en el mapa que conllevaban,
necesariamente, tener que tomar largos trenes o vuelos. Fue entonces cuando
descubrimos que la práctica del cicloturismo se puede convertir en un verdadero
infierno. Largas peregrinaciones con grandes bolsas y cajas a cuestas,
interminables negociaciones por las tasas abusivas que nos querían cobrar por
nuestras bicis, disgustos tremendos al comprobar cómo trataban a nuestras
queridísimas bicicletas, averías provocadas por dicho maltrato… el precio a
pagar por disfrutar de unos días, unas semanas o unos meses pedaleando por
lugares recónditos era muy caro.
Tantos fueron los inconvenientes, que, al final, cada vez
que nos proponíamos un destino, una de las cosas que más nos disuadía era
precisamente eso: la penitencia antes y después del viaje. Hasta que
descubrimos dos cosas: la logística y la proximidad.
O proximidad y logística
Cuando te has ido a la otra punta del mundo para andar en
bici lo que descubres es que las sensaciones a diezmil kilómetros no son muy diferentes a las
que puedes experimentar a pocos kilómetros de tu casa. La emoción, la
incertidumbre, la intensidad dependen más de la predisposición y de la actitud
que de la distancia del destino. Lo único que las diferencia es la cultura de
las gentes que habitan esos lugares. Por eso, muchas veces, tratando de buscar
grandes experiencias remotas nos perdemos los tesoros que tenemos al alcance de
la mano.
Pero si lo que buscamos es una mayor comodidad en los
tránsitos, a lo que tenemos que recurrir es a simplificar nuestra logística.
Claro que tendremos que pagar algo por ello, pero muchas veces nos va a
compensar no tener que viajar arrastrando nuestras monturas por estaciones y
aeropuertos. Podemos enviar nuestra bicicleta, podemos alquilar una bicicleta
en destino o podemos mandar a recogerla cuando acabemos nuestra ruta. Esto nos
aliviará mucho los ya de por sí cansinos pasos por áreas de espera,
ventanillas, colas de embarque y puestos fronterizos.
Si es en nuestro entorno inmediato, hay múltiples empresas
que nos pueden prestar estos servicios. Si necesitamos poner nuestra bici en
otro lugar, hay también quienes se han especializado en el tema a unos precios
realmente razonables. Pero nunca hay que desestimar la posibilidad de alquilar
bici y equipajes en el destino, siempre que quien nos lo provea demuestre
solvencia y calidad. Nosotros ahora usamos esta y disfrutamos como enanos.
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