Resíduos desagradables
Pues sí. Lo que más impresiona de muchas ciudades donde la bici se ha normalizado y se ha masificado como en es el caso de Amsterdam es la sensación de que aquello es poco menos que un basurero de bicicletas. Nos pasa incluso a los que somos auténticos apasionados del rollo. Es una sensación inquietante para alguien para el que ver bicicletas en la calle siempre resulta ilusionante. Montones de bicicletas agolpadas, tiradas, abandonadas o no, obstaculizando aceras, ensuciando calles principales, representan una visión realmente desagradable para una ciudad, y no es que me gusten las ciudades esterilizadas, pero esto es demasiado.
Falta de bancos
Y no me estoy refiriendo precisamente bancos para sentarse, no. En la capital neerlandesa, purgatorio financiero de buena parte de Europa, no hay locales ocupados por entidades financieras. O al menos no en las calles principales, ni en las secundarias del centro de la ciudad. No es una cosa que sorprenda a primera vista porque no los echas de menos. Es algo que te das cuenta en segunda instancia. De hecho, lo que sorprende, como en muchas ciudades europeas, es la cantidad y la calidad del comercio urbano, y, sobre todo, del comercio independiente. Creo sinceramente que una cosa va de la mano de la otra. Cuando el interés especulador y la falta de conciencia municipal permitieron que las entidades financieras y las aseguradoras coparan los mejores locales de nuestros centros urbanos, empezamos a firmar una pequeña sentencia de muerte al comercio local y, de paso, a nuestras calles principales. Sólo las grandes franquicias podrían competir por el precio e, incluso con eso, la actividad acabaría a las 3 de la tarde, amén de que los escaparates de unas y otras no aportaran nada a la calle.
El silencio
Pasa en todas las ciudades que han cercenado la libertad de movimientos a los coches. Sorprende que en calles llenas de gente destaque la campana del tranvía sobre todo el murmullo humano. Y no es precisamente porque la gente aquí sea especialmente silenciosa o discreta, también ocurre en ciudades como Sevilla donde la algaravía es mucho mayor. El silencio es algo que no se valora suficientemente en la sociedad motorizada. Estamos tan habituados a la contaminación acústica, que, cuando nos la quitan, es como cuando se apaga la lavadora en la cocina de nuestras casas: nos quedamos maravillados por lo agradable que es el silencio.
No me gustaría dejar para otro momento el asunto de la presencia de las bicis, así que ahí va una pequeña muestra de lo que pudimos recoger en 24 horas de exposición.
Muy de acuerdo con lo de las bicis abandonadas. Haciendo un símil con exceso de información en las señales de tráfico, podríamos decir que se trata de "ruido bicicletero".
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