sábado, 10 de septiembre de 2011

El paraíso ciclista no existe

No se trata de ser más pesimista de la cuenta, tampoco es un ejercicio de realismo recalcitrante. El asunto se reduce a comprender que el reto no es tanto intentar reproducir un sistema determinado sino más bien tratar de entender las circunstancias en las que nos desenvolvemos y actuar de acuerdo con objetivos alcanzables, óptimos relativos, metas volantes.

Para entenderlo mejor, tenemos este video del inefable defensor del modelo holandés markenlei



Esto a muchos les parecerá algo idílico, deseable, utópico casi por inalcanzable. Sin embargo, no soy el único que piensa que detrás de estas secuencias hay algo triste, lánguido, anodino, insulso. No sé si es el ambiente aséptico, los espacios vacíos, las grandes distancias, las trayectorias rectilíneas, la formalidad de los jóvenes, o todo junto. A todos esos que ansían conseguir este tipo de mundo ideal yo les recomiendo que hagan dos cosas: la primera visitar estos espacios in situ durante un tiempo y, después, emigrar allá si les gusta más esa forma de vivir que la de aquí.

Eso ha hecho por ejemplo el autor de este otro video, David Hembrow, el ciclista inglés netherlandista:



Él al menos supo darse cuenta a tiempo de lo que quería y, lejos de perder la vida y la paciencia intentando transplantar una forma de vivir de un sitio a otro con otro estilo y otra idiosincrasia, decidió emigrar y hacerse más papista que el papa, enseñando al mundo el camino de la virtud que no es otro que el "carril bici holandés".

No voy a ser yo el que se atreva a enjuiciar si este modelo es el más adecuado para los Países Bajos, lo que me parece una estupidez es la actitud de muchos de mis paisanos, emperrados en imitar este ejemplo pase lo que pase, cueste lo que cueste y caiga quien caiga. El malinchismo es muy propio de estas tierras, donde estamos demasiado acostumbrados a despreciar lo que tenemos, ignorar nuestras virtudes y nuestros aciertos y renunciar a nuestra forma de entender la vida para intentar adoptar cualquier otro modelo como mejor, con tal de que venga desde fuera.

Lo verdaderamente peligroso de esta forma de pensar, es que somos capaces de destrozar un tesoro que ya tenemos por intentar alcanzar un espejismo, sin tratar de entender que igual es peor que lo que ya teníamos, simplemente porque nos gusta despreciarnos, creernos menos y alegrarnos del error propio para alabar el éxito ajeno. ¡Qué le vamos a hacer!

Lo mejor es enemigo de lo bueno

Acabo de volver de un viaje relámpago al sur de Alemania, donde la bicicleta tiene una presencia importante, donde hay muchas infraestructuras disponibles para los ciclistas, donde en ciudades y  pueblos se ha desterrado a los coches de los centros urbanos y a los propios ciclistas de las zonas peatonales, zonas que gozan de una salud comercial realmente envidiable. Y sin embargo, algo me ha dejado frío, y no ha sido precisamente la climatología que ha sido espectacular.


Lo que creo que me ha dejado así ha sido el exceso de orden, el exceso de formalidad, de limpieza, pulcritud diría yo. Esta suerte de profilaxis generalizada y de sistematización de todo es simplemente sosa, y eso que estábamos en verano. Con medio metro de nieve no quiero ni imaginármelo. Esas ciclocarreteritas paralelas perfectas, de cuento, una fantasía en medio de un paisaje tan impecable que tiene algo de inhumano, de despersonalizado, que lo hace casi siniestro.

La sensación es que todo ese orden, además de resultar subyugador, no deja de ser algo para alemanes o para suizos. Nosotros no somos tan impecables. Y me parece que el reto verdaderamente emocionante es convencerse de que, además, no queremos serlo. Y no simplemente porque no vayamos a ser capaces de organizarnos y mantenerlo, sino, mucho más que por eso, porque lo nuestro puede que sea mejor. Nuestra sociedad ruidosa, un poco anárquica, menos desinfectante, más relacional, más interactiva, un poco irrespetuosa, un poco irresponsable, pero mucho más alegre, más imprevisible, más divertida y más cálida: ese es nuestro verdadero tesoro.

