Bien conocida por responsables de políticas para incentivar cambios de hábitos es la técnica del palo y la zanahoria, o lo que es lo mismo, alternar medidas coercitivas con otras que premien las elecciones deseables. Sí, la vieja fórmula de castigo y recompensa. En esto de la llamada movilidad sostenible, normalmente el palo solía ir dirigido a la sobreutilización del coche y la zanahoria a favorecer los modos limpios. Eso al menos era hasta ahora. Una estrategia tan simple y como simplista.
Las eminencias preclaras que organizan el cotarro de la movilidad en nuestro país parece que quieren mejorar la estrategia y aplicar esta vieja fórmula, que para la modernidad está más que obsoleta, en su sentido más genuino y así, en vez de inventarse un nuevo sistema, han decidido aplicar la medicina del premio y el castigo a los mismos pacientes. Así es mucho más sencillo de entender.
Hablamos por supuesto de ciclistas. Para ellos la zanahoria ha debido ser toda esa colección de actuaciones y programas que más parecían campañas propagandísticas, pero que han devorado con avidez y han digerido con placidez, hasta quedar hartos. Carriles bici, bicicletas públicas, campañas fastuosas con la bici como motivo, preciosos aparcabicis aquí y allá... nada era suficiente para el apetito de muchos después de años de hambruna.
Ahora toca palo, y algunos ayuntamientos ya se han puesto manos a la obra y han empezado a cercenar las expectativas que ellos mismos han ido creando entre los ciclistas a base de control y persecución de aquellos que no sigan unas normas creadas por ellos mismos para despotenciar la bicicleta como medio de locomoción. Normas tan descabelladas como limitar la velocidad de los ciclistas sin hacerlo con los coches, perseguir a los ciclistas en las aceras después de haberles recomendado abandonar la calzada por su bien, promover registros costosos y complejos como medio para reducir los robos pero sin ofrecer soluciones más efectivas.
El resto del mundo entiende perfectamente la estrategia: estos ciclistas ya han recibido demasiados privilegios y se les ha dado demasiada cuerda, ahora toca recortar y apretarles un poco los machos. Nada más grave, nada más efectivo, para seguir mirando a otra parte mientras se sigue perpetrando una de las batalla que más muertos y heridos está dejando en este planeta. ¿Alguien se imagina manteniéndonos impasibles ante una hecatombe que dejara 3.500 muertos y más de 100.000 heridos al día tan sólo en el campo de batalla y con unos daños colaterales de dimensiones incalculables?
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