jueves, 8 de marzo de 2012

¿Qué podemos hacer para que roben más bicis?

Vivimos un momento histórico en general que se caracteriza por lo descabellado de las propuestas que se hacen y por lo desafortunado de aquellas que se eligen para resolver los problemas o mejorar las situaciones actuales. En un mundo que ha perdido el sentido común y que se mueve por el puro sensacionalismo, las propuestas salidas de madre han copado las agendas de nuestros excelsos gestores. Así pues, ahí va una para el aparato pro-bici: necesitamos promocionar el robo de bicis. O, cuando menos, no perseguirlo de una manera muy contumaz, que viene a ser lo mismo.


¿Cómo vamos a hacerlo?

Para conseguirlo vamos a recomendar a la gente utilizar candados de baja seguridad (sirgas, cadenas de ferretería, pitones baratos) que además son baratos, ligeros y fáciles de violar, con lo cual no obligamos a los cacos a llevar útiles caros, complicados o pesados.

También vamos a invitar a la gente a que cande sus bicicletas de manera negligente (una rueda basta, o sólo el sillín, a algún elemento fácilmente removible o a nada, etc.) y sólo cuando se pongan especialmente pesados en que quieren candar su bici.

Vamos a colocar aparcabicis en lugares poco visibles, discretos y donde no queden demasiado expuestos los amantes de lo ajeno, para que así puedan trabajar con comodidad y sin agobios.

Vamos a dar una cobertura legal suficiente al tema del robo de bicis, de manera que sea difícilmente demostrable, enjuiciable y condenable su ejercicio y los sufridos ladrones no cumplan penas y sólo pasen el duro trago de ser denunciados y, como mucho, tener antecedentes con faltas que ya es bastante teniendo en cuenta lo ingrato y lo expuesto de su trabajo.

No vamos a habilitar aparcamientos cerrados, vigilados y seguros porque no tienen ningún sentido, ya que, como de todos es bien sabido, las bicicletas necesitan dormir y estar aparcadas a la intemperie a merced de cualquiera que quiera comprobar cualquier cosa en ellas. Si no les gustara tanto el aire libre no las hubieran hecho descapotables.

No vamos a perseguir el robo y mucho menos el comercio de bicicletas robadas porque es algo menor, que no hace economía, que conllevaría unos gastos increíbles para unos frutos muy pequeños y que, además, nadie está demandando porque, en el fondo, todo el mundo sabe que está en la naturaleza de las bicicletas en la ciudad que estas sean robadas de vez en cuando.

Y tampoco vamos a hacer ninguna campaña de prevención en la que informemos suficientemente de todo esto porque no ha lugar y porque no tendría ningún beneficio social remarcable.

Ya pensaremos si puede resultar conveniente instruir a los ladrones sobre los métodos más rápidos y más eficientes para violar los distintos sistemas de seguridad que se utilizan en las bicicletas, aunque quizá sea demasiado caro y el sector ha demostrado un nivel de autoaprendizaje y competencia suficiente.

¿Para qué lo haremos?

Básicamente, para afianzar el resto de medidas que se han ido poniendo en juego en el escenario biciclista nacional, esto es: bicicletas públicas, aparcabicis espectaculares y registros de bicicletas. Y, además, para vender un buen montón de bicicletas y de candados y así ganamos todos.

Esto, que dicho así puede parecer una temeridad incendiaria, no es más que el resultado de aplicar una lógica burda al estado de la cosa tal como ha ido derivando hasta nuestros días.

Así, la bicicleta pública se ha implantado con el efecto llamada de poder contar con una bicicleta de manera prácticamente gratuita para evitar así todas las incomodidades de la utilización de una bicicleta particular en propiedad: guarderío, mantenimiento, vandalismo y, sobre todo, robo. O lo que es lo mismo, con las bicicletas públicas vendidas como servicio de transporte público, el ayuntamiento baja la guardia y evita atender otras necesidades de los ciclistas privados como aparcamiento seguro y persecución del robo y del vandalismo.


La imposibilidad de montar sistemas de bicis públicas en zonas residenciales y periféricas ha dado lugar a una nueva fórmula espectacular: el aparcabicis ostentoso. En diversas formulaciones, con todo el atrevimiento desorbitado posible, que en eso estamos.


El tercer gran invento en este escenario descabellado es la introducción de los registros y marcajes de bicicletas, más o menos agresivos, más o menos difundidos, más o menos improvisados, como herramienta para disuadir del robo y trabajar en la recuperación de las bicicletas sustraídas. Mediante chapas, pegatinas inviolables, chips milagrosos y un registro informático más o menos público, la promesa en este caso es que ningún ladrón mínimamente razonable (no sé cuántos ladrones razonables hay operando por aquí) va a osar robar una bici marcada y que ningún policía (de los municipios con el sistema en marcha) va a dejar de perseguir y preocuparse por constatar que las bicis marcadas están en manos de sus dueños legítimos, coordinándose celosamente con sus semejantes en otros municipios y en otros cuerpos policiales. Estos sistemas necesitan, por defición, la contribución de los ladrones, si cuya imprescindible labor, cuanto más masiva mejor, no tendrían sentido.


Eso y el cuento ese de que cuantas más bicis se roben más bicis se venderán que es otro silogismo que parte de un supuesto equivocado que es el de la reposición necesaria. Normalmente una bici robada da lugar a una disyuntiva: comprar una bici barata (2ª mano o básica) o renunciar a la aventura bici (lo cual se produce con mucha más frecuencia de la que creemos). Candados por suerte sí se venden más y cada vez de más calidad, lo cual es un buen indicador del grado de madurez de la población ciclista y de la importancia que va ganando la bici como vehículo utilitario de primera necesidad.

Todo este aparato hay que mantenerlo de alguna manera funcionando. Así pues, sigamos por el camino de no atajar los problemas de una manera directa y sigamos haciendo de esto un circo complicado, caro, inexplicable y dependiente de la confabulación de un montón de actores, y seguiremos complicando algo que era muy sencillo y muy barato (sobre todo para las arcas públicas que, según nos cuentan, no están más que para recortarse) para beneficio de unos cuantos y entretenimiento del público congregado.

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