Orgullo sin inmovilismo miope

No quiero que se entienda que este orgullo patrio nos debe eximir de intentar mejorar y cambiar muchas cosas. No. Claro que hay que cambiar muchas y centrales, entre ellas el uso masivo e irracional del coche para desplazamientos urbanos ridículos. Pero no hay que perder la perspectiva cuando intentemos montar tranvías, carriles bici e islas peatonales en una suerte de segregacionismo obsesivo porque sí, sino que debemos centrar nuestros esfuerzos en intentar conservar la masa crítica peatonal y la ciudad compacta por encima de cualquier otro objetivo. Acercar las cosas, mezclar los usos, rehabitar los cascos urbanos, rozarse un poco más, para conocer a la gente de tu calle, saludarla, relacionarse y que los niños anden un poco más a su aire, y los mayores también. Formar parte de nuestro mundo. Sin asustarnos de ello, sin miedo.


Claro que la bicicleta en este escenario puede jugar un papel importante, pero no tratemos de injertar un modelo de una manera absolutista, aunque funcione muy bien en otra parte del mundo, porque igual descubrimos que no toma y nos cargamos nuestro árbol con los frutos que nos podían haber alimentado si lo hubiéramos sabido cuidar, abonar y regar adecuadamente.

2 comentarios:

  1. El modelo holandés o danés (anchos carriles-bici para los ciclistas, etc.) tiene sentido en ciudades con enormes cantidades de ciclistas circulando por las mismas calles, a la misma hora, todos los días del año. En las ciudades españolas es un modelo impensable. Todo lo más, se podrían implantar algunos carriles-bici en la calzada en aquellas calles, avenidas y bulevares muy anchos, con varios carriles, en los que el tráfico motorizado sea difícil de calmar.
    Sea como fuere, el objetivo, en España, debe ser, precisamente, y a mi modo de ver, ese: calmar el tráfico: reducir la velocidad media de los coches y motos por las grandes avenidas y calles de varios carriles (aquí en Valencia da pavor ver cómo motos y coches sistemáticamente no respetan el límite urbano de 50 km/hora y circulan alegremente a 60, 70, 80 km/hora sin que nadie les ponga coto); reducir la velocidad en las calles unidireccionales (a 30 o menos); instalar señales de limitación de velocidad (¿por qué no las hay en la mayoría de las ciudades dentro del casco urbano?); penalizar el uso del coche en los centro históricos para los no residentes con tasas más altas de la ORA/OTA, etc.; incluso eliminar carriles para coches y motos, etc.
    Lo deseable es, en suma, la convivencia pacifica. Pero a fecha de hoy los vehículos motorizados circulan demasiado deprisa como para que esa convivencia sea posible sin que los ciclistas nos juguemos el tipo en algunas calles.
    He dicho. :)

    http://www.facebook.com/pages/Actibici-Valencia/248726185146863

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  2. No sé, no sé ... Estoy de acuerdo con Eneko que los modelos no se pueden transportar "tirándolos desde el cielo con escuadra y cartabón". También quisiéramos tener el PIB de estos paises, y que todos todos todos los días sean como los de los vídeos: soleados, sin viento, con tiempo suficiente para saludar a cámara y sonreir, sin caidas de la bici, sin que nadie nos venga en dirección contraria en un paso estrecho ...A lo mejor lo que no nos agradaría tanto es soportar la carga fiscal de estos países, tener que pagar por tener una tele en tu salón o una radio en tu coche, 15 días seguidos de nevadas ...
    Somos lo que somos y nos hacemos como somos. Esas legiones de ciclistas civilizados no han salido de debajo de las coles. Sus abuelos andaban en bici y sus padres y madres lo hacían de forma cotidiana.
    ¿Podemos mejorar nuestra realidad? Por supuesto que SÏ, pero tiene que ser NUESTRA REALIDAD, no la de otros.
    Quien haya encontrado su paraiso en Holanda, Bélgica o Dinamarca, debe hacer todo lo posible para emigrar a estos países; al fin y al cabo sólo se vive una vida, y creo que no nos va a dar tiempo en esta a cambiar nuestra realidad copiar otra que ya está hecha, por muchos carriles segregacionistas que construyan.
    Estoy de acuerdo con la opinión de anómimo, de limitar las velocidades y priorizar el tráfico no contaminante en los centros históricos.
    Debemos de construir nuestro modelo, y quiero estar enmedio de todo y de todos sintiéndome uno más. Y no ser un más al margen, al lado, segregado, sin poder salirme de la linea rosa. Quiero llegar a todas partes de la ciudad que habito (Granada) siendo libre para elegir el camino y el ritmo.
    He dicho

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