domingo, 5 de diciembre de 2010

Historia de tres calles

Hoy os quiero contar la historia de tres calles de mi ciudad. Son tres calles diferentes con tres historias paralelas.

Una es una calle importante, transversal y céntrica, en un lugar privilegiado. La segunda es una arteria que atraviesa un barrio humilde pero digno. La tercera es una pequeña calle que concentra la vida y el comercio en una zona sencilla de un barrio venido a más.

Comoquiera que ya empezaban a ser calles de una cierta edad, un buen día el Ayuntamiento decidió cambiarles el aspecto a las tres, modernizarlas. Así les cambió de pavimentación, les cambió de mobiliario y la iluminación y, para diferenciarlas, les añadió a cada una un elemento distinto, que les diera una característica, una personalidad. A la primera le colocó un magnífico carril bici y sus correspondientes aparcabicis de diseño a lo largo de su recorrido. En la segunda probaron con un atrevido modelo de condicionamiento del tráfico, con medianas, diseños sinuosos y luces. La tercera la dejaron como un espacio de convivencia, sin aceras, sin pasos de peatones, sin semáforos y con unos pocos aparcamientos a modo de islotes.


Toda una operación de maquillaje. Para ello tuvieron que quitar en las tres una buena cantidad de aparcamientos. Todo esto costó bastante tiempo y un buen montón de dinero. Todas las personas que vivían en estas calles estaban expectantes e ilusionadas. ¿Cuál sería el resultado después de estas actuaciones?

En la primera calle, la del carril bici, todo estaba casi listo para su inauguración cuando, no se sabe bien por qué motivos coincidentes, unos días antes, el mismo Ayuntamiento decidió hacer un experimento en toda la zona alrededor de esta calle limitando la velocidad de circulación a 30 kms/hora. Una "Zona 30" en la que las bicicletas podrían circular con seguridad en medio de ese tráfico. Y se hizo. No era lo que se había planificado pero la cosa funcionó. Realmente os tengo que decir que en todas esas calles no se podía circular a más de esa velocidad y de hecho no se circulaba más rápido, pero la medida fue bien acogida y bien entendida por la gente. Y os preguntaréis ¿qué paso con ese carril bici que ya estaba construido? Pues simplemente que volvió a ser ocupado por coches aparcados en línea en el mismo lugar por el que discurría el mismo, como lo hacían antes. ¿Triste? No. Ahora los ciclistas tienen un carril bici menos y un barrio más para circular con libertad y seguridad.


En la segunda calle, la cosa fue un poco más complicada. Se consiguieron cosas: los vecinos y vecinas consiguieron unas aceras que hasta entonces no tenían, los camiones dejaron de utilizar esta calle para atravesar el barrio, los coches y autobuses circulaban más despacio… se había recuperado un espacio en medio del barrio, un espacio transversal, un eje vertebrador. Y la calle volvió a florecer. La gente paseaba, el comercio marchaba bien y una antigua fábrica que había a uno de sus lados se convirtió en un centro de innovación, formación y vivero de empresas. Todo iba bien hasta que el Ayuntamiento decidió introducir “algo para las bicis” allá. ¿Qué creéis que hizo? Pues pintó una de las aceras, una de las dos aceras por las que habían empezado a pasear tranquilamente los peatones, con unas líneas que indicaban que, a partir de entonces, las bicicletas iban a circular por ahí. La gente no lo entendió. Después de haber hecho toda esa obra, después de haber moderado la velocidad de los automóviles, después de haber conseguido recuperar espacios para pasear… ¿ahora las bicis van a ir por las aceras? Pues creerme que se hizo. Y creerme que no pasó nada. Nada. No había más ciclistas, pero los vecinos sintieron que se les había quitado algo que se les acababa de regalar. Y comenzaron a andar mirando para atrás cada diez o doce pasos. Y mientras tanto los coches y los autobuses seguían circulando, despacio, en fila, tranquilos, ordenados, sin peligro. Y nadie entendía nada: ni los automovilistas que veían que era difícil circular por allí, ni los ciclistas que no acababan de entender por qué tenían que ir molestando a los peatones, ni los peatones que ya no sabían cuál sería la siguiente idea del Ayuntamiento y cómo les iba a afectar.


Pero veamos lo que le pasó a la tercera calle. En esa calle la cosa fue realmente sorprendente. Al ver que se quitaban los bordillos y que no había diferencias ni separaciones entre la carretera y las aceras, la gente quedó un tanto desconcertada. ¡Cómo vamos a andar por esta calle! ¿Y cómo vamos a cruzarla? La experiencia fue emocionante. Las personas empezaron a salir a la calle, tenían que hacerlo. Tenían que ir a trabajar, tenían que ir al colegio y al instituto, tenían que comprar, tenían que pasear. Y así lo hicieron. Y descubrieron que era fácil, muy fácil, mucho más fácil que antes. Que se podía hacer sin miedo, con precaución pero sin miedo. Y que valía todo. Todo menos pasar en coche a toda velocidad. Y les gustó. Y les gusta. Y la calle se llenó de comercios, de los que había y de otros nuevos, comercios de renombre se desplazaron a esta calle y hoy todavía permanecen. Y os preguntaréis ¿qué paso con las bicicletas en esta calle? Pues nada. Las bicicletas, como los peatones, como los pocos coches que por allí pasaban circulaban sin problemas, respetándose, entendiéndose.

¿Cuál es la moraleja de esta historia? Pues sencillamente que a veces, muchas veces, las cosas más fáciles son las que mejores resultados dan y que complicar mucho las cosas puede resultar muy caro e incomprensible para todos.

P.D.: No es un cuento, es una historia real de tres calles de Pamplona, cuyos nombres corresponden a tres personalidades diferentes: la primera es la Calle de San Fermín (obispo a los 24 años fue decapitado apenas con 30, es co-patrono de Navarra y en su honor se celebran las fiestas de Pamplona conocidas como los Sanfermines), la segunda es la Avenida de Marcelo Celayeta (arcipreste de la población de Aoiz y párroco de la Iglesia de San Lorenzo de Pamplona), la tercera es la Calle de Martín Azpilicueta (intelectual, investigador y consultor, desoyó las propuestas de muchas órdenes religiosas y obispados, dedicando su vida a ejercer la labor docente en varias universidades y, en sus últimos años, a aconsejar a personalidades e instituciones de primer orden).


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