Una Brompton, dos cámaras de fotos, una de video, algo de ropa, unos billetes de transporte colectivo y unas reservas en unos cuantos hoteles baratos, es suficiente equipaje para proponerse una semana de cicloturismo que, en invierno y con las temperaturas que hay que afrontar, mejor proponérselo de visita de unas cuantas ciudades en las que el sol da mejores resultados que en la tuya. Eso y unos cuantos amigos y amigas que visitar, que es más un privilegio que una condición.
Una semana da tiempo para ver mucho. Demasiado. Aunque no da tiempo de digerirlo. La visión directa de la realidad es lo que tiene, que es difícil de conceptualizar, de relativizar, de encasillar. Es una vivencia y, como tal, requiere un cierto tiempo de digestión antes de tratar de interpretarla, de expresar algo sobre ella.
Es algo realmente nuevo para mi, pese a que muchas veces he practicado la intermodalidad en muchas de mis visitas, con resultados inmejorables. Cuando vas porque te da la gana, sin más objetivos que dar una vuelta, visitar, ver, pasear, mantener unas cuantas conversaciones jugosas y catar unos cuantos platos sabrosos, la cosa cambia. Para mejor.
Es un verdadero lujo. Una verdadera comodidad. Presentarse en el centro de una ciudad con una bicicleta desplegable en la mano que es capaz de moverte con soltura, con agilidad por sus calles, visitando sus rincones, acudiendo a las citas, interactuando con sus habitantes. Es un privilegio que está al alcance de cualquiera pero que sólo unos pocos practicamos, no acabo de entender muy bien por qué.
El caso es que he estado una semana visitando algunas capitales mediterráneas y las impresiones han sido inmejorables. Con sus cosas y sus casos, con sus peros y sus temas pendientes, pero siempre es un descubrimiento ver en directo la realidad en comparación a retransmitirla y hablar con algunos de los protagonistas de la misma. En primera persona.
Un placer. Un lujo.
Bienvenido, Eneko, a nuestra humilde ciudad. ¡Que ya estamos en el mapa!
ResponderEliminarEl lujo ha sido conocerte. Por cierto, esa estación me gusta mucho ;)
ResponderEliminarVuelve cuando quieras
Descendiente de la idea originaria de Labordeta y su "País en la mochila", cercano en el tiempo de Juan Echanove e Imanol Arias en "Un país para comérselo"...jejeje... hay ciertas ideas que dan envidia. La Brompton así puesta, inteligentemente, sin invadir el cuadro, sino como intromisión detallada del objeto de culto. El reflejo de las luces en el pulcro suelo dan a entender que un viaje así tiene mucho de limpieza mental, y la semiesfera violácea informa que todos deberíamos pasar por el arco, por el aro del triunfo de aquellos sitios que nos esperan, que nos dicen que volvamos, que qué hacemos siempre en el mismo lugar. Ciertas estaciones tienen una atmósfera de cine clásico, de postal para la posteridad, de fotografía de Doisneau. Parece que la tija de nuestra compañera de sueños marca el arranque hacia una vía de tren de raíles luminiscentes, reflejos del cielo. Y no viene al caso,ni mucho menos, pero algo de una soledad incomprendida lleva la estampa a aquellos cafés de carretera, a aquellos vestigios de susurrados silencios de un cuadro de Hopper. Un "Noctámbulos" ciclado. Deberían estar perdidas todas las miradas que se citan en estas estaciones. Perdidas recordando, o perdidas ilusionándose por lo que van a ver,a ritmo ligero, al aire libre (frío en invierno)con el pedal encajado a la deportiva. Cada vez más deprisa, como desgranando una ansiedad por ver lo que las ciudades muestran, sus vicios y virtudes: sus latidos, lo que conforma su vasta naturaleza. ¿Por qué no lo hacemos más? ¿Por qué no lo hace más gente? Por esa manía nuestra de no acceder a los sueños más sencillos. Por habituarnos a convivir con las formas erróneas de felicidad. Y algunos lo llaman pereza.
ResponderEliminarBienvenido a este mar plácido de contrastes y batallas y que es Pamplona, jefecito.
Je, me ha hecho gracia la foto. Desde que mi marido y yo viajamos con las brompton ya no salgo en ninguna foto. Solo las fotografia a ellas!!!!
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