miércoles, 8 de diciembre de 2010

Todo funciona cuando hay pocos

Y se complica cuando hay demasiados. Hay un momento en cualquier actividad en el que las cosas funcionan. Una reunión, una cena, una empresa, una excursión. La bicicleta no escapa a esta lógica.

Al principio había pocos ciclistas. En los años 70, en los años 80, en los años 90. Y circulaban, circulábamos. Sin problemas. Era una cuestión de actitud, de experiencia, de habilidad y de hábito. Sin más. ¿Qué había menos coches? Por supuesto. Y también menos respeto por los ciclistas. Y circulaban mucho más rápido, y mataban a mucha más gente en proporción. Y había también menos problemas de congestión y menos problemas de aparcamiento. Entonces algunos ciclistas también utilizaban las aceras para circular, en contra de la ley, y sin embargo se hacía con respeto, sabiendo que aquel no era su espacio, pidiendo perdón.

Cuando a finales de los 90 empezó la fiebre del carril bici pudimos observar que aquello también funcionaba. Aunque se llenaba de peatones ávidos de pavimentos de calidad. Seguía habiendo pocos ciclistas. Así pues, se hicieron de cualquier manera, con anchuras inverosímiles, recorridos tortuosos, en calles laterales, describiendo circunvalaciones, perdiendo prioridades en cada cruce... realmente inútiles y peligrosos. Pero, como tampoco había ciclistas... no pasaba nada.

Desde hace 5 años, se ha desatado una carrera de desarrollismo ciclista urbano alocada y oportunista. Al calor de la financiación pública fácil se ha sembrado el país de carriles bici y bicicletas públicas. Y todo ha funcionado bien mientras había pocos usuarios dispuestos a utilizar estas nuevas infraestructuras. Los carriles bici eran conquistas históricas, las bicis públicas el gran invento del siglo para promocionar de una manera masiva el uso de la bicicleta. Y funcionaban...

Hasta que la cosa empezó a masificarse y comenzaron los problemas.


Los carriles bici se comenzaron a utilizar y se descubrió la cruda realidad de los mismos. En la mayoría de los casos realizados en aceras, empezaron a mostrar un creciente malestar de los peatones, que veían que se les complicaban mucho sus tránsitos porque los ciclistas, silenciosos, circulando por aquellas carreteritas aparecían por todos los lados y desde cualquier dirección y les ponían en tensión. Sustos, encontronazos, accidentes... Y no sólo los peatones. Los automovilistas también tenían sus sorpresas y esas si que eran graves. Ciclistas inconscientes siempre había habido, pero tal cantidad y con tal prepotencia y amparo institucional jamás. Las imprudencias se pagaban esta vez con accidentes donde los ciclistas eran los grandes perjudicados.

Pero eso no paró a los ayuntamientos en su afán. Y de hecho se empezaron a hacer las cosas peor aún. Para poder completar sus redes ciclistas, hubo ayuntamientos que se atrevieron a pintar aceras que no tenían ni siquiera 2 metros de anchura para el tráfico en dos direcciones de peatones y ciclistas (y muchas veces en cuesta).

Y luego les dio por regularlo todo. Había que regular la circulación, las prioridades, los derechos de paso, las obligaciones, las velocidades máximas, el aparcamiento. Como si las bicicletas fueran nuevas o se hubieran inventado hace 4 años. Aquello ya era totalmente incomprensible.

En esas estábamos cuando llegaron, desembarcaron, las bicicletas públicas. Limpias, nuevas, atractivas, provocadoras. Y sucedió más de lo mismo. Mientras hubo pocos usuarios la cosa marchó perfectamente. Incluso muchos ciclistas urbanos empezaron a mirarlas con deseo. Y de hecho muchos se sacaron el carné, y cantaron sus alabanzas. Pero llegó la masa y las cosas empeoraron: fallos técnicos, colapsos en el servicio, estaciones llenas sin espacios para aparcar, otras sin bicicletas disponibles, mantenimiento insuficiente, vandalismo... y lo que es peor, la necesidad de camiones, camionetas y remolques para redistribuir bicicletas.

Pero la gente siguió mirando a otra parte. A Amsterdam. Hoy leo en las noticias que los holandeses también tienen problemas con las bicis. Y graves. Tienen atascos, problemas de aparcamiento, robos, chatarra, conflictos de convivencia entre ciclistas, accidentes, muertes, juicios... Y, en contra de lo que nos pudiera parecer, las cifras no decrecen pese a que el número de ciclistas hace años que se ha estabilizado.

Si aquí estamos todavía en proporciones inferiores siempre al 10% de ciclistas y ya tenemos estos problemas. ¿Qué vamos a hacer para anticiparnos a los que se producirán cuando queramos a toda costa incrementar dicha proporción?

2 comentarios:

  1. madre mía, cualquier cosa te sirve para negar lo obvio: no quieres dejar de ser el guay de la bici. Admítelo de una vez, te la bufa que más gente monte en bici, porque tú ya lo haces.

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  2. Evidentemente, porque más bicis no son menos coches. A ver si lo admites tu de una vez.

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