Los que hemos tenido el placer de conocerle no vamos a saber llenar ese espacio discreto, calmado, amable y amistoso que él ocupaba. Todos le recordaremos como un hombre con una ilusión incombustible, con una sonrisa perenne, con un talante conciliador y con esa talla personal que, a su lado, te hacía sentirte vulgar y hasta mezquino.
José Ignacio ha sido uno de esos maestros que la vida te regala y cuya figura y cuya importancia nunca eres capaz de reconocer y de agradecer suficientemente, pero que te dejan una impronta imborrable y una admiración que no puede expresarse.
Gracias por todo, José Ignacio. Mañana, cuando vaya a trabajar, todavía creeré que podré volver a saludarte, como cuando pasabas todos los días en tu bici verde con aquella inseparable alforja de cuero, dispuesto a hacer las cosas bien y hacer tu aportación para cambiar el mundo, al menos un poquito. Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario